Débora escuchaba atentamente, sin intervenir en la conversación, tampoco habría tenido mucha opción de hacerlo puesto que los dos hombres estaban tan enfrascados en sus cosas que casi no se daban cuenta de la presencia de la muchacha. O eso es lo que Daniel quería que ella creyera, puesto que no había dejado de observarla durante toda la cena, y lo que veía le gustaba mucho. Así arreglada se dio cuenta de que era preciosa, poseía una belleza serena y tranquila, con una inmensa sonrisa. No era una chica exuberante, como lo había sido Rebeca, sino todo lo contrario, pero se hacía mirar. El cabello negro, muy oscuro le caía en rizos rebeldes por toda la espalda, lo tenía muy largo. Los ojos eran verdes y enormes, y pasaban de la sorpresa a la admiración con rapidez. El resto de la cara acompañaba perfectamente a esos ojos tan expresivos. Y por lo que se refiere al cuerpo, estaba bastante flaquita, no pudo evitar preguntarse si era producto de la juventud, es decir, que aún le falta
Ella se rehusó apartándose asustada de su abrazo, pero Daniel no le dio opción. Como siempre. La sujetó con suavidad de la mano y la condujo hacía la música. No es que la pista estuviera muy llena, no era el baile lo que atraía a los visitantes a Las Vegas, pero la pequeña orquesta del hotel no lo hacía del todo mal. La muchacha quedó parada en medio de la pista sin atreverse a hacer ningún movimiento. Daniel sonrió mientras la abrazaba, aprovechó para indicarle cariñosamente que pusiera sus manos en su hombro y empezó a moverse al compás de la música. Se acopló al cuerpo del hombre para seguir sus pasos y sin darse cuenta se encontró bailando, siguiendo el ritmo que le marcaba él. Estaban muy juntos. Al abrazarla olió su cabello, mientras con la mano libre lo iba acariciando y le hizo recostar la cabeza en su pecho. Aspiró fuertemente y alabó la suavidad de su cabello y su magnifico olor.-No tiene ningún mérito, es el champú del hotel, señor – Contestó divertida.-¿No usas per
La familia Montrail era la propietaria del rancho colindante con las tierras de Daniel. Aunque su propiedad era mucho más modesta, sus pozos de petróleo no resultaron tan productivos como los suyos y además estaban prácticamente agotados, el poco gas que quedaba resultaba de difícil extracción por lo que económicamente no pasaban por su mejor momento. Eran de nacionalidad francesa, habían regentado un negocio inmobiliario y detentado un buen nivel de vida. La crisis económica se llevó todas sus propiedades dejándolos prácticamente en la ruina. Acosados por los acreedores abandonaron el país y se trasladaron a Texas.La finca en la que vivían perteneció al hermano de la mujer, casado con una heredera norteamericana. Un señor ya mayor y viudo. El tío no había tenido hijos y al morir este, casualmente al poco de llegar ellos a la zona, y en circunstancias un poco extrañas, por ser los únicos parientes se quedaron con la propiedad. No contaban con frágil situación económica del rancho.
-Tráeme una botella de coñac Rafaela – vociferó Jacques desde su despacho, arrugando con rabia unas cartas que había recibido y tirándolas con furia a la papelera. - Malditos acreedores. Ya nos han encontrado. No tardaran en aparecerse por aquí y no tendremos escapatoria.Su esposa al oír sus gritos se acercó a la puerta del despacho para detener a la criada que entraba con la botella. – Llévate eso de aquí, y empieza a servir la cena. – Le ordenó tajantemente-¿Qué ocurre Jacques? Malas noticias ¿cómo siempre? – Ironizó a su marido-Puedes reírte todo lo que quieras, pero estamos en las últimas. Como va el asunto del vecino – Preguntó.-Muy lento, demasiado – se lamentó la mujer.-Pues lo que no tenemos es tiempo. Acabo de tirar un montón de notificaciones de acreedores. Nos han encontrado y no tardaran en presentarse aquí. – Confesó el viejo. Oye – recordó – si no resulta el tema de Daniel, el tipo ese… ¿No tenía una hermana más pequeña?, creo recordar…Sí, la hermana existía,
-¡Marcia, Marcia, ya estoy en casa! - Gritó Mike al tiempo que se apeaba del coche a las puertas de una sencilla casa de dos plantas con un porche que la rodeaba y en el que se oían las risas de unos niños. Se oyó enseguida una voz que salía de la casa llamando a sus hijos que correteaban por el jardín. Los esposos se encontraron al pie de la escalera y se besaron efusivamente, dos niños revoloteaban a su lado, gritando papa, papa, regalos, regalos… Soltó a su mujer, cargó a sus dos hijos y entró en casa.-Te he echado mucho de menos cariño, ¿creí que sólo ibais a pasar una noche fuera?-Bueno, se complicaron un poco las cosas-¿Nada grave supongo?-No mujer, luego te cuento, ahora por favor sírveme una limonada de esa deliciosa que tu preparas cariño, llego sediento, este calor aún no cede, y eso que estamos ya en otoño… – Le pidió amablemente con una sonrisa.Marcia entró en la cocina y salió con un vaso lleno de limonada, mientras se lo daba aprovechó para preguntarle algo más sobr
El la miró unos momentos y sonrió por su candidez, ¿Trabajar? No tenía por qué trabajar, a no ser que deseara lo contrario. Evidentemente su madre siempre había ocupado un puesto de responsabilidad en las empresas, pero eso no podía hacerlo Débora, por falta de preparación y aunque la tuviera por descontado que no le dejaría meter las narices en sus negocios al menos hasta que no estuviera seguro de que no era una embaucadora, esa seguridad temía que no llegara nunca.Por otro lado, no se vería con buenos ojos que se metiera a hacer faenas en el campo, así que pocas opciones quedaban. De joven deseó siempre encontrar una mujer parecida a su madre, que se complementara a él tanto en los negocios como en la vida privada. En la corporación había tanto que hacer que le hubiera gustado poder compartir todo con la compañera de su vida, deseó haber sucumbido a los cantos de sirena que le lanzaban algunas compañeras de universidad, pero en esa etapa de su vida se sentía joven, no quería con
Débora volvió la vista al frente y lo que vio la dejó impresionada. Justo en ese momento se abría una enorme verja eléctrica para dejar paso al coche. Daniel saludó con la mano al portero que salió de su garita para dar la bienvenida al dueño. Al fijarse más descubrió un par de hombres cerca de la valla que rodeaba la propiedad, imaginó que debían ser también vigilantes. El coche no se detuvo y avanzó por un largo camino asfaltado con árboles a ambos lados, cruzaron por un inmenso jardín hasta llegar a la casa. Débora alzó los ojos y se encontró de frente con una imponente mansión blanca, acristalada y luminosa compuesta de planta baja y dos pisos más como mínimo, al menos eso es lo que se dejaba ver desde su asiento del coche, no quiso asomarse ni bajar más la cabeza para no resultar demasiado curiosa. Una escalinata de piedra daba acceso a un patio empedrado que bordeaba la casa. Bueno la casa, a Débora más bien le pareció un palacio de película, quedó impresionada por las altas
-¿Tú debes ser David? –Preguntó Débora con una sonrisa dirigiéndose al niño. -¿Quieres darme un abrazo o tienes miedo a ensuciarte? – Esa sonrisa debió agradar al pequeño puesto que levantó sus brazos para que Débora pudiera levantarlo. Le dio un beso en la mejilla y se giró para que su padre, que ya estaba tras ella también pudiera besarlo. Aún con el niño en brazos, que enseguida empezó a juguetear con la larga melena de la muchacha, le presentaron a Remedios y José, un matrimonio mayor encargados del manejo de la casa, a una mujer menuda de mediana edad a la que presentó como Dora, la cocinera. Los empleados la abrazaron con cariño y ella los correspondió. Notó su calor y la aprobación en sus ojos. También le presentó a dos muchachas más jóvenes, Malena y Carola, que se encargaban de las tareas de limpieza, estas le dieron la mano tímidamente. Mike aún estaba abajo de la escalera sujetando a oso, Dan volvió a bajar hasta llegar a su altura, le pidió que devolviera al perro a l