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El día había empezado pésimo, pero terminó peor. El que había de ser el mejor día de su vida, la presentación en sociedad de su hijo acabó siendo una verdadera pesadilla.  Acostado en la cama recordó los episodios sucedidos esa fatídica tarde.  Lo había dispuesto todo para disfrutar de una inigualable fiesta, que empezó a torcerse desde el inicio de la tarde con el penúltimo encontronazo entre él y su esposa, sucedido en la habitación contigua cuando ambos se vestían.  Unas imágenes perfectamente nítidas de lo vivido que no conseguía arrancar de su cabeza.  De las mil maneras existentes para desperdiciar dinero a manos llenas, hacerlo y conseguir únicamente parecerse a una prostituta se le antojaba el sumun de la idiotez.   

- ¿Tanta insistencia en ir a Nueva York para comprar solo medio vestido, querida? – Esas fueron las palabras que deseó pronunciar pero que nunca salieron de su boca. Cerró los ojos y apretó los puños: El vestido, ¿Dios mío? ¡Que vestido! Un vestido de cóctel azul realmente escueto, recordando el precio supuso que cada centímetro valdría más que un gramo de oro: Sin espalda, atado al cuello por dos tiras que terminaban en la cintura. Si su esposa respiraba hondo le saltaría un pecho. Jorge no tendría demasiado trabajo para quitárselo… La falda, o lo que podría llamarse así, era más bien un fajín largo.  Seguro que había mujeres en los prostíbulos que irían más tapadas que ella, del asco que sintió no pudo contenerse:

-¿Falta falda “querida” o sobran piernas?

-No te quejarás, todo el mundo sabrá que puedes disfrutar de las piernas más bonitas del estado.

-Piernas que tienen la virtud de abrirse con demasiada frecuencia y sabe Dios con quién…

-Lo que has visto esta mañana no es lo que parece….

-En eso te doy la razón – interrumpió siendo lo más irónico que pudo– parecía hecho adrede para molestarme, pero no lo consiguió – cuando Jorge sepa que me das asco perderá todo interés en ti…,

No era necesario ser un lince para darse cuenta de que lo avergonzaría ante todos sus invitados, entre los que se encontraba la flor y la nata del Estado, un par de senadores incluidos. Por supuesto así fue.  A pesar de ello no le pidió que se cambiase, hacía tiempo que había perdido la esperanza, comprendió que no serviría de nada discutir y no lo hizo. En cambio, hizo lo que se esperaba de él: depositó un enorme estuche de terciopelo encima del tocador ¡Grande! ¡Bien grande! con su esposa todo debía ser a lo grande, y sobretodo que el valor de lo que contenía incluyera todos los ceros posibles.

-Toma, quizá esto hará que no te veas tan desnuda. Eres una zorra, pero siempre estaré en deuda contigo: David es lo único bueno  que quedará de nuestro matrimonio

Rebeca se echó prácticamente en sus brazos, se colgó de su cuello e intentó besarlo en la boca.  Y encima intentó reirse en su propia cara ¡Qué gran actriz!   

- No estarás pensado en divorciarte "cariño", lo de Jorge no tiene importancia. Intenté castigarte por haberme encerrado aquí en este mausoleo.  Si permites que regrese a Austin todo volverá a la normalidad. 

No se molestó en responder, ni a sus palabras ni a su abrazo. Lamentablemente para Rebeca su cuerpo joven y ávido de sexo ya ni siquiera se inmutó al percibir tan efusivo contacto, ella sólo despertaba en él sentimientos de desprecio y desdén. Ya desde mucho antes del nacimiento de su hijo le repugnaba acostarse con ella y no lo había hecho. Le compró ese regalo por inercia, no porque tuviera nada que celebrar, ni porque deseara que ella se lo agradeciera, al menos no en el sentido que Rebeca intuía.   Quizá, pensó… quizá sirviera para aplacar a la fiera y evitar que lo pusiera en ridículo, o al menos no en demasía.  Fue lo único que le pidió a cambio, lo hizo al abandonar la habitación con la mirada puesta en ese maldito estuche y la mano en el pomo de la puerta: Le suplicó, consciente que su ruego caería en saco roto, que se comportara correctamente y evitara beber en exceso…  

-Cámbiate esa horrible corbata querido, sabes que odio el color verde – fue su única respuesta. Daniel cerró con suavidad la puerta y obedeció, luego fue en busca de su hijo.

Jorge se les unió cuando llegaron al porche. Recordó con asco cómo se recreó contemplando a su esposa.  Rebeca evidentemente lució el regalo ese mismo día, entró en la pequeña iglesia del rancho con un espectacular conjunto de collar, pendientes y, obviamente, brazalete de oro y diamantes.   La frialdad de esas joyas contrastaba con la exuberancia de su mujer que la poca ropa que lucía dejaba al descubierto.  Rebeca era una mujer hermosísima, despampanante, de las más bellas que había visto en su vida, no entendía como en lugar de potenciar su belleza se empeñaba en parecer una cualquiera. Sonrió amargamente al recordar la cara de susto que puso su madre al verla entrar tan reluciente y tan… tan desnuda, para que buscar otros apelativos…Lo que debió pensar el sacerdote oficiante mejor ni mencionarlo.

Al finalizar el oficio religioso, se dispusieron a disfrutar del espectáculo de rodeo que había contratado para celebrar el nacimiento de su heredero. Terminado este, la carpa levantada justo al lado albergaría la merienda que tendría lugar a continuación y un grupo de música amenizaría la celebración hasta que los adultos aguantasen, mientras que los niños se divertirían en una impresionante feria que contaba con múltiples y variadas atracciones, puestos de juegos, golosinas, payasos…   Un desperdicio de fiesta pues no pudo disfrutarla en ningún momento, ya desde el inicio los malos presagios rondaban por su cabeza anunciando el resultado final, que no se hizo esperar demasiado.

Pronto advirtió que Jorge no se reunía con ellos en el palco dispuesto para la ocasión. No esperó a que empezara la actuación para tomar medidas, buscó a Mike y le pidió que dispusiera vigilancia tanto para su esposa como para su hermano.  Lo que había visto con sus propios ojos esa misma mañana corroboraba lo que suponía desde antes: Jorge y Rebeca eran amantes, seguramente su hermano había conseguido embaucar a su ambiciosa esposo prometiéndole el paraíso. Conociendo a su hermanastro sabía que pensaba darle la estocada final delante de todo el mundo, la fiesta era la oportunidad perfecta para dejarlo en evidencia, no iba a dejar pasar la ocasión de humillarlo una vez más.

Ahora Jorge disponía de dinero, de mucho dinero, prácticamente lo había obligado a comprarle su parte del rancho, si no lo adquiría él, amenazó con vender su parte a un extraño. Lo discutió con su madre y acordaron que usaría su propio capital. Pidió un crédito para completar la cantidad, tenía dinero disponible pero no lo suficiente pues el rancho valía un buen pico. Por suerte ahora le tocaría mayor parte de los beneficios y no tendría problemas para devolver el préstamo. 

Nunca habían mezclado a la Savater’s Oil, compañía que explotaba los yacimientos, con la propiedad del rancho. La tierra debía quedar siempre en manos de la familia, así que ahora era dueño de dos tercios de una enorme extensión de terreno que ocupaba, varios condados, Lisbeth, su hermana poseía la tercera parte. Esa misma mañana había entregado el último pago a Jorge. En efectivo por expreso deseo de este último.  Se llevaba una bonita cantidad con muchos ceros. Cualquier hombre normal podría vivir más de tres vidas de lujo sin necesidad de trabajar, ni siquiera invertir el capital. Lamentablemente estaba seguro de que esa fortuna se volatilizaría tarde o temprano en una mesa de juego, y si Rebeca ayudaba a malgastarlo aún duraría menos.  La familia de su mujer estaba arruinada ya desde antes del matrimonio por lo que ella no tenía dinero propio, se llevaba un buen pico en joyas y quizá algo de efectivo que habría podido distraer.  Bah… y a él que le importaba que Jorge despilfarrara su patrimonio, su hermanastro ya estaba grandecito y era dueño de su vida. En lo referente a Rebeca por la que cada día sentía más repulsión, por nada del mundo iba a retenerla a la fuerza.  Si se alejaba voluntariamente de su lado evitaría agrandar la úlcera estomacal que empezaba a afectarlo. Les deseó toda la suerte del mundo…

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