Después de acostar a su hijo, tarea que no le costó demasiado pues David siempre se quedaba dormido en un santiamén, Daniel se dispuso a bajar al despacho para terminar algunos pendientes. Al descender por la escalera recordó que ese día no era un día cualquiera, vislumbró ese mismo trayecto en sentido inverso tres años antes y la sonrisa que tenía en su rostro se transformó en una mueca de dolor. Decidió cambiar trabajo por un poco de esparcimiento. El ama de llaves eligió el momento en que él cogía su gruesa cazadora del perchero para salir de la cocina. -¿Va a salir señor? – le preguntó curiosa -Si – respondió con sequedad -… pero no creo que vuelva demasiado tarde – Aclaró - De todas formas, ocúpate de David. Duerme, pero dale un vistazo. Ahh…. Y recuerda tener todo preparado para mañana a primera hora. Viajo con Mike. - Añadió al tiempo que cerraba la puerta de la casa. – Te encargo a mi hijo estos días, como siempre. ¡De este mes no pasa, ahora si voy a contratar una niñera
Y aún le quedó tiempo para iniciar un nuevo proyecto, su sueño desde niño: un criadero de caballos de carreras. Su logro más preciado que aún no le reportaba beneficios, pero le servía de escape y relax. Eso era lo más importante para él. No había conseguido ganar ninguna carrera de las llamadas importantes, pero estaba en ello, precisamente ese era el motivo del viaje programado para el día siguiente, le había echado el ojo a un magnífico ejemplar ya retirado de la competición al que vendían como semental. El purasangre poseía numerosos triunfos en su palmarés. Pero el que le había llamado más la atención era el primero de todos, el Belmont Stakes de Nueva York. Por esa victoria estaba dispuesto a pagar una verdadera fortuna. Era nada más ni nada menos que una carrera de la Triple Corona[1]. Cuando se enteró decidió que no se le escaparía. A pesar de que en esos tres años se había convertido en una persona respetada por sus semejantes, el vacío que sentía en su corazón lo habí
Ensimismado en sus pensamientos recorrió la hora larga de camino que lo separaba del Menfis casi sin darse cuenta. Aparcó su coche en el lugar de costumbre y entró en el establecimiento. Ese día no estaba muy animado al menos a simple vista. Unos hombres jugaban en una mesa, otros pocos distraídos con la función que se ofrecía en el escenario: una pelirroja realizaba un striptease que recreaba una vieja película de cine. Se detuvo unos segundos a mirar, reconoció a la muchacha, llevaba ya un par de temporadas en el local, no recordaba haberse acostado nunca con ella. Al contemplar el espectáculo tan poco imaginativo no le entraron demasiadas ganas de escogerla. En su subconsciente imaginó que tendría otras aptitudes ocultas aparte de bailar sexy que evidentemente no era lo suyo, pero tampoco le picó demasiado la curiosidad. Nunca necesitó demasiados estímulos para animarse, sólo una mujer agradable, por descontado ese espectáculo cutre era contraproducente, así que enseguida des
-¡Termínate tu whisky y ven conmigo! – Le ordenó con firmeza, al tiempo que señalaba con la cabeza la parte posterior del establecimiento donde estaban situados los reservados. – Veo que no eres muy habladora, me gusta, yo tampoco tengo muchas ganas de hacerlo. -¿Hacer que? – preguntó la chica como si bajase del guindo y sin obedecer puesto que no bebió más. -Hablar, por supuesto – Aclaró él, guiñándole el ojo nuevamente. Vaya… Se había encaprichado de una chica no muy espabilada, al parecer siempre escogía a la mujer equivocada… pero era lo de menos ya había elegido, era bastante bonita, parecía limpia y él tenía prisa. La cogió por el codo y tiró de ella para que se levantara. Pasó la chaqueta desmadejadamente por encima de su brazo, se llevó consigo la botella que ya estaba medio vacía para dirigirse a la barra donde pidió depositando dinero encima del mostrador una llave al hombre que estaba sentado atendiendo la caja, como tantas veces en esos tres años. De soltero nunca habí
Débora titubeó, miró en dirección a la puerta, y luego volvió a fijarse en él, sus miradas se encontraron. Daniel esperó, ella negó con la cabeza. Suficiente para él pues necesitaba con urgencia enterrar sus malos recuerdos en el cuerpo de una mujer y no tenía ningunas ganas salir de nuevo al bar para buscarse otra.-Bien, ¿Brindemos pues? - Sugirió mirándola con risa burlona.La chica no contestó, en lugar de eso cogió, ahora sí, el vaso que Daniel le tendía y bebió todo su contenido de un trago, nada acostumbrada a la bebida su estupidez terminó con una mueca que torció su rostro y una desagradable sensación de ardor en su esófago.-Vaya…, te ha entrado sed de repente. ¿Quieres más?-No… auugg… – susurró en medio de un fuerte ataque de tos. La diabólica bebida seguía bajando por sus entrañas quemando todo lo que encontraba a su paso. Mejor para ti, este whisky es horrendo, lo malo es que deberás acostumbrarte a él si quieres tener éxito en este antro. – Murmuró en lo que quedó c
-¡No! ¡No podía moverse! Estaba completamente paralizada, las manos abiertas y los brazos extendidos a los costados. Dudó: Quedarse y seguir o salir corriendo. Si es que aún estaba a tiempo. No debía haber aceptado ir con él, se lamentó demasiado tarde. Era un error, ella era camarera. Camarera. ¿Sólo? Se repitió a si misma para intentar embotar su mente. ¡No! No era ninguna estúpida, pronto la obligarían a ser otra cosa, se le acababan el tiempo y las excusas. Mientras estuviera retenida en ese lugar no tenía escapatoria. Había escuchado alguna que otra conversación, presentía que Juárez tenía preparado algo especial para ella. Doris llevaba burlándose varios días, se divertía asustándola mientras le comentaba que no olvidaría jamás en la vida su primera vez. Analizó nuevamente su situación, el hombre era joven, bien parecido, hasta podría decirse que guapo, muy guapo. Y la trataba con delicadeza, al menos de momento. ¿Qué más daba? Un día u otro tenía que decidirse, mejor
Los movimientos cesaron, el cuerpo duro que la aprisionaba se apartó dejándola otra vez con esa fea sensación de frío. Quedó pegada a la pared, aún en el aire, sujeta con dureza por las mismas manos fuertes que momentos antes recorrían su piel con ansia. Esos ojos ambarinos ahora la miraban con furia, al tiempo una voz masculina repetía una y otra vez que era un estúpido. Nadie la había mirado así en la vida. Se asustó y ya no pudo parar, rompió a llorar cubriendo su cara con las manos. Escuchar el lloro de la muchacha lo volvió a la realidad y con una mueca de asco la soltó. Débora intentó que sus pies se apoyaran nuevamente en el suelo, pero las piernas no la sostenían, se fue escurriendo hasta caer al suelo, sin saber que decir, lloraba y temblaba, no sabía si de miedo o de frío, seguramente por ambos motivos. Continuaban sonando en su cabeza las palabras del hombre, estúpido, estupidez… Ruido de objetos cayendo al suelo, cristales rotos… Eso la devolvió a la realidad y lev
Otra vez esos ojos mirándola, creía que eran ambarinos, pero ahora habían oscurecido, se habían vuelto oscuros, muy oscuros. Miedo… ese miedo a lo incierto que no la dejaba reunir un mínimo de valor para responder, y, que encima, parecía enfurecer más a ese hombre que la tenía retenida en esa habitación… Dos preguntas, dos preguntas le había formulado ese desconocido hasta el momento, ¿Cuál de ellas responder primero? Su cabeza no daba más de sí, intentó balbucear…, pero su boca se negaba a hablar, tampoco ayudó que él la agarrase por los hombros zarandeándola con fuerza. Las lágrimas volvieron a asomar con fuerza a sus ojos, se tapó la cara. La áspera voz del hombre le gritó que estaba esperando. Se decidió por la más fácil, precisamente la que menos interesaba a Daniel y ella lo sabía. Pronunció su nombre con un susurro: -Débora…-¿Débora qué? –Escuchó nerviosa la nueva pregunta de él.-Débora, me llamo Débora Rojas.-Bueno ya hemos empezado, al fin… Dijiste que eras mexicana