Un regalo del destino
Un regalo del destino
Por: MAR VILAS
1

Daniel subió con su bebé en brazos la elegante escalera de su lujosa residencia. Sus largas zancadas devoraron los peldaños de dos en dos. Al llegar al primer piso apoyó su mano en la trabajada barandilla, el lugar perfecto para dominar todo el vestíbulo.  Echó un vistazo abajo y lo que vio lo dejó satisfecho. Respiró aliviado al comprobar que nadie lo había seguido. Mentalmente agradeció que su madre y su hermana estuviesen ocupadas despidiendo a los invitados de la fiesta. Una tarea que le correspondía a él como anfitrión, y a su esposa: Rebeca. Instintivamente acercó más al niño a su corazón, al tiempo que esbozaba una mueca de disgusto. Desde hacía apenas unas horas, su mujer ya no formaba parte de su presente. Era pasado, un episodio desafortunado de su vida que hubiera podido evitar y ….

-¡Bahh! - chasqueó la lengua – Demasiado tarde para lamentos.

Ni se podía volver atrás, ni cambiar las decisiones tomadas, así que, para su salud mental, mejor se concentraba en olvidar todo lo antes posible. Se prometió a si mismo poner todo su empeño en lograrlo. Se le vino a la cabeza uno de los deseos más manidos de la humanidad “Aprender de los errores”. Le fue imposible no sonreír: ¡Como si eso fuera tan fácil! Dicen que la historia siempre se repite. En su caso no: ¡No se repetiría! -Por supuesto que no ¡No y no!- Ojalá nunca volvieran a cruzarse en su vida, ni ella ni su…  Su sombrío semblante reflejaba la lucha que se libraba en su interior. Sentimientos de enojo y alivio se entremezclaban con un gran sentido de culpabilidad.

¡Culpable! ¿Por qué diablos se sentía tan culpable? El no ideó nada, más bien le tendieron una trampa en la que cayó como un novato. Así que podía considerarse culpable por omisión. ¿Dónde quedó el tiburón de los negocios? ¿Dónde quedó el hombre de acción al que no le temblaba el pulso a la hora de tomar decisiones? Pues al parecer todo lo dejaba para la vida laboral, en el terreno personal parecía un acomplejado. El desenlace de su historia con Rebeca estaba escrito desde el momento en que se conocieron, un mal guion para una manida película: mala, aburrida y previsible. Y todo por la incomparecencia del actor principal, que permitió lo chotearan sin hacer nada. Y para su desgracia, el actor principal era él.  Pues esa fue la última.

-¡Dios! -Cerró los ojos con furia, si no dejaba de atormentarse se volvería loco. – Se permitiría una noche pera lamentarse. Mañana sería otro día, y el despertaría como un hombre diferente: recuperaría el control de su vida y los sucesos de esos dos últimos días quedarían enterrados en el fondo de su alma.  Dejarían secuelas por supuesto, pero sabría a vivir con ellas, y desde luego con la lección bien aprendida… ¡Nunca más permitiría que alguien le tomara el pelo! Y mucho menos una mujer tan manipuladora y falsa como Rebeca, ni a ninguna otra…

Dejó de lado sus amargos pensamientos y prosiguió su camino. Entró en el pasillo de la izquierda y lo recorrió por completo.  El ruido que producían sus zapatos al golpear con fuerza el piso era el único sonido de la casa. Llegó a su destino, accionó el picaporte y entró en su cuarto lo más rápido posible. Cerró con el pie y se quedó parado, con su espalda contra la madera.

¡Jóder! ¡No! – parpadeó un par de veces intentando que la imagen que se aparecía ante sus ojos desapareciera. Pero no lo hizo, esa imagen la llevaba clavada en la retina, siempre la vería al entrar en esa habitación: “Los vio ahí, otra vez, tal como los descubrió esa misma mañana: “Su hermanastro Jorge de pie, con su espalda apoyada en la pared, jadeaba de placer mientras un brillo de satisfacción llenaba sus ojos. A su esposa no le vio la cara, estaba de rodillas con su cabeza escondida entre los muslos de su hermano, lo que estaba haciendo era más que evidente”. No hizo ningún escándalo, simplemente les dijo que por él podían seguir.  

Salió de ahí como alma que lleva el diablo, dando un portazo, mandaría quemar todo lo de ese cuarto, cambiar la decoración o no, mejor lo tapiaba de una buena vez… Se metió en la habitación principal. A fin de cuentas, ya era hora de que la ocupara. Jorge había perdido todo derecho al venderle su parte del rancho.

– ¡Al fin solo! – Suspiró entrecerrando los ojos. Al abrirlos la habitación le pareció enorme, demasiado para un hombre solo.  Así es como estaría el resto de su vida, bueno, a excepción de su pequeño tesoro. Permanecer soltero hasta el fin de sus días tampoco sería un peaje demasiado caro, estaba encantado. ¡Claro que sí! No deseaba a nadie más en su vida, tenía ya a su heredero en brazos y era todo lo que necesitaba. 

Miró a su hijo, sus pequeños ojitos anhelantes al parecer también lo estaban mirando, acercó al niño a sus labios y le dio un suave beso en la mejilla… Se permitió esbozar una tímida sonrisa llena de ternura. A partir de ese día, David sería su prioridad, todos sus besos y abrazos serían para ese muñequito lindo que se acurrucaba somnoliento en sus brazos. No iba a escatimarlos, el pequeño crecería rodeado de amor. Sería un niño plenamente feliz,  no permitiría que echara en falta el calor de una madre.

El ronroneo del bebé lo sacó de sus pensamientos.  Amorosamente lo depositó encima de la cama, la enorme cama de matrimonio que centraba la estancia.  Siguió jugando con David, su carita redonda respondía al estímulo de sus caricias, los ojitos color ámbar, tan parecidos a los suyos lo miraban curiosos.  Lo aseó y después de asegurarse que la leche estuviera a la temperatura le dio el biberón.  El pequeño lo bebió prácticamente sin respirar, crecía con rapidez y siempre tenía mucha hambre.  En eso también se parecían.

Otra vez un esbozo de sonrisa iluminó su rostro. De momento el niño no tenía ningún rasgo de su madre, era una suerte pues no soportaría ver reflejado en su hijo ninguna facción que le recordara a esa m*****a mujer, algo heredaría de ella, no podía luchar contra la genética. ¡Obviamente! Aunque deseó de todo corazón que fuera lo mínimo y sobretodo no su carácter ni su mal encaminada ambición.

Al terminar volvió a acostarlo en la amplia cama de matrimonio. Se quitó los zapatos y prácticamente se arrancó la corbata del cuello, antes de lanzarla con furia al suelo la miró con desprecio: esa corbata azul que tanto le recordaba a su esposa iría directamente a la basura. Se recostó al lado del niño, sentía que algo lo estaba ahogando e instintivamente desabrochó algunos botones de su camisa que dejaron al descubierto un cuidado pecho con algunas matas de vello claro.  Le gustaba cuidarse, pero no llegaba al punto de depilarse, quizá le hubiera tocado hacerlo de seguir practicando la natación. El aislamiento que se autoimponía en los diferentes internados en los que estuvo lo convertía en un niño solitario que rechazaba los deportes de grupo, así que se aficionó a la natación, desahogaba su frustración pasando largas horas en el agua. Mientras devoraba piscina tras piscina se olvidaba de las preguntas que atormentaban su cabeza ¿Por qué lo mandaban a él a un internado y no a sus hermanos? ¿Acaso sus padres no lo querían? ¿Apestaba? El resultado fue un cuerpo magníficamente esculpido: cintura estrecha, anchos hombros y piernas musculosas, que seguía cultivando pues por mucho trabajo que tuviera siempre buscaba unas horas a la semana para hacerse unos largos.

Dejó que David cerrara su manita alrededor de su dedo, respondió a sus gorgoteos con un cariñoso susurro, no se atrevió a entonar ninguna canción de cuna, se limitó a hacer ruiditos cariños. Cuando el bebé se durmió intentó dejar la mente en blanco y descansar de un día demasiado duro, sólo deseaba dormir y olvidar...  Era de prever que tarde o temprano su historia con Rebeca terminaría, pero el hecho de esperarlo no borraba lo doloroso de la situación. Si, se había librado de una mujer por la que no sentía el más mínimo aprecio y, por suerte antes de llegar a odiarla profundamente, esa era la parte buena, pero las formas no fueron las más adecuadas y la intervención de su hermano la gota que colmó el vaso.  Eso si no podía perdonarlo.  Las pesadillas de su niñez regresaron más vivas que nunca… Su hermanastro siempre terminaba quitándole todo lo que amaba. Pero eso también había llegado a su fin, ya no podría hacerlo pues nunca más tendría nada a lo que amar.

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