Daniel se removió nervioso en la cama, estaba claro que no conseguiría pegar ojo en toda la noche. ¡Maldita Rebeca y m*****a su estupidez! Caro había pagado su error, pues eso es lo que fue su esposa en su vida. Un segundo, un momento, una sola noche… y su vida cambió por completo desbaratando el proyecto de vida que había ansiado desde niño. Su mente soñolienta se remontó a un año atrás más o menos…:
Ese había sido sin lugar a duda el peor año de su vida, un “Año Horribilis” que empezó con la llamada urgente de su padre que lo obligó a interrumpir sus planes. Su hermanastro Jorge seguía haciendo de las suyas, tanto que había logrado sacar de quicio a su progenitor, tras fuertes discusiones y peleas subidas de tono sopesaba dejarlo fuera de la dirección de la compañía. Daniel olvidó su viaje de placer y regresó precipitadamente para mediar entre ellos, ¡Como siempre! ¡Nunca tuvo otra opción, mal que le pesara! Jamás conseguía trasladar la firmeza que demostraba en los negocios al ámbito familiar. A pesar del tormento que suponía para él Jorge, siempre terminaba solucionándole todos los problemas. Dios... ¡Se podía ser más imbécil! Ojalá lo hubiera dejado tirado el primer día que tuvo un encontronazo fuerte con su padre. Pero mirar atrás en ese momento no le servía de nada, únicamente le quedaba el consuelo de haber aprendido la lección. Aunque esa última vez el peaje fue demasiado alto: hubo de renunciar a su intención de tomarse un año sabático y pasó a convertirse en la mano derecha de su padre antes de lo que hubiera deseado.
Dedicado a trabajar a tiempo completo al lado de sus padres no le quedaba apenas tiempo para disfrutar de los placeres que la vida y su juventud le ofrecían. En uno de los pocos momentos de asueto que se permitió asistió a una fiesta donde se topó con Rebeca. Ese fue el principio de sus males, una sola noche abocó su vida al desastre... El único consuelo que le quedaba era la certeza que le habría sido imposible no fijarse en ella. Si algo tenía Rebeca era que nunca pasaba desapercibida. Siempre se convertía en el centro de atracción por su llamativa presencia. Esa noche resplandecía como nunca y enseguida se vio rodeada por un sinfín de aduladores a los que despachó con rapidez en cuanto intercambiaron sus miradas. Ofreciéndose al mejor postor logró su objetivo. No se separaron ya en toda la noche, un baile llevó a otro, embrujado y seducido por la fuerte sexualidad y la enorme experiencia de la mujer terminaron en la cama. La loba había salido de caza y se cruzó con él que cayó en sus redes sin oponer resistencia. Se vieron un par de veces más que terminaron en sendos revolcones. Para él suficiente, saciado su instinto sexual y luego de comprobar que la mujer no podía aportar nada más a su vida, decidió pasar página. Lamentablemente demasiado tarde, la trampa tejida surtió efecto. Rebeca movió sus hilos y propició que sus padres se enteraran de la relación, recibida como no, con agrado: al aparentemente solitario Daniel, antes pendiente de sus obligaciones que de divertirse al fin se le conocía una pareja. Además, con una joven de familia, no del mismo círculo de sus padres pues provenía de Austin y aunque no pasaban por su mejor momento económico el linaje de su apellido tapaba sus carencias actuales. Su abuelo materno había sido gobernador en sus tiempos, en resumen: la esposa ideal que lo catapultaría a lo más alto. Justo lo que le faltaba a la familia Savater: rancio abolengo
-¿Pero era eso lo que él deseaba en una esposa?
-No, desde luego que no-. Superado el primer momento de atracción enseguida advirtió que no tenían nada en común, estaba en una etapa de su vida en la que lo último que deseaba era comprometerse, así que no veía en ese idilio demasiado futuro. A pesar de esa sensación los manejos de Rebeca propiciaron que salieran aún un par de veces más. Las salidas terminaron en la cama, por supuesto, Rebeca sabía bien como llevar a un hombre a su terreno volviéndolo loco de placer y esa fue su definitiva perdición. Cuando hastiado ya por la insistencia de ella había decidido terminar la relación se llevó una mayúscula sorpresa: David ya venía en camino. Se le vino el mundo encima. La sensatez le decía que podía hacerse cargo del bebe sin necesidad de casarse, a fin de cuentas, estaban en el siglo XXI. Pero en su corazón prendió la llama de un pequeño ser de su misma sangre que no tenía la culpa de su estupidez y al que, por nada del mundo, iba a dejar que se criara bajo los caprichos de una mujer como Rebeca. Obvio ella utilizó esa arma: sin boda no había niño. Irremediablemente le entraron los remordimientos que sumados al lastre de la educación católica recibida acabaron por decantar su decisión.
Así que se conformó con lo que se le venía encima. Borró de su mente todo deseo de encontrar el verdadero amor junto a una mujer con la que poder compartir trabajo e ideales y se preparó pues, para asumir su nueva vida de casado. Plenamente consciente que su esposa lo eligió por su dinero se avino a cubrir todos sus caprichos e intentó dejarle vía libre para gastar a su antojo. Confiaba ilusamente que ella estaría satisfecha y no lo molestaría en demasía. Permitió que su esposa eligiera alojamiento. Rebeca, por supuesto, adquirió el apartamento más lujoso que encontró a la venta, un espectacular y enorme ático dúplex que innecesariamente redecoró de nuevo por completo. ¡Faltaría más!
Al poco de regresar de Luna de Miel, un larguísimo viaje que se le hizo eterno, en el que visitaron las principales capitales de Europa para terminar recorriendo las más espectaculares y paradisíacas playas del océano Índico, itinerario confeccionado evidentemente por su mujer, falleció su padre. Estaba enfermo, aunque lo había ocultado a la familia, sólo lo sabía su madre. Tarde entendió su insistencia para que se pusiera al día con todos los negocios familiares, la desmesurada alegría con la que recibió la concepción de su primer nieto, al que lamentablemente no llegaría a conocer y la urgencia para que asentara su vida y se casara.
Su padre fue aparentemente equitativo en su testamento, repartió a partes iguales entre sus tres hijos: Jorge, Daniel y Lisbeth, el rancho y el setenta y cinco por ciento de las acciones que poseía de la Savater’s Oil. Su madre poseía el restante veinticinco por ciento. Cuatro accionistas equivalían a cuatro votos para elegir al presidente de la compañía petrolera y tres copropietarios para dilucidar quien se ocuparía de la dirección del rancho. Eso sobre el papel, pues la realidad fue algo diferente. En sendas cartas personales dirigidas a su madre y a él, su padre les rogaba encarecidamente que no permitieran que Jorge, al que correspondería la presidencia por ser el mayor, ocupara ese cargo y mucho menos se encargara del rancho pues no lo veía capacitado para ocuparse de nada que no fuera malbaratar su patrimonio y consecuentemente su vida. Así que Doña Elena usó su voto y el de Lisbeth, menor de edad para apoyarlo. Sumado al suyo, tres a uno, logró ser nombrado presidente de la compañía. Para no desairar demasiado a Jorge le ofrecieron la vicepresidencia ejecutiva primera, con un buen sueldo a parte del beneficio de las acciones, su madre ocuparía otra. Lo mismo sucedió con el rancho, usando la parte de Lisbeth logró hacerse con el control.
En cualquier otro momento hubiera recibido de buen grado y con orgullo la confianza que depositó su padre en él al nombrarlo jefe de familia, pero precisamente no se encontraba en su mejor etapa: su vida de recién casado era un verdadero desastre. Sus problemas con Rebeca se agravaban cada minuto que pasaba. Lo habló con su madre, la cual enseguida se ofreció a echarle un cable: acordaron que ella se quedaría al frente de las oficinas de Houston, ya en solitario pues Jorge al salir derrotado de la votación por la presidencia abdicó de sus responsabilidades.
Con la dirección de la Savater’s Oil en buenas manos optó por trasladarse al rancho, en busca, si eso era posible, de algo más de privacidad y sosiego. Trabajaría en remoto y con comunicación constante con su madre, lo que le permitiría seguir controlando la evolución de la compañía. En verdad deseaba conseguir la tranquilidad que necesitaba para lidiar con su cada vez más problemática esposa. Ésta desde la boda se la había pasado yendo de fiesta en fiesta. Sola. Él no solía acompañarla. Nunca le gustó demasiado acudir a eventos sociales, el fiestero de la familia siempre fue Jorge, y ahora mucho menos le apetecía apenado aún por la muerte de su padre y agobiado como estaba por el trabajo que se le venía encima. Rebeca llegaba tarde a casa, bueno, si es que podía llamarse tarde a llegar a la hora del desayuno… La mayoría de les veces bebida, sin importarle para nada estar casada y ni mucho menos embarazada. Sus devaneos y continuas salidas fueron portada de muchas revistas y periódicos. Retirarse al rancho sólo sirvió para evitar que se viera involucrada en más escándalos, aunque no evitó su predisposición al consumo de alcohol y a otras sustancias mucho más peligrosas, que propiciaron que el niño naciera prematuro y con bajo peso. Afortunadamente no le quedaron secuelas: ahora era un bebé de tres meses, lleno de vida que recuperaba peso con rapidez. Rebeca no aceptó de buen grado ese cambio de domicilio, para ella fue una reclusión impuesta y empezó a hacérselo pagar más aún si cabe. Encontró en el niño el arma perfecta para usarla en su contra.
Al poco de nacer David se presentó Jorge en la finca, él y Rebeca se hicieron inseparables. ¿Se conocían ya de antes de la boda? ¿Habían sido ya amantes? Quién sabe… Quizá nunca lo sabría y tampoco importaba demasiado. Al menos Rebeca le había dejado un gran regalo, su pequeño. Su sexto sentido había evitado que se lo arrebataran.
Despertó al alba por el lloro del pequeño, se había quedado dormido con el bebé en su cama. Aún llevaba la ropa del día anterior. Obviamente David tenía hambre, lo acostó en su cuna y sin cambiarse de ropa se dirigió a la cocina para prepararle su comida, luego ya se daría una larga ducha para despejar su mente, disimular la falta de sueño y se enfrentar su nueva situación. Habitualmente una de las muchachas de servicio se ocupaba del niño, pues Rebeca casi nunca se preocupó de cuidarlo. En cambio, a él si le gustaba atenderlo cuando tenía tiempo, lamentablemente eso sucedía en contadas ocasiones. Lo más cómodo sería contratar a una niñera, la casa disponía de muchas criadas, pero ninguna especializada en bebes y no era bueno que su hijo anduviera de mano en mano. En la cocina ya canturreaba la cocinera mientras preparaba el desayuno, el trabajo en el campo empezaba pronto. La saludó afectuosamente y también al ama de llaves que repasaba el horario y tareas de las empleadas. Est
La fiesta fue ayer Tony, al terminar Rebeca decidió irse a la capital. – explicó sin demasiado entusiasmo, intentando, sin conseguirlo parecer lo más indiferente posible. -Bueno, esta información nos ahorra bastante trabajo, aunque no evitará la autentificación legal de los cadáveres, están prácticamente irreconocibles. Imagino que los forenses querrán practicar una prueba de ADN, quizá les sirva una placa dental, algún informe médico… – Informó Tony con voz ronca. - ¿Crees que podrás conseguirme algo parecido?-¿Es necesario? – Sugirió Daniel con el ánimo evidente de influir en todo lo posible en la decisión del policía, una autopsia alargaría la agonía, atraería a la prensa con sus correspondientes preguntas y no se veía capacitado para soportarlo, deseo que Tony, supiera leer entre líneas y atendiera su petición.-Es lo habitual… - siguió diciendo Tony que se fijó ahora si en la velada petición que reflejaban los ojos de su interlocutor - … pero para no remover más el caso y sí..
Después de acostar a su hijo, tarea que no le costó demasiado pues David siempre se quedaba dormido en un santiamén, Daniel se dispuso a bajar al despacho para terminar algunos pendientes. Al descender por la escalera recordó que ese día no era un día cualquiera, vislumbró ese mismo trayecto en sentido inverso tres años antes y la sonrisa que tenía en su rostro se transformó en una mueca de dolor. Decidió cambiar trabajo por un poco de esparcimiento. El ama de llaves eligió el momento en que él cogía su gruesa cazadora del perchero para salir de la cocina. -¿Va a salir señor? – le preguntó curiosa -Si – respondió con sequedad -… pero no creo que vuelva demasiado tarde – Aclaró - De todas formas, ocúpate de David. Duerme, pero dale un vistazo. Ahh…. Y recuerda tener todo preparado para mañana a primera hora. Viajo con Mike. - Añadió al tiempo que cerraba la puerta de la casa. – Te encargo a mi hijo estos días, como siempre. ¡De este mes no pasa, ahora si voy a contratar una niñera
Y aún le quedó tiempo para iniciar un nuevo proyecto, su sueño desde niño: un criadero de caballos de carreras. Su logro más preciado que aún no le reportaba beneficios, pero le servía de escape y relax. Eso era lo más importante para él. No había conseguido ganar ninguna carrera de las llamadas importantes, pero estaba en ello, precisamente ese era el motivo del viaje programado para el día siguiente, le había echado el ojo a un magnífico ejemplar ya retirado de la competición al que vendían como semental. El purasangre poseía numerosos triunfos en su palmarés. Pero el que le había llamado más la atención era el primero de todos, el Belmont Stakes de Nueva York. Por esa victoria estaba dispuesto a pagar una verdadera fortuna. Era nada más ni nada menos que una carrera de la Triple Corona[1]. Cuando se enteró decidió que no se le escaparía. A pesar de que en esos tres años se había convertido en una persona respetada por sus semejantes, el vacío que sentía en su corazón lo habí
Ensimismado en sus pensamientos recorrió la hora larga de camino que lo separaba del Menfis casi sin darse cuenta. Aparcó su coche en el lugar de costumbre y entró en el establecimiento. Ese día no estaba muy animado al menos a simple vista. Unos hombres jugaban en una mesa, otros pocos distraídos con la función que se ofrecía en el escenario: una pelirroja realizaba un striptease que recreaba una vieja película de cine. Se detuvo unos segundos a mirar, reconoció a la muchacha, llevaba ya un par de temporadas en el local, no recordaba haberse acostado nunca con ella. Al contemplar el espectáculo tan poco imaginativo no le entraron demasiadas ganas de escogerla. En su subconsciente imaginó que tendría otras aptitudes ocultas aparte de bailar sexy que evidentemente no era lo suyo, pero tampoco le picó demasiado la curiosidad. Nunca necesitó demasiados estímulos para animarse, sólo una mujer agradable, por descontado ese espectáculo cutre era contraproducente, así que enseguida des
-¡Termínate tu whisky y ven conmigo! – Le ordenó con firmeza, al tiempo que señalaba con la cabeza la parte posterior del establecimiento donde estaban situados los reservados. – Veo que no eres muy habladora, me gusta, yo tampoco tengo muchas ganas de hacerlo. -¿Hacer que? – preguntó la chica como si bajase del guindo y sin obedecer puesto que no bebió más. -Hablar, por supuesto – Aclaró él, guiñándole el ojo nuevamente. Vaya… Se había encaprichado de una chica no muy espabilada, al parecer siempre escogía a la mujer equivocada… pero era lo de menos ya había elegido, era bastante bonita, parecía limpia y él tenía prisa. La cogió por el codo y tiró de ella para que se levantara. Pasó la chaqueta desmadejadamente por encima de su brazo, se llevó consigo la botella que ya estaba medio vacía para dirigirse a la barra donde pidió depositando dinero encima del mostrador una llave al hombre que estaba sentado atendiendo la caja, como tantas veces en esos tres años. De soltero nunca habí
Débora titubeó, miró en dirección a la puerta, y luego volvió a fijarse en él, sus miradas se encontraron. Daniel esperó, ella negó con la cabeza. Suficiente para él pues necesitaba con urgencia enterrar sus malos recuerdos en el cuerpo de una mujer y no tenía ningunas ganas salir de nuevo al bar para buscarse otra.-Bien, ¿Brindemos pues? - Sugirió mirándola con risa burlona.La chica no contestó, en lugar de eso cogió, ahora sí, el vaso que Daniel le tendía y bebió todo su contenido de un trago, nada acostumbrada a la bebida su estupidez terminó con una mueca que torció su rostro y una desagradable sensación de ardor en su esófago.-Vaya…, te ha entrado sed de repente. ¿Quieres más?-No… auugg… – susurró en medio de un fuerte ataque de tos. La diabólica bebida seguía bajando por sus entrañas quemando todo lo que encontraba a su paso. Mejor para ti, este whisky es horrendo, lo malo es que deberás acostumbrarte a él si quieres tener éxito en este antro. – Murmuró en lo que quedó c
-¡No! ¡No podía moverse! Estaba completamente paralizada, las manos abiertas y los brazos extendidos a los costados. Dudó: Quedarse y seguir o salir corriendo. Si es que aún estaba a tiempo. No debía haber aceptado ir con él, se lamentó demasiado tarde. Era un error, ella era camarera. Camarera. ¿Sólo? Se repitió a si misma para intentar embotar su mente. ¡No! No era ninguna estúpida, pronto la obligarían a ser otra cosa, se le acababan el tiempo y las excusas. Mientras estuviera retenida en ese lugar no tenía escapatoria. Había escuchado alguna que otra conversación, presentía que Juárez tenía preparado algo especial para ella. Doris llevaba burlándose varios días, se divertía asustándola mientras le comentaba que no olvidaría jamás en la vida su primera vez. Analizó nuevamente su situación, el hombre era joven, bien parecido, hasta podría decirse que guapo, muy guapo. Y la trataba con delicadeza, al menos de momento. ¿Qué más daba? Un día u otro tenía que decidirse, mejor