Daniel suspiró cerrando los ojos mientras depositaba un suave beso en la frente de Débora. Todo estaba ya demasiado claro. Unas lágrimas de culpabilidad rodaron por la mejilla de la muchacha, nunca dejaría de ser tan cándida… las secó con sus labios.- No pasa nada chiquita, todo ha pasado al fin… duerme – Rogó en un susurro… No serviría de nada enfadarse con Débora ni regañarla por ser tan incauta, era ella sola contra tres harpías experimentadas, demasiada maldad para el corazón tan noble de su niña Debbie, a él le tocaría intervenir nuevamente y librarse de una vez por todas de esas tres víboras antes de que fuera demasiado tarde.A primera hora de la mañana siguiente entró una enfermera en la habitación para llevarla a dar el pecho a los bebés que seguían en la incubadora. Débora intentó negarse.-¡No, no quiero, no quiero hacerles más daño! ¡Daniel por favor, que no me lleven! - No podía sacarse de la cabeza que era culpa suya y no dejaba de llorar. Se dejó engañar como una bob
Las tres mujeres llegaron juntas, riendo y hablando entre ellas como si nunca hubieran roto un plato. Sin decir nada se sentaron en los butacones que había enfrente de la chimenea.-¿Te vas a ofender si nos servimos una copa? – preguntó irónicamente Lisbeth – Creo que ya es pasado el mediodía ¿Verdad hermanito gruñón? – insinuó recordando que su hermano, durante la primera entrevista que tuvieron le había negado una copa alegando que era demasiado pronto. Y sin esperar respuesta se dirigió al mueble bar y sirvió tres copas.Daniel no respondió, que acabaran con las existencias de whisky del rancho era el menor de sus pecados. Esperó a que todas tuvieran su copa en la mano y se levantó despacito. Llegó a su lado y se quedó de pie, apoyado en la repisa de la chimenea, observándolas. ¿Cómo podía haber tanto veneno y tanta maldad en tan pocos metros cuadrados? Imaginó que las tres abrían la boca y lo alcanzaban rodeando su cuerpo con una larga lengua viperina. Movió la cabeza, lo último
No todos recibieron con el mismo agrado la noticia de que Débora y los niños ya no estaban. Lisbeth, Margaret y Rebeca estaban contentísimas. La primera sólo por fastidiar, la segunda porque no perdía las esperanzas de conquistar a su vecino, y la tercera porque odiaba a esa mosquita muerta que le había quitado la posibilidad de volver a estar con su marido y le deseaba lo peor, tanto a ella como a Daniel, no entraba en sus planes ver que se la pasaban felices y contentos. Si ella no gozaba a Daniel, Débora tampoco.Jorge se enfadó mucho, pregunto a todos por el paradero de la mujer, nadie lo sabía y si lo sabían se lo decían. A las mujeres ni les importaba y celebraron la noticia, su hermano por supuesto no le dijo nada, discutieron fuertemente como siempre últimamente...pero Daniel logró su propósito de ocultar el paradero de Débora y eso era suficiente de momento para respirar un poco más tranquilo.-¿Y a ti que tanto te importa dónde está mi mujer? – le preguntó fastidiado-Tu
Débora no recordaba haber visto nunca a un hombre sacarse la camisa y los pantalones a tanta velocidad. Daniel se tumbó a su lado y empezó a desabrocharle los botones del vestido. Débora intentó impedirlo asiendo su mano:-Daniel, cierra las cortinas, debo estar horrible, aún doy el pecho y acabo de ser madre…-Psss, no lo digas mi vida, no digas nunca más eso, estás preciosa, me hiciste el regalo más grande que se puede hacer a un hombre y eso no puede afearte nunca – murmuró acariciando uno de sus pezones, del que salió una gota de leche, la recogió con el dedo y se lo llevó a la boca mientras le masajeaba el otro pezón. – No sabes las noches que he pasado extrañándote mi vida, tu sabor, tu olor, tu piel…, me vuelves loco chiquita. Tan loco que no puedo más, se colocó con cuidado encima de ella y buscó su sexo con la mano, introdujo sus dedos, nunca había estado con una mujer que acababa de dar a luz y no sabía si estaría preparada para recibirlo. Nunca más iba a hacerle daño. Intro
Helen se trasladó al rancho para estar al lado de su hijo, dejó sola a Débora con los niños. Tal como le correspondía Daniel se ocupó de todo. A fin de cuentas, Rebeca aún era su esposa puesto que no habían llegado a divorciarse. Encargaron una ceremonia sencilla en el cementerio del lugar con la intención de que asistieran únicamente su familia, que era bien poca y unos pocos amigos más allegados. De buena fe pensó que debía comunicarlo a los parientes más próximos de su esposa, así que localizó a la poca familia que quedaba de Rebeca en Austin, ella no tenía hermanos y supo que sus padres abandonaron el país al poco del primer fallecimiento de su hija. Llamó a una de sus tías, con la única que se llevaba. Esta recibió con sorpresa la noticia pues no tenía ni idea que su sobrina hubiera vuelto a la vida, la conversación se alargó pues se vio obligado a contarle toda la historia. La tía de Rebeca le rogó que le diera un poco más de tiempo para reunir a la familia y asistir al sepel
Impulsada por un resorte se revolvió asustada, Jorge permanecía en medio de la estancia mirándola con ojos burlones, riéndose a carcajada limpia. No le gustó esa expresión, a la vez que no creía nada de lo que le estaba diciendo, se lo gritó a la cara acercándose nuevamente a él. El hombre no se amilanó y añadió tranquilamente que tenía pruebas…-¿Qué pruebas…? – preguntó muy asustada Débora…-La pistola con la que Daniel mató a Rebeca con sus huellas. El la mató por ti, mató a su esposa para poder casarse contigo. Esa muerte te perseguirá toda la vida. Si vuelves con él estarás construyendo tu feliz vida encima de un cadáver…No, Débora no creía nada de nada… Dan era incapaz de matar. En ese momento recordó el día de su cumpleaños, las palabras de Daniel en un susurro ahogado mientras hacían el amor: “Mataría para impedir que te arrebaten de mi lado”. No, no, estaba loca, se estaba volviendo loca, no podía confundir las frases que se pronuncian en un momento de máxima excitación con
Débora cerró los ojos intentando pensar, lo poco que le permitía concentrarse la cercanía asquerosa de Jorge que ahora se entretenía tironeándole del pelo. Logró darle un manotazo. ¡No! ¡Su cabello no! Su melena era de Daniel. Estaba dispuesta a cortársela para impedir que Jorge se la acariciara. Ahí encontró la solución, cortar, debía cortar por lo sano, ella era el pretexto de Jorge para lastimar a su hermano, las disputas entre ellos no terminarían nunca y ahora ella estaba en medio. Podía irse… abandonarlos a los dos, si desaparecía de sus vidas ya no había motivo para la disputa, pero Jorge no lo iba a permitir. -No pienses que podrás huir de mi - ¡Dios mío! Débora se estremeció, parecía que le había leído el pensamiento.Si no se casaba con él, Daniel iba a pasar una temporada en la cárcel. Se lo dijo tranquilamente mientras volvía a besarla, la cogió desprevenida y logró introducir la lengua en su boca. Sintió repugnancia, pero no luchó, sabía por experiencia que sería contr
Daniel siguió contemplando al amor de su vida, se habían acabado las noches tristes añorándola en la soledad de su habitación. Su cama ya no volvería a estar vacía. Ahora ya nada los separaba, iban a estar juntos para siempre. Se casarían enseguida, tan pronto tuviera solucionado todo el papeleo legal, ya había iniciado los trámites, le quedó tiempo esa misma mañana.Ahora quería hacerlo bien. Sería una gran boda, no como la primera. Débora se lo merecía. En la vieja capilla del rancho, ya lo estaba imaginando. Darían una gran fiesta, aprovecharían también para bautizar a los mellizos, convertiría la celebración en un gran acontecimiento que sería recordado en la región por mucho tiempo. Así iba a ser el bautizo de David si su hermanastro y Rebeca no lo hubieran estropeado, esta vez nada empañaría la felicidad de todos. Tiraría la casa por la ventana si era necesario. Necesitaba proclamar a los cuatro vientos que Débora era la mujer de su vida, su compañera para el resto de s