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Las tres mujeres llegaron juntas, riendo y hablando entre ellas como si nunca hubieran roto un plato. Sin decir nada se sentaron en los butacones que había enfrente de la chimenea.

-¿Te vas a ofender si nos servimos una copa? – preguntó irónicamente Lisbeth – Creo que ya es pasado el mediodía ¿Verdad hermanito gruñón? – insinuó recordando que su hermano, durante la primera entrevista que tuvieron le había negado una copa alegando que era demasiado pronto. Y sin esperar respuesta se dirigió al mueble bar y sirvió tres copas.

Daniel no respondió, que acabaran con las existencias de whisky del rancho era el menor de sus pecados. Esperó a que todas tuvieran su copa en la mano y se levantó despacito. Llegó a su lado y se quedó de pie, apoyado en la repisa de la chimenea, observándolas. ¿Cómo podía haber tanto veneno y tanta maldad en tan pocos metros cuadrados? Imaginó que las tres abrían la boca y lo alcanzaban rodeando su cuerpo con una larga lengua viperina. Movió la cabeza, lo último
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