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Débora no podía más, su aguante había llegado al límite, el comentario de su esposo le dolió hasta límites insospechados y no se calló lo que sentía.

También se dolió Daniel, y mucho más porque encima cargaba un gran sentimiento de culpabilidad. Desde el momento en que la vio se encariñó con ella, le enterneció su inocencia, su sencillez y simpatía, quiso protegerla, y en lugar de eso la había lastimado, tanto que para ella estaba a la misma altura de ese ser tan despreciable de Eddie Morgan, que había intentado abusar de ella. Pero el era peor, ahora se daba cuenta, la había dañado interiormente, y esas cicatrices tardaban más en curar. Si es que llegaban a sanar algún día.

Por suerte había llegado a tiempo de impedir que se fuera, y ya no la dejaría ir, costara lo que costara. Había llegado el momento de terminar de una vez por todas con las tonterías, dejar de esconderse tras la máscara de hombre despechado, dejar de hacerse la víctima y romper de una vez la coraza de ese coraz
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