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No le quedó más remedio que obedecer y desayunar. Comió con ganas, era mentira que no tenía hambre, ella siempre tenía apetito. Daniel no paraba de mirarla, estaba atento a todo lo que ella necesitaba, le sirvió más jugo, la instó a comer más y más ofreciéndole más bizcocho… Cuando se dio cuenta de que había devorado casi todo y que Daniel la estaba mirando con expresión de suficiencia volvió a enojarse. ¡Dios! Qué estúpida era, siempre caía en todas las tretas de su esposo.

Dan avisó a José que no comerían fuera y se montaron una ranchera que ya estaba estacionada delante de la casa…

-¿Sabes conducir? – le preguntó repentinamente al cabo de un ratito, lo hizo para romper el silencio en el que viajaban, sin ninguna malicia, pero a Débora no le pareció lo mismo.

-Pues claro que no… ¿como crees que haya aprendido…? – Respondió con desagrado. A que venía ahora esa tontería de conducir. Si no podía ir a ningún sitio con Martín, menos iba a dejarla ir sola en coche. Estaba harta de
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