El sol brillaba alto en el cielo mientras Vanessa y Alex pasaban la tarde en el jardín de su casa.Vanessa estaba sentada en el césped, hojeando un libro de diseño, mientras Alex, con una cerveza en la mano, la observaba con una media sonrisa. Cerca de ellos, Nico corría de un lado a otro, rebosante de energía.De repente, el perro se detuvo bajo el gran roble y empezó a cavar frenéticamente, lanzando tierra en todas direcciones.—¿Qué haces, niño? —preguntó Vanessa, entrecerrando los ojos con sospecha.Alexandro soltó una carcajada.—Debe estar escondiendo uno de tus zapatos otra vez.—No lo dudes… pero espera, está demasiado concentrado.Nico siguió escarbando como si su vida dependiera de ello, removiendo la tierra con un entusiasmo desmedido. Y entonces, algo quedó al descubierto.Un viejo baúl de madera asomó entre el polvo y las raíces.Vanessa se puso de pie de un salto, su corazón latiendo con fuerza.—¿Qué demonios es eso?Alexandro se acercó, frunciendo el ceño.—Parece… una
La sala estaba en silencio, solo roto por el sonido de las cartas extendidas sobre la mesa. La luz cálida de la lámpara iluminaba las palabras escritas en tinta añeja, mientras Vanessa y Alexandro las contemplaban con rostros tensos. De repente, Nico irrumpió en la escena, corriendo con su pelota en la boca. Su entusiasmo no conocía de momentos cruciales. Se acercó a la mesa y, con un curioso empujón de su hocico, movió algunos de los papeles. Vanessa tomó la primera carta con cuidado y comenzó a leer en voz alta, su voz temblando con la carga de las palabras: —"Mi amada Isabel, Te escribo con el corazón destrozado. No llegué al aeropuerto porque mi padre lo impidió. Me encerraron en la finca familiar y me advirtieron que si intentaba buscarte, harían daño a los Durabrand. No puedo arriesgarme a que sufras por mi culpa..." El aire pareció espesarse. Vanessa levantó la mirada, sus ojos ardían de rabia cuando se clavaron en Alexandro. —¿Te das cuenta? —su voz era un filo de navaja
En casa de Victoria Montenegro...Victoria estaba sentada frente a la ventana, los dedos entrelazados, la mirada fija en el horizonte. La conversación con Héctor de unos días atrás aún resonaba en su mente. Todo estaba tomando forma, como piezas de un rompecabezas que finalmente encajaban. Uno de los hombres que tenía vigilando a Alexandro y Vanessa había informado sobre una charla con Emilia. Ese detalle, tan aparentemente insignificante, había sido clave.FlashbackHéctor entró a la oficina con cautela, cerrando la puerta detrás de él. A pesar de los años que llevaba al servicio de la familia Montenegro, nunca se acostumbró a estar frente a Victoria. Había algo en su mirada que le transmitía la sensación de estar parado en el borde de un abismo.—¿Me mandó a llamar, señora Montenegro? —preguntó con voz contenida, mientras se mantenía a una distancia prudente.Victoria no le dio tiempo a asentarse. Con movimientos calculados, deslizó un sobre grueso hacia él, sin apartar la mirada.—
Alexandro llegó a casa con el ceño fruncido y los puños apretados. Después de la conversación con su madre, una tormenta de emociones lo embargaba: confusión, dolor y una creciente desconfianza. Vanessa, al notar su actitud distante, sintió una punzada de preocupación. —Mi amor, ¿vas a decirme qué pasa o vas a seguir con esa cara de funeral? —preguntó Vanessa, cruzando los brazos y tratando de mantener la calma. —Dímelo tú, Vanessa. ¿Desde cuándo tu familia se especializa en robar herencias y engañar a los Montenegro? —espetó Alexandro, su voz cargada de enojo y desilusión. —¿Qué diablos estás diciendo, Alex? —respondió ella, su mirada reflejando incredulidad y dolor. —¡Mi madre me dijo la verdad! —gruñó él, avanzando hacia ella con pasos firmes—. Tu abuela manipuló a mi abuelo, ¿no? Lo sedujo para quedarse con parte de la empresa, ¿o qué? —¿En serio crees eso? ¿Tú, de todas las personas, confías en lo que dice tu madre? —Vanessa sintió cómo la desesperación se apoderaba de ella
El bar estaba casi vacío a esas horas de la noche. Alexandro bebía su whisky con lentitud, perdido en sus pensamientos, cuando Damián se levantó repentinamente. —Hermano, tengo que irme. Mariana me acaba de escribir y parece que tiene antojo de algo que solo venden en el otro lado de la ciudad. Alexandro bufó con una sonrisa leve. —¿Y qué antojo tan urgente es ese? —Helado de avellanas con papas fritas. —Damián hizo una mueca—. No preguntes. Alexandro soltó una carcajada baja. —Dale, ve. Yo estoy bien. Damián lo estudió por un segundo antes de palmearle el hombro. —Seguro que sí, pero no hagas estupideces. —¿Cuándo las hago? Damián le lanzó una mirada significativa antes de salir del bar. Alexandro suspiró y volvió a concentrarse en su vaso, sin notar la figura que se movía entre las sombras del local, esperando pacientemente la salida de Damián. Lucía se alisó el vestido ajustado y se acercó con elegancia felina a la mesa donde Alex se encontraba. —Qué coincidencia enco
Vanessa estaba en la cama de su antigua habitación, con Nico acostado a su lado. Sus dedos acariciaban distraídamente el pelaje del perro, pero su mente estaba en otra parte. No podía dormir. No después de la discusión con Alexandro.Había esperado que, después de todo lo que habían vivido juntos, él confiara en ella. Que no se dejara manipular por su madre. Pero ahí estaba, cuestionándola, poniendo en duda lo que habían construido.Suspiró y tomó su celular, buscando distraerse. Tal vez Alex le había escrito… tal vez se había dado cuenta de que había exagerado. Pero no había nada.Excepto un correo anónimo con el asunto: "Abre los ojos, Vanessa."Frunció el ceño y lo abrió con cautela.Las fotos la golpearon como un puñetazo en el estómago.Alexandro, en un bar.Lucía acercándose demasiado.Lucía tocándole el brazo con confianza.Y la peor de todas: Lucía besándolo.Vanessa sintió cómo su pecho se comprimía, su garganta se cerraba y sus ojos ardieron con una intensidad desgarradora.
Vanessa respiraba agitadamente mientras tiraba ropa dentro de una maleta. No pensaba quedarse ni un segundo más en ese apartamento. No después de lo que acababa de ver.Nico, su fiel compañero, la miraba desde la puerta con las orejas bajas, percibiendo su angustia.—Nos vamos, Nico —murmuró con la voz temblorosa, acariciándole la cabeza.El perro gimió suavemente, como si entendiera que algo estaba mal.Mariana que acababa de llegar después de la llamada de auxilio y Sofía la observaban desde la puerta, preocupadas.—Vanessa, por favor, piensa bien lo que estás haciendo —insistió Mariana—. No tomes una decisión de la que puedas arrepentirte después.—¡No hay nada que pensar! —estalló Vanessa, con los ojos brillando de rabia y dolor—. ¡Lo vi, Mariana! ¡Lo escuché!Sofía se acercó con cuidado.—Lo sé, nena, pero… ¿y si alguien está detrás de esto? ¿No crees que todo es demasiado conveniente?Vanessa negó con la cabeza, apretando los labios.—Ya no me importa. Alexandro no confió en m
El peso de una mentiraAlexandro tambaleó hasta sentarse en el borde de la cama, con el teléfono temblando en su mano. Su respiración era errática, el corazón le golpeaba el pecho con una mezcla de furia, pánico y asco. Todo era una maldita trampa.El olor a perfume barato y alcohol impregnaba las sábanas revueltas. Su piel ardía, pero no por deseo, sino por ira. Ira contra sí mismo, contra la situación, contra Lucía.Ella lo observaba desde la cama con una sonrisa satisfecha, sin molestarse en cubrirse. Su cabello despeinado caía sobre sus hombros desnudos y sus ojos brillaban con una malicia calculada.—¿Te vas tan pronto? —preguntó con falsa inocencia, paseando los dedos por la sábana con lentitud.Alexandro la ignoró. Apretó los dientes, su mandíbula se tensó hasta el punto de dolerle. El teléfono casi se resbaló de sus manos por el temblor incontrolable de sus dedos, pero logró marcar el número de Damián.Bip… Bip…Cada tono se sentía eterno.—¿Qué mierda quieres, Alex? —Damián c