En casa de Victoria Montenegro...Victoria estaba sentada frente a la ventana, los dedos entrelazados, la mirada fija en el horizonte. La conversación con Héctor de unos días atrás aún resonaba en su mente. Todo estaba tomando forma, como piezas de un rompecabezas que finalmente encajaban. Uno de los hombres que tenía vigilando a Alexandro y Vanessa había informado sobre una charla con Emilia. Ese detalle, tan aparentemente insignificante, había sido clave.FlashbackHéctor entró a la oficina con cautela, cerrando la puerta detrás de él. A pesar de los años que llevaba al servicio de la familia Montenegro, nunca se acostumbró a estar frente a Victoria. Había algo en su mirada que le transmitía la sensación de estar parado en el borde de un abismo.—¿Me mandó a llamar, señora Montenegro? —preguntó con voz contenida, mientras se mantenía a una distancia prudente.Victoria no le dio tiempo a asentarse. Con movimientos calculados, deslizó un sobre grueso hacia él, sin apartar la mirada.—
Alexandro llegó a casa con el ceño fruncido y los puños apretados. Después de la conversación con su madre, una tormenta de emociones lo embargaba: confusión, dolor y una creciente desconfianza. Vanessa, al notar su actitud distante, sintió una punzada de preocupación. —Mi amor, ¿vas a decirme qué pasa o vas a seguir con esa cara de funeral? —preguntó Vanessa, cruzando los brazos y tratando de mantener la calma. —Dímelo tú, Vanessa. ¿Desde cuándo tu familia se especializa en robar herencias y engañar a los Montenegro? —espetó Alexandro, su voz cargada de enojo y desilusión. —¿Qué diablos estás diciendo, Alex? —respondió ella, su mirada reflejando incredulidad y dolor. —¡Mi madre me dijo la verdad! —gruñó él, avanzando hacia ella con pasos firmes—. Tu abuela manipuló a mi abuelo, ¿no? Lo sedujo para quedarse con parte de la empresa, ¿o qué? —¿En serio crees eso? ¿Tú, de todas las personas, confías en lo que dice tu madre? —Vanessa sintió cómo la desesperación se apoderaba de ella
El bar estaba casi vacío a esas horas de la noche. Alexandro bebía su whisky con lentitud, perdido en sus pensamientos, cuando Damián se levantó repentinamente. —Hermano, tengo que irme. Mariana me acaba de escribir y parece que tiene antojo de algo que solo venden en el otro lado de la ciudad. Alexandro bufó con una sonrisa leve. —¿Y qué antojo tan urgente es ese? —Helado de avellanas con papas fritas. —Damián hizo una mueca—. No preguntes. Alexandro soltó una carcajada baja. —Dale, ve. Yo estoy bien. Damián lo estudió por un segundo antes de palmearle el hombro. —Seguro que sí, pero no hagas estupideces. —¿Cuándo las hago? Damián le lanzó una mirada significativa antes de salir del bar. Alexandro suspiró y volvió a concentrarse en su vaso, sin notar la figura que se movía entre las sombras del local, esperando pacientemente la salida de Damián. Lucía se alisó el vestido ajustado y se acercó con elegancia felina a la mesa donde Alex se encontraba. —Qué coincidencia enco
Vanessa estaba en la cama de su antigua habitación, con Nico acostado a su lado. Sus dedos acariciaban distraídamente el pelaje del perro, pero su mente estaba en otra parte. No podía dormir. No después de la discusión con Alexandro.Había esperado que, después de todo lo que habían vivido juntos, él confiara en ella. Que no se dejara manipular por su madre. Pero ahí estaba, cuestionándola, poniendo en duda lo que habían construido.Suspiró y tomó su celular, buscando distraerse. Tal vez Alex le había escrito… tal vez se había dado cuenta de que había exagerado. Pero no había nada.Excepto un correo anónimo con el asunto: "Abre los ojos, Vanessa."Frunció el ceño y lo abrió con cautela.Las fotos la golpearon como un puñetazo en el estómago.Alexandro, en un bar.Lucía acercándose demasiado.Lucía tocándole el brazo con confianza.Y la peor de todas: Lucía besándolo.Vanessa sintió cómo su pecho se comprimía, su garganta se cerraba y sus ojos ardieron con una intensidad desgarradora.
Vanessa respiraba agitadamente mientras tiraba ropa dentro de una maleta. No pensaba quedarse ni un segundo más en ese apartamento. No después de lo que acababa de ver.Nico, su fiel compañero, la miraba desde la puerta con las orejas bajas, percibiendo su angustia.—Nos vamos, Nico —murmuró con la voz temblorosa, acariciándole la cabeza.El perro gimió suavemente, como si entendiera que algo estaba mal.Mariana que acababa de llegar después de la llamada de auxilio y Sofía la observaban desde la puerta, preocupadas.—Vanessa, por favor, piensa bien lo que estás haciendo —insistió Mariana—. No tomes una decisión de la que puedas arrepentirte después.—¡No hay nada que pensar! —estalló Vanessa, con los ojos brillando de rabia y dolor—. ¡Lo vi, Mariana! ¡Lo escuché!Sofía se acercó con cuidado.—Lo sé, nena, pero… ¿y si alguien está detrás de esto? ¿No crees que todo es demasiado conveniente?Vanessa negó con la cabeza, apretando los labios.—Ya no me importa. Alexandro no confió en m
El peso de una mentiraAlexandro tambaleó hasta sentarse en el borde de la cama, con el teléfono temblando en su mano. Su respiración era errática, el corazón le golpeaba el pecho con una mezcla de furia, pánico y asco. Todo era una maldita trampa.El olor a perfume barato y alcohol impregnaba las sábanas revueltas. Su piel ardía, pero no por deseo, sino por ira. Ira contra sí mismo, contra la situación, contra Lucía.Ella lo observaba desde la cama con una sonrisa satisfecha, sin molestarse en cubrirse. Su cabello despeinado caía sobre sus hombros desnudos y sus ojos brillaban con una malicia calculada.—¿Te vas tan pronto? —preguntó con falsa inocencia, paseando los dedos por la sábana con lentitud.Alexandro la ignoró. Apretó los dientes, su mandíbula se tensó hasta el punto de dolerle. El teléfono casi se resbaló de sus manos por el temblor incontrolable de sus dedos, pero logró marcar el número de Damián.Bip… Bip…Cada tono se sentía eterno.—¿Qué mierda quieres, Alex? —Damián c
Los últimos dos días habían sido un infierno.Alexandro estaba desesperado. Había buscado en todos lados, pero no había rastro de Vanessa. Era como si la tierra se la hubiera tragado.Llamadas ignoradas. Mensajes sin respuesta. Sofía y Mariana tampoco sabían nada, y su frustración aumentaba con cada minuto que pasaba sin noticias.Su casa se sentía vacía, fría, como si la luz se hubiera apagado con la ausencia de Vanessa. El silencio era insoportable. No dormía, apenas comía y su mente no dejaba de repetirse las imágenes de aquella maldita mañana en el hotel, el mensaje que demostraba lo herida que estaba Vanessa. La desesperación se mezclaba con la rabia. ¿Cómo podía creer que él le haría algo así? Sí, la situación había sido comprometedora, pero ella debía saber que él jamás tocaría a otra mujer.El único que parecía darse cuenta de su angustia era Damián.—Te ves como la mierda, Montenegro.—No me jodas, Damián.—Solo digo lo evidente. No la vas a encontrar si sigues actuando com
Los días en la casa se habían convertido en un campo minado.Cada paso, cada roce, cada mirada entre Vanessa y Alexandro estaba cargada de una electricidad peligrosa, una tensión latente que los envolvía sin tregua. Era un juego silencioso, una guerra sin palabras en la que ambos parecían estar midiendo fuerzas, empujando los límites del otro sin siquiera tocarse… demasiado.Vanessa intentaba ignorarlo, fingir que no le afectaba. Pero era imposible.Él estaba en todas partes.Por las mañanas, cuando entraba a la cocina en busca de café, lo encontraba allí, apoyado despreocupadamente en la encimera, observándola en silencio con esa mirada intensa que le erizaba la piel. Su presencia la desconcentraba, hacía que sus manos temblaran ligeramente al sostener la taza, como si fuera consciente de cada pequeño movimiento que hacía bajo su escrutinio.En los pasillos, cuando pasaban uno junto al otro, sus cuerpos se rozaban accidentalmente. Un roce fugaz, apenas un contacto… pero suficiente pa