Aquel hotel era fantástico. Aparte de rodear de lujos a sus huéspedes, tenía el aliciente añadido de que ponía a disposición de sus clientes una oficina completa en cada habitación, con fax, teléfono y todos los cables y mecanismos necesarios para conectar el ordenador portátil.
Todo ello significaba que podía seguir en contacto con su despacho de España a través del teléfono, del fax y del correo electrónico. Sin embargo, no dejó de sorprenderla el hecho de que su despacho intentara comunicarse con ella, dado que debería ser medianoche en España.
¿Habría surgido algún problema?
Pero el fax no provenía de la oficina de Mayorca. Samira abrió los ojos con incredulidad al ver el membrete que figuraba en la parte superior del papel. A pesar de que no estaba muy familiarizada con las grandes compañías norteamericanas, sabía que Broadwood Securities Inc era una de las empresas más importantes de los Estados Unidos. Su sorpresa fue aún mayor al ver que la carta llevaba la firma de Lewis Travis, presidente y director general.
Samira no se lo podía creer. Parecía que Linda estaba en lo cierto y que Lewis se había convertido en un pez gordo en el mundo de Wall Street. No era de extrañar que todos los asistentes a la conferencia de aquella tarde no se hubieran perdido ni una coma de sus palabras.
De hecho, le pareció bastante deprimente el darse cuenta de que, tal vez, su propio discurso no había sido tan fantástico como ella había imaginado, teniendo en cuenta quién le había presentado. Lo contrario sí que hubiera sido un milagro.
Samira intentó apartarse aquellos pensamientos de la cabeza y se dispuso a leer la carta. Ésta era muy breve y al grano, recordándole simplemente que le había invitado a cenar. Decía que Lewis pasaría a recogerla a las siete y media de aquella tarde para llevarla al restaurante Four Seasons.
¡Aquello era el colmo de la arrogancia! Samira estuvo a punto de enviarle otro fax, diciéndole que aquella tarde ya estaba comprometida. Sin embargo, recordó que debía agradecerle sus esfuerzos de aquella tarde, por no reconocer que efectivamente le apetecía verle. Al mirar al reloj, estuvo a punto de lanzar un grito de desesperación. Sólo disponía de tres cuartos de hora para lavarse y secarse su larga melena y para encontrar algo que ponerse, ya que, aunque no conocía Nueva York muy bien, sabía que el Four Seasons era uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad.
Una media hora más tarde, Samira se miraba ansiosamente en el espejo. Como viajaba con poco equipaje y había pensado que sólo era un viaje de negocios, no disponía de mucha ropa. Por eso, no dejó de agradecerse su buena suerte al comprobar que, en el último minuto, había decidido llevarse un sencillo vestido negro de crespón que llevaba formando parte de su guardarropa muchos años. Sin embargo, no era nada del otro mundo y ni siquiera un collar de perlas podría hacerlo pasar por caro.
¿Y qué importaba? No había ninguna razón en preocuparse demasiado por su apariencia, ya que no podía hacer nada para mejorarla.
Sin embargo, por la manera en la que Lewis la miró cuando apareció a las siete y media en punto, examinándola de arriba abajo, no pareció que él se sintiera muy decepcionado. Entonces, sin dejar de contemplar el pelo rubio platino que le caía a ella por los hombros, la escoltó hasta la limusina que les estaba esperando a la puerta del hotel.
Con las mesas situadas alrededor de una maravillosa plataforma de mármol, el restaurante ciertamente hacía honor a su reputación como uno de los lugares de moda de Nueva York.
Pero lo que nadie le había dicho a Samira es que también era un lugar muy romántico, aunque probablemente aquel ambiente se debiera a que la tarde, por lo menos para ella, estuviera adquiriendo un halo de magia y encanto.
Parecía imposible que, después de tantos años, ella y Lewis hubieran sido capaces de conectar tan rápidamente, como si absolutamente nada hubiera cambiado entre ellos. Aunque aquella sensación debía de ser un espejismo, ya que todo había cambiado mucho desde entonces. Pero, precisamente por eso, ella iba a tener que ir con mucho cuidado.
El hecho de que los dos se estuvieran riendo con las mismas cosas y disfrutando los cotilleos que circulaban sobre el mundo de los negocios no significaba demasiado. Lo que a ella le había dejado completamente sorprendida era que todavía lo encontrara tan tremendamente atractivo y sintiera un verdadero deseo de arrojarse en sus brazos, aunque era muy poco probable que él sintiera lo mismo.
Desgraciadamente, Samira no tenía ni idea de lo que Lewis estaba pensando. Frío, tranquilo, y profundamente encantador, estaba claramente dispuesto a hacerle pasar una noche inolvidable. Pero, mientras le contaba
cómo lo había contratado un banco de Norteamérica cuando trabajaba de profesor y cómo se había unido a su actual empresa como Presidente, no daba ninguna señal de lo que sentía por ella o por su anterior relación.
No era de extrañar que su relación hubiera acabado tristemente. Cualquier relación sentimental entre los estudiantes y sus profesores no había sido nunca bien considerada por las autoridades universitarias. En la actualidad, Samira comprendía que Lewis había actuado correctamente, tanto para proteger su posición académica como la futura carrera de ella.
Sin embargo, a pesar de que ella se había sentido completamente desolada cuando él decidió terminar abruptamente su relación, no parecía que nada hubiera cambiado. Lewis seguía siendo, para ella, el hombre más atractivo que ella había conocido.
Samira no estaba segura de sí sería el vino, pero se sentía débil y con la mente aturdida. Fuera lo que fuera, tenía que serenarse, luchar por aclararse la mente. Desgraciadamente, le estaba resultando demasiado difícil. ¿Cómo podría ella intentar apartar los recuerdos de la cabeza cuando estaban tan cerca el uno del otro? Cada gesto, cada movimiento de Lewis, cada vez que le rozaba el muslo con el suyo, hacía que le resultara a Samira mucho más difícil olvidar las veces que fiera y apasionadamente habían hecho el amor.
—Vale, Samira —dijo Lewis, sacándola de sus pensamientos—. Ya he hablado yo bastante. ¿Qué has estado tú haciendo durante los últimos nueve años?
—Bueno… —empezó ella, intentando olvidar el enorme atractivo sexual del hombre que tenía delante de ella—. He estado bastante ocupada. Ahora me encargo de administrar los fondos de pensiones de varias empresas y…
—No es a eso a lo que me refería —le interrumpió él, con un gesto rápido de los dedos—. Me interesa mucho más tu vida privada. Por ejemplo, me he dado cuenta de que no hay mención de un marido en tu curriculum…
—Bueno… —repitió ella, mientras intentaba encontrar una respuesta.
No quería decirle la verdad, ya que, con toda seguridad, él querría saber la verdad que se ocultaba tras la ruptura de aquel breve, pero desastroso matrimonio, no era buena idea mencionarlo y mucho menos informar a todo el mundo de su nefasto matrimonio.
Al acceder a casarse con el pintor Antonio Stuard a pesar de seguir enamorada de Lewis, Samira había cometido la peor equivocación de su vida. ¿Cómo podría explicarle que ella había sabido que el matrimonio estaba sentenciado al fracaso incluso desde el momento que salían por la puerta de la iglesia? ¿Cómo podría explicarle que sólo lo había hecho para demostrarle a Lewis que no sentía nada por él, y que incluso si él no la deseaba ni la encontraba atractiva, había muchos otros hombres que no opinaban lo mismo?
No… aquello era demasiado vergonzoso. No podía contarle nada de aquello a Lewis, y mucho menos en aquel maravilloso restaurante. Por eso, a pesar de que sabía que no contárselo podía acarrearle muchos problemas, Samira respiró profundamente y dijo:
—No… no estoy casada. Por supuesto he tenido algunas relaciones serias pero…
—Sí, ya me lo imagino —respondió él lentamente, mirándola con intensidad el suave pelo rubio y los grandes ojos—. ¿Hay alguien importante en tu vida en estos momentos? —pregunto el muy interesado
—No… no —murmuró ella, dándose cuenta con amargura de que se estaba sonrojando—. ¿Y tú? —añadió ella, para evitar que la atención se concentrara en su vida.
—Sigo soltero —le respondió Lewis—. Aunque, por supuesto, he tenido algunas relaciones bastante serias durante los últimos años… — añadió. Samira se dio cuenta de que no era inmune a los celos, que le atravesaron como agujas, le molestaba saber que otras mujeres disfrutaron de sus caricias y fue algo serio—. Y he tenido una relación bastante duradera durante los últimos tres años.
—¿De veras? —murmuró ella, intentando parecer interesada en lo que él acababa de confesarle—. Tal vez deberías haberla invitado esta noche para que cenara con nosotros. En cualquier caso, la próxima vez que venga a Nueva York tienes que presentármela.
—Bueno… no. Me temo que eso va a ser un poco difícil —replicó Lewis, con un brillo divertido en los ojos—, porque esa relación ha acabado no hace mucho.
—¡Vaya! Lo siento—le dijo ella, pero por dentro su corazón se alegra de escuchar eso—. ¿Por qué… por qué rompisteis?
—Fue culpa mía —confesó Lewis—. Cuando llegó el momento de hacer algún tipo de compromiso permanente, como el matrimonio siento que no es para mí. Entonces es mejor alejarme. Supongo —añadió tras una pequeña pausa—, que la pura verdad es que no deseaba pasar el resto de mi vida con esa mujer en particular. Así que eso fue todo —concluyó, encogiéndose de hombros—. Esa es mi historia.
—Siento que no saliera bien las cosas——No hay por qué sentir nada —le replicó él, con una ligera sonrisa—. Francamente, entre tú y yo, ¡me parece que me he librado de una buena! En cualquier caso, todo esto pertenece al pasado. De hecho, mi querida Samira, yo diría que es el presente y el futuro inmediato lo que me parece más prometedor. ¿No te parece?Samira intentó tranquilizarse de nuevo mientras él pagaba la cuenta, aunque le estaba resultando más que difícil. Sabía perfectamente cuando un hombre se le estaba insinuando, pero tras haber pasado más de dos horas intentando ignorar la atracción que sentía por aquel hombre le había dejado agotada. Le resultaba muy difícil sumar dos y dos, y mucho menos podía adivinar lo que él tenía en mente para el resto de la noche.—Yo… yo no estoy segura de lo que quieres decir —musitó ella, cuando el camarero se marchó.—¡Venga ya, Samira! —exclamó él con una ligera sonrisa burlona—. Lo que quiero decir es que ya va siendo hora de que nos vayamo
—Lo siento, Lewis. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… —confesó ella con voz ronca.—Al contrario —murmuró él—. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…—No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado —protestó ella—. De verdad… me parece que todo esto es un error.—He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…—No creo que lo hayas pensado lo suficiente.—En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…—¡Lewis! No creo que esto sea una buena idea —murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.—Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando
—Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata —murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.—¡Por amor de Dios! —exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.—Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe dónde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!—¡Y tú sigue soñando, su excelencia! —le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.—Bueno, esa era una de mis fantasías —bromeó él—. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?—¡Exactamente! —murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Lewis había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella
Samira se detuvo en la puerta, volviéndose para mirar el espacioso salón de su ático de Londres. Sus dos hermanas habían pensado que estaba loca, en especial la mayor, Eliana. Ella vivía con su marido, que era médico en Gloucestershire, y tenía dos ruidosas hijas.Samira siempre había hecho el esfuerzo de que su apartamento estuviese en un orden perfecto cuando se marchaba a trabajar. La razón principal era que, cuando volvía a casa después de un largo y agotador día en su despacho, necesitaba relajarse en un espacio tranquilo y ordenado.Por eso, le encantaban el suelo de madera de roble y las cortinas de muselina blanca que cubrían los ventanales. Seguía la corriente del«minimalismo», que parecía dictar una mínima cantidad de muebles con todo recogido en armarios que no estaban a la vista, y aquella decoración era su ideal del absoluto paraíso.—¡Pero todo es tan frío! —le había dicho su hermana cuando visitó el ático por primera vez hacía dos años.Eliana se había echado a temblar
En aquellos momentos, el taxi llegó al edificio de oficinas en el que ella trabajaba. Cuando subió al cuarto piso, se sorprendió de encontrar un grupo de socios susurrándose el uno al otro.—Hola, ¿qué pasa? —le preguntó a su ayudante, Henry Graham, cuando entró en su despacho.—Paul Unwin se ha marchado.—¿Cómo? ¿De qué estás hablando?—Aparentemente —dijo Henry, encogiéndose de hombros—. Paul entregó su renuncia el viernes por la noche, después de que todos nos habíamos marchado.—Eso es una broma ¿no?—No. Hay rumores de que lo han contratado los ejecutivos de la Paramount Asset Management. Pero nadie lo sabe con seguridad.—¡Madre mía! —exclamó Samira, sentándose en la silla, totalmente aturdida por las noticias de la dimisión del jefe de su departamento—. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—Bueno, todavía no ha habido confirmación oficial de los jefazos. Sin embargo, han llamado un par de periodistas preguntando si podemos confirmar los rumores que dicen que Paul se ha march
Totalmente destrozada por el rechazo de Lewis, se retiró de la vida universitaria. Sólo gracias a la amabilidad y paciencia de sus amigas y de su familia, junto con el apoyo de su amigo, el artista Alan Gifford, fue capaz de completar sus estudios y obtener su título. Cuando Alan le dijo que quería casarse con ella, Samira accedió, sin pensar mucho en lo que hacía.Samira se inclinó en la silla, dejando la fotografía a un lado. Pobre Alan. Nunca había habido ninguna posibilidad de que hubieran podido ser felices, ya que ella seguía profundamente enamorada de Lewis.Sin embargo, el tiempo lo curaba todo. Cuando Alan y Samira decidieron separarse, ella sabía que sólo era culpa suya, y por eso había procurado mantener buenas relaciones con su marido.El sonido distante del reloj de una iglesia le hizo volver a la realidad, sabiendo que no había ninguna razón para abandonarse a los recuerdos.Su matrimonio con Alan era pasado y también lo eran los tristes recuerdos de su antigua relación
—A pesar de todo, es fantástico volver a Inglaterra después de tantos años. Me había olvidado de lo verde que es todo. Junio es la mejor época del año para contemplar el paisaje, ¿no crees?Minutos después, cuando Lewis se quedó dormido, Samira no se sorprendió en absoluto, ya que tenía un aspecto mucho más agotado que la última vez. A pesar del bronceado, adquirido en sus viajes al Lejano Oriente, el rostro parecía tenso y cansado.Le resultaba extraño ver los altibajos que parecía sufrir su relación con aquel hombre. Todos sus temores habían desaparecido al verle en la terminal de Heathrow. Una vez más, estar al lado de Lewis resultaba muy sencillo. Eran amigos además de amantes, a pesar de su ruptura todos esos años atrás. A Samira no le costaba creer que sería capaz de afrontar aquella relación sin sentimientos, si aquello era posible.Samira no entendía lo que le pasaba últimamente. Respecto a su relación con Lewis, parecía ir dando bandazos, pensando unas veces que todo era mara
—¡Ya verás! No lo encontrarás tan divertido cuando tus hijos vean algo en televisión y te vayan a preguntar lo que significa el VIH y que les ayudes en matemáticas… Créeme, ¡es agotador!—No estoy segura de que quiera tener hijos. No me gustaría tener que dejar mi carrera…—¡Tonterías! Creí que eras feminista, del tipo de mujer que creen que se puede abarcar todo.—No sé…—Bueno, no te preocupes, Sam. Si te casas y tienes hijos, te darás cuenta de que es posible seguir trabajando. Muchas de mis amigas lo hacen. Lo único es tienes que darte más prisa en todo…¡Qué pena que sólo os podáis quedar una noche! Aunque sólo sea para que veas a tu pobre hermana correr con la lengua fuera intentando organizar a sus dos hijas. ¡Y eso a pesar de que no tengo trabajo!—Todos sabemos que te bastas y sobras incluso con una mano atada a la espalda —le dijo Samira, con una sonrisa—. Yo también siento que nos tengamos que ir tan pronto. Desgraciadamente, Lewis sólo está aquí para una visita breve. Tien