Samira se detuvo en la puerta, volviéndose para mirar el espacioso salón de su ático de Londres. Sus dos hermanas habían pensado que estaba loca, en especial la mayor, Eliana. Ella vivía con su marido, que era médico en Gloucestershire, y tenía dos ruidosas hijas.Samira siempre había hecho el esfuerzo de que su apartamento estuviese en un orden perfecto cuando se marchaba a trabajar. La razón principal era que, cuando volvía a casa después de un largo y agotador día en su despacho, necesitaba relajarse en un espacio tranquilo y ordenado.Por eso, le encantaban el suelo de madera de roble y las cortinas de muselina blanca que cubrían los ventanales. Seguía la corriente del«minimalismo», que parecía dictar una mínima cantidad de muebles con todo recogido en armarios que no estaban a la vista, y aquella decoración era su ideal del absoluto paraíso.—¡Pero todo es tan frío! —le había dicho su hermana cuando visitó el ático por primera vez hacía dos años.Eliana se había echado a temblar
En aquellos momentos, el taxi llegó al edificio de oficinas en el que ella trabajaba. Cuando subió al cuarto piso, se sorprendió de encontrar un grupo de socios susurrándose el uno al otro.—Hola, ¿qué pasa? —le preguntó a su ayudante, Henry Graham, cuando entró en su despacho.—Paul Unwin se ha marchado.—¿Cómo? ¿De qué estás hablando?—Aparentemente —dijo Henry, encogiéndose de hombros—. Paul entregó su renuncia el viernes por la noche, después de que todos nos habíamos marchado.—Eso es una broma ¿no?—No. Hay rumores de que lo han contratado los ejecutivos de la Paramount Asset Management. Pero nadie lo sabe con seguridad.—¡Madre mía! —exclamó Samira, sentándose en la silla, totalmente aturdida por las noticias de la dimisión del jefe de su departamento—. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—Bueno, todavía no ha habido confirmación oficial de los jefazos. Sin embargo, han llamado un par de periodistas preguntando si podemos confirmar los rumores que dicen que Paul se ha march
Totalmente destrozada por el rechazo de Lewis, se retiró de la vida universitaria. Sólo gracias a la amabilidad y paciencia de sus amigas y de su familia, junto con el apoyo de su amigo, el artista Alan Gifford, fue capaz de completar sus estudios y obtener su título. Cuando Alan le dijo que quería casarse con ella, Samira accedió, sin pensar mucho en lo que hacía.Samira se inclinó en la silla, dejando la fotografía a un lado. Pobre Alan. Nunca había habido ninguna posibilidad de que hubieran podido ser felices, ya que ella seguía profundamente enamorada de Lewis.Sin embargo, el tiempo lo curaba todo. Cuando Alan y Samira decidieron separarse, ella sabía que sólo era culpa suya, y por eso había procurado mantener buenas relaciones con su marido.El sonido distante del reloj de una iglesia le hizo volver a la realidad, sabiendo que no había ninguna razón para abandonarse a los recuerdos.Su matrimonio con Alan era pasado y también lo eran los tristes recuerdos de su antigua relación
—A pesar de todo, es fantástico volver a Inglaterra después de tantos años. Me había olvidado de lo verde que es todo. Junio es la mejor época del año para contemplar el paisaje, ¿no crees?Minutos después, cuando Lewis se quedó dormido, Samira no se sorprendió en absoluto, ya que tenía un aspecto mucho más agotado que la última vez. A pesar del bronceado, adquirido en sus viajes al Lejano Oriente, el rostro parecía tenso y cansado.Le resultaba extraño ver los altibajos que parecía sufrir su relación con aquel hombre. Todos sus temores habían desaparecido al verle en la terminal de Heathrow. Una vez más, estar al lado de Lewis resultaba muy sencillo. Eran amigos además de amantes, a pesar de su ruptura todos esos años atrás. A Samira no le costaba creer que sería capaz de afrontar aquella relación sin sentimientos, si aquello era posible.Samira no entendía lo que le pasaba últimamente. Respecto a su relación con Lewis, parecía ir dando bandazos, pensando unas veces que todo era mara
—¡Ya verás! No lo encontrarás tan divertido cuando tus hijos vean algo en televisión y te vayan a preguntar lo que significa el VIH y que les ayudes en matemáticas… Créeme, ¡es agotador!—No estoy segura de que quiera tener hijos. No me gustaría tener que dejar mi carrera…—¡Tonterías! Creí que eras feminista, del tipo de mujer que creen que se puede abarcar todo.—No sé…—Bueno, no te preocupes, Sam. Si te casas y tienes hijos, te darás cuenta de que es posible seguir trabajando. Muchas de mis amigas lo hacen. Lo único es tienes que darte más prisa en todo…¡Qué pena que sólo os podáis quedar una noche! Aunque sólo sea para que veas a tu pobre hermana correr con la lengua fuera intentando organizar a sus dos hijas. ¡Y eso a pesar de que no tengo trabajo!—Todos sabemos que te bastas y sobras incluso con una mano atada a la espalda —le dijo Samira, con una sonrisa—. Yo también siento que nos tengamos que ir tan pronto. Desgraciadamente, Lewis sólo está aquí para una visita breve. Tien
Rápidamente encendió la lámpara de la mesa de noche, se puso una bata para cubrir su desnudez y salió de la habitación. Entonces, vio una suave luz que provenía de la cocina.En silencio, se dirigió hacia allí y desde la puerta, vio que Lewis estaba apoyado en uno de los armarios de la cocina, con la espalda hacia ella. Samira estuvo a punto de llamarle, cuando se dio cuenta de que estaba hablando rápidamente por un pequeño teléfono móvil.—Bueno, vas a tener que conseguir apoyo firme de los accionistas — decía. Samira se dio cuenta de que el tono de voz era tenso. Entonces, Lewis se dio la vuelta y vio a Samira apoyada en el marco de la puerta—. Me mantendré en contacto —concluyó, cerrando precipitadamente el teléfono—. ¿Te he despertado, cariño?—No… no, pero me estaba preguntando dónde estabas. Pensé que podrías estar enfermo o algo por el estilo.—No me siento enfermo —respondió él—. ¡Nunca me he sentido mejor en toda mi vida! —añadió, dirigiéndose hacia ella para tomarla por la c
Ella asintió con la cabeza, esperando que se le pasaran las náuseas que acababa de experimentar en el estómago.—Estaré bien enseguida —musitó—. Olvídalo, ¿de acuerdo?—No, no pienso olvidarlo —le espetó él, muy serio—. ¿Te ha visto un médico? ¡Por amor de Dios, Sam! Podría ser apendicitis.—No, estoy segura de que no es nada de eso —le respondió ella—. Sin embargo, sí que voy a ir a ver a un médico. Francamente, creo que es algún tipo de virus. Nada por lo que merezca la pena preocuparse.—De acuerdo… mientras me prometas que vas a ir a ver a un médico—le dijo Henry, mirándola con preocupación—. Te conozco, Sam, y sé que me vendrás con unas cien excusas para no hacerlo.—¡No me regañes!Pero ella tendría que haber sabido que Henry no cejaría en su empeño. Consideraba que ocuparse de ella era uno de sus deberes, y se negó a dejar el tema. Así que, sólo por no oírle, cogió el teléfono y llamó al Harley Medical Centre, una consulta muy recomendada por Henry.Mientras esperaba que la re
Sintiéndose totalmente atónita por lo que había escuchado, Amira se marchó del despacho del presidente.De camino a su despacho, no se encontró con nadie, ya que era bastante tarde y todo el mundo se había marchado.Suspiró profundamente, se sentó en su sillón y trató de hacerse cargo de la situación que se avecinaba.—Tal vez puedas creer que te hemos dado un cáliz envenenado —le había dicho el presidente.Y así era, aunque, desde luego, no tenía ni idea de los problemas adicionales que aquella situación le planteaba. Todo se reducía a dos cuestiones vitales. La primera era que ella tenía un conflicto de intereses en aquel caso y la segunda era lo que iba a hacer al respecto.La batalla por la absorción de la empresa de Lewis por parte de otra iba a ser despiadada, tal y como se lo había dicho el presidente:—Broadwood Securities se ha expandido demasiado y se ha hecho vulnerable a una absorción. Estoy seguro de que te das cuenta de ello —le había explicado el presidente.—Bueno… no