—Sí, pero en Nueva York, me dijiste que sólo querías una aventura. —¡Vamos, Amira! Por una jugarreta del destino me encontré con el único amor de mi vida y me di cuenta enseguida de que seguía igual de enamorado de ti que antes. Si te soy sincero, te hubiera dicho cualquier cosa con tal de conservarte e impedir que desaparecieras de mi vida antes de que hubiéramos tenido la oportunidad de consolidar nuestra relación — admitió él—. Por eso, cuando vi que estábamos más a gusto que nunca juntos, tenía que proponerte una relación que te hiciera sentir tan libre como un pájaro. Sin embargo, tenía que permitirme verte tan frecuentemente como me fuera posible hasta que pudiera persuadirte de que me dieras otra oportunidad. —Lewis… si me hubieras dicho la verdad… —¿Cómo podría haberlo hecho? Podrías haber tenido una pareja en Londres. Además, tuve que convencerte para que accedieras a llevarme a casa de tu hermana durante aquel fin de semana. Créeme, ¡intentar mantener una relación a distan
—Bien, jovencita, todos estamos deseando escucharla en la presentación de esta tarde —le dijo con una sonrisa el presidente de una de las compañías más importantes de los Estados Unidos a la esbelta rubia que estaba sentada a su lado—. Me parece que tiene la intención de hablarnos sobre el Mercado Europeo.—Bueno… —respondió Samira algo nerviosa, aclarándose la garganta mientras intentaba desesperadamente encontrar algo que decirle a aquel distinguido caballero, que seguramente sabía mucho más del tema que ella misma.Samira se preguntó ¿Qué demonios estaba haciendo en Nueva York? Las manos le temblaban tanto que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que la taza de café y el plato no se le cayeran de las manos. ¿Cómo podía haber accedido a dar la charla principal en aquel seminario financiero? Allí iban a estar reunidos los principales banqueros y economistas, todos los cuales eran obviamente mucho más inteligentes e importantes de lo que ella podría esperar ser.Sin embargo, el an
—Bueno, sí, supongo que sí —reconoció Samira, encogiéndose de hombros, avergonzada por haberse mostrado tan vulnerable a los ojos de Lewis.Desgraciadamente, no era sólo que se sintiera vulnerable. Sino tener tan cerca a ese hombre, al que no había visto hacía mucho tiempo, parecía estar afectando a su equilibrio y a su estabilidad. Tal vez debería echarle otro vistazo al discurso para lograr calmarle los nervios.—No quiero volver a oír más que te menosprecias —le estaba diciendo Lewis con una sonrisa, mientras ella empezaba a sacar el discurso mecanografiado del bolso—. Créeme, ése es el peor de los errores.—¿Cómo dices? —le preguntó ella, muy confusa.—¿Son esas las notas para el discurso de esta tarde?—Sí. Justamente estaba pensando que… ¡Eh! ¿Qué diablos te crees que estás haciendo? —exclamó ella, mientras él le quitaba los papeles de las manos.—Me imagino que ya sabes de lo que vas a hablar ¿no? —replicó él, mirando rápidamente las notas.—¡Claro que lo sé! —le espetó ella mu
Aquel hotel era fantástico. Aparte de rodear de lujos a sus huéspedes, tenía el aliciente añadido de que ponía a disposición de sus clientes una oficina completa en cada habitación, con fax, teléfono y todos los cables y mecanismos necesarios para conectar el ordenador portátil.Todo ello significaba que podía seguir en contacto con su despacho de España a través del teléfono, del fax y del correo electrónico. Sin embargo, no dejó de sorprenderla el hecho de que su despacho intentara comunicarse con ella, dado que debería ser medianoche en España.¿Habría surgido algún problema?Pero el fax no provenía de la oficina de Mayorca. Samira abrió los ojos con incredulidad al ver el membrete que figuraba en la parte superior del papel. A pesar de que no estaba muy familiarizada con las grandes compañías norteamericanas, sabía que Broadwood Securities Inc era una de las empresas más importantes de los Estados Unidos. Su sorpresa fue aún mayor al ver que la carta llevaba la firma de Lewis Trav
—Siento que no saliera bien las cosas——No hay por qué sentir nada —le replicó él, con una ligera sonrisa—. Francamente, entre tú y yo, ¡me parece que me he librado de una buena! En cualquier caso, todo esto pertenece al pasado. De hecho, mi querida Samira, yo diría que es el presente y el futuro inmediato lo que me parece más prometedor. ¿No te parece?Samira intentó tranquilizarse de nuevo mientras él pagaba la cuenta, aunque le estaba resultando más que difícil. Sabía perfectamente cuando un hombre se le estaba insinuando, pero tras haber pasado más de dos horas intentando ignorar la atracción que sentía por aquel hombre le había dejado agotada. Le resultaba muy difícil sumar dos y dos, y mucho menos podía adivinar lo que él tenía en mente para el resto de la noche.—Yo… yo no estoy segura de lo que quieres decir —musitó ella, cuando el camarero se marchó.—¡Venga ya, Samira! —exclamó él con una ligera sonrisa burlona—. Lo que quiero decir es que ya va siendo hora de que nos vayamo
—Lo siento, Lewis. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… —confesó ella con voz ronca.—Al contrario —murmuró él—. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…—No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado —protestó ella—. De verdad… me parece que todo esto es un error.—He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…—No creo que lo hayas pensado lo suficiente.—En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…—¡Lewis! No creo que esto sea una buena idea —murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.—Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando
—Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata —murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.—¡Por amor de Dios! —exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.—Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe dónde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!—¡Y tú sigue soñando, su excelencia! —le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.—Bueno, esa era una de mis fantasías —bromeó él—. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?—¡Exactamente! —murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Lewis había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella
Samira se detuvo en la puerta, volviéndose para mirar el espacioso salón de su ático de Londres. Sus dos hermanas habían pensado que estaba loca, en especial la mayor, Eliana. Ella vivía con su marido, que era médico en Gloucestershire, y tenía dos ruidosas hijas.Samira siempre había hecho el esfuerzo de que su apartamento estuviese en un orden perfecto cuando se marchaba a trabajar. La razón principal era que, cuando volvía a casa después de un largo y agotador día en su despacho, necesitaba relajarse en un espacio tranquilo y ordenado.Por eso, le encantaban el suelo de madera de roble y las cortinas de muselina blanca que cubrían los ventanales. Seguía la corriente del«minimalismo», que parecía dictar una mínima cantidad de muebles con todo recogido en armarios que no estaban a la vista, y aquella decoración era su ideal del absoluto paraíso.—¡Pero todo es tan frío! —le había dicho su hermana cuando visitó el ático por primera vez hacía dos años.Eliana se había echado a temblar