—Siento que no saliera bien las cosas—
—No hay por qué sentir nada —le replicó él, con una ligera sonrisa—. Francamente, entre tú y yo, ¡me parece que me he librado de una buena! En cualquier caso, todo esto pertenece al pasado. De hecho, mi querida Samira, yo diría que es el presente y el futuro inmediato lo que me parece más prometedor. ¿No te parece?
Samira intentó tranquilizarse de nuevo mientras él pagaba la cuenta, aunque le estaba resultando más que difícil. Sabía perfectamente cuando un hombre se le estaba insinuando, pero tras haber pasado más de dos horas intentando ignorar la atracción que sentía por aquel hombre le había dejado agotada. Le resultaba muy difícil sumar dos y dos, y mucho menos podía adivinar lo que él tenía en mente para el resto de la noche.
—Yo… yo no estoy segura de lo que quieres decir —musitó ella, cuando el camarero se marchó.
—¡Venga ya, Samira! —exclamó él con una ligera sonrisa burlona—. Lo que quiero decir es que ya va siendo hora de que nos vayamos a mi apartamento, ¿no?
Por fin Samira empezó a comprender el mensaje, pero quería que él se lo dijera palabra por palabra. Después de todo, había sido él quien la había dejado todos esos años atrás, por lo que no iba a ser ella la que diera el primer paso.
—¿Y qué es exactamente lo que tienes en mente? —le preguntó ella, con tanta ligereza como le fue posible.
—¡Eso es lo que me ha gustado siempre de ti! —exclamó él, agarrándole de la mano—. Me alegro de ver que no has cambiado, de que no te gusta jugar y que prefieres discutir las cosas abiertamente —añadió, llevándose la mano de ella a los labios.
—Oh, Lewis… —murmuró ella sin poder hacer nada, con las mejillas muy sonrojadas.
—¡Relájate, cariño! —musitó él, sin soltarle los dedos—. Puedo, desde luego, invitarte a tomar una taza de café. Sin embargo, preferiría abandonarme apasionada y locamente a hacer el amor contigo. Si me permites que te lo diga, este hecho ha sido mi prioridad desde las dos de esta tarde. ¿Te parece que he hablado lo suficientemente claro?
—No está mal —respondió ella, con una sonrisa, sintiendo que el deseo sexual se iba apoderando de ella.
—Así que, como todos los expertos financieros, yo diría que ya va siendo hora de que empecemos a discutir la fusión de nuestras compañías
—dijo Lewis, poniéndose de pie—. Por no mencionar la necesidad de examinar las cifras muy cuidadosamente. ¿Qué te parece? —añadió, mientras le ayudaba a ella a levantarse de la silla.
Pasaron algunos segundos antes de que Samira, que se había quedado prácticamente sin habla por la pasión y el deseo que sentía, consiguiera reaccionar.
—No creo tener ningún problema con ese punto en particular de la agenda de… de esta noche —murmuró en voz muy baja mientras Lewis la tomaba por el brazo y salían del restaurante.
Mientras salían del restaurante, el corazón de Samira latía a toda velocidad. Parecía caminar en un estado de sueños, inconsciente de todo lo que la rodeaba menos del alto y atractivo hombre que la ayudó a introducirse en la limusina. Durante el trayecto a través de las iluminadas calles de la ciudad, Samira se dio cuenta de que no sabía dónde iban, pero tampoco le importaba. Mientras Lewis siguiera abrazándola…
De repente se pararon delante enorme edificio de piedra marrón y a Samira le pareció que un portero uniformado saludaba a Lewis antes de que entraran en el edificio. Los tacones de las sandalias de Samira resonaban en el mármol que cubría la entrada. Luego se dirigieron al ascensor y antes de que ella pudiera darse cuenta Lewis estaba abriendo la puerta de su apartamento.
—Bienvenida a mi humilde morada, espero que te sientas cómoda —le dijo él en tono de burla, mientas le ayudaba a quitarse el abrigo.
Entonces la condujo a un enorme salón, decorado con metros y metros de gruesas alfombras de color crema. El resto de la decoración era muy lujoso, pero algo ostentoso y recargado nada para su gusto.
—Acomódate al lado del fuego —le sugirió Lewis, tomando un pequeño control remoto y señalando a varios puntos de la habitación para luego dirigirse al bar, decorado en caoba, que había al otro lado de la habitación.
Samira se estaba preguntando cómo podría Lewis vivir en una casa tan horrenda cuando se sorprendió al ver que las cortinas se corrían, como movidas por manos invisibles, y la luz de las arañas se hacía más difusa hasta verse reemplazada por otras lámparas más pequeñas, distribuidas por la habitación.
—¿Funciona todo en esta humilde morada por control remoto? — preguntó ella, mientras se dirigía a la chimenea.
—No, todo no. Quedan todavía un par de cosas que todavía hago yo personalmente —le dijo Lewis con una sonrisa mientras descorchaba una botella de champán.
—Todo esto es muy… muy espectacular —murmuró ella, mirando las sillas y los sofás, tapizados de telas muy caras, pero con apariencia incómoda.
—Es horrible, ¿no? —afirmó él con una sonrisa, llenando dos copas de champán.
—Bueno…
—Después de mi nuevo nombramiento trabaje las veinte cuatro horas al dia. Cuando compré este apartamento, estaba en un estado terrible y necesitaba una remodelación completa. Yo cometí el error de confiársela a mi antigua novia, quien se suponía que era una decoradora de primera línea y mira lo que dejo crep que lo hizo apropósito. Pero resto del apartamento está bien, por lo que no acabo de entender por qué cargó tanto las tintas en esta habitación. Desgraciadamente —añadió, mientras sonaba el teléfono móvil—, no he tenido tiempo de volver a decorarlo de nuevo.
Mientras Lewis hablaba rápidamente por teléfono, tratando de algún asunto de la máxima importancia, Samira de pronto entro en razon. Y comprendió que había cometido un grave error al acompañar a Lewis a su apartamento. Lo hizo por la emoción del momento, pero al encontrarse aquí a solas con el recobro la cordura
En primer lugar, no era bueno intentar revivir el pasado. Ella no acababa de entender por qué se había dejado embaucar por aquella marea de deseo y pasión, que no podría traerle otra cosa que un vergonzoso encuentro.
Además, aquella habitación resultaba tan horrible, que parecía muy poco probable que una decoradora de primer orden fuera capaz de concebir un esquema decorativo tan poco acertado. A menos que la dama en cuestión lo hubiera ideado como una sutil y amarga venganza contra el hombre que la había abandonado.
Resultaba evidente que Lewis, a parte de ser un hombre de negocios con mucho éxito, era un playboy. Además, en el restaurante dijo claramente que no quiere compromisos, lo que significaba que sería muy poco acertado verse envuelta en una aventura con un hombre que había provocado una reacción tan violenta en una antigua novia.
Había pasado tanto tiempo desde que Samira bebía los vientos por él que aquello sólo podía significar que los dos ya no eran los de antes. Por lo tanto, cualquier esperanza de que las cosas no hubieran cambiado entre
imposible.
—Perdona —dijo Lewis cuando acabó la llamada—. He apagado ese maldito teléfono para que no vuelvan a interrumpirnos —añadió, dirigiéndose hacia ella.
—Esta habitación tiene buenas proporciones —comentó ella, muy nerviosa mientras cogía la copa que él le entregaba—. Es decir… debe haber muchos otros… diseñadores de interiores en Nueva York. Así que… no debería de ser muy difícil convertirla en una… casa acogedora.
Abrumada por la manera entrecortada en la que había hablado, tomó un trago del refrescante líquido dorado, intentando desesperadamente controlar la manera en la que su cuerpo respondía a la cercanía del de Lewis.
Si fuera con otra persona, no le hubiera importado… Pero era el pasado de su historia con Lewis el hombre por el que tanto lloro y sufrio lo que le hacía sentirse de aquella manera. Se dio cuenta de que lo más acertado sería salir de aquella situación… lo más rápido posible.
—¡Dios mío! ¡Es tarde¡—exclamó Samira, mirando las agujas de un recargado reloj francés—. No me había dado cuenta de que era tan tarde. Creo que debería…
—Lo que deberías hacer es tranquilizarte —ronroneó Lewis, dejando la copa en la chimenea.
—¡Tonterías! Estoy perfectamente tranquila, solo que ya debería regresar al hotel—le espetó ella.
Una risa de Lewis fue la única respuesta que él le dio, mientras le rodeaba la cintura con una mano y le quitaba la copa de champán con la otra, para luego ponerla también al lado de la otra.
—¡Relájate, cielo! —le susurró, apartándole un mechón de pelo del rostro.
Samira tembló al sentir la caricia aterciopelada de los dedos de Lewis sobre la piel del cuello. Una oleada de calor pareció abrasarle las venas y un nudo de deseo febril se le formó en el vientre al sentir que él la estrechaba más contra su cuerpo.
—Lo siento, Lewis. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… —confesó ella con voz ronca.—Al contrario —murmuró él—. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…—No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado —protestó ella—. De verdad… me parece que todo esto es un error.—He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…—No creo que lo hayas pensado lo suficiente.—En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…—¡Lewis! No creo que esto sea una buena idea —murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.—Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando
—Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata —murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.—¡Por amor de Dios! —exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.—Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe dónde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!—¡Y tú sigue soñando, su excelencia! —le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.—Bueno, esa era una de mis fantasías —bromeó él—. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?—¡Exactamente! —murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Lewis había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella
Samira se detuvo en la puerta, volviéndose para mirar el espacioso salón de su ático de Londres. Sus dos hermanas habían pensado que estaba loca, en especial la mayor, Eliana. Ella vivía con su marido, que era médico en Gloucestershire, y tenía dos ruidosas hijas.Samira siempre había hecho el esfuerzo de que su apartamento estuviese en un orden perfecto cuando se marchaba a trabajar. La razón principal era que, cuando volvía a casa después de un largo y agotador día en su despacho, necesitaba relajarse en un espacio tranquilo y ordenado.Por eso, le encantaban el suelo de madera de roble y las cortinas de muselina blanca que cubrían los ventanales. Seguía la corriente del«minimalismo», que parecía dictar una mínima cantidad de muebles con todo recogido en armarios que no estaban a la vista, y aquella decoración era su ideal del absoluto paraíso.—¡Pero todo es tan frío! —le había dicho su hermana cuando visitó el ático por primera vez hacía dos años.Eliana se había echado a temblar
En aquellos momentos, el taxi llegó al edificio de oficinas en el que ella trabajaba. Cuando subió al cuarto piso, se sorprendió de encontrar un grupo de socios susurrándose el uno al otro.—Hola, ¿qué pasa? —le preguntó a su ayudante, Henry Graham, cuando entró en su despacho.—Paul Unwin se ha marchado.—¿Cómo? ¿De qué estás hablando?—Aparentemente —dijo Henry, encogiéndose de hombros—. Paul entregó su renuncia el viernes por la noche, después de que todos nos habíamos marchado.—Eso es una broma ¿no?—No. Hay rumores de que lo han contratado los ejecutivos de la Paramount Asset Management. Pero nadie lo sabe con seguridad.—¡Madre mía! —exclamó Samira, sentándose en la silla, totalmente aturdida por las noticias de la dimisión del jefe de su departamento—. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—Bueno, todavía no ha habido confirmación oficial de los jefazos. Sin embargo, han llamado un par de periodistas preguntando si podemos confirmar los rumores que dicen que Paul se ha march
Totalmente destrozada por el rechazo de Lewis, se retiró de la vida universitaria. Sólo gracias a la amabilidad y paciencia de sus amigas y de su familia, junto con el apoyo de su amigo, el artista Alan Gifford, fue capaz de completar sus estudios y obtener su título. Cuando Alan le dijo que quería casarse con ella, Samira accedió, sin pensar mucho en lo que hacía.Samira se inclinó en la silla, dejando la fotografía a un lado. Pobre Alan. Nunca había habido ninguna posibilidad de que hubieran podido ser felices, ya que ella seguía profundamente enamorada de Lewis.Sin embargo, el tiempo lo curaba todo. Cuando Alan y Samira decidieron separarse, ella sabía que sólo era culpa suya, y por eso había procurado mantener buenas relaciones con su marido.El sonido distante del reloj de una iglesia le hizo volver a la realidad, sabiendo que no había ninguna razón para abandonarse a los recuerdos.Su matrimonio con Alan era pasado y también lo eran los tristes recuerdos de su antigua relación
—A pesar de todo, es fantástico volver a Inglaterra después de tantos años. Me había olvidado de lo verde que es todo. Junio es la mejor época del año para contemplar el paisaje, ¿no crees?Minutos después, cuando Lewis se quedó dormido, Samira no se sorprendió en absoluto, ya que tenía un aspecto mucho más agotado que la última vez. A pesar del bronceado, adquirido en sus viajes al Lejano Oriente, el rostro parecía tenso y cansado.Le resultaba extraño ver los altibajos que parecía sufrir su relación con aquel hombre. Todos sus temores habían desaparecido al verle en la terminal de Heathrow. Una vez más, estar al lado de Lewis resultaba muy sencillo. Eran amigos además de amantes, a pesar de su ruptura todos esos años atrás. A Samira no le costaba creer que sería capaz de afrontar aquella relación sin sentimientos, si aquello era posible.Samira no entendía lo que le pasaba últimamente. Respecto a su relación con Lewis, parecía ir dando bandazos, pensando unas veces que todo era mara
—¡Ya verás! No lo encontrarás tan divertido cuando tus hijos vean algo en televisión y te vayan a preguntar lo que significa el VIH y que les ayudes en matemáticas… Créeme, ¡es agotador!—No estoy segura de que quiera tener hijos. No me gustaría tener que dejar mi carrera…—¡Tonterías! Creí que eras feminista, del tipo de mujer que creen que se puede abarcar todo.—No sé…—Bueno, no te preocupes, Sam. Si te casas y tienes hijos, te darás cuenta de que es posible seguir trabajando. Muchas de mis amigas lo hacen. Lo único es tienes que darte más prisa en todo…¡Qué pena que sólo os podáis quedar una noche! Aunque sólo sea para que veas a tu pobre hermana correr con la lengua fuera intentando organizar a sus dos hijas. ¡Y eso a pesar de que no tengo trabajo!—Todos sabemos que te bastas y sobras incluso con una mano atada a la espalda —le dijo Samira, con una sonrisa—. Yo también siento que nos tengamos que ir tan pronto. Desgraciadamente, Lewis sólo está aquí para una visita breve. Tien
Rápidamente encendió la lámpara de la mesa de noche, se puso una bata para cubrir su desnudez y salió de la habitación. Entonces, vio una suave luz que provenía de la cocina.En silencio, se dirigió hacia allí y desde la puerta, vio que Lewis estaba apoyado en uno de los armarios de la cocina, con la espalda hacia ella. Samira estuvo a punto de llamarle, cuando se dio cuenta de que estaba hablando rápidamente por un pequeño teléfono móvil.—Bueno, vas a tener que conseguir apoyo firme de los accionistas — decía. Samira se dio cuenta de que el tono de voz era tenso. Entonces, Lewis se dio la vuelta y vio a Samira apoyada en el marco de la puerta—. Me mantendré en contacto —concluyó, cerrando precipitadamente el teléfono—. ¿Te he despertado, cariño?—No… no, pero me estaba preguntando dónde estabas. Pensé que podrías estar enfermo o algo por el estilo.—No me siento enfermo —respondió él—. ¡Nunca me he sentido mejor en toda mi vida! —añadió, dirigiéndose hacia ella para tomarla por la c