—Lo siento, Lewis. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… —confesó ella con voz ronca.
—Al contrario —murmuró él—. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…
—No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado —protestó ella—. De verdad… me parece que todo esto es un error.
—He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…
—No creo que lo hayas pensado lo suficiente.
—En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…
—¡Lewis! No creo que esto sea una buena idea —murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.
—Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.
La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando la cabeza, la besó de una manera posesiva y llena de sensualidad.
Al sentir los labios de él sobre los suyos, Samira no tuvo ninguna duda de que aquello era lo que había estado deseando, y temiendo, desde la primera vez que le había visto aquella tarde. Se sentía indefensa, incapaz de hacer nada que no fuera responder a los labios que se movían encima de los suyos con insidiosa persuasión, tan sensualmente que le inflamaban los sentidos.
Intentando desesperadamente aferrarse a un ápice de cordura, Samira se sentía atrapada en una marea que poco a poco le iba inundando el cuerpo y le obligaba a responder a la imperiosa necesidad que sentía por él.
Sin embargo, mientras él la besaba más profundamente, pareció como si hubiera recibido una sacudida eléctrica, que la envolvía como un trueno, impidiéndola escapar y atándola a él, que igualmente parecía haberse visto envuelto por la misma sensación.
Totalmente poseídos por una fuerza primitiva que iba más allá de ellos mismos, y que estaba más allá del control de ninguno de los dos, se besaron con pasión. Sin separar los labios de los de ella, Lewis le arrancó las ropas a ella para luego desnudarse él, tirando todas las prendas a un lado para poder satisfacer la necesidad que sentían.
Cuando Samira se dio cuenta de que estaba desnuda y de que él quería tumbarla sobre la alfombra delante del fuego, quiso aferrarse a la última sombra de cordura.
—Esto es una locura… debemos haber perdido el juicio —jadeó Samira, mientras él se tumbaba encima de ella.
—¡Por amor de Dios! —exclamó él, respirando pesadamente—. ¿De verdad me estás pidiendo que me detenga? Porque si no es así —añadió, apretando los labios contra los senos henchidos de ella—, ¿qué te parece si dejamos cualquier discusión sobre la ética y el comportamiento civilizado para más tarde?
Incapaz de producir una respuesta que no fuera un temblor apasionado que le recorrió todo el cuerpo, Samira se aferró a él, enredándole los dedos entre el pelo.
Ella lo deseaba. No había nada… nada en el mundo que ella quisiera más que aquel hombre la poseyera. Atormentado por el deseo, el cuerpo de Samira ardía y temblaba, con una sensación de necesidad tan intensa que casi era un dolor físico.
—No… no quiero que pares —gimió ella—. Pero, sin embargo…
—Calla —dijo él, besándola en los labios para ahogar así más eficazmente las protestas de ella.
Un suave gemido salió de la garganta de ella, mientras se dejaba dominar por aquel beso. Y entonces supo que estaba perdida, en las manos del deseo más básico y primitivo. No había lugar para la vergüenza o las lamentaciones mientras iba recorriendo los contornos del cuerpo de Lewis con las yemas de los dedos. La pasión, cruda y salvaje que había estado reprimida durante tanto tiempo, explotó apasionadamente entre ellos, y sus cuerpos se fundieron en una necesidad, salvaje y poderosa.
Más tarde, tumbados uno en brazos del otro en la alfombra, repletos y plenos, Samira sintió que los dedos de él subían lentamente por su cuerpo para obligarle a que le mirara.
—Cariño…
—¿Mmm?
Todavía aturdida por la pasión que había experimentado, Samira era incapaz de asimilar la fuerza que había tomado posesión de su cuerpo y su mente, prendiendo un fuego en sus venas que escapaba totalmente de su
control. Pero al oír aquellas palabras, Samira empezó a sentirse intranquila.
—Querida Samira —dijo él suavemente, apartándole el pelo de la cara—. Espero que no estés esperando que me disculpe por lo que acaba de ocurrir entre nosotros. ¡Pero que me parta un rayo si me disculpo!
Fue algo glorioso, maravilloso, y completamente inevitable.
Samira se echó a temblar al sentir la posesión con la que él la abrazaba. Parecía que las defensas que ella había edificado a lo largo de los años estaban a punto de ser destruidas. Y con ellas, la sensación de ser dueña de su propio destino. Le daba miedo darse cuenta de que estaba tan indefensa.
Ella había estado desesperadamente enamorada de Lewis hacía todos aquellos años. Pero, ¿era lo que sentía en aquellos momentos un resurgir de sus sentimientos del pasado o era sólo deseo? Mientras Lewis le estuviera acariciando, le resultaba imposible poner sus pensamientos en orden. Antes de que se diera cuenta, se vio entre los brazos de Lewis, mientras él la transportaba a la habitación.
—Creo que estaremos mucho más cómodos aquí —le dijo él, mientras la depositaba en la cama—, Y no quiero discusiones —añadió mientras se metía en la cama a su lado—. Ya tendremos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde, ¿de acuerdo?
Pero «hablar» no parecía estar dentro de la agenda cuando Samira se despertó unas horas más tarde. Mirando la habitación a través de los ojos somnolientos, ella notó que Lewis entraba en la habitación y parecía que acababa de darse una ducha.
Tomándola cuidadosamente entre sus brazos, como si ella fuera su objeto más preciado, la besó en los labios, abriéndose camino luego hasta la base de la garganta. Ella sentía que la acariciaba, tan lenta y sensualmente que le generaba temblores de íntimo placer, haciéndole sentir la necesidad de que él volviera a poseerla.
—¡Cariño mío! —le susurraba él—. Desde el primer momento que te vi esta tarde, tan nerviosa, supe que había sido un estúpido. Me sentí como si me hubiera atropellado un camión…
—¿Un camión? —preguntó ella, que casi no podía concentrarse en hablar, pendiente sólo del aterciopelado roce de los dedos de Lewis.
—De repente me di cuenta de lo idiota que había sido. Siempre estuvimos hechos el uno para el otro, tanto mental como físicamente. Las
dos mitades de un todo. Pero entonces, hace años, era imposible que funcionara… tú eras tan joven… con el mundo entero delante de ti.
—¡Oh, Lewis…!
—Estoy completamente loco por ti, Sam —le susurró ella—. Siempre lo estuve, pero ahora… ahora podemos hacerlo funcionar. De hecho, pienso encargarme de que así sea, porque no estoy dispuesto a dejarte escapar de nuevo —le prometió, mientras enterraba la cabeza entre los senos de ella.
Ante aquellas palabras, Samira casi sintió que las palabras y la sensación de duda desaparecían, quitándole un gran peso de los hombros.
Mientras Lewis la acariciaba, ella se sintió invadida por la sensación de que efectivamente, todo parecía encajar, de lo bien que sus cuerpos parecían estar juntos.
La piel de él estaba suave y húmeda y los músculos, fuertes y bronceados mandaban rápidos temblores bajo las caricias de Samira que servían para acrecentar el deseo que ella sentía.
De repente, se dio cuenta de que hacer el amor con Lewis era como volver a los orígenes después de un viaje muy largo, era redescubrir una dicha familiar e íntima.
En contra de lo que había sido su primer contacto, frenético, como dos personas perdidas en el desierto que encuentran un oasis, Lewis saboreaba lentamente los senos henchidos y los pezones de Samira, explorando todos los rincones del tembloroso cuerpo de ella. La piel de ella tembló al contacto con la de él como una flor bajo el sol. Parecía que él se movía en el terreno del amor igual que lo hacía en el resto de los campos, suave y lentamente, midiendo los movimientos hasta acoplarse al ritmo de ella y hacer que Samira perdiera todo el sentimiento de realidad. Toda la existencia de ella parecía concentrarse en aquella poderosa y deliciosa fricción, dejando paso a una sensación de plenitud tan salvaje que todo el mundo pareció explotar y desintegrarse a su alrededor, roto en fragmentos de luz y color.
Cuando Samira abrió los ojos, fue para descubrir que la luz del sol entraba a raudales por la ventana de la habitación. Lewis seguía dormido, con la oscura cabeza apoyada en la almohada, a su lado.
Con cuidado de no despertarlo, ella se levantó de la cama y se dirigió con mucho cuidado al cuarto de baño. Tal y como había esperado, había un albornoz colgado de la puerta del baño. Le estaba muy grande, pero con eso, y después de cepillarse los dientes con un cepillo nuevo que encontró en el armario, Samira se encontró con las fuerzas suficientes para afrontar el día.
Encontrar la cocina fue una tarea bastante difícil. Era un piso verdaderamente grande. Aparte del horrible salón, parecía haber otras dos habitaciones y un enorme estudio-biblioteca.
Afortunadamente, parecía que la antigua novia de Lewis, la chiflada diseñadora de interiores, había decorado al menos una habitación con gusto. Desde la puerta, Samira contempló las paredes, alineadas con libros y el escritorio de caoba, cubierto con piel verde, a juego con la alfombra y las sillas.
Aquella era una habitación dedicada a la paz y a la contemplación, para leer o trabajar. De hecho, podía haber sido el refugio de un caballero del siglo dieciocho, si no hubiera sido por el teléfono y el ordenador portátil que había encima del escritorio.
Después de echar otro vistazo, por si Lewis conservara una fotografía de su ex-novia, Samira siguió buscando la cocina. Cuando finalmente la encontró, se alegró de ver que ésta era puramente funcional, con decoración muy moderna a base de acero inoxidable y madera, de estilo escandinavo. Le encantó el frigorífico, enorme, que tenía todos los accesorios que se pudieran imaginar.
Tras haberse servido un poco de zumo de naranja, estaba experimentando con la máquina de hacer hielo cuando se llevó un susto de muerte al oír la voz de Lewis, justo detrás de ella.
—Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata —murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.—¡Por amor de Dios! —exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.—Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe dónde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!—¡Y tú sigue soñando, su excelencia! —le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.—Bueno, esa era una de mis fantasías —bromeó él—. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?—¡Exactamente! —murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Lewis había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella
Samira se detuvo en la puerta, volviéndose para mirar el espacioso salón de su ático de Londres. Sus dos hermanas habían pensado que estaba loca, en especial la mayor, Eliana. Ella vivía con su marido, que era médico en Gloucestershire, y tenía dos ruidosas hijas.Samira siempre había hecho el esfuerzo de que su apartamento estuviese en un orden perfecto cuando se marchaba a trabajar. La razón principal era que, cuando volvía a casa después de un largo y agotador día en su despacho, necesitaba relajarse en un espacio tranquilo y ordenado.Por eso, le encantaban el suelo de madera de roble y las cortinas de muselina blanca que cubrían los ventanales. Seguía la corriente del«minimalismo», que parecía dictar una mínima cantidad de muebles con todo recogido en armarios que no estaban a la vista, y aquella decoración era su ideal del absoluto paraíso.—¡Pero todo es tan frío! —le había dicho su hermana cuando visitó el ático por primera vez hacía dos años.Eliana se había echado a temblar
En aquellos momentos, el taxi llegó al edificio de oficinas en el que ella trabajaba. Cuando subió al cuarto piso, se sorprendió de encontrar un grupo de socios susurrándose el uno al otro.—Hola, ¿qué pasa? —le preguntó a su ayudante, Henry Graham, cuando entró en su despacho.—Paul Unwin se ha marchado.—¿Cómo? ¿De qué estás hablando?—Aparentemente —dijo Henry, encogiéndose de hombros—. Paul entregó su renuncia el viernes por la noche, después de que todos nos habíamos marchado.—Eso es una broma ¿no?—No. Hay rumores de que lo han contratado los ejecutivos de la Paramount Asset Management. Pero nadie lo sabe con seguridad.—¡Madre mía! —exclamó Samira, sentándose en la silla, totalmente aturdida por las noticias de la dimisión del jefe de su departamento—. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—Bueno, todavía no ha habido confirmación oficial de los jefazos. Sin embargo, han llamado un par de periodistas preguntando si podemos confirmar los rumores que dicen que Paul se ha march
Totalmente destrozada por el rechazo de Lewis, se retiró de la vida universitaria. Sólo gracias a la amabilidad y paciencia de sus amigas y de su familia, junto con el apoyo de su amigo, el artista Alan Gifford, fue capaz de completar sus estudios y obtener su título. Cuando Alan le dijo que quería casarse con ella, Samira accedió, sin pensar mucho en lo que hacía.Samira se inclinó en la silla, dejando la fotografía a un lado. Pobre Alan. Nunca había habido ninguna posibilidad de que hubieran podido ser felices, ya que ella seguía profundamente enamorada de Lewis.Sin embargo, el tiempo lo curaba todo. Cuando Alan y Samira decidieron separarse, ella sabía que sólo era culpa suya, y por eso había procurado mantener buenas relaciones con su marido.El sonido distante del reloj de una iglesia le hizo volver a la realidad, sabiendo que no había ninguna razón para abandonarse a los recuerdos.Su matrimonio con Alan era pasado y también lo eran los tristes recuerdos de su antigua relación
—A pesar de todo, es fantástico volver a Inglaterra después de tantos años. Me había olvidado de lo verde que es todo. Junio es la mejor época del año para contemplar el paisaje, ¿no crees?Minutos después, cuando Lewis se quedó dormido, Samira no se sorprendió en absoluto, ya que tenía un aspecto mucho más agotado que la última vez. A pesar del bronceado, adquirido en sus viajes al Lejano Oriente, el rostro parecía tenso y cansado.Le resultaba extraño ver los altibajos que parecía sufrir su relación con aquel hombre. Todos sus temores habían desaparecido al verle en la terminal de Heathrow. Una vez más, estar al lado de Lewis resultaba muy sencillo. Eran amigos además de amantes, a pesar de su ruptura todos esos años atrás. A Samira no le costaba creer que sería capaz de afrontar aquella relación sin sentimientos, si aquello era posible.Samira no entendía lo que le pasaba últimamente. Respecto a su relación con Lewis, parecía ir dando bandazos, pensando unas veces que todo era mara
—¡Ya verás! No lo encontrarás tan divertido cuando tus hijos vean algo en televisión y te vayan a preguntar lo que significa el VIH y que les ayudes en matemáticas… Créeme, ¡es agotador!—No estoy segura de que quiera tener hijos. No me gustaría tener que dejar mi carrera…—¡Tonterías! Creí que eras feminista, del tipo de mujer que creen que se puede abarcar todo.—No sé…—Bueno, no te preocupes, Sam. Si te casas y tienes hijos, te darás cuenta de que es posible seguir trabajando. Muchas de mis amigas lo hacen. Lo único es tienes que darte más prisa en todo…¡Qué pena que sólo os podáis quedar una noche! Aunque sólo sea para que veas a tu pobre hermana correr con la lengua fuera intentando organizar a sus dos hijas. ¡Y eso a pesar de que no tengo trabajo!—Todos sabemos que te bastas y sobras incluso con una mano atada a la espalda —le dijo Samira, con una sonrisa—. Yo también siento que nos tengamos que ir tan pronto. Desgraciadamente, Lewis sólo está aquí para una visita breve. Tien
Rápidamente encendió la lámpara de la mesa de noche, se puso una bata para cubrir su desnudez y salió de la habitación. Entonces, vio una suave luz que provenía de la cocina.En silencio, se dirigió hacia allí y desde la puerta, vio que Lewis estaba apoyado en uno de los armarios de la cocina, con la espalda hacia ella. Samira estuvo a punto de llamarle, cuando se dio cuenta de que estaba hablando rápidamente por un pequeño teléfono móvil.—Bueno, vas a tener que conseguir apoyo firme de los accionistas — decía. Samira se dio cuenta de que el tono de voz era tenso. Entonces, Lewis se dio la vuelta y vio a Samira apoyada en el marco de la puerta—. Me mantendré en contacto —concluyó, cerrando precipitadamente el teléfono—. ¿Te he despertado, cariño?—No… no, pero me estaba preguntando dónde estabas. Pensé que podrías estar enfermo o algo por el estilo.—No me siento enfermo —respondió él—. ¡Nunca me he sentido mejor en toda mi vida! —añadió, dirigiéndose hacia ella para tomarla por la c
Ella asintió con la cabeza, esperando que se le pasaran las náuseas que acababa de experimentar en el estómago.—Estaré bien enseguida —musitó—. Olvídalo, ¿de acuerdo?—No, no pienso olvidarlo —le espetó él, muy serio—. ¿Te ha visto un médico? ¡Por amor de Dios, Sam! Podría ser apendicitis.—No, estoy segura de que no es nada de eso —le respondió ella—. Sin embargo, sí que voy a ir a ver a un médico. Francamente, creo que es algún tipo de virus. Nada por lo que merezca la pena preocuparse.—De acuerdo… mientras me prometas que vas a ir a ver a un médico—le dijo Henry, mirándola con preocupación—. Te conozco, Sam, y sé que me vendrás con unas cien excusas para no hacerlo.—¡No me regañes!Pero ella tendría que haber sabido que Henry no cejaría en su empeño. Consideraba que ocuparse de ella era uno de sus deberes, y se negó a dejar el tema. Así que, sólo por no oírle, cogió el teléfono y llamó al Harley Medical Centre, una consulta muy recomendada por Henry.Mientras esperaba que la re