—Bueno, sí, supongo que sí —reconoció Samira, encogiéndose de hombros, avergonzada por haberse mostrado tan vulnerable a los ojos de Lewis.
Desgraciadamente, no era sólo que se sintiera vulnerable. Sino tener tan cerca a ese hombre, al que no había visto hacía mucho tiempo, parecía estar afectando a su equilibrio y a su estabilidad. Tal vez debería echarle otro vistazo al discurso para lograr calmarle los nervios.
—No quiero volver a oír más que te menosprecias —le estaba diciendo Lewis con una sonrisa, mientras ella empezaba a sacar el discurso mecanografiado del bolso—. Créeme, ése es el peor de los errores.
—¿Cómo dices? —le preguntó ella, muy confusa.
—¿Son esas las notas para el discurso de esta tarde?
—Sí. Justamente estaba pensando que… ¡Eh! ¿Qué diablos te crees que estás haciendo? —exclamó ella, mientras él le quitaba los papeles de las manos.
—Me imagino que ya sabes de lo que vas a hablar ¿no? —replicó él, mirando rápidamente las notas.
—¡Claro que lo sé! —le espetó ella muy enojada.
—Bueno, en ese caso, no necesitas las notas —le dijo Lewis, ignorando la expresión horrorizada de ella mientras rompía los folios por la mitad—. No hay ninguna razón para que tengas que consultar las notas. Eso sólo conseguirá distraerte asi que saca lo mejor de ti y lucete.
—¡Genial! Gracias… ¡por nada! —le acusó ella, completamente indignada—. ¿Qué diablos se supone que voy a hacer ahora?
—Lo que vas a hacer, mi querida Samira, es entrar en esa sala y dar el mejor discurso de tu vida —afirmó Lewis, cogiéndola por el brazo para llevarla a la sala de conferencias.
—Nunca te perdonaré por lo que acabas de hacer—le amenazó ella—. ¡Nunca!
—¡Claro que lo harás! —replicó él con una sonrisa burlona—. De hecho, espero que me expreses tu más sincero agradecimiento cuando vayamos a cenar esta noche.
—¡Estarás loco o es que acaso ya vienes tomado! —le espetó ella.
—Bueno, sí —murmuró él, mirando la esbelta figura de Samira, que llevaba la suave melena rubia recogida en lo alto de la cabeza mientras unos delicados mechones le enmarcaban el rostro, ovalado y ligeramente
bronceado, en el que destacaban unos enormes ojos azules—. Sí, creo que tienes razón —añadió enigmáticamente—. Sin embargo, mientras tanto todo lo que tienes que hacer es respirar profundamente y… dejarles atónitos. Créeme, vas a tener mucho éxito.
Al entrar en la habitación de su hotel, Samira tiró el bolso en una silla, se quitó rápidamente los zapatos y se tumbó en la cama.
¡Que horrible dia! Cerrando los ojos para dejar que el estrés y la tensión se fueran reemplazando por la tranquilidad, tuvo que admitir, muy a su pesar, que Lewis había tenido razón. Sin las notas, no le había quedado más remedio que enfrentarse a su audiencia y, tal como le había dicho Lewis, les había dejado atónitos.
Mientras estaba sentada a su lado, al principio de la conferencia, intentando olvidarse del miedo escénico que se estaba apoderando de ella, se había empezado a dar cuenta de que, en realidad, había sido una suerte que fuera Lewis el que presidiera la reunión.
Desde el instante en que se había puesto de pie para dar la bienvenida a los delegados, haciendo un par de comentarios jocosos sobre Lewis Travis, que produjeron sonoras carcajadas en los asistentes a la conferencia, se los había metido a todos en el bolsillo. Todos parecían tan felices y relajado que, finalmente, cuando Samira se puso en pie para empezar su discurso, había conseguido tranquilizarse. De repente, se dio cuenta de que efectivamente sabía de lo que tenía que hablar, y, como todo el mundo parecía estar ansioso por escucharla, no tuvo ningún problema en explicar el contenido de su discurso.
Al finalizar, los aplausos resonaron en los oídos de Samir. Temblando, con una mezcla de agotamiento y alegría, se vio rodeada por una multitud de personas. Estuvo tan ocupada, aceptando las felicitaciones y respondiendo preguntas, que perdió a Lewis de vista. Desgraciadamente, para cuando recobró el aliento y miró a su alrededor, él había desaparecido.
Sintiéndose extremadamente culpable, ya que, efectivamente, sentía que debía darle las gracias, abandonó la conferencia y se dirigió a su hotel.
Entonces, una vez allí, tumbada en la cama, se dio cuenta de que no había manera de que pudiera ponerse en contacto con él. No sabía dónde vivía, ni dónde trabajaba. Si se paraba a pensarlo, ni siquiera sabía qué era lo que él estaba haciendo en los Estados Unidos.
Tremendamente avergonzada por haber estado tan absorta con sus problemas y no haber mostrado ningún interés en los de Lewis, se preguntó qué podría hacer para enmendar aquella situación.
Tras pensarlo algunos momentos, se dio cuenta de que la única persona que podría ayudarle era Linda. Sin embargo, al echar un vistazo al despertador vio que eran las seis. Con toda seguridad, Linda ya se habría marchado de su despacho y Samira no tendría ninguna oportunidad de ponerse en contacto con ella hasta el lunes por la mañana. Ya que el vuelo de vuelta a España era el lunes por la tarde, no tendría ninguna oportunidad de ver a Lewis ni de agradecerle su apoyo aquella tarde.
Sin embargo… tal vez aquello fuera lo mejor. Después de todo, a pesar de que Linda había dicho que estaba soltero, con toda seguridad un hombre tan guapo tenía que estar o casado o al menos estar inmerso en una relación sentimental.
Además, el breve encuentro que habían tenido aquella tarde no significaba precisamente una buena noticia. Era mucho mejor, para su propia tranquilidad, que no volvieran a tener contacto el uno con el otro.
A pesar de sus buenos propósitos, Samira se recostó en las almohadas, intentando desesperadamente controlar aquella repentina tristeza. Evidentemente, había habido otros hombres en su vida, por no mencionar un breve, pero desastroso matrimonio, al que había accedido tras romper con Lewis. Sin embargo, nunca había experimentado unos sentimientos tan profundos como los que había sentido por él… Ella intentó no desmoronarse, diciéndose que la relación con Lewis había ocurrido cuando ella era muy joven e inexperta y se había visto envuelta por las brumas del primer amor. Su vida había cambiado mucho desde entonces.
Había muchas cosas por las que ella tenía que estar agradecida: un trabajo que adoraba, un elegante ático, que a pesar de que le había costado un ojo de la cara había sido una magnífica inversión, un BMW y un sueldo que sus padres y hermanas consideraban una suma indecente de dinero.
¿Quién necesitaba el amor, el romance y todas esas ñoñerías? Ella estaba dedicada en cuerpo y alma a su carrera y sentía que tenía las riendas de su destino.
Justo cuando estaba asegurándose de que llevaba un estilo de vida completamente satisfactorio y de que un hombre atractivo era lo último que ella necesitaba en su vida, el fax que tenía encima del escritorio empezó a recibir un mensaje.
Aquel hotel era fantástico. Aparte de rodear de lujos a sus huéspedes, tenía el aliciente añadido de que ponía a disposición de sus clientes una oficina completa en cada habitación, con fax, teléfono y todos los cables y mecanismos necesarios para conectar el ordenador portátil.Todo ello significaba que podía seguir en contacto con su despacho de España a través del teléfono, del fax y del correo electrónico. Sin embargo, no dejó de sorprenderla el hecho de que su despacho intentara comunicarse con ella, dado que debería ser medianoche en España.¿Habría surgido algún problema?Pero el fax no provenía de la oficina de Mayorca. Samira abrió los ojos con incredulidad al ver el membrete que figuraba en la parte superior del papel. A pesar de que no estaba muy familiarizada con las grandes compañías norteamericanas, sabía que Broadwood Securities Inc era una de las empresas más importantes de los Estados Unidos. Su sorpresa fue aún mayor al ver que la carta llevaba la firma de Lewis Trav
—Siento que no saliera bien las cosas——No hay por qué sentir nada —le replicó él, con una ligera sonrisa—. Francamente, entre tú y yo, ¡me parece que me he librado de una buena! En cualquier caso, todo esto pertenece al pasado. De hecho, mi querida Samira, yo diría que es el presente y el futuro inmediato lo que me parece más prometedor. ¿No te parece?Samira intentó tranquilizarse de nuevo mientras él pagaba la cuenta, aunque le estaba resultando más que difícil. Sabía perfectamente cuando un hombre se le estaba insinuando, pero tras haber pasado más de dos horas intentando ignorar la atracción que sentía por aquel hombre le había dejado agotada. Le resultaba muy difícil sumar dos y dos, y mucho menos podía adivinar lo que él tenía en mente para el resto de la noche.—Yo… yo no estoy segura de lo que quieres decir —musitó ella, cuando el camarero se marchó.—¡Venga ya, Samira! —exclamó él con una ligera sonrisa burlona—. Lo que quiero decir es que ya va siendo hora de que nos vayamo
—Lo siento, Lewis. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… —confesó ella con voz ronca.—Al contrario —murmuró él—. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…—No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado —protestó ella—. De verdad… me parece que todo esto es un error.—He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…—No creo que lo hayas pensado lo suficiente.—En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…—¡Lewis! No creo que esto sea una buena idea —murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.—Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando
—Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata —murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.—¡Por amor de Dios! —exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.—Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe dónde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!—¡Y tú sigue soñando, su excelencia! —le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.—Bueno, esa era una de mis fantasías —bromeó él—. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?—¡Exactamente! —murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Lewis había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella
Samira se detuvo en la puerta, volviéndose para mirar el espacioso salón de su ático de Londres. Sus dos hermanas habían pensado que estaba loca, en especial la mayor, Eliana. Ella vivía con su marido, que era médico en Gloucestershire, y tenía dos ruidosas hijas.Samira siempre había hecho el esfuerzo de que su apartamento estuviese en un orden perfecto cuando se marchaba a trabajar. La razón principal era que, cuando volvía a casa después de un largo y agotador día en su despacho, necesitaba relajarse en un espacio tranquilo y ordenado.Por eso, le encantaban el suelo de madera de roble y las cortinas de muselina blanca que cubrían los ventanales. Seguía la corriente del«minimalismo», que parecía dictar una mínima cantidad de muebles con todo recogido en armarios que no estaban a la vista, y aquella decoración era su ideal del absoluto paraíso.—¡Pero todo es tan frío! —le había dicho su hermana cuando visitó el ático por primera vez hacía dos años.Eliana se había echado a temblar
En aquellos momentos, el taxi llegó al edificio de oficinas en el que ella trabajaba. Cuando subió al cuarto piso, se sorprendió de encontrar un grupo de socios susurrándose el uno al otro.—Hola, ¿qué pasa? —le preguntó a su ayudante, Henry Graham, cuando entró en su despacho.—Paul Unwin se ha marchado.—¿Cómo? ¿De qué estás hablando?—Aparentemente —dijo Henry, encogiéndose de hombros—. Paul entregó su renuncia el viernes por la noche, después de que todos nos habíamos marchado.—Eso es una broma ¿no?—No. Hay rumores de que lo han contratado los ejecutivos de la Paramount Asset Management. Pero nadie lo sabe con seguridad.—¡Madre mía! —exclamó Samira, sentándose en la silla, totalmente aturdida por las noticias de la dimisión del jefe de su departamento—. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—Bueno, todavía no ha habido confirmación oficial de los jefazos. Sin embargo, han llamado un par de periodistas preguntando si podemos confirmar los rumores que dicen que Paul se ha march
Totalmente destrozada por el rechazo de Lewis, se retiró de la vida universitaria. Sólo gracias a la amabilidad y paciencia de sus amigas y de su familia, junto con el apoyo de su amigo, el artista Alan Gifford, fue capaz de completar sus estudios y obtener su título. Cuando Alan le dijo que quería casarse con ella, Samira accedió, sin pensar mucho en lo que hacía.Samira se inclinó en la silla, dejando la fotografía a un lado. Pobre Alan. Nunca había habido ninguna posibilidad de que hubieran podido ser felices, ya que ella seguía profundamente enamorada de Lewis.Sin embargo, el tiempo lo curaba todo. Cuando Alan y Samira decidieron separarse, ella sabía que sólo era culpa suya, y por eso había procurado mantener buenas relaciones con su marido.El sonido distante del reloj de una iglesia le hizo volver a la realidad, sabiendo que no había ninguna razón para abandonarse a los recuerdos.Su matrimonio con Alan era pasado y también lo eran los tristes recuerdos de su antigua relación
—A pesar de todo, es fantástico volver a Inglaterra después de tantos años. Me había olvidado de lo verde que es todo. Junio es la mejor época del año para contemplar el paisaje, ¿no crees?Minutos después, cuando Lewis se quedó dormido, Samira no se sorprendió en absoluto, ya que tenía un aspecto mucho más agotado que la última vez. A pesar del bronceado, adquirido en sus viajes al Lejano Oriente, el rostro parecía tenso y cansado.Le resultaba extraño ver los altibajos que parecía sufrir su relación con aquel hombre. Todos sus temores habían desaparecido al verle en la terminal de Heathrow. Una vez más, estar al lado de Lewis resultaba muy sencillo. Eran amigos además de amantes, a pesar de su ruptura todos esos años atrás. A Samira no le costaba creer que sería capaz de afrontar aquella relación sin sentimientos, si aquello era posible.Samira no entendía lo que le pasaba últimamente. Respecto a su relación con Lewis, parecía ir dando bandazos, pensando unas veces que todo era mara