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3. ¿Es todo lo que vas a decir?

Definitivamente, no se encontraba en su casa, ni en casa de sus padres, por lo que se levantó rápidamente, asustada.

Grave error, eso solo hizo que su estómago se revolviera y tratara de devolver lo que fuera que tuviera en ese momento en su estómago, cosa que no haría.

—Yadira, no entres en pánico — se dijo a sí misma, sintiendo cómo el miedo poco a poco se apoderaba de ella, mientras trataba de recordar los acontecimientos de la noche anterior que la habían llevado hasta el sitio donde se encontraba.

Intentó levantarse; sin embargo, se dio cuenta de que se encontraba completamente desnuda y no solo eso, había un hombre sentado al otro lado de la cama.

Su dolor de cabeza se incrementó al venir a su mente retazos de lo acontecido la noche anterior.

Ella había sido acosada por un grupo de hombres, los cuales fueron apaleados por… No tenía claro si su salvador se trataba del hombre a su lado.

— Bueno, me tengo que ir…—ella se incorporó aferrada a la sábana que la cubría e intentó rodear la cama.

Sus intentos fueron frustrados cuando el desconocido interceptó su escape, acorralándola entre la pared y su cuerpo, muy cerca de la puerta, casi pudo rozar la libertad con los dedos.

—¿Es todo lo que vas a decir? — preguntó él, con una mirada intensa que la hizo estremecer y bajar levemente el rostro.

—Lo siento, no sé qué está pasando. Realmente no recuerdo mucho de la noche anterior —confesó Yadira, sintiéndose avergonzada y vulnerable bajo la mirada penetrante del desconocido.

—¿Es así como pagarás el que te haya salvado?

El hombre frunció el ceño y la observó detenidamente, como si buscara algún rastro de mentira en sus palabras.

La habitación parecía más pequeña con cada segundo que pasaba, y el corazón de Yadira latía desbocado en su pecho.

—Yo, yo no sé a qué te refieres…— respondió ella con apenas un hilo de voz.

—¿Qué haces metiéndote en problemas como este? —inquirió él, aunque su voz había perdido parte de su dureza inicial.

Ella sintió cómo sus mejillas se encendieron, no solo por las palabras del desconocido, sino por su cercanía.

No podía evitarlo, el sujeto tenía unos hermosos ojos avellana.

Estaba segura de que jamás había visto unos ojos tan bellos como los de ese hombre.

Que va, todo él era hermoso, y su cercanía le provocaba reacciones y emociones que no podía tener siendo una persona casada, y de esa extraña sensación que tenía de conocerle.

"Eso es imposible", se dijo a sí misma, tratando de reprimir las emociones que comenzaban a aflorar en su interior.

Pero, sobre todo, no era correcto que ella y él estuvieran tan cerca, mucho menos si le hacía perder el aire con su cercanía.

Tenía claro que debía alejarlo, y eso hizo, colocando sus manos en su firme torso y empujándolo.

Justo a tiempo, ya que, tras recuperar la respiración, tuvo que luchar contra la sensación de asco que en ese momento volvió a ella con más fuerza.

—Siento si te di una mala impresión el día de hoy, pero, pero tú, yo lo que quiera que haya pasado anoche no era yo. Estoy casada y tengo una hija— le dijo al hombre una vez ella controló la sensación de asco producto de haber bebido mucho la noche anterior.

Guillermo se alejó de ella al escucharle decir que estaba casada, si algo tenía claro es que no quería ser el tercero en discordia en la relación de nadie.

Así que le dio su espacio, eso pareció agradarle a ella; sin embargo, no la iba a dejar marchar tan fácilmente.

—A esto me refería con el pago— Guillermo le mostró la factura del hospital donde la llevó después de rescatarla, donde le hicieron un lavado estomacal a causa de la intoxicación alcohólica que tenía ella.

Yadira tomó la factura que él le mostró; no obstante, en ese momento sabía que no contaba con dinero, lo poco que llevaba se lo había gastado en las botellas de vino las cuales se bebió.

—Yo, no tengo esa cantidad, pero si me das tus datos, te haré llegar lo antes posible el coste de la factura.

En ese momento era todo lo que podía ofrecerle al hombre como garantía su palabra y esperaba que eso fuera suficiente.

Guillermo no dijo nada, era obvio que ella deseaba irse y a él no le gustaba mantener a nadie a la fuerza, mucho menos si era una mujer.

—Está bien, puedes irte, yo te haré llegar la factura.

Ella le agradeció inmediatamente— gracias — dijo buscando su ropa y dándose cuenta de que no estaba a la vista, lo único que podía usar en ese momento era una gabardina larga y gris que encontró en una silla, la cual se colocó rápidamente envolviéndose en ella y saliendo de ahí. Ya podía ir añadiendo la prenda a la factura.

Ahora lo que la ocupaba y preocupaba era llegar a hacer lo que tenía que hacer.

—¡Mierda! No tengo dinero ni para un taxi — se dijo buscando entre las bolsas de la gabardina, no obstante, no fue dinero lo que encontró, sino una pistola, la cual dejó de nuevo ahí en el bolsillo.

No era momento de pensar en qué hacía esa pistola en el bolsillo de ese hombre, sino en ir a buscar a su hija y pedirle el divorcio a Enrique, tenía claro que no le quería ya en su vida.

Se dirigió a casa de su suegro a recoger a su hija, pero esta ya había sido recogida por su padre.

—¿Pasa algo, Yadira? — le preguntó su suegro al verla ahí buscando a su hija.

—No, todo está bien — le respondió marchándose de inmediato.

Enrique se había llevado a su hija ¿Y si no se la regresaba? ella no podía perder a su hija, por lo que se dirigió de inmediato a la casa.

Enrique no tardó en burlarse de ella, nada más la vio llegar.

—Sabía que eras una inútil, pero dejar a tu hija sola.

—Enrique, no quiero pelear, está claro que tú no me amas, y yo no quiero estar más contigo, así que divorciémonos…

Supuso que sus palabras alegrarían a su marido, ahora que tenía a Rosalba; sin embargo, las palabras de Yadira solo hicieron enfurecer a su marido.

—¿Divorciarnos? Sabía que eras inútil, pero ahora me demuestras que eres una imbécil.

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