—¡Ayuda, ayuda! —gritó Rosalba, retorciendo la situación para hacer ver a Yadira como una amenaza, lo cual podría perjudicarla aún más en el juicio.
—¡Suéltenme! ¡Esa mujer quiere lastimar a mi hija!—¡Deja de resistirte o tendremos que silenciarte! —amenazó uno de los guardias mientras la arrastraban.A pesar de sus protestas, la llevaron hacia una celda y la empujaron bruscamente al interior, donde otras mujeres aguardaban su turno para enfrentar el juicio.—¡Necesito salir! ¡Tengo que ver a mi hija! —repetía Yadira, desesperada, lo que irritaba a las demás prisioneras.—¡Ya basta! No eres la única que quiere irse de aquí —le reprocharon algunas mujeres.Pero Yadira estaba demasiado consumida por su angustia como para prestarles atención. Su única preocupación era su hija. La ansiedad la agobiaba, y sus lágrimas fluían inconteniblemente mientras rogaba por su liberación.Sin embargo, en lugar de encontrar empatía, las otras reclusas parecían cada vez más molestas con sus lamentos. El ambiente en la celda se volvía más tenso a medida que Yadira intentaba contenerse, buscando, tal vez, un poco de consuelo entre esas extrañas con las que compartía cautiverio.—¡Te vas a callar, quieras o no! — mencionó una de las reclusas, tomando a Yadira del cabello y tirando hacia atrás para estrellar su rostro contra las rejas.Yadira se quejó, pero eso solo atrajo a más mujeres a unirse al ataque, desencadenando una brutal golpiza.—¡Vamos a enseñarte a no llorar! — dijo otra reclusa, golpeándola con fuerza en el estómago y haciéndola caer de rodillas.El llanto de Yadira solo parecía provocar que las demás la golpearan aún más fuerte.Ella intentó defenderse, pero otra reclusa la sujetó por detrás, impidiendo que pudiera usar sus manos para protegerse.Yadira se sintió llena de rabia hacia esas personas, pero también hacia los guardias, quienes observaban la golpiza sin intervenir, incluso parecían divertirse con la situación.Las mujeres no pararon hasta dejar a Yadira hecha un ovillo en el suelo, vulnerable y con el corazón destrozado.—Dejen a la perra, parece que ha aprendido a callarse — mencionó la mujer que había iniciado el ataque.Yadira cerró los ojos, ya ni siquiera podía llorar. Solo sentía un profundo resentimiento hacia esas mujeres, pero enfrentarlas en ese momento sería suicida.Levantarse solo provocaría que todas volvieran a golpearla y descargar su frustración contra ella.Media hora después, escuchó los golpes de una macana en los barrotes.—Acomódenla en uno de los catres, a menos que quieran tener problemas — ordenó uno de los guardias, poniendo fin a la paliza.Con dificultad, Yadira fue llevada a uno de los catres, sintiendo dolor en cada parte de su cuerpo.La soledad y la tristeza la invadían mientras se acurrucaba en aquel rincón oscuro de la celda, preguntándose cuándo podría volver a ver a su hija y si alguna vez encontraría la manera de escapar de aquel infierno.
No supo cuánto tiempo estuvo durmiendo, pero despertó al día siguiente al ser salpicada en el rostro.Fue así que abrió los ojos con dificultad. Estaba segura de que tenía el rostro completamente maltrecho, al igual que su cuerpo, el cual le dolía solo con el simple hecho de respirar o hacer un ligero movimiento.—Tienes suerte, ya han pagado tu fianza, puedes salir — le informó el guardia que se encontraba fuera de su celda.Yadira se quedó completamente desconcertada con las palabras del guardia, pero no perdió el tiempo.Necesitaba salir de ahí e ir por su hija. Por eso no se lo pensó mucho y caminó hasta la salida.Guillermo se encontraba esperándola justo afuera de la comisaría, en medio de la frenética actividad de la ciudad. Su rostro mostraba una mezcla palpable de preocupación y alivio al verla salir por las puertas de la comisaría.La tensión acumulada durante su espera se reflejaba en sus ojos, que se iluminaron al reconocerla, al saberla a salvo.
Ella, por otro lado, parecía sorprendida al verlo allí, aunque era él quien debería estar desconcertado, especialmente al verla en el estado en el que se encontraba.Su apariencia revelaba el agotamiento de una noche difícil y las huellas de las experiencias que había vivido.
Cuando sus miradas se encontraron, los sentimientos que Guillermo experimentó al verla en ese estado fueron extraños y difíciles de gestionar.Sus ojos, por un momento, destellaron con una intensidad peligrosa, revelando una mezcla de emociones que iban desde la preocupación hasta la ira contenida.
—¿Por qué estás dudando?— le preguntó el, su voz resonaba en el aire cargada de expectación al ver que ella no se acercaba.Yadira, sorprendida por la voz del hombre que no esperaba en ese lugar, giró rápidamente la cabeza para ubicar su origen.Cada mirada de las personas a su alrededor parecía estar dirigida hacia él y el automóvil llamativo en el que estaba apoyado, esperando.
Yadira no podía evitar sentirse desconcertada. El hombre que estaba frente a ella, aparentemente calmado y confiado, ¿era realmente el mismo con el que había compartido cama solo unas noches atrás?Mientras todos parecían volver sus miradas hacia él, ella tenía la certeza de que no la veían a ella, sino al hombre y al automóvil llamativo donde se encontraba recargado, esperándola.Él no respondió a su pregunta, simplemente continuó esperando a que ella se acercara. La inquietud creció en el aire mientras ella luchaba por entender lo que estaba sucediendo.Esta situación la llevó a hacerse una serie de preguntas inquietantes.¿Acaso él había sido quien la había vuelto a salvar en un momento de necesidad?
¿Por qué ese hombre aparecía en su vida precisamente cuando más necesitaba una mano amiga, o tal vez algo más?
Sus pensamientos eran una maraña de incertidumbre mientras contemplaba al enigmático hombre que había venido a buscarla.
Yadira no creía en la buena suerte, especialmente con todos los infortunios que últimamente parecían perseguirla.—Dime, ¿piensas volver a entrar y encerrarte? —le preguntó Guillermo.Yadira no respondió; simplemente miró la comisaría por última vez antes de subir al auto del hombre. Estaba decidida a no pasar ni un minuto más en un lugar como aquel.Guillermo sonrió con cierta picardía al observar cómo ella se subía a su vehículo sin dudarlo.— Justo lo que pensaba — murmuró para sí mismo poniéndose sus gafas de sol antes de arrancar el coche.Aunque Yadira guardó silencio, no dejaba de mirar a través del espejo retrovisor a su salvador. En ese momento, él era su ángel guardián. Sin embargo, aquella situación la llenaba de curiosidad, no entendía qué podría motivar a ese hombre a protegerla.Guillermo percibió su interés. No porque tuviera un talento especial, sino porque para él, Yadira era como un libro abierto. Sus emociones eran transparentes, evidenciando una inocencia natural
—¿Realmente crees que te permitiría criar a mi hija? ¿Tú, que ni siquiera pudiste cuidar de un bebé en tu vientre? Eres una mala madre, Yadira. Ningún juez otorgaría la custodia a una mujer que perdió a su hijo de esa manera.—Eso no fue mi culpa, y lo sabes —respondió ella, sintiéndose devastada por las palabras de su marido.La mirada de Guillermo estaba cargada de amenaza, parecía querer evitar que siguiera humillándola aún así se dijo que debía seguir ahí únicamente como observador silencioso. Sin embargo, Enrique no tenía intención de hacerle las cosas fáciles.—Si de verdad quieres a tu hija, supongo que estarás dispuesta a pagarme 500 mil dólares y un monto sustancial cada mes. Esa sería la única forma en que consideraría cederte la custodia de la niña.—¿Pretendes venderme a mi hija? —preguntó Yadira, con la voz llena de rabia.Enrique sonrió burlonamente, jugueteando con un fajo de billetes en sus manos sabiendo que ella no tendría modo de conseguir ese dinero y eso solo la f
La lluvia arreciaba en la oscura noche, y Yadira caminaba por las calles empapadas. Su ropa, humedecida, pegada a su cuerpo, y su cabello, enmarcando su rostro con gotas de agua, la hacían lucir agotada. Su orgullo la había llevado a declinar la ayuda de Guillermo.Y ahora, sola en la noche, se sentía un poco perdida caminando sin rumbo hasta llegar a un bar.El bullicio del bar la recibió al abrir la puerta, un ambiente cálido, contrario a la frialdad que reinaba fuera. Atrajo algunas miradas, principalmente por estar completamente mojada. Tras tomar un respiro, se acercó a la barra, donde un hombre de mediana edad, con cabello canoso y barba, servía bebidas.—¿Puedo ayudarte? —dijo el hombre con una mirada evaluadora.—Buenas noches, mi nombre es Yadira. Estoy buscando trabajo, ¿necesitan a alguien aquí?El hombre la examinó de arriba a abajo, sus ojos se detuvieron en su figura redondeada y luego volvió a su rostro intentando ocultar un gesto de burla sin lograrlo.—Lo siento, solo
Rosalba lucía radiante en ese instante, una sonrisa genuina adornaba su rostro. ¿Cómo no iba a sentirse así? Había logrado lo que siempre anheló.Aunque Enrique no poseía la fortuna de un magnate, contaba con el capital suficiente para satisfacer cada deseo de Rosalba. Ella no tenía que preocuparse por nada, y a cambio, Enrique disfrutaba de la exclusividad de su compañía.La primera vez que lo vio, en el brazo de su mejor amiga, sintió una chispa de deseo. Desde ese momento, todo se volvió un juego de seducción y poder entre ellos.Enrique se encargaba de colmarla de lujos y atenciones, y Rosalba, consciente de su belleza y encanto, le ofrecía momentos de pasión y complicidad.—Rosalba eres la mejor— musitó él, cayendo a un lado de ella.Ambos se encontraban satisfecho en la recámara del hotel rodeado de velas y pétalos de rosas rojas. Aun así, Rosalba podía encontrarse satisfecha sexualmente, pero no anímicamente, sobre todo al ver que su ex mejor amiga había aparecido del brazo de
Ernesto estaba exultante con Yadira. Si bien ella no encajaba con los estándares de belleza de sus exigentes clientes, su voz era un tesoro; era capaz de cautivar a cualquiera que la escuchase. El video que había subido de Yadira a internet había viralizado, y las preguntas sobre cuándo sería su próximo concierto no tardaron en inundar los comentarios. Ernesto reconoció la oportunidad dorada que tenía entre manos. Necesitaba asegurarse de consolidar su posición como el representante de Yadira. Con su creciente fama, era inevitable que otros agentes intentaran acercarse y persuadirla para que firmara con ellos. Eso era algo que Ernesto no podía, y no iba a permitir."Esta es mi gallina de los huevos de oro", pensó mientras marcaba el número de Yadira.Además, tenía un plan adicional en mente. Un cliente muy distinguido e importante había mostrado interés en Yadira, y Ernesto sabía que tenía que garantizar un espectáculo inolvidable para él. Así que, sin dudarlo, tomó su móvil y la lla
Ella fue recibida con una ovación al hacer su entrada al escenario. A pesar de no encajar en los cánones tradicionales de belleza, esa noche irradiaba confianza y encanto. Su vestido, cuidadosamente seleccionado, acentuaba sus curvas, dándole una apariencia deslumbrante. Pero más allá de su apariencia, era su voz lo que realmente asombraba. Cada nota que emitía llevaba consigo una emoción cruda y poderosa, transportando a la audiencia a un viaje lleno de sentimientos y pasión.Mientras Yadira cantaba, Guillermo, en un intento por ocultar sus verdaderos sentimientos y despertar celos en ella, coqueteaba abiertamente con la mujer que lo acompañaba. Rozaba su brazo, susurraba cosas a su oído haciéndole reír e incluso en un momento dado, la besó. Cada vez que sus ojos se encontraban con los de Yadira, aumentaba su flirteo con su acompañante. Había deseado a Yadira durante años, y ahora que parecía que la tendría, ella lo trataba con distancia diciendo que no tenía derechos sobre ella. Ad
Con un movimiento de cabeza, Ernesto indicó a uno de sus hombres para que se colocara junto a la puerta del camerino, asegurando que nadie interrumpiera a Guillermo.—Está bien, tienes veinte minutos—dijo Ernesto—. Pero después de eso, necesito que Yadira vuelva al escenario.—Entendido —murmuró Guillermo, antes de dirigirse rápidamente hacia el camerino.Mientras Ernesto volvía a sus cosa, no pudo evitar preguntarse qué había pasado entre Guillermo y Yadira, esa chica sería mejor inversión de lo que jamás había pensado.Guillermo no perdió tiempo. Entró al camerino y cerró la puerta detrás de él, aislándose del bullicio del bar y de los demás. Ahora estaba solo con Yadira, la única persona que realmente anhelaba ver esa noche.—No pude soportarlo más, Yadira —confesó Guillermo, su voz llena de una sincera desesperación—. Ver cómo esos hombres te miraban, cómo te deseaban... me estaba volviendo loco. Y esa mirada en tus ojos...Guillermo dio un paso rápido, quedando cara a cara con Ya
El beso se profundizó, y la pasión, que había estado latente durante años, se desató como una tormenta. Guillermo la sostuvo con firmeza, pero con dulzura, como si temiera que ella se desvaneciera entre sus brazos. Yadira, a su vez, se aferró a él, sus manos recorrieron su espalda, sintiendo la fuerza que yacía bajo la tela de su camisa, sus músculos, esa piel que deseaba perfilar con los dedos.Entre susurros y caricias, se movieron juntos, un baile tan antiguo como el tiempo mismo. Guillermo la condujo hacia el escritorio de madera oscura en la esquina de la habitación, despejando con un movimiento suave los papeles y objetos que descansaban sobre él. Los labios de Guillermo dejaron los de Yadira solo para trazar un camino de besos ardientes por su cuello, arrancando suspiros entrecortados de los labios de ella.—Eres mía, solo mía, Yadira… —murmuró él contra su piel, su voz sonó en un ronco susurro lleno de deseo.Ella no pudo hacer más que asentir, perdida en la sensación de ser c