Le había sido imposible contactar con Guillermo de ningún modo. A la preocupación por la desaparición de su hija se unía la sensación de que algo malo le había ocurrido a Guillermo; solo podía esperar. En ese momento, Yadira aguardaba cualquier tipo de comunicación. Su mente estaba sumida en la incertidumbre, en la angustia de no saber dónde estaba Sofía o si estaba a salvo. En ese estado de vulnerabilidad, su móvil finalmente sonó, y ella respondió con las manos temblorosas.—¿Hola? —La palabra se quebró en un susurro cargado de miedo.—Tenemos a tu hija —dijo una voz distorsionada al otro lado—. Si quieres verla sana y salva, vendrás sola. Sin la policía. Tienes una hora.—Rosalba, sé que eres tú. Dime qué quieres. Sabes que haré cualquier cosa por mi hija, pero devuélveme a Sofía —suplicó Yadira.Yadira se aferró al teléfono, como si con su fuerza de voluntad pudiera acercar a su hija, como si gracias a eso fuera capaz de recuperarla.—No sé de quién me habla, señora. Solo haga lo
Guillermo estaba siendo atendido por las heridas del reciente atentado, rodeado por sus hombres que lo habían llevado a la fuerza al medico de confianza. A pesar de la atención médica, su mente estaba turbada por la acumulación de llamadas perdidas de Yadira en su buzón de voz, y la imposibilidad de contactarla le hacía retorcerse de inquietud en la camilla.—Señor Meza, es imperativo que permanezca aquí. La herida requiere cuidado; una reapertura podría ser catastrófica —insistió el médico, un viejo conocido a quien Guillermo confiaba incluso para tratar heridas de bala.—Por favor, jefe, deje que nos encarguemos. Además, estamos averiguando quién estuvo detrás del atentado —reafirmó uno de sus subordinados.Guillermo los miró con una mezcla de frustración y determinación. Estaba claro que nada lo detendría.El silencio que siguió fue interrumpido por la vibración del teléfono de Guillermo. La pantalla mostraba otra llamada entrante, y el vislumbre de los mensajes de Yadira avivó su
Agitada y llena de temor, dejó caer su móvil. Una mesera, al ver su estado, se acercó con preocupación.—¿Se encuentra bien, señora? —preguntó la joven con cuidado.—Estoy bien, solo déjame —respondió Rosalba, su voz era un gruñido.Después de un empujón apresurado y torpe, recogió su teléfono y se apresuró a encerrarse en el baño, donde intentó comunicarse con el jefe de los secuestradores. Pero su llamada cayó en el vacío, sin respuesta, incrementando el torbellino de pánico que ahora amenazaba con consumirla.Rosalba se retorcía en una maraña de miedo y arrepentimiento, atrapada en una trama de su propia creación que había crecido más allá de lo que jamás imaginó. Su corazón latía frenético buscando una salida a la pesadilla que ella había orquestado, pero con cada palpitar, la realidad de su situación se volvía más abrumadora.El escondite donde los secuestradores guardaban a Yadira pronto se vería sacudido por la fuerza imparable de Guillermo y su equipo. Mientras tanto, Rosalba
Rosalba salió apresuradamente de la cafetería, sintiéndose aliviada de que sus llamadas se hicieran desde un teléfono de prepago, lo cual le permitía limpiar cualquier rastro de su implicación en el secuestro y entregar el dispositivo a un vagabundo que encontró al salir de allí.El vagabundo, ajeno a lo que estaba sucediendo, se convirtió en su distracción, mientras ella debía lidiar con la verdadera amenaza: Guillermo.En el interior de su automóvil, temblaba sin control, tratando de pensar en quién podría recurrir para salir de esta situación. Sabía que Enrique no la ayudaría, y ninguno de sus amantes tenía el poder para enfrentar a Guillermo. Cualquier intento de protegerla sería inútil frente a su venganza.—¡Maldita sea, Rosalba! Eres una completa idiota. ¿Cómo te atreviste a meterte en esto? —se recriminaba a sí misma mientras se tiraba del cabello y mordía sus uñas hasta sentir el dolor. Golpeó el volante con la cabeza en un arrebato de desesperación, sintiendo el dolor físico
La casa de Guillermo, pese a su tamaño y su lujo, tenía en ese momento el aire de un santuario, un refugio seguro contra las tormentas del mundo exterior. Cuando Yadira y Guillermo llegaron, lo primero que hizo ella fue llevar a Sofía a su habitación. La pequeña, aún con los rastros del miedo en su mirada, se aferraba a su madre como su única certeza en el mundo.Desde la puerta, Guillermo observaba en silencio cómo Yadira acunaba a Sofía, su voz suave como una caricia mientras le cantaba suavemente una canción de cuna.—Mami, tengo miedo —susurró Sofía, su voz apenas audible.—Shhh, mi amor, ya estás en casa. Estás segura aquí, con mamá y Guillermo. No dejes que el miedo quite espacio a los bonitos sueños que tendrás esta noche —respondió Yadira, meciéndola con delicadeza.—¿Me prometes que no nos dejarás? —La pregunta de Sofía estaba llena de una vulnerabilidad que rompería el corazón más duro.—Te lo prometo, mi vida. Siempre estaré contigo, pase lo que pase —aseguró Yadira, deposi
Guillermo despertó de manera inesperada, con el recuerdo de su conversación con Yadira resonando en su mente. Un agudo dolor proveniente de su herida lo había despertado, pero se calmó al encontrarse con la vista más hermosa: Yadira durmiendo a su lado.Verla a su lado durmiendo lo hizo evocar la noche en que Yadira lo salvó, aunque ella no recordara, el recuerdo se encontraba fresco en su mente. Aunque en ese entonces era un hombre diferente, no la culpaba por no recordar ese incidente del pasado; ella estaba allí con él y eso era suficiente.—Oh, mi hermosa dama, me gustaría saber con qué sueñas—, susurró Guillermo, extendiendo una mano hacia el rostro de Yadira. Sin embargo, se detuvo al verla temblar y hablar en sueños.Preocupado, la abrazó de inmediato al pensar que podría estar teniendo una pesadilla. La tranquilizó con dulces palabras mientras ella se calmaba en sus brazos.Yadira despertó nerviosa, disculpándose tímidamente al apartarse del abrazo. Guillermo sonrió.—¿Te enc
Yadira se sintió abrumada por las emociones. No sabía por dónde empezar. ¿Qué debía conservar y qué debía desechar? ¿Qué debía recordar y qué debía olvidar?Abrió una caja al azar y encontró un álbum de fotos. Lo abrió con curiosidad y se quedó helada al ver la primera imagen. Era una foto de ella con Rosalba, su exmejor amiga. Las dos sonreían felices, abrazadas, con un cartel que decía "Feliz cumpleaños, Yadira".Yadira sintió un nudo en la garganta. Recordó aquel día, hace dos años, cuando Rosalba le organizó una fiesta sorpresa. Fue la última vez que ella y Rosalba habían compartido un momento de verdadera amistad. Después de eso, todo cambió.Rosalba hará se había convertido en su peor enemiga. Se metió con Enrique su marido, le hizo la vida imposible no solo de manera sentimental, también trato de hacerlo en el trabajo, le difamó con mentiras, y lo peor de todo, le secuestró a su hija Sofía.Yadira no podía entender cómo alguien que había sido tan cercana a ella podía hacerle tan
¿Qué mujer no estaría feliz en la celebración del matrimonio con el amor de su vida? Pero para Yadira, ese día era aún más especial. Lo había estado esperando con ansias y quería asegurarse de que fuera perfecto en todos los sentidos, debía demostrarle a su esposo que era la mejor mujer que podía tener, que estaba a su altura y que lo amaba.Con ese objetivo en mente, decidió sorprender a su esposo, Enrique. Durante la mayor parte del día, se mantuvo en secreto, ocultándose de él para preparar una cena sorpresa que esperaba valorara.Sabía que no era la mejor esposa, al menos eso le decía siempre él, que no era una buena esposa, que estaba gorda, que cada día era peor madre por eso pensaba en como esforzarse para que él pudiera verla de otro modo, como la mujer de la que un día dijo estar enamorado.Por eso quería aprovechar al máximo ese día especial, quería hacerlo feliz, demostrarle que podía ser una mejor mujer para él. Antes de regresar a casa, decidió hacerle una visita al p