Con un movimiento de cabeza, Ernesto indicó a uno de sus hombres para que se colocara junto a la puerta del camerino, asegurando que nadie interrumpiera a Guillermo.—Está bien, tienes veinte minutos—dijo Ernesto—. Pero después de eso, necesito que Yadira vuelva al escenario.—Entendido —murmuró Guillermo, antes de dirigirse rápidamente hacia el camerino.Mientras Ernesto volvía a sus cosa, no pudo evitar preguntarse qué había pasado entre Guillermo y Yadira, esa chica sería mejor inversión de lo que jamás había pensado.Guillermo no perdió tiempo. Entró al camerino y cerró la puerta detrás de él, aislándose del bullicio del bar y de los demás. Ahora estaba solo con Yadira, la única persona que realmente anhelaba ver esa noche.—No pude soportarlo más, Yadira —confesó Guillermo, su voz llena de una sincera desesperación—. Ver cómo esos hombres te miraban, cómo te deseaban... me estaba volviendo loco. Y esa mirada en tus ojos...Guillermo dio un paso rápido, quedando cara a cara con Ya
El beso se profundizó, y la pasión, que había estado latente durante años, se desató como una tormenta. Guillermo la sostuvo con firmeza, pero con dulzura, como si temiera que ella se desvaneciera entre sus brazos. Yadira, a su vez, se aferró a él, sus manos recorrieron su espalda, sintiendo la fuerza que yacía bajo la tela de su camisa, sus músculos, esa piel que deseaba perfilar con los dedos.Entre susurros y caricias, se movieron juntos, un baile tan antiguo como el tiempo mismo. Guillermo la condujo hacia el escritorio de madera oscura en la esquina de la habitación, despejando con un movimiento suave los papeles y objetos que descansaban sobre él. Los labios de Guillermo dejaron los de Yadira solo para trazar un camino de besos ardientes por su cuello, arrancando suspiros entrecortados de los labios de ella.—Eres mía, solo mía, Yadira… —murmuró él contra su piel, su voz sonó en un ronco susurro lleno de deseo.Ella no pudo hacer más que asentir, perdida en la sensación de ser c
Yadira no tuvo tiempo de procesar lo que había ocurrido entre Guillermo y ella en esa media hora que había tenido como descanso antes de volver a salir a escena.—Yadira —la llamó Ernesto, su jefe y también representante—. ¿Qué es lo que te ocurre? —le preguntó nada más verla salir del improvisado camerino donde ella había estado "descansando".El hombre ni siquiera le dio tiempo a responder. —No me importa, pero sea lo que te tenga así de distraída más vale que lo olvides. Ahora lo que tienes que hacer es volver a subir al escenario y cantar.Yadira no le respondió a Ernesto, simplemente asintió a lo dicho por él y esperó a que el presentador la llamara para subir al escenario. Además, no tenía manera de explicar qué era lo que la tenía con el corazón acelerado y el cuerpo ardiendo, recordando todo lo que había ocurrido hacía un par de minutos atrás.Estaba segura de que no sería la única mujer que se encontraría nerviosa y terriblemente excitada al sentir en su piel todavía el toque
Guillermo se sentía atrapado mientras observaba la escena que se desarrollaba ante él. Sus manos se apretaban en puños, una señal clara de su deseo de intervenir, pero sabía que debía mantenerse en un discreto segundo plano. El brillo feroz de las cámaras podía ser tan destructivo como cualquier arma, y no podía permitirse ser atrapado en su luz incriminadora. Aun así, la manera en que acosaban a Yadira, con sus palabras filosas como dagas, hacía hervir su sangre.La multitud se había convertido en una bestia indomable, alimentada por rumores y acusaciones sin fundamentos. A pesar de los esfuerzos de Yadira por mantener la calma, la presión era demasiado grande. El periodista insaciable continuaba lanzándole preguntas venenosas, tratando de arrancar una confesión o una admisión de culpa. Guillermo sabía que ella era inocente, podía verlo en sus ojos, en la firmeza de su voz, a pesar del temblor que intentaba infructuosamente ocultar.Y entonces ocurrió lo impensable. Algunas personas
Guillermo detuvo el coche frente a su casa, una estructura moderna y acogedora resguardada por altos árboles. Invitó a Yadira a subir, guiándola suavemente por el brazo hasta la entrada. Una vez dentro, el ambiente tranquilo y cálido de la casa contrastaba con el caos que habían dejado atrás. Yadira, aún temblorosa, observaba el entorno mientras Guillermo cerraba la puerta detrás de ellos.—Yadira, por ahora no puedes volver a trabajar en el bar —dijo Guillermo con determinación, anticipándose a las protestas de ella—. Lo primero es tu seguridad.Yadira, a pesar del agradecimiento que sentía hacia Guillermo, no pudo evitar protestar. —Pero necesito el dinero, Guillermo. Tengo que rescatar a mi hija, no puedo permitir que se quede con Enrique y Rosalba.Él la miró con seriedad, comprensión y determinación en sus ojos. —Si es dinero lo que necesitas, yo te lo daré. Pero tendrás que trabajar en mi empresa.Yadira estaba sorprendida y un poco desconcertada ante la proposición. —¿En tu e
A lo largo de la silenciosa noche, Yadira yacía en la cama, su mente era un torbellino de pensamientos que la mantenía despierta. Los minutos se transformaban en horas mientras revisaba su teléfono de vez en cuando, buscando alguna noticia sobre el incidente de la noche anterior, anhelando ver algo más allá de los comentarios venenosos dirigidos hacia ella. Pero no había nada más, solo las palabras hirientes de desconocidos, juzgándola sin conocer la verdad.Ni una sola noticia sobre Guillermo o la persona que había disparado, nada que pudiera ayudar a inculpar a la traidora de su ex amiga en todo el alboroto, solo se hablaba de ella, la gran revelación que había resultado ser una asesina.El amanecer llegó, pálido y frío, sin ofrecer alivio a su agotada mente y corazón. Yadira no tocó el desayuno que Guillermo le había preparado con cuidado, que ahora yacía en la mesa, las frutas y el pan, intactos.Guillermo bajó su voz, intentando persuadirla para que comiera algo. La miró con preo
Tras la confrontación con Rosalba, Yadira se encontraba tensa. Aunque había recibido el apoyo del jefe del departamento, sentía que todos los demás empleados la observaban, cuchicheando a sus espaldas. Temía que su conflicto con Rosalba dañara su reputación y su desempeño en el trabajo.Este temor la llevaba a pensar que a largo plazo podría ocasionar problemas no solo al jefe del departamento donde trabajaba, sino también a Guillermo, el hombre que se había convertido en su ángel guardián.Sin embargo, cuando entró a su despacho para compartir sus inquietudes, Guillermo simplemente le sonrió, tomándola de la mano y reconfortándola con palabras contundentes sobre por qué no debería temer. Le aseguró su apoyo incondicional, restaurando así la confianza de Yadira.Con esta nueva motivación, volvió a su puesto de trabajo, poniéndose al día con todas sus tareas. Estaba a punto de terminar cuando su móvil sonó.—Bueno —respondió tomando su móvil.—Señora Yadira, soy su abogado. ¿Puede habl
Rosalba regresó a su casa a la hora del almuerzo, con un paso ligero y una sonrisa que no podía borrar de su rostro. Todavía podía sentir el calor de la mirada de Guillermo y su sonrisa confiada. Decidida a aprovechar este momento que creía propicio, se dirigió directamente a su habitación, seleccionando el vestido más elegante y atractivo de su armario. El rojo carmesí que eligió resaltaba su piel clara y sus curvas. Se arregló el cabello, se puso un delicado perfume y se miró en el espejo, satisfecha con lo que veía.Pero justo cuando estaba a punto de salir de la casa, la pequeña hija de Yadira, quien estaba, entró corriendo a la habitación, sosteniendo un envase de yogur. En su entusiasmo infantil, tropezó, derramando el contenido del envase sobre el vestido recién puesto de Rosalba.La cara de Rosalba cambió de satisfacción a furia en un segundo. El yogur escurrió por la tela carmesí, creando un desastre lácteo que destrozaba su perfecta imagen.—¡¿Qué has hecho?! —gritó Rosalba