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2. ¡Lárgate! No quiero volver a verte.

Rosalba no esperaba una reacción tan intensa por parte de Yadira, quien siempre había sido calmada y parecía conformarse con cualquier situación.

La consideraba una persona aparentemente tranquila, de esas que te ofrecen la otra mejilla si les haces daño.

—Eres una mosquita muerta, eso es lo que eres, fea, gorda…—, continuó Rosalba, tratando de minar y destruir por completo la confianza de Yadira. —No supiste mantener a un hombre como Enrique satisfecho, eres una frígida.

Sin embargo, en lugar de apaciguarse, la furia de Yadira parecía aumentar.

El dolor en su corazón la había cegado por completo en ese momento, dejándola envuelta en una tormenta de ira y resentimiento que amenazaba por arrasar todo lo que se le pusiera delante.

Enrique, era incapaz de tolerar ver a su amante siendo maltratada, así que se acercó a las dos mujeres, tiró con fuerza de Yadira separándolas y detuvo su ataque abofeteándola.

El golpe físico no le dolió tanto a Yadira como darse cuenta de que su amor por ella se había desvanecido y que se preocupaba más por Rosalba que por su propia esposa.

—Rosalba tiene razón, no eres nadie para mí—, declaró Enrique fríamente. —Ni siquiera pudiste darme un hijo varón. ¿Ya olvidaste que tu maldito útero no pudo sostener a mi hijo y lo abortaste? No se para que tanta panza si no puede mantener un hijo vivo dentro.

Las palabras de Enrique aplastaron cualquier esperanza que Yadira pudiera tener de salvar su matrimonio.

El dolor de la pérdida de su hijo la había herido profundamente.

Se quedó inmóvil, sin saber qué decir o cómo actuar, pero eso no fue un problema.

Todavía recordaba como había perdido a su bebé después de ser brutalmente golpeada por él.

Enrique la agarró del brazo y la arrastró hasta la puerta de la casa, arrojándola a la calle junto con su bolsa y la ropa que llevaba puesta en ese momento.

—¡Lárgate! No quiero volver a verte.

Justo en ese momento que fue echada de su propia casa, comenzó a caer un fuerte aguacero, empapándola por completo.

Yadira caminó por la ciudad bajo la lluvia, buscando refugio.

El único lugar en el que se detuvo fue una vinoteca que parecía estar abierta las 24 horas.

Compró dos botellas de vino, una de las cuales guardó en su bolso, y abrió la otra, bebiendo directamente de la botella oculta dentro de la bolsa de papel.

Podía verse cómo caminaba unos pasos, llevaba la bolsa de papel a sus labios y luego se limpiaba los labios.

Se sentía patética y ridícula al darse cuenta de que las señales de la infidelidad estaban frente a ella todo el tiempo.

La forma en que su esposo y Rosalba desaparecían juntos en fiestas y eventos, pero siempre se decía a sí misma que no debía convertirse en una persona tóxica, que el amor se basaba en la confianza.

Aunque no tenía ganas de seguir bebiendo, sentía la necesidad de cantar, de desgarrarse la garganta con canciones llenas de dolor, esas canciones que se escuchan cuando uno está mal.

Ella siempre había querido ser cantante, tenía una bonita voz pero jamás se atrevió a intentarlo porque sucedería igual que en todos lados, en la universidad, en el instituto, nadie le daría una oportunidad por sus kilos de más, él único que alguna vez pareció tratarla con amor fue Enrique, era amor a su manera, pero hasta entonces creyó que era amor al fin y al cabo.

En ese momento, necesitaba desahogarse cantando canciones de despecho por la calle, canciones que nunca elegiría escuchar por voluntad propia, pero que en ese momento parecían encajar perfectamente con su situación.

—¡Ja! Toma tu confianza — murmuró Yadira, golpeándose la cabeza mientras tomaba otro sorbo de vino.

Yadira, en su vulnerabilidad, caminaba por la solitaria calle.

Con la bolsa de papel en sus labios, seguía bebiendo de forma incontrolada, atrayendo miradas curiosas y maliciosas de un grupo de jóvenes vándalos que se encontraba en la esquina.

Con pasos tambaleantes, era como una llama en la oscuridad, un imán para aquellos que buscaban diversión a costa de otros.

Su presencia parecía despertar el instinto depredador de los chicos que la rodeaban.

—Parece que tenemos aquí a una linda conejita — se burló uno de los jóvenes, su sonrisa maliciosa resplandecía en la penumbra, mientras se acercaban lentamente hacia ella, formando un círculo.

— Bueno, no tan linda — se mofó otro, lanzando una risa burlona.

— Para pasar un buen rato, ya nos viene bien — agregó uno más, su tono despectivo era evidente en cada palabra, mientras los tres se reían y acorralaban a Yadira.

La joven, con el corazón palpitante de miedo e impotencia, intentó apartarse empujándolos, desesperada por alejarse de aquellos depredadores callejeros.

Sin embargo, sus piernas temblaban y su visión borrosa por el alcohol la hacían torpe y vulnerable frente a la hostilidad de sus atacantes.

La noche abrazaba a Guillermo con su oscuridad, mientras demasiadas cosas atormentaban su mente.

A pesar de sus deseos de descansar, el insomnio lo mantenía cautivo, así que decidió escapar de su alcoba y tomar un respiro nocturno en su fiel motocicleta.

El frío del viento en su rostro solía ser reconfortante, aliviando las pesadillas que lo asaltaban en la quietud de su hogar.

En medio de la oscuridad, Guillermo era una figura enigmática.

Con una mirada penetrante y una complexión robusta, su atractivo se mezclaba con una sombra de misterio que lo envolvía, no solo era un hombre atormentado, también era atractivo, fuerte y tenía un cabello rojo que acentuaba su carácter, dándole una apariencia agresiva sin siquiera proponérselo

Mientras recorría las solitarias calles, sus pensamientos tumultuosos se vieron interrumpidos por una escena que llamó su atención.

Un grupo de jóvenes rodeaba a una joven, su presencia parecía provocar un aura de vulnerabilidad y angustia a su alrededor.

Inicialmente, Guillermo pensó que simplemente se trataba de amigos jugando, pero pronto se percató de la verdad más sombría.

La joven luchaba por escapar de aquella situación, su rostro mostrando una mezcla de miedo y desesperación.

Sus esfuerzos por alejarse de los jóvenes acosadores eran en vano, mientras estos se mofaban y reían con malicia.

Sin pensarlo dos veces, Guillermo sabía que no podía permitir que aquello continuara.

La pasión y valentía que lo caracterizaban se encendieron ante la injusticia que presenciaba.

—Esta conejita se cree la divina garza, pero no lo es y se lo demostraremos — se burló uno de los hombres.

Uno de ellos empujó a la joven, haciéndola caer al suelo.

En ese momento, ella recordó lo sucedido horas antes con su esposo y cómo eso la hacía sentir.

Decidió que no toleraría más ese sentimiento y comenzó a luchar con todas sus fuerzas contra cualquiera que se atreviera a tocarla.

—¡Mierda! — masculló Guillermo, debatiéndose entre seguir su camino o ayudar a la joven en apuros.

A pesar de que deseaba continuar su camino, no podía ignorar la situación, así que se bajó de su moto y corrió hacia la joven para ayudarla.

—Más te vale que no te metas — advirtió el líder de los vándalos.

—¿Por qué no vienes tú y me lo impides? — retó Guillermo, sin demorar en enfrentarse a todos los miembros de la banda.

La pelea fue una danza caótica y frenética, en la que los vándalos rodeaban a Guillermo como aves de rapiña, pero él se movía con una agilidad impresionante, esquivando golpes y devolviendo ataques precisos.Era como si estuviera acostumbrado a situaciones de peligro extremo.

Los golpes y gritos resonaban en la oscura noche, mientras Guillermo defendía con ferocidad a la joven.

Yadira, a pesar de su vulnerabilidad y fragilidad en ese estado etílico, encontró la fuerza para animar a Guillermo con entusiasmo, gritando palabras de apoyo en medio del caos.

Aunque sus palabras eran entrecortadas y su voz a veces inestable, su ánimo era genuino, y Guillermo lo notó.

—¡Eso, pégales, demuéstrales quién manda! ¡Tú, tu hombre desconocido! — exclamó con una sonrisa desafiante.

—¡Mi botella! — se quejó ella, haciendo que Guillermo rodara los ojos ante su comentario.

Después de media hora de intensa lucha, Guillermo corrió para evitar que la mujer cayera al suelo.

—Maldita sea, lo que me faltaba — masculló mientras la tomaba entre sus brazos justo cuando Yadira estaba a punto de caer debido al alcohol que había consumido.

Una extraña electricidad recorrió sus cuerpos en ese instante.

—Gracias, ¿acaso eres Tuxedo Mask? — bromeó Yadira, incapaz de contener su sentido del humor en ese momento. Solo le quedaban dos opciones: reír o llorar, y ya no quería llorar.

Además, Guillermo le recordaba al personaje de anime de su infancia que tanto le gustaba.

Sin embargo, el alcohol comenzaba a hacer efecto y ella no podía evitar sentir ganas de dormir, sobre todo al sentirse protegida en los brazos de Guillermo.

Fue en ese momento que Guillermo se dio cuenta de quién era ella.

—No puedo ser yo, ¿verdad? — dijo, apretándola aún más en sus brazos.

La mujer a la que había salvado no era otra que la misma que lo había rescatado cinco años atrás.

La vida puede ser sorprendente, y esa noche la ciudad parecía más pequeña al encontrarse de nuevo después de cinco años.

Guillermo sabía que no podía dejarla abandonada allí a su suerte, agradecía más que nunca haberla ayudado y esos chicos debían agradecer llevarse como mucho un par de narices rotas y alguna costilla porque de haberle sucedido algo a esa mujer, estarían los tres muertos.

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