Rosalba no esperaba una reacción tan intensa por parte de Yadira, quien siempre había sido calmada y parecía conformarse con cualquier situación.
La consideraba una persona aparentemente tranquila, de esas que te ofrecen la otra mejilla si les haces daño.
—Eres una mosquita muerta, eso es lo que eres, fea, gorda…—, continuó Rosalba, tratando de minar y destruir por completo la confianza de Yadira. —No supiste mantener a un hombre como Enrique satisfecho, eres una frígida.Sin embargo, en lugar de apaciguarse, la furia de Yadira parecía aumentar.El dolor en su corazón la había cegado por completo en ese momento, dejándola envuelta en una tormenta de ira y resentimiento que amenazaba por arrasar todo lo que se le pusiera delante.
Enrique, era incapaz de tolerar ver a su amante siendo maltratada, así que se acercó a las dos mujeres, tiró con fuerza de Yadira separándolas y detuvo su ataque abofeteándola.El golpe físico no le dolió tanto a Yadira como darse cuenta de que su amor por ella se había desvanecido y que se preocupaba más por Rosalba que por su propia esposa.—Rosalba tiene razón, no eres nadie para mí—, declaró Enrique fríamente. —Ni siquiera pudiste darme un hijo varón. ¿Ya olvidaste que tu maldito útero no pudo sostener a mi hijo y lo abortaste? No se para que tanta panza si no puede mantener un hijo vivo dentro.Las palabras de Enrique aplastaron cualquier esperanza que Yadira pudiera tener de salvar su matrimonio.El dolor de la pérdida de su hijo la había herido profundamente.
Se quedó inmóvil, sin saber qué decir o cómo actuar, pero eso no fue un problema.
Todavía recordaba como había perdido a su bebé después de ser brutalmente golpeada por él.
Enrique la agarró del brazo y la arrastró hasta la puerta de la casa, arrojándola a la calle junto con su bolsa y la ropa que llevaba puesta en ese momento.—¡Lárgate! No quiero volver a verte.Justo en ese momento que fue echada de su propia casa, comenzó a caer un fuerte aguacero, empapándola por completo.Yadira caminó por la ciudad bajo la lluvia, buscando refugio.
El único lugar en el que se detuvo fue una vinoteca que parecía estar abierta las 24 horas.
Compró dos botellas de vino, una de las cuales guardó en su bolso, y abrió la otra, bebiendo directamente de la botella oculta dentro de la bolsa de papel.
Podía verse cómo caminaba unos pasos, llevaba la bolsa de papel a sus labios y luego se limpiaba los labios.
Se sentía patética y ridícula al darse cuenta de que las señales de la infidelidad estaban frente a ella todo el tiempo.La forma en que su esposo y Rosalba desaparecían juntos en fiestas y eventos, pero siempre se decía a sí misma que no debía convertirse en una persona tóxica, que el amor se basaba en la confianza.
Aunque no tenía ganas de seguir bebiendo, sentía la necesidad de cantar, de desgarrarse la garganta con canciones llenas de dolor, esas canciones que se escuchan cuando uno está mal.
Ella siempre había querido ser cantante, tenía una bonita voz pero jamás se atrevió a intentarlo porque sucedería igual que en todos lados, en la universidad, en el instituto, nadie le daría una oportunidad por sus kilos de más, él único que alguna vez pareció tratarla con amor fue Enrique, era amor a su manera, pero hasta entonces creyó que era amor al fin y al cabo.En ese momento, necesitaba desahogarse cantando canciones de despecho por la calle, canciones que nunca elegiría escuchar por voluntad propia, pero que en ese momento parecían encajar perfectamente con su situación.—¡Ja! Toma tu confianza — murmuró Yadira, golpeándose la cabeza mientras tomaba otro sorbo de vino.Yadira, en su vulnerabilidad, caminaba por la solitaria calle.Con la bolsa de papel en sus labios, seguía bebiendo de forma incontrolada, atrayendo miradas curiosas y maliciosas de un grupo de jóvenes vándalos que se encontraba en la esquina.
Con pasos tambaleantes, era como una llama en la oscuridad, un imán para aquellos que buscaban diversión a costa de otros.Su presencia parecía despertar el instinto depredador de los chicos que la rodeaban.
—Parece que tenemos aquí a una linda conejita — se burló uno de los jóvenes, su sonrisa maliciosa resplandecía en la penumbra, mientras se acercaban lentamente hacia ella, formando un círculo.— Bueno, no tan linda — se mofó otro, lanzando una risa burlona.— Para pasar un buen rato, ya nos viene bien — agregó uno más, su tono despectivo era evidente en cada palabra, mientras los tres se reían y acorralaban a Yadira.La joven, con el corazón palpitante de miedo e impotencia, intentó apartarse empujándolos, desesperada por alejarse de aquellos depredadores callejeros.Sin embargo, sus piernas temblaban y su visión borrosa por el alcohol la hacían torpe y vulnerable frente a la hostilidad de sus atacantes.
La noche abrazaba a Guillermo con su oscuridad, mientras demasiadas cosas atormentaban su mente.A pesar de sus deseos de descansar, el insomnio lo mantenía cautivo, así que decidió escapar de su alcoba y tomar un respiro nocturno en su fiel motocicleta.
El frío del viento en su rostro solía ser reconfortante, aliviando las pesadillas que lo asaltaban en la quietud de su hogar.En medio de la oscuridad, Guillermo era una figura enigmática.Con una mirada penetrante y una complexión robusta, su atractivo se mezclaba con una sombra de misterio que lo envolvía, no solo era un hombre atormentado, también era atractivo, fuerte y tenía un cabello rojo que acentuaba su carácter, dándole una apariencia agresiva sin siquiera proponérselo
Mientras recorría las solitarias calles, sus pensamientos tumultuosos se vieron interrumpidos por una escena que llamó su atención.Un grupo de jóvenes rodeaba a una joven, su presencia parecía provocar un aura de vulnerabilidad y angustia a su alrededor.
Inicialmente, Guillermo pensó que simplemente se trataba de amigos jugando, pero pronto se percató de la verdad más sombría.
La joven luchaba por escapar de aquella situación, su rostro mostrando una mezcla de miedo y desesperación.Sus esfuerzos por alejarse de los jóvenes acosadores eran en vano, mientras estos se mofaban y reían con malicia.
Sin pensarlo dos veces, Guillermo sabía que no podía permitir que aquello continuara.
La pasión y valentía que lo caracterizaban se encendieron ante la injusticia que presenciaba.
—Esta conejita se cree la divina garza, pero no lo es y se lo demostraremos — se burló uno de los hombres.Uno de ellos empujó a la joven, haciéndola caer al suelo.En ese momento, ella recordó lo sucedido horas antes con su esposo y cómo eso la hacía sentir.
Decidió que no toleraría más ese sentimiento y comenzó a luchar con todas sus fuerzas contra cualquiera que se atreviera a tocarla.
—¡Mierda! — masculló Guillermo, debatiéndose entre seguir su camino o ayudar a la joven en apuros.A pesar de que deseaba continuar su camino, no podía ignorar la situación, así que se bajó de su moto y corrió hacia la joven para ayudarla.—Más te vale que no te metas — advirtió el líder de los vándalos.—¿Por qué no vienes tú y me lo impides? — retó Guillermo, sin demorar en enfrentarse a todos los miembros de la banda.La pelea fue una danza caótica y frenética, en la que los vándalos rodeaban a Guillermo como aves de rapiña, pero él se movía con una agilidad impresionante, esquivando golpes y devolviendo ataques precisos.Era como si estuviera acostumbrado a situaciones de peligro extremo.Los golpes y gritos resonaban en la oscura noche, mientras Guillermo defendía con ferocidad a la joven.Yadira, a pesar de su vulnerabilidad y fragilidad en ese estado etílico, encontró la fuerza para animar a Guillermo con entusiasmo, gritando palabras de apoyo en medio del caos.Aunque sus palabras eran entrecortadas y su voz a veces inestable, su ánimo era genuino, y Guillermo lo notó.
—¡Eso, pégales, demuéstrales quién manda! ¡Tú, tu hombre desconocido! — exclamó con una sonrisa desafiante.—¡Mi botella! — se quejó ella, haciendo que Guillermo rodara los ojos ante su comentario.Después de media hora de intensa lucha, Guillermo corrió para evitar que la mujer cayera al suelo.—Maldita sea, lo que me faltaba — masculló mientras la tomaba entre sus brazos justo cuando Yadira estaba a punto de caer debido al alcohol que había consumido.Una extraña electricidad recorrió sus cuerpos en ese instante.—Gracias, ¿acaso eres Tuxedo Mask? — bromeó Yadira, incapaz de contener su sentido del humor en ese momento. Solo le quedaban dos opciones: reír o llorar, y ya no quería llorar.Además, Guillermo le recordaba al personaje de anime de su infancia que tanto le gustaba.Sin embargo, el alcohol comenzaba a hacer efecto y ella no podía evitar sentir ganas de dormir, sobre todo al sentirse protegida en los brazos de Guillermo.Fue en ese momento que Guillermo se dio cuenta de quién era ella.—No puedo ser yo, ¿verdad? — dijo, apretándola aún más en sus brazos.La mujer a la que había salvado no era otra que la misma que lo había rescatado cinco años atrás.La vida puede ser sorprendente, y esa noche la ciudad parecía más pequeña al encontrarse de nuevo después de cinco años.Guillermo sabía que no podía dejarla abandonada allí a su suerte, agradecía más que nunca haberla ayudado y esos chicos debían agradecer llevarse como mucho un par de narices rotas y alguna costilla porque de haberle sucedido algo a esa mujer, estarían los tres muertos.
Definitivamente, no se encontraba en su casa, ni en casa de sus padres, por lo que se levantó rápidamente, asustada. Grave error, eso solo hizo que su estómago se revolviera y tratara de devolver lo que fuera que tuviera en ese momento en su estómago, cosa que no haría.—Yadira, no entres en pánico — se dijo a sí misma, sintiendo cómo el miedo poco a poco se apoderaba de ella, mientras trataba de recordar los acontecimientos de la noche anterior que la habían llevado hasta el sitio donde se encontraba.Intentó levantarse; sin embargo, se dio cuenta de que se encontraba completamente desnuda y no solo eso, había un hombre sentado al otro lado de la cama.Su dolor de cabeza se incrementó al venir a su mente retazos de lo acontecido la noche anterior. Ella había sido acosada por un grupo de hombres, los cuales fueron apaleados por… No tenía claro si su salvador se trataba del hombre a su lado.— Bueno, me tengo que ir…—ella se incorporó aferrada a la sábana que la cubría e intentó rode
—No me amas, ¿por qué sigues queriendo estar en una farsa?— le preguntó ella tratando de razonar con él.Las palabras de Yadira no hicieron más que enfurecer a Enrique, quien la tomo del cuello y empezó a golpear con la palma de su mano su rostro.—¿Hay algo ahí? Por supuesto que no hay nada ahí— se burló.Ella cerró sus ojos tratando de soportar el dolor que él le estaba provocando.—¿Mami qué pasa?— preguntó su hija quien vio cómo su padre tomaba a su madre y empezaba a golpearle el rostro.—Papi solo está jugando — le respondió ella a su pequeña.—Sí, solo estamos jugando— mencionó Enrique empujándola con fuerza hacia un lado, para luego tomarla del cabello y acercarla a él.—Me estás lastimando, por favor. No frente a la niña.Él se rio y la golpeó en el estómago, lo que hizo que la pequeña se asustara al ver la cara de dolor de su madre.—Déjame que te explique e ilumine tu ignorancia. Necesito estar casado para ser ascendido en la compañía. No puedo ser un ejemplo de padre de fa
—¡Ayuda, ayuda! —gritó Rosalba, retorciendo la situación para hacer ver a Yadira como una amenaza, lo cual podría perjudicarla aún más en el juicio.—¡Suéltenme! ¡Esa mujer quiere lastimar a mi hija!—¡Deja de resistirte o tendremos que silenciarte! —amenazó uno de los guardias mientras la arrastraban.A pesar de sus protestas, la llevaron hacia una celda y la empujaron bruscamente al interior, donde otras mujeres aguardaban su turno para enfrentar el juicio.—¡Necesito salir! ¡Tengo que ver a mi hija! —repetía Yadira, desesperada, lo que irritaba a las demás prisioneras.—¡Ya basta! No eres la única que quiere irse de aquí —le reprocharon algunas mujeres.Pero Yadira estaba demasiado consumida por su angustia como para prestarles atención. Su única preocupación era su hija. La ansiedad la agobiaba, y sus lágrimas fluían inconteniblemente mientras rogaba por su liberación.Sin embargo, en lugar de encontrar empatía, las otras reclusas parecían cada vez más molestas con sus lamentos. E
Yadira no creía en la buena suerte, especialmente con todos los infortunios que últimamente parecían perseguirla.—Dime, ¿piensas volver a entrar y encerrarte? —le preguntó Guillermo.Yadira no respondió; simplemente miró la comisaría por última vez antes de subir al auto del hombre. Estaba decidida a no pasar ni un minuto más en un lugar como aquel.Guillermo sonrió con cierta picardía al observar cómo ella se subía a su vehículo sin dudarlo.— Justo lo que pensaba — murmuró para sí mismo poniéndose sus gafas de sol antes de arrancar el coche.Aunque Yadira guardó silencio, no dejaba de mirar a través del espejo retrovisor a su salvador. En ese momento, él era su ángel guardián. Sin embargo, aquella situación la llenaba de curiosidad, no entendía qué podría motivar a ese hombre a protegerla.Guillermo percibió su interés. No porque tuviera un talento especial, sino porque para él, Yadira era como un libro abierto. Sus emociones eran transparentes, evidenciando una inocencia natural
—¿Realmente crees que te permitiría criar a mi hija? ¿Tú, que ni siquiera pudiste cuidar de un bebé en tu vientre? Eres una mala madre, Yadira. Ningún juez otorgaría la custodia a una mujer que perdió a su hijo de esa manera.—Eso no fue mi culpa, y lo sabes —respondió ella, sintiéndose devastada por las palabras de su marido.La mirada de Guillermo estaba cargada de amenaza, parecía querer evitar que siguiera humillándola aún así se dijo que debía seguir ahí únicamente como observador silencioso. Sin embargo, Enrique no tenía intención de hacerle las cosas fáciles.—Si de verdad quieres a tu hija, supongo que estarás dispuesta a pagarme 500 mil dólares y un monto sustancial cada mes. Esa sería la única forma en que consideraría cederte la custodia de la niña.—¿Pretendes venderme a mi hija? —preguntó Yadira, con la voz llena de rabia.Enrique sonrió burlonamente, jugueteando con un fajo de billetes en sus manos sabiendo que ella no tendría modo de conseguir ese dinero y eso solo la f
La lluvia arreciaba en la oscura noche, y Yadira caminaba por las calles empapadas. Su ropa, humedecida, pegada a su cuerpo, y su cabello, enmarcando su rostro con gotas de agua, la hacían lucir agotada. Su orgullo la había llevado a declinar la ayuda de Guillermo.Y ahora, sola en la noche, se sentía un poco perdida caminando sin rumbo hasta llegar a un bar.El bullicio del bar la recibió al abrir la puerta, un ambiente cálido, contrario a la frialdad que reinaba fuera. Atrajo algunas miradas, principalmente por estar completamente mojada. Tras tomar un respiro, se acercó a la barra, donde un hombre de mediana edad, con cabello canoso y barba, servía bebidas.—¿Puedo ayudarte? —dijo el hombre con una mirada evaluadora.—Buenas noches, mi nombre es Yadira. Estoy buscando trabajo, ¿necesitan a alguien aquí?El hombre la examinó de arriba a abajo, sus ojos se detuvieron en su figura redondeada y luego volvió a su rostro intentando ocultar un gesto de burla sin lograrlo.—Lo siento, solo
Rosalba lucía radiante en ese instante, una sonrisa genuina adornaba su rostro. ¿Cómo no iba a sentirse así? Había logrado lo que siempre anheló.Aunque Enrique no poseía la fortuna de un magnate, contaba con el capital suficiente para satisfacer cada deseo de Rosalba. Ella no tenía que preocuparse por nada, y a cambio, Enrique disfrutaba de la exclusividad de su compañía.La primera vez que lo vio, en el brazo de su mejor amiga, sintió una chispa de deseo. Desde ese momento, todo se volvió un juego de seducción y poder entre ellos.Enrique se encargaba de colmarla de lujos y atenciones, y Rosalba, consciente de su belleza y encanto, le ofrecía momentos de pasión y complicidad.—Rosalba eres la mejor— musitó él, cayendo a un lado de ella.Ambos se encontraban satisfecho en la recámara del hotel rodeado de velas y pétalos de rosas rojas. Aun así, Rosalba podía encontrarse satisfecha sexualmente, pero no anímicamente, sobre todo al ver que su ex mejor amiga había aparecido del brazo de
Ernesto estaba exultante con Yadira. Si bien ella no encajaba con los estándares de belleza de sus exigentes clientes, su voz era un tesoro; era capaz de cautivar a cualquiera que la escuchase. El video que había subido de Yadira a internet había viralizado, y las preguntas sobre cuándo sería su próximo concierto no tardaron en inundar los comentarios. Ernesto reconoció la oportunidad dorada que tenía entre manos. Necesitaba asegurarse de consolidar su posición como el representante de Yadira. Con su creciente fama, era inevitable que otros agentes intentaran acercarse y persuadirla para que firmara con ellos. Eso era algo que Ernesto no podía, y no iba a permitir."Esta es mi gallina de los huevos de oro", pensó mientras marcaba el número de Yadira.Además, tenía un plan adicional en mente. Un cliente muy distinguido e importante había mostrado interés en Yadira, y Ernesto sabía que tenía que garantizar un espectáculo inolvidable para él. Así que, sin dudarlo, tomó su móvil y la lla