La pequeña Nadia estaba muy asustada dentro del armario.—¿Se habrá ido ya? —Murmuró.Un segundo después de decir esa frase, la puerta del armario se abrió de repente. Una brillante luz entró muy tenue por la rendija y Nadia, aterrorizada, apretó con fuerza el reloj que sostenía en las manos. La muchacha, sobresaltada, se encogió en el rincón del armario agarrándose la cabeza.—Sal, no te haré daño.Al verla así, José frunció con seriedad el ceño.—Espero que cumplas tus palabras. José vio que estaba a punto de llorar, así que aceptó pacientemente y dijo:—Está bien.—Déjame.Cuando Nadia salió del armario, aún sostenía en sus manos el reloj de bolsillo y se alejó apresurada de José.—Quédate ahí y no te muevas —dijo ella señalando un lugar fijo en el suelo.—No me moveré de aquí. —José nunca había obedecido tanto a una mujer.Nadia miró la foto del reloj de bolsillo y la comisura de sus labios se elevó en una suave sonrisa que mostraba dos hoyuelos a ambos lados de su cara. Volvió a c
—Clara, escúchame muy bien, mi plan era genial, todo fue culpa de ese imbécil... Clara... ayúdame... te prometo que, si salgo, haré lo que sea por ti, te haré caso en todo lo que digas.En el Hospital Penitenciario de la Capital, Martín sostenía un micrófono mientras vestía un traje de prisionero. Se encontraba frente a una mujer vestida de forma muy elegante y le suplicaba amargamente. En aquellos últimos meses, no podía seguir soportando la difícil vida de la prisión. Su rostro, antaño delicado, ahora se encontraba completamente demacrado, con la barbilla cubierta de una barba de varios días. Tenía una imagen tan desaliñada que ya no despertaba interés en ninguna mujer.La mujer, por su parte, llevaba gafas de sol y la acompañaban varios guardaespaldas que cruzaban los brazos con actitud bastante arrogante.—Vine a advertirte solo una cosa. Mi padre me pidió que te dijera que, cuando sea el juicio, no digas lo que no debes o, si no... tus pobres familiares acabarán en la misma situac
Después de todo, una persona con problemas mentales como ella lo olvidaría todo en solo un segundo. Sin embargo, esta vez... José se sobrevaloró a sí mismo subestimó la importancia de esa foto para ella. El subordinado subió las escaleras, tocó a la puerta rápidamente y entró en la habitación. Observó al hombre cubierto con una bata y una expresión sombría.—Señor José, ya trajimos a ese hombre —le informó.El castillo ocupaba la mitad del territorio de la prisión. Ya era muy tarde...José miró de reojo hacia el oscuro pasillo y continuó caminando. Tras salir de la húmeda y sombría celda, Martín fue despertado con alguien arrojándole un cubo de agua muy helada. Al ver al hombre que tenía sentado enfrente de él, supo al instante lo que pasaba.—¿Qué... qué es este lugar? ¿Por qué me trajeron? ¿Quiénes son ustedes?José agarró el látigo de la mano de su subordinado sin dudarlo ni un segundo y, con un firme movimiento y ligero, lo castigó. Confinado en la prisión, Martín emitió un grito
«¿Tan importante es para ti es ese muchacho de la fotografía?», pensó en ese momento José.Luego de calentarle la mano congelada, José le separó los dedos y vio que en la palma aún tenía los pedazos de la foto desgarrada. Entrecerró los ojos con una feroz mirada y los arrojó por la ventanilla del coche.—Ya ajustaremos cuentas cuando despiertes. Cuando llegaron al centro de la ciudad, Nadia ya había entrado por fin en calor, pero ahora estaba ardiendo de fiebre. Era muy afortunada de haber sido rescatada después de tantas horas perdida.Cuando despertó, se encontraba muy aturdida y sus pensamientos eran confusos.—Id... idiota...José le tocó la frente con su mano áspera para comprobarle la temperatura.—¿Despertaste?—Eres... la persona que más odio —dijo Nadia al instante.—No hables, estamos a punto de llegar al hospital —anunció José.Nadia se encontraba tan confusa por la fiebre que volvió a desmayarse. Al llevar al hospital, la subieron a una habitación y el doctor le inyectó rá
Los hombres permanecieron totalmente indiferentes ante las súplicas incesante de la pareja.—Lo siento mucho, pero eso no es decisión nuestra. Les dejo aquí el contrato. Cuando lo hayan analizado, pueden llamar al número de teléfono que hay en él y nuestro personal se pondrá de inmediato en contacto con ustedes. Esperamos sus noticias, señor y señora Vázquez.Cuando los hombres se marcharon, Gonzalo agarró con rabia el contrato de encima de la mesa y lo rompió en mil pedazos.—Esos tipos no tienen ninguna moral. Secuestran a mi hija y encima tienen el suficiente valor de hablar de esa manera.La señora Vázquez se secó la lágrimas y le acompañó al sofá.—Gonzalo, no te alteres. Nadia es muy buena persona, seguro que Dios la protege, así que no le pasará nada.Gonzalo respiraba con gran dificultad, así que su mujer sacó de inmediato las medicinas para el corazón de su bolsillo y se las dio con gran rapidez. Ahora que no sabían qué ocurriría con Nadia, él definitivamente no podía caer, er
La voz de José se tornó grave de repente y en su rostro había una expresión muy terrorífica que hizo que Nadia se detuviera. Su rostro pálido y débil le miraba con los ojos llenos por el pánico y el rencor.—Eres igual de malo que Martín. Ya no quiero ser tu amiga.Nadia salió corriendo despavorida con la pijama del hospital, pero, en cuanto abrió la puerta, los hombres de afuera la detuvieron.—Vuelve a la cama ahora mismo, Nadia —le ordenó José.—¡No quiero obedecerte, déjame volver a casa! —Nadia apretó los labios con gran tristeza como si estuviese a punto de romper a llorar en cualquier momento—. ¿Qué es lo que quieres? ¡No te acerques! No te acerques a mí, ¡te odio demasiado! —Nadia corrió hacia un rincón para poner distancia con él y agarró un florero que vio a su lado para lograr defenderse. — Si te atreves a acercarte a mí, ¡te golpearé con esto hasta la muerte!José solo había dado un solo paso. Un paso que fue suficiente para que ella adoptara esa actitud tan defensiva, tota
—José, no me pegues más, yo tampoco lo haré... Si me pegas... me dolerá demasiado, me dolerá durante mucho tiempo, yo no... no quiero...Nadia temblaba sin cesar mientras se abrazaba temblorosa a las cortinas en el rincón. José, al verla tan desorientada, sintió una mezcla inexplicable de sensaciones, un fuerte enojo pincelado con una gran impotencia.Nadia no se atrevía a hablar, solo se acurrucaba más y más en el rincón, como si quisiera meterse dentro de ella.—Seré muy buena y obediente. Soy una tonta, ya no pelees más conmigo...Nadia ya no se atrevía a mirarlo, ni siquiera sabía por qué José estaba tan enojado y no quería que la volviera a encerrar en esa pequeña y oscura habitación. Tenía demasiado miedo.Y entonces... ¡Bang! El repentino sonido de la puerta cerrándose sobresaltó al instante a Nadia. Cuando levantó la cabeza para mirar, él ya se había marchado. Miró tímidamente hacia la cama y recordó en ese momento la feroz mirada de José, la cual le traía recuerdos de los abus
Al despertar, Nadia no sabía en ese momento qué la había afectado tanto. Sin embargo, cuando la enfermera fue por la tarde a llevarle la medicación, al entrar en la habitación se percató de que no había rastro alguno de la muchacha, simplemente una silla colocada al lado de la ventana. La enfermera presintió que algo iba mal, así que muy asustada dejó caer al suelo la bandeja con los medicamentos y corrió hacia la ventana. Casi se desmaya al ver la escena.¡Estaban en la planta decimoquinta! Si Nadia se caía, acabaría hecha trizas.—Señorita Vázquez, ¿qué hace? ¡Venga acá inmediatamente, eso es muy peligroso! ¡Podría morir si se cae! —Le rogó la enfermera temblando con los ojos desorbitados.Nadia estaba agarrada con fuerza a la barandilla de hierro que colgaba de la pared. La bata del hospital se le había enganchado accidentalmente en ella y no había forma alguna de desengancharla por más que lo intentara hacerlo; sin embargo, no parecía darse cuenta del peligro en el que se encontrab