Shirley, que siempre tenía algo que decir, continuó la comida hablando de diferentes temas. Temía que él se molestara por su conversación constante, pero para su sorpresa, Kilian respondió pacientemente a cada una de sus preguntas.No era como Álvaro, que después de tres frases ya le decía que se callara.—Kilian, ya terminé de comer, ¿y tú?—Sí, yo también.—Todavía es temprano. ¿Qué te parece si vamos al cine? Hay una película de ciencia ficción que dicen que está buenísima, ¿te interesa? —propuso Shirley.—Me parece bien.Cuando fueron a pagar, Kilian sacó su billetera del bolsillo y pagó la cuenta.—Kilian, deberías intentar usar pagos electrónicos, así no tienes que llevar efectivo cuando salgas —comentó Shirley, con las manos detrás de la espalda.—Todavía no me acostumbro a eso —respondió Kilian.—No te preocupes, esta vez tú invitaste, la próxima invito yo —Shirley se tocó la nariz, un poco tímida—. Solo prométeme que cuando te llame para salir, no te negarás.—No importa cuánd
Después de dos horas y media de película, Shirley y Kilian se encontraron en una abarrotada fila para subir al elevador. En medio del apretujón, alguien pisó a Shirley, y ella soltó un quejido:—¡Ay, mi pie!Kilian la tomó del brazo y la sacó del espacio lleno de gente.—¿Estás bien?—Sí, estoy bien.—Solo aguanta un poco más.—Entendido.Shirley se quedó detrás de él, aprovechando el espacio seguro que él le proporcionaba. Mientras sus manos se entrelazaban, la calidez de su tacto contrastaba con la palidez de su piel. Shirley sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho al mirar la figura alta de Kilian frente a ella.Cuando el elevador finalmente llegó al primer piso, Kilian prácticamente la guio fuera de él, sin soltar su mano. Ya en la entrada del cine, Shirley notó que Kilian fruncía ligeramente el ceño.Durante la película, lo había visto cerrar los ojos en varias ocasiones, lo que la hizo preguntarse si algo no estaba bien.—¿Te sientes mal? ¿Te duele algo?Kilian, con su
—Allá —Kilian sacó la mano de su bolsillo y señaló una dirección.—¡Vaya! Sí que tienes suerte, eh. Vivir aquí no es barato. Anda, vamos… la renta por acá cuesta un ojo de la cara.Mientras caminaban, Shirley seguía conversando con él de forma intermitente. Después de ver una película, casi parecía que eran amigos de toda la vida, aunque Shirley ya se había dado cuenta de que Kilian era una persona reservada que no hablaba mucho.—No es tanto.—Qué envidia. Tú, en tu casa, escribiendo novelas, sin tener que lidiar con nadie, ni jefes ni compañeros. No tienes idea, en mi trabajo todos son unos demonios.Kilian, que iba mirando la calle, giró la cabeza hacia ella.—Si no te gusta, no trabajes.Shirley soltó una carcajada y lo miró.—No soy como tú, que ganas millones con solo mover un dedo. Y además, si dejo de trabajar, ¿quién me mantiene? No quiero seguir molestando a mi tía.—Yo tengo dinero —Kilian, sin cambiar su tono, dijo—. Yo te mantengo.Shirley, sorprendida, se atragantó con su
El auto arrancó, y Shirley se sentía más nerviosa con cada segundo que pasaba. Apenas se había sentado en el coche, cuando sintió una especie de presión invisible que le dificultaba respirar, haciendo que no pudiera decir ni una palabra. Bajó la cabeza, tratando de calmarse, sintiendo un miedo que la hizo dudar de si seguía siendo empleada del Grupo Prosperidad.Recordó cómo le había puesto los ojos en blanco a Álvaro esa mañana, y no pudo evitar pensar que nadie en el mundo era más rencoroso que él. Bastaba con decir algo que no le gustara para que te hiciera la vida imposible.«¿No estará aquí para vengarse?», pensó Shirley.La tensión en el ambiente era tan densa que Shirley no sabía cómo manejarla. Después de avanzar un poco, percibió un suave aroma a menta en el auto, lo que, al menos por un momento, relajó sus nervios.Miró hacia el tablero y vio una botella de ambientador. De inmediato, su rostro se iluminó con una sonrisa.—Oye, Álvaro, ¿también compraste este? ¡Te dije que era
—¡El director de diseño de la empresa no gana ni lo que él gana en un mes de regalías!—¡Basta! —Álvaro la interrumpió con un grito de repente.El tono autoritario de Álvaro hizo que Shirley se callara de inmediato.Aunque no le dio mayor importancia, ya estaba acostumbrada a que la regañaran.Después de todo, apenas podía hablar tres frases con él sin que la cortara.Encogiéndose de hombros, decidió seguir jugando en su celular en silencio.Cuando llegaron a su edificio, Shirley estaba tan absorta en la lectura de la nueva actualización que sacó un billete de cien dólares de su cartera, lo dejó en el asiento y dijo:—Gracias por traerme, Álvaro. Toma esto como pago del taxi.Con la mente todavía en la novela, abrió la puerta y salió del auto.—¡Shirley! —Álvaro la llamó de repente, con los dedos apretando el volante y una expresión que ella no podía ver.—¿Sí? —Shirley se dio la vuelta, sorprendida.Álvaro bajó la ventana y, con un tono frío y directo, le dijo:—Sé mi novia.Shirley s
El mensaje salió disparado como un grano de arena lanzado al mar, sin causar ni una sola onda. El tiempo pasó y no recibió respuesta. Shirley, en una especie de trance, siguió mirando su teléfono, esperando, esperando… hasta que se dio cuenta de que ya habían pasado dos minutos y aún nada.Suspiró profundamente, dejó el teléfono sobre su pecho y se quedó mirando el techo. Había algo que no terminaba de entender: ¿Por qué Álvaro, de todas las personas, había decidido que quería que ella fuera su novia?Admitía que no tenía resistencia ante alguien como Álvaro. No solo era el centro de atención de todos en la empresa, sino que hasta las secretarias parecían alegrarse solo por hablar con él un momento. Álvaro no solo tenía una apariencia envidiable, sino que ganaba más que cualquier otro en la compañía, tres veces más que la mayoría de los altos ejecutivos.Claro, su única pega era su carácter. ¡Qué tipo tan frío! Tenía un aire tan distante que hacía que cualquiera dudara en acercarse.Re
Lo envió y esperó, pero nuevamente su mensaje se perdió en el silencio. Shirley, ya frustrada, se fue a bañar y luego se acostó, con el teléfono en la mano. Cuando lo desbloqueó después de un rato, vio que no había ninguna respuesta. Eso la hizo sentir aún peor.—No puedo creerlo, ¿es mucho pedir un poco de atención?—Bah, mejor me duermo.Esa noche, Shirley no podía pegar ojo. Se daba vueltas en la cama, cerraba los ojos, los volvía a abrir y revisaba su teléfono cada tanto. Estaba tan obsesionada con el chat que, cuando se dio cuenta, ya eran las tres y media de la madrugada. No aguantó más, se incorporó en la cama, despeinada y frustrada.—¿Por qué demonios acepté ser tu novia? ¡Esto es un martirio!Estaba a punto de enviar un mensaje terminando la relación, cuando de repente apareció una notificación.Álvaro: [Acabo de terminar, me voy a dormir.]El pensamiento de romper se desvaneció en un segundo.Shirley: [Está bien, buenas noches.]Y… eso fue todo.Esa noche, Shirley no pegó un
14 de febrero, Día de San Valentín.Luna García, de 31 años, falleció a causa de un cáncer terminal.En el Hospital Serenidad de la ciudad Astraluna, el penetrante olor a desinfectante llenaba el aire.—Andrés, hoy el médico me hizo una diálisis, me duele mucho.—De veras que me estoy muriendo, ¿puedes venir a verme, aunque sea por esta única vez?—Te lo ruego, Andrés...Luna giró débilmente su cabeza y miró la pantalla de su teléfono. Había enviado varios mensajes que quedaron sin respuesta. Su esposo, Andrés Martínez, no había respondido...Mientras recibía suero, ella estaba extremadamente delgada, su piel era pálida y sus ojos estaban profundamente hundidos.El cáncer estaba ya en su estado avanzado E impedía que ella se moviera en lo absoluto, ese día ni siquiera la enfermera había venido para cuidarla, ya que la habían dado por caso perdido.La razón era que el tratamiento ya era inútil.Ella era, en realidad muy delicada y tenía miedo al dolor, pero en la etapa avanzada del cánc