Al lado había una botella de pegante. La sirvienta se reía cubriéndose la boca.—Miren, la mascota del señor es muy curiosa, lo único que hace siempre es comer y dormir en todo el día. Tiene la cara tan redonda que parece ya un verdadero cerdito.Nadia sabía que era tonta, pero no era estúpida. Al escucharlas sabía perfectamente que estos días se habían estado riendo de ella por comer demasiado, llamándola «cerda criada por su señor». Podía fingir que en realidad no lo escuchaba, pero con el paso del tiempo no podía evitar sentirse afectada, tanto que ni le llamaban la atención las alitas de pollo que tenía en las manos. En ese momento, Nadia parecía un indefenso conejito con las orejas agachadas. Estaba muy triste y pensaba que, si se quedaba mucho tiempo en esa casa, no pararían de molestarla.«Será mejor volver de nuevo a casa», pensó ella. Quería irse a pesar de que estaba muy bien en ese lugar y de que todos los días tenía comida diferente y su barriga estaba cada día más gordita.
A María se le dilataron al instante las pupilas cuando le vio a punto de apretar el gatillo y entonces sintió el verdadero terror que emanaba de ese feroz hombre.—No... no puedes matarme, José... ¡No puedes matarme!Ni leopardos, tigres ni chacales podrían salir con vida si entraban en aquella prisión. Entonces, alguien en ese momento tocó a la puerta.—Señor, ocurrió algo horrible, la señorita Vázquez no está bien.José le dio unas suaves palmaditas en la cara y le dijo con una sonrisa malvada y una mirada fría:—Si vuelves a hacerlo, sabrás lo que es que realmente te monten miles de hombres.Nadia estaba acurrucada en el sofá adolorida y empapando el cojín con sus lágrimas.—Doctor, ¿mi bebé se va a morir? ¡Me duele muchísimo!José bajó rápidamente de la planta de arriba con el sonido de sus botas militares resonando en el suelo bajo sus apresurados pasos. Ni él mismo reconocía la preocupación que reflejaba su mirada.—¿Qué está pasando aquí? —Preguntó—. ¿Qué bebé?Nadia abrazaba e
En todo el salón flotaba el intenso aroma del caldo del estofado, algo totalmente inusual en la prisión.—¿Qué quieres tú? Yo solo... ¡quiero ver a Luna! Pero está muy ocupada, por lo tanto, no quiero molestarla... —dijo Nadia.Nadia, con su pequeña cabeza girando en todas direcciones, pensó en otra cosa y cambió de inmediato tema.—José, ¿qué dijo el doctor sobre mi bebé? ¿Sigue en mi vientre?—¿Quieres a ese bebé? —Preguntó José algo curioso frunciendo los labios.—Sí —afirmó Nadia con la cabeza.—Pues entonces sigue ahí. El doctor dijo que tienes que cuidarte muy bien durante este tiempo y que no puedes ir a ningún lado —le explicó claramente José.Nadia se acarició el vientre con gran preocupación y conflicto en el rostro.—Pero extraño demasiado a mis padres, me gustaría volver a casa.—Si no le haces caso al doctor, siempre te dolerá la barriga. Si quieres estar con ellos, mañana ordenaré a alguien a que los traiga acá contigo, ¿te gustaría?—Mejor que no, mi madre dijo que mi pa
La pequeña Nadia estaba muy asustada dentro del armario.—¿Se habrá ido ya? —Murmuró.Un segundo después de decir esa frase, la puerta del armario se abrió de repente. Una brillante luz entró muy tenue por la rendija y Nadia, aterrorizada, apretó con fuerza el reloj que sostenía en las manos. La muchacha, sobresaltada, se encogió en el rincón del armario agarrándose la cabeza.—Sal, no te haré daño.Al verla así, José frunció con seriedad el ceño.—Espero que cumplas tus palabras. José vio que estaba a punto de llorar, así que aceptó pacientemente y dijo:—Está bien.—Déjame.Cuando Nadia salió del armario, aún sostenía en sus manos el reloj de bolsillo y se alejó apresurada de José.—Quédate ahí y no te muevas —dijo ella señalando un lugar fijo en el suelo.—No me moveré de aquí. —José nunca había obedecido tanto a una mujer.Nadia miró la foto del reloj de bolsillo y la comisura de sus labios se elevó en una suave sonrisa que mostraba dos hoyuelos a ambos lados de su cara. Volvió a c
—Clara, escúchame muy bien, mi plan era genial, todo fue culpa de ese imbécil... Clara... ayúdame... te prometo que, si salgo, haré lo que sea por ti, te haré caso en todo lo que digas.En el Hospital Penitenciario de la Capital, Martín sostenía un micrófono mientras vestía un traje de prisionero. Se encontraba frente a una mujer vestida de forma muy elegante y le suplicaba amargamente. En aquellos últimos meses, no podía seguir soportando la difícil vida de la prisión. Su rostro, antaño delicado, ahora se encontraba completamente demacrado, con la barbilla cubierta de una barba de varios días. Tenía una imagen tan desaliñada que ya no despertaba interés en ninguna mujer.La mujer, por su parte, llevaba gafas de sol y la acompañaban varios guardaespaldas que cruzaban los brazos con actitud bastante arrogante.—Vine a advertirte solo una cosa. Mi padre me pidió que te dijera que, cuando sea el juicio, no digas lo que no debes o, si no... tus pobres familiares acabarán en la misma situac
Después de todo, una persona con problemas mentales como ella lo olvidaría todo en solo un segundo. Sin embargo, esta vez... José se sobrevaloró a sí mismo subestimó la importancia de esa foto para ella. El subordinado subió las escaleras, tocó a la puerta rápidamente y entró en la habitación. Observó al hombre cubierto con una bata y una expresión sombría.—Señor José, ya trajimos a ese hombre —le informó.El castillo ocupaba la mitad del territorio de la prisión. Ya era muy tarde...José miró de reojo hacia el oscuro pasillo y continuó caminando. Tras salir de la húmeda y sombría celda, Martín fue despertado con alguien arrojándole un cubo de agua muy helada. Al ver al hombre que tenía sentado enfrente de él, supo al instante lo que pasaba.—¿Qué... qué es este lugar? ¿Por qué me trajeron? ¿Quiénes son ustedes?José agarró el látigo de la mano de su subordinado sin dudarlo ni un segundo y, con un firme movimiento y ligero, lo castigó. Confinado en la prisión, Martín emitió un grito
«¿Tan importante es para ti es ese muchacho de la fotografía?», pensó en ese momento José.Luego de calentarle la mano congelada, José le separó los dedos y vio que en la palma aún tenía los pedazos de la foto desgarrada. Entrecerró los ojos con una feroz mirada y los arrojó por la ventanilla del coche.—Ya ajustaremos cuentas cuando despiertes. Cuando llegaron al centro de la ciudad, Nadia ya había entrado por fin en calor, pero ahora estaba ardiendo de fiebre. Era muy afortunada de haber sido rescatada después de tantas horas perdida.Cuando despertó, se encontraba muy aturdida y sus pensamientos eran confusos.—Id... idiota...José le tocó la frente con su mano áspera para comprobarle la temperatura.—¿Despertaste?—Eres... la persona que más odio —dijo Nadia al instante.—No hables, estamos a punto de llegar al hospital —anunció José.Nadia se encontraba tan confusa por la fiebre que volvió a desmayarse. Al llevar al hospital, la subieron a una habitación y el doctor le inyectó rá
Los hombres permanecieron totalmente indiferentes ante las súplicas incesante de la pareja.—Lo siento mucho, pero eso no es decisión nuestra. Les dejo aquí el contrato. Cuando lo hayan analizado, pueden llamar al número de teléfono que hay en él y nuestro personal se pondrá de inmediato en contacto con ustedes. Esperamos sus noticias, señor y señora Vázquez.Cuando los hombres se marcharon, Gonzalo agarró con rabia el contrato de encima de la mesa y lo rompió en mil pedazos.—Esos tipos no tienen ninguna moral. Secuestran a mi hija y encima tienen el suficiente valor de hablar de esa manera.La señora Vázquez se secó la lágrimas y le acompañó al sofá.—Gonzalo, no te alteres. Nadia es muy buena persona, seguro que Dios la protege, así que no le pasará nada.Gonzalo respiraba con gran dificultad, así que su mujer sacó de inmediato las medicinas para el corazón de su bolsillo y se las dio con gran rapidez. Ahora que no sabían qué ocurriría con Nadia, él definitivamente no podía caer, er