—¿Qué quieres hacer? —le preguntó Luna muy inquieta a ese hombre que la había ofendido, mirándolo fijamente con sus ojos llenos por completo de enojo.La escena formaba una imagen muy natural, y el fotógrafo capturó ese preciso y hermoso momento. De todas las fotos que les había tomado, esta le pareció la más satisfactoria. Ante los ojos de los extraños, la emoción de enojo en los ojos de Luna parecía solo un simple coqueteo entre la bella pareja.Después de terminar la sesión fotográfica, Luna no lograba zafarse de los brazos del hombre porque este la llevó fuera del invernadero directo hacia donde había varios empleados. Cuando vieron lo sucedido, no pudieron evitar sonreír y envidiarla en completo secreto.—En el futuro, no hagas esto frente a tanta gente… Me siento muy incómoda… —le dijo Luna muy temerosa a Andrés.En ese justo momento, la sirvienta le trajo las medicinas. Andrés las tomó en la mano y luego le respondió con cariño:—De ahora en adelante, tendrás que acostumbrarte a
Todos los sirvientes a su alrededor contuvieron la respiración, sin atreverse a hacer ningún ruido. Parecía que habían escuchado un increíble secreto... No era de extrañarse que, a pesar del gran cariño del señor, la señora siempre lo ignoraba…Emma, quien acababa de llegar a la puerta de la habitación con el niño, escuchó la violenta discusión de los dos. Asterio se sobresaltó demasiado al escuchar los incesantes gritos. Temiendo que el niño volviera a llorar y empeorara la situación, Emma se apresuró rápidamente a alejarse con él para evitar que Andrés le hiciera algo malo por enojo. Percibiendo la fuerte tensión en la sala, los sirvientes se retiraron automáticamente. Sólo quedaron los dos en una confrontación bastante incómoda.La mano de Andrés, que sujetaba con fuerza la muñeca de Luna, se detuvo bruscamente al ver la tristeza en sus ojos. Esa sensación lo irritó muchísimo.En realidad, ellos siempre discutían. Andrés había sido siempre una persona muy dominante, pero por ella h
Andrés la llevó de regreso a la habitación y les ordenó a los sirvientes que le prepararan una nueva dosis de medicina. La colocó con delicadeza en la cama. Ella también parecía haberse calmado un poco y ya no se le notaba nada fuera de lo normal.—En una semana, nos enviarán un vestido de novia. Puedes probártelo entonces. Si no te gusta el estilo, podrás escoger otro si lo deseas. Luna, con los ojos enrojecidos, le ordenó con gran frialdad:—¡Lárgate de aquí de inmediato!El hombre la cubrió ligeramente con la manta y salió en ese momento de la habitación, luego cerró con cuidado la puerta. Sin embargo, al instante de que la puerta se cerró, escuchó un feroz estruendo de algo rompiéndose contra la puerta. Era una bella estatua decorativa de la habitación, pero ahora estaba hecha mil pedazos.Cuando todo quedó en completo silencio en la mansión, el cielo ya se había oscurecido. Desde el baño de la habitación, se escuchaba el ligero sonido del agua de la llave. En el lavamanos había u
Al lado había una botella de pegante. La sirvienta se reía cubriéndose la boca.—Miren, la mascota del señor es muy curiosa, lo único que hace siempre es comer y dormir en todo el día. Tiene la cara tan redonda que parece ya un verdadero cerdito.Nadia sabía que era tonta, pero no era estúpida. Al escucharlas sabía perfectamente que estos días se habían estado riendo de ella por comer demasiado, llamándola «cerda criada por su señor». Podía fingir que en realidad no lo escuchaba, pero con el paso del tiempo no podía evitar sentirse afectada, tanto que ni le llamaban la atención las alitas de pollo que tenía en las manos. En ese momento, Nadia parecía un indefenso conejito con las orejas agachadas. Estaba muy triste y pensaba que, si se quedaba mucho tiempo en esa casa, no pararían de molestarla.«Será mejor volver de nuevo a casa», pensó ella. Quería irse a pesar de que estaba muy bien en ese lugar y de que todos los días tenía comida diferente y su barriga estaba cada día más gordita.
A María se le dilataron al instante las pupilas cuando le vio a punto de apretar el gatillo y entonces sintió el verdadero terror que emanaba de ese feroz hombre.—No... no puedes matarme, José... ¡No puedes matarme!Ni leopardos, tigres ni chacales podrían salir con vida si entraban en aquella prisión. Entonces, alguien en ese momento tocó a la puerta.—Señor, ocurrió algo horrible, la señorita Vázquez no está bien.José le dio unas suaves palmaditas en la cara y le dijo con una sonrisa malvada y una mirada fría:—Si vuelves a hacerlo, sabrás lo que es que realmente te monten miles de hombres.Nadia estaba acurrucada en el sofá adolorida y empapando el cojín con sus lágrimas.—Doctor, ¿mi bebé se va a morir? ¡Me duele muchísimo!José bajó rápidamente de la planta de arriba con el sonido de sus botas militares resonando en el suelo bajo sus apresurados pasos. Ni él mismo reconocía la preocupación que reflejaba su mirada.—¿Qué está pasando aquí? —Preguntó—. ¿Qué bebé?Nadia abrazaba e
En todo el salón flotaba el intenso aroma del caldo del estofado, algo totalmente inusual en la prisión.—¿Qué quieres tú? Yo solo... ¡quiero ver a Luna! Pero está muy ocupada, por lo tanto, no quiero molestarla... —dijo Nadia.Nadia, con su pequeña cabeza girando en todas direcciones, pensó en otra cosa y cambió de inmediato tema.—José, ¿qué dijo el doctor sobre mi bebé? ¿Sigue en mi vientre?—¿Quieres a ese bebé? —Preguntó José algo curioso frunciendo los labios.—Sí —afirmó Nadia con la cabeza.—Pues entonces sigue ahí. El doctor dijo que tienes que cuidarte muy bien durante este tiempo y que no puedes ir a ningún lado —le explicó claramente José.Nadia se acarició el vientre con gran preocupación y conflicto en el rostro.—Pero extraño demasiado a mis padres, me gustaría volver a casa.—Si no le haces caso al doctor, siempre te dolerá la barriga. Si quieres estar con ellos, mañana ordenaré a alguien a que los traiga acá contigo, ¿te gustaría?—Mejor que no, mi madre dijo que mi pa
La pequeña Nadia estaba muy asustada dentro del armario.—¿Se habrá ido ya? —Murmuró.Un segundo después de decir esa frase, la puerta del armario se abrió de repente. Una brillante luz entró muy tenue por la rendija y Nadia, aterrorizada, apretó con fuerza el reloj que sostenía en las manos. La muchacha, sobresaltada, se encogió en el rincón del armario agarrándose la cabeza.—Sal, no te haré daño.Al verla así, José frunció con seriedad el ceño.—Espero que cumplas tus palabras. José vio que estaba a punto de llorar, así que aceptó pacientemente y dijo:—Está bien.—Déjame.Cuando Nadia salió del armario, aún sostenía en sus manos el reloj de bolsillo y se alejó apresurada de José.—Quédate ahí y no te muevas —dijo ella señalando un lugar fijo en el suelo.—No me moveré de aquí. —José nunca había obedecido tanto a una mujer.Nadia miró la foto del reloj de bolsillo y la comisura de sus labios se elevó en una suave sonrisa que mostraba dos hoyuelos a ambos lados de su cara. Volvió a c
—Clara, escúchame muy bien, mi plan era genial, todo fue culpa de ese imbécil... Clara... ayúdame... te prometo que, si salgo, haré lo que sea por ti, te haré caso en todo lo que digas.En el Hospital Penitenciario de la Capital, Martín sostenía un micrófono mientras vestía un traje de prisionero. Se encontraba frente a una mujer vestida de forma muy elegante y le suplicaba amargamente. En aquellos últimos meses, no podía seguir soportando la difícil vida de la prisión. Su rostro, antaño delicado, ahora se encontraba completamente demacrado, con la barbilla cubierta de una barba de varios días. Tenía una imagen tan desaliñada que ya no despertaba interés en ninguna mujer.La mujer, por su parte, llevaba gafas de sol y la acompañaban varios guardaespaldas que cruzaban los brazos con actitud bastante arrogante.—Vine a advertirte solo una cosa. Mi padre me pidió que te dijera que, cuando sea el juicio, no digas lo que no debes o, si no... tus pobres familiares acabarán en la misma situac