Los pensamientos interminables luchaban con frenesí en su mente, y Luna, soportando con gran dolor esta agonía, finalmente... no pudo hacer nada.Luna dejó el cuchillo que tenía en la mano, se recostó de vuelta, dándole la espalda, pero aún había cierta insatisfacción en lo profundo de su corazón. No pasó mucho tiempo antes de que Andrés se acercara de nuevo, abrazándola con delicadeza por detrás y llevándola con ternura hacia sí, ajustando ligeramente su posición, pero sin moverse más.Hasta que escuchó su sutil voz:—¿No puedes dormir?Luna le respondió con calma:—Estoy bien. Que duermas.Dicho esto, cerró los ojos, sin pensar en nada más, pronto se quedó profundamente dormida.Después de un sueño tan profundo, Luna fue despertada por un ligero movimiento. Andrés la había abrazado toda la noche. Él con cuidado retiró su mano, frotándose el brazo entumecido, y luego salió del baño después de asearse.A las ocho y media de la mañana, el médico vino a revisar regularmente el progreso
Luna estaba alimentando a Asterio, mientras que el niño extendía sus delicadas manitas para tratar de agarrar la cuchara que ella sostenía. Andrés, al darse cuenta de esto, rápidamente sujetó la mano del pequeñín y le dijo con seriedad:—No te muevas, come bien.Asterio emitió un chillido de descontento, y con un sutil gesto de su mano, la sumergió directamente en el tazón. Luna, con reflejos muy rápidos, logró estabilizar el tazón a tiempo para evitar que lo derramara.—¿No me obedeces?Los ojos del hombre ya le mostraban una seria advertencia.Luna tomó varias servilletas de papel y le limpió las manitas, mientras le decía a Andrés:—Él es solo un niño, ¿por qué lo regañas? Todavía es muy pequeño y aún no entiende nada.—Deja que los sirvientes se encarguen de alimentarlo —respondió Andrés frunciendo muy seriamente el ceño.Luna miraba al niño con gran cariño, Andrés necesitaba un poco más de esfuerzo para cuidarla.Asterio, asustado por Andrés, casi lloraba, haciendo un fuerte puche
Luna bajó la cabeza al instante y le dio un besito en la frente, con el amor maternal brillando en sus ojos.En los días siguientes, Luna seguía muy cómoda durmiendo en la habitación principal junto a Andrés. Ahora ella se había convertido realmente en la dueña y señora de la mansión, viviendo con Andrés sin una relación por escrito. Ellos no eran en realidad una pareja, pero todos los días hacían las cosas que solo hacen las parejas.Los sirvientes iban y venían por doquier, todos creyendo que ella era la verdadera esposa de Andrés. Por lo general, los sirvientes la llamaban "señora", excepto Emma, quien siempre la llamaba "señorita". Ella no se molestaba en explicarles, eso ya no le importaba ni en lo más minimo. Andrés había reforzado la seguridad de la mansión, y Luna seguía sin poder salir a ningún lado. Lo único que había cambiado en comparación a su vida pasada, era la presencia de Asterio, que formaba una cadena más que la aprisionaba.Ella había estado en la mansión, recuperán
María golpeó el escritorio y se inclinó un poco para mirarlo:—Es cierto que te puse medicamento en aquel entonces, pero dejaste que José... Bueno, en este asunto, estamos de veras a mano.Le dio vergüenza de describir de nuevo lo que José le había hecho. Hizo una breve pausa y luego le propuso:—Lo que quiero en realidad, es el título de la señora Martínez.Andrés apagó la ceniza de su cigarro:—¿Acaso aún no estás satisfecha con el cargo de vicepresidente del Grupo Prosperidad? ¿Crees que eres digna de tener el título de mi esposa?—¡Jajaja...! María se echó a reír de repente.—Tú, Andrés Martínez, realmente eres el menos indicado para decir eso. ¿O acaso has olvidado cómo echaste a Luna de tu matrimonio en la vida pasada? ¿Quieres que te lo repita? Porque... ¡la despreciabas por no poder tener hijos! Y me tuviste de amante durante ocho años, ¡luego te casaste conmigo llevándote a mi hijo!María lo miró con un sarcasmo extremo.—Mató a Frida porque se enteró de tu secreto, ¿verdad?
Era la medianoche cuando un trueno sordo despertó a Luna de golpe. El estruendo ensordecedor resonó por toda la mansión, haciendo que Asterio se asustara demasiado hasta llorar.Luna lo abrazó suavemente, dándole suaves palmaditas en la espalda. Después de calmarlo con gran dificultad, le cambió las sábanas mojadas y las arrojó de inmediato al cesto de la ropa sucia.Los truenos no parecían querer detenerse. Luna decidió llevar al niño al estudio de la casa. En estos últimos meses, Asterio había engordado un poco, por lo que Luna se cansaba de cargarlo después de un largo rato y se sentaban en el sofá, donde jugaban con algunos juguetes para entretenerlo y calmarlo un poco.Cuando estaban en el estudio, Asterio se calmaba, pero en cuanto salían de ahí, volvía a llorar.Luna le tocó suavemente la nariz al pequeño mientras le decía con ternura:—Asterio, ¿por qué le temes tanto a los truenos?—Ma.… mamá...Luna no le respondió.—Mamá...—Ah, ma.… mamá...Luna lo observó con cariño bostez
Luna suspiró profundo, aguantando una y otra vez las voraceas embestidas de Andrés, hasta que a ambos les amaneció. Después de tanto ejercicio, Andrés estaba empapado por completo en sudor, pero también se le veía más lúcido.Levantó a Luna con delicadeza, quien ya no tenía fuerzas, y la llevó al baño para limpiarla, luego la regresó directo a la habitación para que descansara.En la oscuridad, Andrés miraba embelesado a la mujer a su lado, pasando sus dedos por su suave cara.«Algún día, haré que te quedes a mi lado voluntariamente. No sueñes con escapar de mí de nuevo», pensó con firmeza él.—Esta vez... no habrá más María, solo estaremos nosotros dos. Incluso si no tenemos un hijo.Su voz grave resonaba claramente en la habitación, pero Luna, adormilada en ese momento, apenas lograba escucharlo.Cuando Luna despertó, ya era mediodía. Asterio ya no estaba a su lado.Aguantando el agudo dolor en su cuerpo, se sentó, y en la parte descubierta que su camisón no alcanzaba a cubrir las m
La nieve que suavemente caía era igual a cuando Gabriel había ido a París a buscarla. Aquel día, estaba sentado en el banco de madera donde ella solía sentarse, los copos caían delicadamente sobre sus hombros, cubriéndolo en una tenue luz plateada, sacudió la nieve de sus hombros. Se quedó ahí inmóvil esperándola, por mucho, mucho tiempo...—Vaya, señorita, ¿por qué estás llorando?Emma, que acababa de entrar, vio a Luna sentada en el suelo. Al principio creía que ella solo se sumió en sus pensamientos, de repente, comenzó a llorar inconsolable, así que se acercó muy preocupada.—Señorita, ¿qué le sucede?Emma se apresuró a tratar con torpeza de secar sus lágrimas. Luna también volvió en sí, dándose cuenta de que en ese momento se había descompuesto un poco. Usó el dorso de la mano para secarse las lágrimas de la cara, y le respondió despreocupada:—No pasa nada, estoy bien.Emma notó la fotografía en el álbum de Luna, y exclamó:—Vaya, ¿quién es ella? Se ve tan guapa, ¿cómo creció par
Al verla que no lo rechazaba, Andrés esbozó una pequeña sonrisa. Luna terminó de colocar todas las fotos. Quedó bastante satisfecha al ver el hermoso resultado. —¿No te vas al trabajo?—¿No puedo quedarme en casa un rato más contigo? —Andrés estiró con ternura la mano para acariciarle el cabello y deslizó con cuidado los dedos por las marcas de besos en su piel blanca como la nieve—. ¿Te sigue doliendo? Aunque estaba más tranquila, Luna no pudo evitar sonrojarse al escuchar esas suaves palabras. Sabía muy bien a qué se estaba refiriendo. Colorada como un verdadero tomate, le dio una palmadita en la mano y dijo con una voz tranquila:—Ya estoy bien, gracias por preocuparte. Las palabras de agradecimiento de Luna hicieron que Andrés frunciera un poco el ceño.—¿Cómo que «gracias»? ¿Por qué te comportas así después de tanto tiempo?Ante esa inexplicable reacción, Luna respondió sin alterar el tono:—¿No debería agradecerte que te preocupes por mí? No pagues conmigo todos tus problemas.