Era la medianoche cuando un trueno sordo despertó a Luna de golpe. El estruendo ensordecedor resonó por toda la mansión, haciendo que Asterio se asustara demasiado hasta llorar.Luna lo abrazó suavemente, dándole suaves palmaditas en la espalda. Después de calmarlo con gran dificultad, le cambió las sábanas mojadas y las arrojó de inmediato al cesto de la ropa sucia.Los truenos no parecían querer detenerse. Luna decidió llevar al niño al estudio de la casa. En estos últimos meses, Asterio había engordado un poco, por lo que Luna se cansaba de cargarlo después de un largo rato y se sentaban en el sofá, donde jugaban con algunos juguetes para entretenerlo y calmarlo un poco.Cuando estaban en el estudio, Asterio se calmaba, pero en cuanto salían de ahí, volvía a llorar.Luna le tocó suavemente la nariz al pequeño mientras le decía con ternura:—Asterio, ¿por qué le temes tanto a los truenos?—Ma.… mamá...Luna no le respondió.—Mamá...—Ah, ma.… mamá...Luna lo observó con cariño bostez
Luna suspiró profundo, aguantando una y otra vez las voraceas embestidas de Andrés, hasta que a ambos les amaneció. Después de tanto ejercicio, Andrés estaba empapado por completo en sudor, pero también se le veía más lúcido.Levantó a Luna con delicadeza, quien ya no tenía fuerzas, y la llevó al baño para limpiarla, luego la regresó directo a la habitación para que descansara.En la oscuridad, Andrés miraba embelesado a la mujer a su lado, pasando sus dedos por su suave cara.«Algún día, haré que te quedes a mi lado voluntariamente. No sueñes con escapar de mí de nuevo», pensó con firmeza él.—Esta vez... no habrá más María, solo estaremos nosotros dos. Incluso si no tenemos un hijo.Su voz grave resonaba claramente en la habitación, pero Luna, adormilada en ese momento, apenas lograba escucharlo.Cuando Luna despertó, ya era mediodía. Asterio ya no estaba a su lado.Aguantando el agudo dolor en su cuerpo, se sentó, y en la parte descubierta que su camisón no alcanzaba a cubrir las m
La nieve que suavemente caía era igual a cuando Gabriel había ido a París a buscarla. Aquel día, estaba sentado en el banco de madera donde ella solía sentarse, los copos caían delicadamente sobre sus hombros, cubriéndolo en una tenue luz plateada, sacudió la nieve de sus hombros. Se quedó ahí inmóvil esperándola, por mucho, mucho tiempo...—Vaya, señorita, ¿por qué estás llorando?Emma, que acababa de entrar, vio a Luna sentada en el suelo. Al principio creía que ella solo se sumió en sus pensamientos, de repente, comenzó a llorar inconsolable, así que se acercó muy preocupada.—Señorita, ¿qué le sucede?Emma se apresuró a tratar con torpeza de secar sus lágrimas. Luna también volvió en sí, dándose cuenta de que en ese momento se había descompuesto un poco. Usó el dorso de la mano para secarse las lágrimas de la cara, y le respondió despreocupada:—No pasa nada, estoy bien.Emma notó la fotografía en el álbum de Luna, y exclamó:—Vaya, ¿quién es ella? Se ve tan guapa, ¿cómo creció par
Al verla que no lo rechazaba, Andrés esbozó una pequeña sonrisa. Luna terminó de colocar todas las fotos. Quedó bastante satisfecha al ver el hermoso resultado. —¿No te vas al trabajo?—¿No puedo quedarme en casa un rato más contigo? —Andrés estiró con ternura la mano para acariciarle el cabello y deslizó con cuidado los dedos por las marcas de besos en su piel blanca como la nieve—. ¿Te sigue doliendo? Aunque estaba más tranquila, Luna no pudo evitar sonrojarse al escuchar esas suaves palabras. Sabía muy bien a qué se estaba refiriendo. Colorada como un verdadero tomate, le dio una palmadita en la mano y dijo con una voz tranquila:—Ya estoy bien, gracias por preocuparte. Las palabras de agradecimiento de Luna hicieron que Andrés frunciera un poco el ceño.—¿Cómo que «gracias»? ¿Por qué te comportas así después de tanto tiempo?Ante esa inexplicable reacción, Luna respondió sin alterar el tono:—¿No debería agradecerte que te preocupes por mí? No pagues conmigo todos tus problemas.
A Luna le llevó unos cuantos minutos calmarse. Cuando todo estaba listo, Andrés le cambió el camisón empapado y la llevó directo abajo a cenar. La herida de la cara de Asterio había mejorado considerablemente y ya se le había formado una costra. Sentado en su silla, agitaba una cucharita azul de un lado para otro.Al ver a los enamorados bajar tiernamente las escaleras, los sirvientes sonrieron con timidez a escondidas. Andrés la llevó en brazos hasta el asiento de su lado y los sirvientes le pusieron un cuenco de sopa de pollo. Luna frunció levemente el ceño, algo inexpresiva.—¿No te gusta?—No, es que no estoy acostumbrada a estos sabores.—Pues no te la tomes. Llévense la sopa de pollo —ordenó de inmediato Andrés.—Sí, señor.—¿Podemos comer ya? —Preguntó mirándola de forma muy cariñosa.Luna comía como un verdadero pollito, muy lento y de forma muy metódica. Siempre había sido así, desde muy pequeña. Tardaba media hora en acabarse un solo plato de comida. Miguel fue bastante estr
Era muy impulsivo y tenía que hacer realmente todo lo que se le pasaba por la cabeza. Llevó a Luna al garaje y la sentó en el asiento del conductor. Andrés le abrochó el cinturón de seguridad y le dijo con firmeza:—Esta vez no seré duro contigo. Vamos a comenzar saliendo del estacionamiento con la marcha atrás, recuerda muy bien lo que te enseñé la última vez.—Hace muchísimo tiempo, ya no... ya no me acuerdo. Luna apretaba el volante algo nerviosa.—Por favor... —Su voz se detuvo de repente. — Vuelve a enseñarme, te prestaré toda mi atención. Andrés le habló sin ningún tipo de rodeos.—Tienes un talento especial para todo lo que haces, menos para conducir. Necesitas practicar muchísimo más, si no, no me quedaré tranquilo dejándote conducir sola.Andrés dijo lo primero que se le vino a la cabeza porque, en realidad, aunque ella supiese conducir, no la dejaría irse manejando sola. Sin embargo, con su habilidad para hablar sin tapujos, dejó muy claro que era muy mala conductora. Era mu
—¿No lo conoces?—¿Le conocía? ¿O deberíamos habernos conocido? —Le preguntó Luna algo dudosa. —No necesitas conocerlo, aléjate de él si vuelves a verlo, no es bueno ni siquiera que te vea —contestó muy serio Andrés. Luna volvió a intentar recordar a José, pero en su mente solo había pequeños retazos de recuerdos.Tras llevar a Luna a la habitación, Andrés ordenó que Emma la cuidara y que no la dejara escapar. Entonces, bajó las escaleras y un jeep militar negro se detuvo en ese momento, frente a la Mansión del Sol. Del asiento trasero salió un hombre ya cubierto de nieve y con emblemas en el hombro y botas negras. En el rostro tenía una cicatriz muy pronunciada que le daba un aspecto bastante atemorizador. Los sirvientes ni se atrevieron a acercarse a él.—Caballero, ¿a quién busca? —Busco a su señor —contestó el ayudante.José sacudió la mano y el ayudante de inmediato se retiró.—¿Está Andrés? Soy un amigo suyo. —El señor está... Justo cuando el sirviente iba a hablar, el hombr
Si hubiera visto únicamente a Andrés, no se habría asustado tanto. Ahora mismo, José era la única persona que había en la planta baja capaz de asustar de esa horrible manera a alguien. Además, Andrés le prometió que no le haría nada a Nadia, así que solo podía ser él.Nadia se le acercó y se sentó con las piernas cruzadas muy temblorosa al lado de Luna.—¿José? ¿José Rojas? ¿El mismo que maneja la prisión más grande de Astraluna?—Supongo que sí —contestó Luna con algunas dudas.Nadia respiró profundamente y se cubrió la cara con las manos mostrando así la angustia que la invadia.—Estoy acabada... ¡Voy a morir! Si hubiera sabido que era él, hubiera preferido que Ana me matara antes que subirme al coche.—¿Te subiste a un coche con José?Luna no entendía muy bien qué tipo de conexión tenía Nadia con José.Nadia no paraba de frotarse la cara con una expresión de muerte inminente, ligeramente cómica y se puso a llorar amargamente agarrándole la mano a Luna.—...empezó hace mucho tiempo.