Al verla que no lo rechazaba, Andrés esbozó una pequeña sonrisa. Luna terminó de colocar todas las fotos. Quedó bastante satisfecha al ver el hermoso resultado. —¿No te vas al trabajo?—¿No puedo quedarme en casa un rato más contigo? —Andrés estiró con ternura la mano para acariciarle el cabello y deslizó con cuidado los dedos por las marcas de besos en su piel blanca como la nieve—. ¿Te sigue doliendo? Aunque estaba más tranquila, Luna no pudo evitar sonrojarse al escuchar esas suaves palabras. Sabía muy bien a qué se estaba refiriendo. Colorada como un verdadero tomate, le dio una palmadita en la mano y dijo con una voz tranquila:—Ya estoy bien, gracias por preocuparte. Las palabras de agradecimiento de Luna hicieron que Andrés frunciera un poco el ceño.—¿Cómo que «gracias»? ¿Por qué te comportas así después de tanto tiempo?Ante esa inexplicable reacción, Luna respondió sin alterar el tono:—¿No debería agradecerte que te preocupes por mí? No pagues conmigo todos tus problemas.
A Luna le llevó unos cuantos minutos calmarse. Cuando todo estaba listo, Andrés le cambió el camisón empapado y la llevó directo abajo a cenar. La herida de la cara de Asterio había mejorado considerablemente y ya se le había formado una costra. Sentado en su silla, agitaba una cucharita azul de un lado para otro.Al ver a los enamorados bajar tiernamente las escaleras, los sirvientes sonrieron con timidez a escondidas. Andrés la llevó en brazos hasta el asiento de su lado y los sirvientes le pusieron un cuenco de sopa de pollo. Luna frunció levemente el ceño, algo inexpresiva.—¿No te gusta?—No, es que no estoy acostumbrada a estos sabores.—Pues no te la tomes. Llévense la sopa de pollo —ordenó de inmediato Andrés.—Sí, señor.—¿Podemos comer ya? —Preguntó mirándola de forma muy cariñosa.Luna comía como un verdadero pollito, muy lento y de forma muy metódica. Siempre había sido así, desde muy pequeña. Tardaba media hora en acabarse un solo plato de comida. Miguel fue bastante estr
Era muy impulsivo y tenía que hacer realmente todo lo que se le pasaba por la cabeza. Llevó a Luna al garaje y la sentó en el asiento del conductor. Andrés le abrochó el cinturón de seguridad y le dijo con firmeza:—Esta vez no seré duro contigo. Vamos a comenzar saliendo del estacionamiento con la marcha atrás, recuerda muy bien lo que te enseñé la última vez.—Hace muchísimo tiempo, ya no... ya no me acuerdo. Luna apretaba el volante algo nerviosa.—Por favor... —Su voz se detuvo de repente. — Vuelve a enseñarme, te prestaré toda mi atención. Andrés le habló sin ningún tipo de rodeos.—Tienes un talento especial para todo lo que haces, menos para conducir. Necesitas practicar muchísimo más, si no, no me quedaré tranquilo dejándote conducir sola.Andrés dijo lo primero que se le vino a la cabeza porque, en realidad, aunque ella supiese conducir, no la dejaría irse manejando sola. Sin embargo, con su habilidad para hablar sin tapujos, dejó muy claro que era muy mala conductora. Era mu
—¿No lo conoces?—¿Le conocía? ¿O deberíamos habernos conocido? —Le preguntó Luna algo dudosa. —No necesitas conocerlo, aléjate de él si vuelves a verlo, no es bueno ni siquiera que te vea —contestó muy serio Andrés. Luna volvió a intentar recordar a José, pero en su mente solo había pequeños retazos de recuerdos.Tras llevar a Luna a la habitación, Andrés ordenó que Emma la cuidara y que no la dejara escapar. Entonces, bajó las escaleras y un jeep militar negro se detuvo en ese momento, frente a la Mansión del Sol. Del asiento trasero salió un hombre ya cubierto de nieve y con emblemas en el hombro y botas negras. En el rostro tenía una cicatriz muy pronunciada que le daba un aspecto bastante atemorizador. Los sirvientes ni se atrevieron a acercarse a él.—Caballero, ¿a quién busca? —Busco a su señor —contestó el ayudante.José sacudió la mano y el ayudante de inmediato se retiró.—¿Está Andrés? Soy un amigo suyo. —El señor está... Justo cuando el sirviente iba a hablar, el hombr
Si hubiera visto únicamente a Andrés, no se habría asustado tanto. Ahora mismo, José era la única persona que había en la planta baja capaz de asustar de esa horrible manera a alguien. Además, Andrés le prometió que no le haría nada a Nadia, así que solo podía ser él.Nadia se le acercó y se sentó con las piernas cruzadas muy temblorosa al lado de Luna.—¿José? ¿José Rojas? ¿El mismo que maneja la prisión más grande de Astraluna?—Supongo que sí —contestó Luna con algunas dudas.Nadia respiró profundamente y se cubrió la cara con las manos mostrando así la angustia que la invadia.—Estoy acabada... ¡Voy a morir! Si hubiera sabido que era él, hubiera preferido que Ana me matara antes que subirme al coche.—¿Te subiste a un coche con José?Luna no entendía muy bien qué tipo de conexión tenía Nadia con José.Nadia no paraba de frotarse la cara con una expresión de muerte inminente, ligeramente cómica y se puso a llorar amargamente agarrándole la mano a Luna.—...empezó hace mucho tiempo.
—Nunca tuvimos ningún tipo de relación cuando estudiábamos juntas.Luna realmente tampoco lo entendía. Nunca tuvo mucha relación con Ana, de hecho, era más cercana a Isabel. Entonces ¿Por qué se empeñó tanto en parecerse a ella?Un rato después, escucharon el sonido de un carro arrancando. Probablemente, el hombre de abajo se acababa de marchar.Andrés entró de inmediato en la habitación. Nadia, que estaba jugando con el niño, se quedó callada al instante y no fue capaz de moverse. Al verla encogerse, Luna comprendió en ese momento que le tenía miedo a Andrés, aunque no sabía que ese miedo era tan intenso.—¿Se ha ido ya? —Preguntó Luna.—Sí, ya se fue. ¿Qué quieres cenar? Le diré a los sirvientes que lo preparen —contestó muy amable Andrés. —Quédate a cenar esta noche, que casi nunca vienes —invitó Luna a Nadia.—¿Puedo?Nadia miró a Andrés de reojo con gran timidez.—Claro que sí —contestó muy atento Andrés. — Le pediré al chófer que te lleve de regreso a casa cuando acabemos.—De
Nadia entrecerró los ojos y se los tapó con una mano para bloquear un poco la deslumbrante luz. El vehículo se acercó lentamente hasta pararse a su lado y la ventanilla del asiento del conductor comenzó a bajarse poco a poco. Nadia dejó de respirar de repente. Su delicado rostro al aire mostraba una mirada de terror absoluto en unos ojos, que no se atrevían a mirar al aterrador hombre sentado detrás del asiento del copiloto.—Señorita Vázquez, el alcaide la invita en este momento a subir para hablar con usted.«¿Qué... qué... qué hace aquí? ¿No se había ido ya? Luna me dijo que me alejara de él, ¡no es trigo limpio!», pensó la mujer. Nadia temía establecer cualquier tipo de relación con ese tipo de persona. Lo que ocurrió en el pasado la volvieron aún más cautelosa.—Yo... yo... —tartamudeó Nadia mientras apretaba el asa de la mochila temerosa contra su pecho. Parpadeaba inocente y totalmente desconcertada, sin saber cómo reaccionar.Justo en ese momento, un auto verde fluorescente se
Porque las preocupaciones de Luna... no eran temores infundados. Andrés nunca se había interesado por lo que ocurría en el exterior, especialmente si tenían que ver con José, pero esta vez tomó el teléfono de la mesita de noche y marcó en ese instante un número. Solo eran las nueve y media.Las luces del edificio del Grupo Prosperidad continuaban aún encendidas, pues los empleados estaban haciendo horas extras. Incluido Álvaro.—¿Bueno?, ¿Señor director? —Contestó Álvaro muy atento descolgando el teléfono.—Quiero que envíes a alguien a vigilar estrechamente a Nadia, que no tenga ningún contacto con José —dijo Andrés directamente.«¿Nadia y José?», se preguntó. Por más que lo pensaba una y otra vez, Álvaro no se imaginaba siquiera cómo podría estar Nadia relacionada con José. José era un hombre extremadamente peligroso con gran cantidad de mujeres a su alrededor, pero Nadia... solo era una niña ante los ojos de José. Si se interesaba por ella, como mínimo pasaría un mal trago.Álvaro s