—¿Estás nervioso? —preguntó María, y el chiquillo de ahora seis años asintió, entonces la joven se acuclilló frente a él y le sonrió enormemente—. Todo va a estar bien, lo prometo. Acto seguido, María besó la frente del niño y ambos sonrieron para, luego de que ella se incorporara, tomarse de las manos y caminar juntos. —Buenos días —saludó alguien, y tanto María como Mateo respondieron al saludo de la mujer que les daba la bienvenida. Ese era el primer día en la escuela primaria de Teo, quien se enfrentaba a un serio problema de ansiedad por su primer día en una escuela mucho muy diferente a las que estaba acostumbrado, pues los miembros de ese lugar hablaban un español un poco diferente al que hablaba él, se notaba sobre todo en su falta de melodía al pronunciar las palabras. Y no le molestaba, por supuesto que no, él tenía aproximadamente dos años disfrutando de ese tono cantadito con que hablaba su tía, pero ser el diferente a todos le ponía de los nervios. —Anda, preséntate —
Su vida, definitivamente no iba caminando por donde le hubiera gustado, y todos sus sueños y anhelos, que a lo largo de la vida habían quedado frustrados, los seguía arrastrando consigo porque el dolor la había hecho más fuerte, según sus seres queridos, aunque, en el fondo, ella estaba segura de que todo era por no haber superado sus rencores. Tenía desventuras para contar cada noche por al menos un par de meses y, a como veía la vida, podría llenar un calendario anual de todos sus malos ratos. Estaba segura de que tenía mala suerte, que había nacido bajo la peor estrella, si es que le había tocado alguna, pero su madre decía que no debía de quejarse, que seguramente muchas jóvenes querrían tener su “mala suerte”, que, definitivamente, su madre no pensaba era mala, se le notaba en la cara. “Tú atraes tu mala suerte”, había escuchado eso también, pero no le cabía en la cabeza semejante idea; es decir, lo único que ella deseaba era que las cosas fueran bien y tener un poco de felicid
Sentada en una banca de un parque desconocido, aguantando el inclemente frío de esa tarde de invierno, ella seguía viendo ir y venir a ese pequeño niño rubio de, quizá, tres o cuatro años.El pequeño era divino, ella le sonreía cálidamente cada que él regresaba a su regazo y él le mostraba su blanca dentadura mientras sus ojitos azules se perdían en unas rubias pestañas alargadas.Él recibía de la morena, de ojos profundamente oscuros, una tímida sonrisa y el permiso de esconder sus manitas heladas entre el abrigo de ella y, después de solo un momento, él volvía a salir corriendo a los columpios frente a esa banca donde ella aguardaba paciente a que algo sucediera.Viendo cómo el pequeño volvía a irse, ella sacó sus manos de las bolsas de su abrigo y atrapó su aliento tibio para después frotar sus manos entre sí y así sentir un poco menos de frío, pero no parecía funcionar.—Tengo hambre —dijo para sí misma mientras se levantaba de donde estaba y comenzaba a dar unos pasos para llegar
Entrando al edificio donde el departamento de su amigo estaba, saludó al portero del lugar, tomó el elevador al piso tres y, al entrar a casa, suspiró en soledad, deduciendo que ese estado era como el suyo, y como cualquier lugar en el mundo, quizá, con gente amable y otra no tanto.Dejó su bolso en el sofá de la sala y se encaminó por una taza de café, el frío lo ameritaba; entonces regresó a la sala y, sentándose en el sofá donde antes dejó su bolso, se perdió en mil pensamientos hasta que el sonido de su teléfono celular le sacó del ensueño.Mari tomó su bolsa, buscó su teléfono para responder a la llamada y en la pantalla de su celular leyó el nombre de su mejor amiga. Aceptó la llamada y escuchó una ansiosa pegunta de parte de una chica que tenía tiempo sin hacer más que apoyarla en todo.—¿Y bien?, ¿cómo te fue? —preguntó Malena y Mari suspiró.—Me fue horrible —anunció la cuestionada—, perdí mi maleta, el manuscrito estaba en ella, y también estaba ahí la memoria USB donde la gu
María terminó de revisar el texto, de hacerle cambios y aceptar sugerencias, lo reenvío a Malena y le envió un texto aparte, donde la avisaba de su trabajo terminado no esperando una respuesta inmediata, pues pasaba poco de las dos de la mañana.La joven escritora decidió ir a la cocina por algo para comer antes de dormir. Comió algo ligero y subió a su habitación, donde se dejó caer en la cama mientras dejaba que su cabeza divagara y soñara con mil imposibles cosas que algún día instauraría en una historia.Antes de dormir, pensó que quizá sería bueno ser uno de los personajes de sus historias, deseó ser la protagonista de alguna de sus novelas, para así poder tener un feliz para siempre aun después de mil horribles cosas.Pensó que ojalá pudiera ser tan buena persona como lo había sido su última protagonista, quién no solo perdonó la traición del hombre que la amaba, sino que perdonó a la puta que le hizo la vida imposible toda la novela y que hasta se acostó con su amado rompiéndole
Conociendo perfectamente la canción en turno, y siendo una completa desconocida para las personas que transitaban esa calle, María decidió hacerle compañía a ese joven que cantaba; pues, además, eso contaría como experiencia y, a veces, la adrenalina de haber hecho algo nuevo le ayudaba a la hora de escribir."Ha llegado tu recuerdo a desarmar mis horas, aprendí que en el silencio habita la verdad. Solo vivir no me vale la pena si la vivo a solas, ya no sé qué decir. Si pudiéramos haber partido en dos esta soledad y el peso del dolor. Y si fuimos tú y yo... Todo por igual, debería estar compartido el ardor de este frío. ¿Cómo tanto amor pudo hacernos tanto mal? No sé cómo encontrar un rincón en el mar para ahogar la mitad del olvido. ¿Cómo tanto amor pudo hacernos tanto mal? A ti, a mí, a ti, a mí"Cuando la canción terminó se escucharon algunos aplausos, y monedas y billetes comenzaron a caer en la funda de guitarra que yacía a un lado de donde estaban ambos sentados.—Creo que me
—Y, ¿de qué quieres hablar? —preguntó el hombre que había dicho llamarse Marcos.—En realidad, solo quiero saber todo de ti —respondió ella—, las razones de que seas músico callejero, lo que te gusta, disgusta, haces y no haces... Me gustaría poder estructurar en mi cabeza un personaje y pensé que tu estilo le vendría bien.—Entiendo. ¿Y qué obtengo a cambio? —preguntó él.—El café que te estás tomando —respondió ella.—Así que me expongo completamente a ti por un café, ¿eh? No me parece justo —declaró el joven hombre y ella lo miró con sorpresa, a decir verdad, no encontraba la injusticia.—También te hice ganar dinero —añadió un poco contrariada María, pensando que tal vez no lo necesitaba justamente a él, pues no le parecía que fuera bueno que su personaje fuera tan complicado e inaccesible como parecía el hombre que frente a ella estaba.—Sí —aceptó él—, dinero que no necesito.Eso era obvio, se le notaba.—Si no necesitas dinero, ¿por qué cantas? —preguntó la escritora.—Para reco
Después de hablar un poco más, los benefactores del comedor comunitario se retiraron del lugar, y ambos volvieron a la plazoleta donde se encontraron por primera vez y, a pesar del inclemente frío, se sentaron en una banca en un completo silencio hasta que Marcos rompió.—Zuly sabía que estaba enamorado de ella —explicó el joven de pronto, y luego suspiró—, me llamó tonto cuando llevé a mi hermano también.Marcos terminó sonriendo, negando con la cabeza mientras miraba al piso.» Desde que ellos se hicieron novios había estado insistiendo mucho en que conociera a alguien —continuó explicando Marcos—, le dije que cuando alguien tan especial como para ocupar el espacio que Marce dejó llegara a mi vida, la llevaría a con ella. Seguro pensó que eras esa chica especial. Disculpa que le seguí el juego, pero parecía quedarse tranquila con esa mentira.—No hay problema —aseguró Mari y, jugando un poco con el chico, para evitar que la melancolía que amenazaba con atraparlos llegara, dijo—: Pero