Entrando al edificio donde el departamento de su amigo estaba, saludó al portero del lugar, tomó el elevador al piso tres y, al entrar a casa, suspiró en soledad, deduciendo que ese estado era como el suyo, y como cualquier lugar en el mundo, quizá, con gente amable y otra no tanto.
Dejó su bolso en el sofá de la sala y se encaminó por una taza de café, el frío lo ameritaba; entonces regresó a la sala y, sentándose en el sofá donde antes dejó su bolso, se perdió en mil pensamientos hasta que el sonido de su teléfono celular le sacó del ensueño.
Mari tomó su bolsa, buscó su teléfono para responder a la llamada y en la pantalla de su celular leyó el nombre de su mejor amiga. Aceptó la llamada y escuchó una ansiosa pegunta de parte de una chica que tenía tiempo sin hacer más que apoyarla en todo.
—¿Y bien?, ¿cómo te fue? —preguntó Malena y Mari suspiró.
—Me fue horrible —anunció la cuestionada—, perdí mi maleta, el manuscrito estaba en ella, y también estaba ahí la memoria USB donde la guardé.
—No inventes —soltó la del otro lado de la línea luego de un sonido que delató su sorpresa por lo que escuchaba.
—No invento, de verdad me pasó en serio —aseguró la joven—. Llegué al aeropuerto y esperé por casi una hora y mi maleta nunca apareció, los guardias me dijeron que harían lo que pudieran, pero que no sería pronto, que me avisarían.
—¿Por qué no lo guardaste en tu bolso de mano? —preguntó Malena intentando con muchas ganas abrir un nuevo universo donde su mejor amiga no hubiera perdido su razón de viajar tan lejos de casa.
—Por pendeja, amiga —respondió Mari—. Sabes, debí esperarlo. Es decir, con la suerte que me cargo, y todo lo que había pasado antes de venir, debí darme cuenta de que las cosas no terminarían bien.
Al otro lado del teléfono, y a muchos kilómetros de distancia, Malena asintió. No es que ella creyera en cosas como la suerte, pero había atestiguado todo lo que había pasado antes de que Mari volara a Monterrey, y, si creyera en mala suerte, estaba segura de que era así como se veía.
Es decir, su vuelo de dos días atrás había sido cancelado y pospuesto hasta que al fin pudo volar, en otras aerolíneas no había vuelos a su destino, porque la temporada era baja, así que había volado sin mucho tiempo de sobra.
—¿No tuviste la oportunidad de imprimirlo de nuevo? —cuestionó Malena sin poder salir de su asombro.
—No —respondió Mari—, te digo que la memoria estaba en la misma maleta, y de la computadora lo había borrado cuando subí mis archivos al… Ahg, maldición, la tenía en la nube… Maldición, podía haber ido a imprimirla en lugar de perder mi tiempo en el aeropuerto… Te digo que soy pendeja.
Mari volvió a llorar, enojada y decepcionada ahora de ella misma, no solo de su mala suerte, aunque puede que fuera mala suerte que se olvidara de que sus archivos tenían un respaldo en la nube.
—¿Vas a regresarte pronto? —preguntó la del otro lado del teléfono luego de que sintió que había transcurrido el tiempo prudente para interrumpir el llanto de su mejor amiga.
—La verdad es que esperaba no tener que hacerlo hasta el mes siguiente —declaró Mari con pesar—, pero no tengo a que quedarme ahora que nada me detiene acá.
—Amiga, lo lamento tanto. Lamento haberte incitado, pero es que realmente creo que tu manuscrito era perfecto, estaba segura de que tendrías muchas posibilidades de ganar el concurso —se excusó la que, prácticamente, la subió al avión para que asistiera al evento que la editorial ofrecía para los escritores aspirantes a publicar en ella.
—Pues ya ni llorar es bueno. También creía que ganaría el concurso de escritura, pero no tuve ni la oportunidad de participar, eso me dejó sin posibilidades —dijo y ahogó un gemido provocado por ese llanto que ya no quería dejar salir—. Acá también se acabaron mis sueños.
—Lo lamento mucho, bonita, de verdad que sí —aseguró Malena, sintiendo pena por la pena de su mejor amiga y escritora favorita en todo el mundo—. Y, si de pronto quieres distraerte un poco, te envié la propuesta de modificaciones para la novela, puedes revisarlos.
—La revisaré y te marco para que discutamos —dijo la aspirante a escritora regresando a su realidad, una en que había más que un desperfecto que afrontar.
—¿Tenemos que discutir? —preguntó la mejor lectora que Mari conocía, y una de las mejores escritoras, a su criterio, también.
Malena también escribía, aunque géneros diferentes a los que ella, y aun así amaban leer a la otra, y también se daban consejos para mejorar.
A decir verdad, Mari no se imaginaba escuchando consejos o ideas de alguien más; bueno, tal vez de un profesional, si alguna vez algún editor profesional le diera la oportunidad… algo tonto que soñaba de vez en vez.
—Pues, si no quieres discutir conmigo, no deberías hacerles tantos cambios a mis escritos —bromeó la morena con su mejor amiga, respirando por medio segundo algo diferente a su pesar.
—No podemos llamar prostituta a un personaje solo porque te cae mal —explicó burlona la que había leído, amado y modificado solo un poco algunas partes de la novela de su amiga.
—Por eso le puse puta, no prostituta —señaló Mari y ambas se rieron.
Cuando María ponía los dedos en el teclado de la computadora, la historia comenzaba a correr prácticamente por su cuenta, por lo que habitualmente no se detenía a revisar la redacción, así que los cambios que hacían en sus escritos eran básicamente ortográficos y gramaticales.
Aunque, de repente, le pasaba que se ensañaba con quien hacía sufrir a su protagonista, y se le pasaba un poco la mano con ella. Es por eso que su lectora beta abogaba por los antagonistas a los que, al final, la escritora les hacía pagar cada uno de sus pecados, a veces demasiado caro.
—¿Cómo puedes odiar a alguien que nace en tu imaginación? —le preguntó en tono de burla Malena, Mari sonrió.
—Ni idea —dijo—, solo sé que pasa —y, después de hablar un poco más, se despidieron y Mari se puso a trabajar.
Después de ver la sugerencia que hacía su editora, en la que en lugar de que la antagonista de la novela cayera del balcón al intentar tirar a la protagonista, esta última perdonara a la primera, le exigiera que se fuera y la otra lo hiciera sin más, suspiró.
—Solo déjame matarla —susurró y escribió "Aceptado", pues sabía que era mucho mejor para el personaje ser una buena y bondadosa persona.
María terminó de revisar el texto, de hacerle cambios y aceptar sugerencias, lo reenvío a Malena y le envió un texto aparte, donde la avisaba de su trabajo terminado no esperando una respuesta inmediata, pues pasaba poco de las dos de la mañana.La joven escritora decidió ir a la cocina por algo para comer antes de dormir. Comió algo ligero y subió a su habitación, donde se dejó caer en la cama mientras dejaba que su cabeza divagara y soñara con mil imposibles cosas que algún día instauraría en una historia.Antes de dormir, pensó que quizá sería bueno ser uno de los personajes de sus historias, deseó ser la protagonista de alguna de sus novelas, para así poder tener un feliz para siempre aun después de mil horribles cosas.Pensó que ojalá pudiera ser tan buena persona como lo había sido su última protagonista, quién no solo perdonó la traición del hombre que la amaba, sino que perdonó a la puta que le hizo la vida imposible toda la novela y que hasta se acostó con su amado rompiéndole
Conociendo perfectamente la canción en turno, y siendo una completa desconocida para las personas que transitaban esa calle, María decidió hacerle compañía a ese joven que cantaba; pues, además, eso contaría como experiencia y, a veces, la adrenalina de haber hecho algo nuevo le ayudaba a la hora de escribir."Ha llegado tu recuerdo a desarmar mis horas, aprendí que en el silencio habita la verdad. Solo vivir no me vale la pena si la vivo a solas, ya no sé qué decir. Si pudiéramos haber partido en dos esta soledad y el peso del dolor. Y si fuimos tú y yo... Todo por igual, debería estar compartido el ardor de este frío. ¿Cómo tanto amor pudo hacernos tanto mal? No sé cómo encontrar un rincón en el mar para ahogar la mitad del olvido. ¿Cómo tanto amor pudo hacernos tanto mal? A ti, a mí, a ti, a mí"Cuando la canción terminó se escucharon algunos aplausos, y monedas y billetes comenzaron a caer en la funda de guitarra que yacía a un lado de donde estaban ambos sentados.—Creo que me
—Y, ¿de qué quieres hablar? —preguntó el hombre que había dicho llamarse Marcos.—En realidad, solo quiero saber todo de ti —respondió ella—, las razones de que seas músico callejero, lo que te gusta, disgusta, haces y no haces... Me gustaría poder estructurar en mi cabeza un personaje y pensé que tu estilo le vendría bien.—Entiendo. ¿Y qué obtengo a cambio? —preguntó él.—El café que te estás tomando —respondió ella.—Así que me expongo completamente a ti por un café, ¿eh? No me parece justo —declaró el joven hombre y ella lo miró con sorpresa, a decir verdad, no encontraba la injusticia.—También te hice ganar dinero —añadió un poco contrariada María, pensando que tal vez no lo necesitaba justamente a él, pues no le parecía que fuera bueno que su personaje fuera tan complicado e inaccesible como parecía el hombre que frente a ella estaba.—Sí —aceptó él—, dinero que no necesito.Eso era obvio, se le notaba.—Si no necesitas dinero, ¿por qué cantas? —preguntó la escritora.—Para reco
Después de hablar un poco más, los benefactores del comedor comunitario se retiraron del lugar, y ambos volvieron a la plazoleta donde se encontraron por primera vez y, a pesar del inclemente frío, se sentaron en una banca en un completo silencio hasta que Marcos rompió.—Zuly sabía que estaba enamorado de ella —explicó el joven de pronto, y luego suspiró—, me llamó tonto cuando llevé a mi hermano también.Marcos terminó sonriendo, negando con la cabeza mientras miraba al piso.» Desde que ellos se hicieron novios había estado insistiendo mucho en que conociera a alguien —continuó explicando Marcos—, le dije que cuando alguien tan especial como para ocupar el espacio que Marce dejó llegara a mi vida, la llevaría a con ella. Seguro pensó que eras esa chica especial. Disculpa que le seguí el juego, pero parecía quedarse tranquila con esa mentira.—No hay problema —aseguró Mari y, jugando un poco con el chico, para evitar que la melancolía que amenazaba con atraparlos llegara, dijo—: Pero
Abrió los ojos con calma y, estirándose en la cama, bostezó. Mari sentía que había dormido una eternidad, y su cabeza, aunque pesada, se sentía un poco clara.Ella sabía lo que pasaba, se había empeñado tanto en no sentirlo, que se había inducido a sí misma en un estado de negación, así que, aunque no olvidaba su doloroso pasado, no la desgarraba todo el tiempo.María se sentía un poco bien no presentarse como la chica a la que había engañado su prometido, era como si fuera alguien diferente, como si fuera alguien que no había pasado por algo tan horrible, así que decidió actuar como tal, para así poder recargar sus pilas antes de tener que afrontar su realidad.La joven escritora dejó la cama y caminó hasta su celular, lo revisó y encontró un mail de una cuenta desconocida. Pensó que era spam, o alguien queriéndole vender algo... aunque también podría ser de ese montón de cursos a los que se inscribía de vez en cuando y a los que nunca tenía tiempo para asistir o completar.Ella era u
No sabía qué hora era cuando su celular comenzó a sonar, pero sabía que no había pasado tanto tiempo de haberse dormido.Se quejó en voz baja, pataleó en la cama y se levantó maldiciendo mentalmente a quien le marcaba; de hecho, si era alguien conocido, lo insultaría seguro.Pero el número no era conocido, por eso dudó en responder. Ella no necesitaba otra promoción de su banco, y eran ellos usualmente quienes marcaban insistentemente aprovechándose de que ingenuamente les había entregado todos sus datos personales.«¿Y si es de la editorial?», se preguntó de pronto, volviendo a sentir la incomodidad en su estómago y un nudo en la garganta.Respiró profundo, alisó su cabello con la mano libre del teléfono, aunque nadie la fuera a ver, y aclaró la garganta antes de deslizar el dedo para aceptar la llamada.—¿Hola? —su saludo parecía más una pregunta que un saludo en sí.—¿Hablo con María Aragall? —preguntó alguien por el intercomunicador.—Sí —titubeó la joven escritora antes de aclarar
—¿Cómo te fue en tu entrevista de trabajo? —preguntó Marcos cuando se encontró con Mari a la salida de dicha entrevista, pero la joven, lejos de estar emocionada, tal como Marcos lo hubiera esperado, solo suspiró y presionó sus labios uno contra el otro.—No creo que me den el trabajo —respondió desganada la joven mujer, y entonces suspiró de nuevo.—¿Y eso? —preguntó Marcos, trastabillando un poco—. Yo creo que tu trabajo es muy bueno.—También creo que mi trabajo es muy bueno —aseguró la joven escritora—, pero, no lo sé, llamémosle una corazonada. Cuando ella explicó todo yo sentí que no estaba hecha para el trabajo, además, incluso ella dijo que trabajar a la distancia sería complicado, y no puedo quedarme en Monterrey para siempre.—¿Cómo que sería complicado trabajar a la distancia? —preguntó el joven, de verdad muy confundido—. Casi todo nuestro trabajo es así, incluso tenemos pequeñas sucursales en diversos puntos del país para aumentar nuestra accesibilidad, pero no tenemos a n
—Y eso que no querías ir a comer conmigo —susurró Marcos al oído de la chica, incomodándola demasiado.Ella iba a responder, pero no pudo hacerlo, alguien más se dirigió a ella en ese momento.—Señorita Aragall —habló Gabriela, que caminaba hacia ellos en una actitud algo nerviosa, casi sospechosa—, quería hablar con usted. Me temo que usted haya malinterpretado mis palabras en la charla de antes, así que quería que agendáramos de nuevo, para poderle explicar todo con calma y que lleguemos a un acuerdo.Mari no supo qué responder. En realidad, ella no quería tener que hablar de nuevo con esa mujer que la había hecho sentir tan mal, pero tampoco quería ser grosera con ella, sentía que su educación no valía el que ella se rebajara de semejante manera.Y es que María sabía bien que no quería tener que tratar con ella, mucho por orgullo, y porque esa parte loca de su cabeza, que se llamaba a sí misma intuitiva, decía que su reciente acercamiento era solo hipocresía.—Está bien, Gabriela —d