—¿Puedes parar con el acoso? —preguntó María, molesta, al guapo hombre que la había seguido todo el camino a su casa.—¿Y tú puedes parar con tu tonto orgullo? —cuestionó Marcos, mirando a la joven que, furiosa, le encaraba después de casi media hora de camino ignorándole.—Esto no es mi tonto orgullo, es el dolor de heridas reales —aseguró la joven un tanto ofendida porque el otro desestimara sus emociones y sentimientos.—María, no hagas como que no lo ves —pidió Marcos Durán en un todo suplicante—. Está tan claro que incluso yo lo noté. Cariño, si tú siguieras adolorida me evitarías a toda costa, pero la verdad es que estás disfrutando de la atención, por eso no me mandas al diablo de una vez por todas.—Marcos, te he mandado al diablo día con día, pero no te rindes —señaló la joven escritora—. Y, para ser sincera, ya me cansé de todo esto. ¿Qué es lo que pretendes en realidad? ¿Quieres que renuncie a mi actual empleo? No lo voy a hacer. Marcos, este es el trabajo de mis sueños, po
—Mamá —habló la joven para la mujer que le llamaba—, ¿crees que soy una persona orgullosa?—Por supuesto que lo eres, cariño —respondió la mujer—. Siempre lo has sido, desde bebé. Orgullosa y mula. Las cosas tenían que ser cuando las pedías y como las pedías o ya no las aceptabas. Pero, ¿por qué preguntas eso ahora?—Marcos dijo que yo no lo quería perdonar porque eso heriría mi orgullo —explicó la joven—. Sentí que decía que eso era lo único que estoy protegiendo, cuando lo que intento proteger es mi corazón.—Ay, mi nena —dijo la madre de María en un tono que a la chica le molestaba, aunque siempre terminara sonriendo tras hacer mala cara—. El corazón se protege comiendo sano y haciendo ejercicio, para evitar los triglicéridos y el colesterol alto; de ahí en más no puedes hacer nada por él. Pero, ¿por qué sigues mencionando a Marcos? Pensé que él era un asunto olvidado.—No lo es —declaró María—, él no me deja darle carpetazo a su asunto.—Achis —hizo la mayor esa muletilla que a Ma
—Para, por favor —suplicó la despeinada y desarreglada joven, que salía usando una bata sobre un vestido que no se había logrado quitar por lo ebria que había llegado a su casa horas atrás—. Me estás matando, hombre.—Dijiste que si...—Shhh —hizo la joven con los ojos entrecerrados por todo el dolor y sueño que tenía, interrumpiendo a Marcos y silenciándolo al poner su dedo sobre los labios del chico—. Son las cuatro de la mañana, y tengo resaca.María dijo lo mismo que su hermana, porque era lo mismo lo que le molestaba a ella.» Diles que se callen, por favor —suplicó la castaña a un joven empresario que se sentía feliz de sentirla cerca y de no ser rechazado.Marcos negó con la cabeza, sonriendo. La chica que se aferraba a su chaqueta, y que escondía su desalineado rostro en su pecho, era su razón de estar ahí, y de alguna manera sentía que había hecho bien yendo a molestarla en ese que había prometido sería su último intento.—Gracias por todo, chicos —dijo Marcos en voz muy alta
María estaba sentada en la orilla de su cama, rebobinando en su cabeza la noche anterior. Y es que recordaba que, luego de caer ebria en su cama, había comenzado a soñar con esa serenata que había pedido.La joven también recordaba haber soñado que Marcos la había levantado en brazos y llevado a la habitación donde pasarían su luna de miel; entonces vio pasar ante sus ojos la historia más feliz del mundo, con ellos haciendo una nueva familia... y despertó con un mensaje de ese hombre que le advertía que no se podía arrepentir, que estarían juntos para siempre y que la amaba con toda su vida.—No fue un sueño —murmuró María Aragall y saltó en respuesta a los golpes en su puerta.—Hasta que te amaneció —casi gritó su madre, provocando que el dolor en su cabeza aumentara—. ¿Planeabas dormir todo el día?—Justo ahora quiero dormir toda la vida —respondió la joven, ganándose un trapazo en la cara con la franela que su madre se había estado secando las manos luego de cocinar la comida, segu
—¿Estás nervioso? —preguntó María, y el chiquillo de ahora seis años asintió, entonces la joven se acuclilló frente a él y le sonrió enormemente—. Todo va a estar bien, lo prometo. Acto seguido, María besó la frente del niño y ambos sonrieron para, luego de que ella se incorporara, tomarse de las manos y caminar juntos. —Buenos días —saludó alguien, y tanto María como Mateo respondieron al saludo de la mujer que les daba la bienvenida. Ese era el primer día en la escuela primaria de Teo, quien se enfrentaba a un serio problema de ansiedad por su primer día en una escuela mucho muy diferente a las que estaba acostumbrado, pues los miembros de ese lugar hablaban un español un poco diferente al que hablaba él, se notaba sobre todo en su falta de melodía al pronunciar las palabras. Y no le molestaba, por supuesto que no, él tenía aproximadamente dos años disfrutando de ese tono cantadito con que hablaba su tía, pero ser el diferente a todos le ponía de los nervios. —Anda, preséntate —
Su vida, definitivamente no iba caminando por donde le hubiera gustado, y todos sus sueños y anhelos, que a lo largo de la vida habían quedado frustrados, los seguía arrastrando consigo porque el dolor la había hecho más fuerte, según sus seres queridos, aunque, en el fondo, ella estaba segura de que todo era por no haber superado sus rencores. Tenía desventuras para contar cada noche por al menos un par de meses y, a como veía la vida, podría llenar un calendario anual de todos sus malos ratos. Estaba segura de que tenía mala suerte, que había nacido bajo la peor estrella, si es que le había tocado alguna, pero su madre decía que no debía de quejarse, que seguramente muchas jóvenes querrían tener su “mala suerte”, que, definitivamente, su madre no pensaba era mala, se le notaba en la cara. “Tú atraes tu mala suerte”, había escuchado eso también, pero no le cabía en la cabeza semejante idea; es decir, lo único que ella deseaba era que las cosas fueran bien y tener un poco de felicid
Sentada en una banca de un parque desconocido, aguantando el inclemente frío de esa tarde de invierno, ella seguía viendo ir y venir a ese pequeño niño rubio de, quizá, tres o cuatro años.El pequeño era divino, ella le sonreía cálidamente cada que él regresaba a su regazo y él le mostraba su blanca dentadura mientras sus ojitos azules se perdían en unas rubias pestañas alargadas.Él recibía de la morena, de ojos profundamente oscuros, una tímida sonrisa y el permiso de esconder sus manitas heladas entre el abrigo de ella y, después de solo un momento, él volvía a salir corriendo a los columpios frente a esa banca donde ella aguardaba paciente a que algo sucediera.Viendo cómo el pequeño volvía a irse, ella sacó sus manos de las bolsas de su abrigo y atrapó su aliento tibio para después frotar sus manos entre sí y así sentir un poco menos de frío, pero no parecía funcionar.—Tengo hambre —dijo para sí misma mientras se levantaba de donde estaba y comenzaba a dar unos pasos para llegar
Entrando al edificio donde el departamento de su amigo estaba, saludó al portero del lugar, tomó el elevador al piso tres y, al entrar a casa, suspiró en soledad, deduciendo que ese estado era como el suyo, y como cualquier lugar en el mundo, quizá, con gente amable y otra no tanto.Dejó su bolso en el sofá de la sala y se encaminó por una taza de café, el frío lo ameritaba; entonces regresó a la sala y, sentándose en el sofá donde antes dejó su bolso, se perdió en mil pensamientos hasta que el sonido de su teléfono celular le sacó del ensueño.Mari tomó su bolsa, buscó su teléfono para responder a la llamada y en la pantalla de su celular leyó el nombre de su mejor amiga. Aceptó la llamada y escuchó una ansiosa pegunta de parte de una chica que tenía tiempo sin hacer más que apoyarla en todo.—¿Y bien?, ¿cómo te fue? —preguntó Malena y Mari suspiró.—Me fue horrible —anunció la cuestionada—, perdí mi maleta, el manuscrito estaba en ella, y también estaba ahí la memoria USB donde la gu