Xavier Lombardi:
Esa noche, y aunque suene extraño, no estuve metido entre las piernas de ninguna mujer.
La conversación con mi padre me había dejado con un mal sabor, un mal augurio, o presentimiento. Como quieran llamarlo, la cuestión es que era algo malo. Muy malo. Podía sentirlo. Y a eso debía sumarle el hecho de la manera que me hizo sentir el escucharlo decir que sería libre al fin.
Fue extraño.
De repente, todo lo que había deseado desde el comienzo y que estoy a nada de lograr —porque sé que no me voy a quedar a controlar el capital destinado a esa aburrida ONG—, ya no me apetecía.
A ver, les explico: no me interesa la empresa, no me interesa el dinero, no me interesan los lujos, pero, lamentablemente, el legado de mi madre es eso, y saber que al fin puedo dejar de responsabilizarme por eso, me hace sentir tristeza, porque sé que no es lo que ella hubiese querido. También me hace sentir un irrespetuoso, mal hijo, imbécil, desdichado, una total m****a de persona, para ser más exactos. Me hace sentir culpable.
Así que aquí estoy… y no precisamente feliz como pensé que lo estaría cuando lograra lo que quería.
Pues, lo siento mucho, mamá —en cualquier parte del cielo que sea que estés, porque fuiste un ángel y allá es donde sé que estás—, pero voy a decepcionarte una vez más. Ya estoy acostumbrado a decepcionar a la gente. Así que, aunque sienta culpa, me da igual.
Edwin no es tu hijo, pero es hijo de mi padre y sé que cuidará de tu legado como corresponde.
Termino de beber mi wiski mientras admiro el cielo despejado de Los Ángeles desde mi balcón.
Contrario a lo que el mundo piensa, yo vivo en un pequeño departamento que pertenecía a mi madre y me dejó como herencia. No quise nada de lujo, aunque fácilmente podría habérmelo comprado. Solo utilizo el dinero que gano trabajando en la empresa que era de mi madre y que cuando falleció, se quedó manejándola mi padre, y no he tocado ni un solo centavo de lo que ella me dejó. Todo el dinero está intacto. Tengo tanto dinero que podría desaparecer si quisiera, estar en otro continente, nadando en oro, teniendo a las chicas que quisiera y comprándome lo que se me diese la gana. Podría vivir fácilmente tres vidas sin tener que trabajar, y el saber eso, no me satisface, no me anima, no me hace sentir bien.
No me importa.
Todo lo que me importa es este pequeño espacio que tengo y que es mi santuario desde que ella murió y al que solamente ha visitado ella y mi padre, y son pocas las veces que lo ha hecho.
Y en cuanto a ella… esa otra chica que una vez vivió aquí junto a mí, sólo sé que es otro motivo para no mudarme.
Es por eso que estoy con este pequeño tema de contradicción, donde, aunque estoy por alcanzar aquello que tanto quise, siento que ya no es lo que deseo. Mi pensamiento se basa en creer que, si he podido cuidar de este pequeño lugar y he mantenido la esencia de mi madre en él, podría hacer lo mismo con su empresa, pero luego, la sinceridad me abofetea de golpe y termino por admitirme a mí mismo que, si yo llego a tomar el control de la empresa, lo voy a arruinar todo, la llevaré a la bancarrota. Es muy diferente ser el presidente de una empresa a cuidar de un pequeño departamento.
No. No me veo en eso.
No me veo en nada, la verdad.
Tengo veintinueve años, tres carreras universitarias, y ninguna me gusta realmente. No tengo sueños. No siento nada.
Estoy vacío.
{-}
No sé en qué momento me dormí, solo sé que cuando despierto tengo otra resaca de muerte.
Pero por lo menos recuerdo todo lo que hice anoche, puesto que bebí, pero no tanto como suelo hacerlo. Aunque, lo más extraño de todo esto es no haber buscado a ninguna mujer para… bueno, ya saben.
Suspiro y miro el reloj. Por lo menos esta vez me levanté temprano y me da tiempo de hacer muchas cosas. Acondicionarme como corresponde para no andar de impresentable, tal y como ocurrió ayer.
Me doy una larga ducha de agua fría y me lavo mis dientes. Voy directo a la habitación y observo mi cuerpo en el espejo. Tengo que seguir yendo al gimnasio. Mi abdomen sigue marcado y mis músculos se resaltan, pero el cansancio es evidente y puedo notar como he perdido algo de peso. El tatuaje reluce en mi pecho.
Es una linea curveada, por debajo de mi clavícula, y al tocarlo, recuerdo sus palabras:
‘’Quiero que sea algo estúpido. Que la gente lo vea y diga: ¿Por qué es eso? Tatuarse debería ser importante… ¿y tú quieres tan solo una linea? Lo que ellos no sabrán es que no es cualquier linea, es una linea un poco endeble, curva, desviada, porque nada en esta vida es seguro y porque, en este camino al que llamamos vida, puede torcerse la carretera, llevándote por otros rumbos, pero al final, vas a llegar a ese lugar que siempre fue tu destino. No importa el camino que tomes’’
Aún puedo escuchar su risa luego de recitar esas palabras.
Aún recuerdo perfectamente el sonido de su voz.
Aún siento sus caricias clavadas en mi piel, haciendo que se erice el vello en la superficie de esta.
Y, cuando recuerdo que no debo dejar entrar al pasado, vuelvo a cerrarme.
No puedo permitirme pensar en lo que pudo haber sido y no se dio porque fue algo que yo así quise. Debo vivir con el peso de mis errores por el resto de mi vida.
Me visto y me largo a la oficina.
En cuanto llego ya tengo en mi escritorio dos caramelos de mentas que esta vez no necesito, pero que, aun así, guardo en mis bolsillos. También está un par de pastillas que sí tomo, más que nada por prevención, y mi café predilecto. Lo tomo mientras ojeo en la laptop el cronograma semanal y trato de poner en orden mi agenda. No es como si tuviese cosas más importantes que hacer, voy del trabajo a verme con chicas, de eso a casa, y de casa al trabajo. Me ejército en casa. Mayormente como comida chatarra. Y ni hablar de lo cerrado que soy. Todo un enigma para muchos y aburrido para otros.
La media hora que falta para que comience la reunión la invierto en firmar unos papeles y en hablar con Dario. El único amigo que se podría decir que realmente tengo. Anoche pilló a su novia con otro y está que se lo lleva el demonio.
Esto de las infidelidades está llegando a otro nivel.
Gracias a Dios no quiero tener o estar en una relación. No quiero saber nada de noviazgos.
—Señor Lombardi, en cinco minutos tiene la primera reunión del día. ¿Necesita que haga algo por usted antes?
—Sí —me inclino hacia adelante y le doy mi más deslumbrante sonrisa. La mujer me mira con los ojos entrecerrados.
—Usted dirá.
—Deja de llamarme Señor Lombardi. En primer lugar, porque no estoy viejo. Y, en segundo lugar, porque el señor Lombardi es mi padre, así se le conoce, así que, como siempre te pido, llámame Xavier.
—Es imposible. Eres mi jefe, no puedo cometer tal atrevimiento.
—Bueno, lo intenté.
Me encojo de hombros y arreglo mi traje. Ajusto mi corbata y camino a la salida pasando por su lado. La mujer me duplica la edad y me trata como a su hijo. Creo que es la única que me tiene realmente cariño.
—No hagas rabiar a tu padre, Xavier. Pórtate bien.
—Lo intentaré, Carmela. Lo intentaré.
La veo rodar sus ojos e ir de nuevo a su escritorio, el cual se encuentra al frente de mi oficina. Sigo de largo y tomo el ascensor que me lleva a la segunda planta, por lo cual baja, y al llegar allí, me encuentro a mi padre afuera y se rasca su barbilla mientras escucha lo que la mujer frente a él, su esposa, la madre de Edwin, le reclama.
Últimamente los veo discutiendo mucho… ¿Problemas en el paraíso?
—Buenas —me meto en medio de su discusión con todas las ganas del mundo, dándoles una enorme sonrisa irónica —, ¿cómo amaneció la feliz pareja?
Mi padre se endereza y me mira con cara de ‘’cállate’’
En cambio, Laurel me mira con calidez, y suspira.
—Buen día, Xavier. Espero que estés bien…
—Lo estoy.
—Yo… ¿Por qué no fuiste al almuerzo del fin de semana? Te esperábamos. Queríamos compartir contigo que…
—No quise ir, como siempre —su mirada dolida me hace querer retractarme, pero me muerdo la lengua y miro directo a mi padre. Está a nada de asesinarme con su mirada. Lo ignoro —. ¿Estarás en la reunión? ¿O la tortura es solo para mí?
—No me perdería esta reunión por nada del mundo —asegura —. De esto depende tu decisión de quedarte o irte.
—No sé por qué te esmeras tanto si la decisión está tomada desde hace mucho tiempo.
—Ya veremos. Entonces, espero que, luego de verla, mantengas la misma postura.
Pasa por mi lado y enarco una ceja hacia Laurel al ver que mi padre siquiera se despidió de ella. Sí, en definitiva, hay problemas en el paraíso. Termino de confirmarlo cuando ella mira a mi padre con cara de cachorro herido hasta que el susodicho desaparece por la entrada de la sala donde se dará la reunión.
Entonces, frunzo el ceño al recordar sus palabras.
—¿Luego de ver a quién…?
Laurel planea responder, pero la dejo con la palabra en la boca mientras camino con rapidez detrás del hombre que me dio la vida. Entro al lugar y visualizo a mi padre, hay muchas personas, siete en total, sacando a mi padre y las evalúo una por una.
Justo cuando llego a la que está más alejada de mí, quien, por cierto, levanta su mirada al mismo tiempo que yo poso mi atención en ella, mis ojos se achican en reconocimiento, y mi reacción es inmediata.
Cabello rubio, más largo y ondulado, a diferencia de hace siete años que era liso. Ojos azules claros, pecas que probablemente estén tapadas por el maquillaje que cubre sus perfectos pómulos, piel pálida que actualmente tiene un poco bronceada…
Es ella.
Es…
‘’ —No entiendo lo que siento, Helena. Perdón, pero estoy confundido. No puedo…
—Está bien, entiendo’’.
Mi mirada recorre su cuerpo mucho más maduro. No puedo dejar de mirarla. Ha conservado esa calidez que tanto la caracterizaba. Nada podría hacerla cambiar. Era y sigue siendo demasiado buena para este mundo.
Noto como traga saliva, y el movimiento de sus manos al juntarlas llama mi atención. Poso mis ojos allí. Miro lo que hace. Los dedos de su mano derecha juegan con la joya que tiene en el dedo anular de su mano izquierda.
No hay que ser adivino para saber lo que significa: está comprometida.
Los recuerdos me golpean de a uno por uno, pero son consecutivos. No se detienen.
Y el peor de todos ellos es del día en el que le pedí el divorcio.
Porque sí. La mujer frente a mi es Helena...
Helena Hallman.
Mi exesposa.
—No entiendo lo que siento, Helena. Perdón, pero estoy confundido. No puedo…—Está bien, entiendo.A pesar de todo, aquel hombre no era malo. Tenía un serio problema para controlar su manera de vivir, pero sabía que, si quería seguir con su vida de promiscuo, debía alejarse de la mujer que comenzaba a gustarle. No quería, ni iba a perdonarse a sí mismo el llegar a lastimarla.Él dio media vuelta, dispuesto a marcharse, pero la voz de la chica que comenzaba a hacerle sentir miles de emociones, lo hizo detenerse.—Solo voy a aconsejarte una cosa: no dejes que tu inseguridad te haga perderte de los mejores años de tu vida. De vivir al máximo y disfrutar cada una de las cosas maravillosas que este mundo tiene para ofrecerte, porque las oportunidades no se presentan dos veces, y la cosa más maravillosa de todas ellas, es, sin duda alguna, enamorarse.El matrimonio de Helena y Xavier fue algo planeado por ellos, cuando, en una fría noche de abril, se dieron cuenta de lo mucho que se necesit
Helena Hallman:Hubo un momento en el que llegué a pensar que la vida era un desperdicio. Mis reflexiones se basaban en preguntas estúpidas, que, aunque sabía que lo eran, no podía parar de hacérmelas.¿Por qué nacemos? ¿Para qué lo hacemos, si luego moriremos, se olvidarán de nosotros y será como si no hubiésemos existido? ¿Cuál es el sentido de pasar por la tierra, donde el sentimiento que más prevalece es la tristeza y su mayor causa casi siempre suele ser el desamor?Hoy en día, me parece tan estúpido haber pensado de esa forma. Hay tantos problemas, guerras, niños muriéndose de hambre, maldad en las calles, terrorismo, y yo pensando en el romance. Yo pensando en cómo no obtuve ese amor, que una vez tuve entre mis manos, y que, por ilusa y creer que podía cambiar, me dejó marcada.Ahora sé que hay cosas más importantes que el romance. Eso no lo es todo en la vida, pero sí que es bonito vivirlo y experimentarlo, mientras pasamos por ello.Desde que pasé por esa decepción amorosa, h
Xavier Lombardi:Un peso sobre mi cuerpo junto con ese sonido insistente son las dos cosas que me hacen parpadear varias veces antes de abrir mis ojos por completo.Al principio me cuesta entender dónde estoy. En el fondo lo sé, siempre lo sé.Veintinueve benditos años y no agarro escarmiento. Es como si adorara hacer rabiar a mi padre. No hay otra explicación.Mi mirada baja con más lentitud de la que desea y se topa con una maraña de pelos negros. Siempre son castañas, pelirrojas o tal y como la chica que descansa sobre mi pecho: pelinegras. Pero nunca rubia. Solo hubo una rubia en mi vida y me marcó lo suficiente como para no poder olvidarla fácilmente. Pero no voy a desviarme del tema.De hecho, cada vez que mis pensamientos quieren irse hacia el recuerdo de ella, enseguida busco la manera de distraerme porque ese es un pozo al que no quiero entrar. Ya lo hice una vez y lo lamenté mucho. No hay vuelta atrás. Yo puse mis intereses camisticos, como los llama mi padre, por sobre algo