Capítulo 02.

Xavier Lombardi:

Un peso sobre mi cuerpo junto con ese sonido insistente son las dos cosas que me hacen parpadear varias veces antes de abrir mis ojos por completo.

Al principio me cuesta entender dónde estoy. En el fondo lo sé, siempre lo sé.

Veintinueve benditos años y no agarro escarmiento. Es como si adorara hacer rabiar a mi padre. No hay otra explicación.

Mi mirada baja con más lentitud de la que desea y se topa con una maraña de pelos negros. Siempre son castañas, pelirrojas o tal y como la chica que descansa sobre mi pecho: pelinegras. Pero nunca rubia. Solo hubo una rubia en mi vida y me marcó lo suficiente como para no poder olvidarla fácilmente. Pero no voy a desviarme del tema.

De hecho, cada vez que mis pensamientos quieren irse hacia el recuerdo de ella, enseguida busco la manera de distraerme porque ese es un pozo al que no quiero entrar. Ya lo hice una vez y lo lamenté mucho. No hay vuelta atrás. Yo puse mis intereses camisticos, como los llama mi padre, por sobre algo que pudo haber sido increíble. Un poco irónico, viniendo de él.

Comienzo a intentar quitar, con mucha suavidad, y muy despacio, la cabeza de la mujer de mi pecho. Espero, de todo corazón, que no se despierte. Más que nada porque suelen enfadarse cuando no recuerdo sus nombres y eso es justo lo que pasa en este instante. Creo que, si no le viera el rostro en este momento, ni siquiera lo recordaría.

La hago a un lado y busco mi maldito celular antes de que la haga despertarse. No necesito lidiar con ninguna mujer, menos con esta resaca que me cargo. La cabeza me empieza a punzar y la garganta me arde tanto que…

Estoy por apagar la alarma cuando leo el título de esta: No olvidar la junta importante con N&OG a las nueve horas.

Son las ocho treinta.

¿Por qué me puse la alarma tan solo media hora antes?

¿En qué cabeza cabe que yo iba a estar despierto antes de eso?

Ni siquiera sé dónde estoy.

Le doy un vistazo a mi alrededor. Aparentemente estoy en el departamento de la mujer, y, oh, vaya… Me acerco a uno de los estantes…

Maldición.

Tiene esposo. Salen lindamente casados, vestidos de novios, e incluso, hay un par de perros en medio de ellos. Parpadeo y volteo a mirar una vez más a la sexy mujer enredada en las sábanas que respira muy profundamente. Enarco una ceja.

No puede ser.

Vuelvo a colocar la foto sobre el estante y me dispongo a buscar mi ropa.

Luego dicen que solo los hombres somos los sinvergüenzas, traicioneros, infieles, etc, etc, etc…

Consigo mi pantalón y mi camisa, pero mi ropa interior parece haber desaparecido. Me visto con suma rapidez y maldigo cuando veo un mensaje de mi hermano menor, el cual es, aunque no lo crean, mucho más responsable que yo. Él ya está en la sala de juntas, esperando a que todos lleguen, ordenando cada cosa y asegurándose de que todos los temas sean bien planteados y conversados.

Llevo años diciéndole a mi padre que lo mejor que podría hacer por el bienestar de la empresa es dejar a mi hermano como su sucesor, su heredero, pero él insiste en que sea yo. Niego con mi cabeza.

Vuelvo a mirar a la mujer una vez más. Ni siquiera recuerdo cómo fue el polvo, así que no podría decir si me gustó o no. Si tuviese la certeza de que fue bueno, a lo mejor le estaría dejando mi número de celular. Al fin y al cabo, la que le falló a su esposo fue ella…, pero como no recuerdo nada…

Me encojo de hombros. Tomo el saco de mi traje y lo guindo en uno de mis hombros, sin dejar se sujetarlo con mi dedo índice. Con mi mano libre reviso mi celular y busco en g****e maps para ver mi ubicación y qué tan lejos estoy. Perfecto. Estoy a veinte minutos.

Llegaré justo a tiempo.

Salgo del lugar y el portero del edificio tan solo niega con su cabeza, a modo de reproche, cuando le doy un saludo militar con una enorme sonrisa en mis labios.

 Busco dónde carajos dejé mi auto estacionado y tengo que recurrir a la alarma que suena cuando desbloqueo sus puertas, y eso me lleva directo a dónde está. Finalizando la cuadra.

¡¿Cómo demonios llegué aquí?! Y peor aún… ¡¿Qué m****a tomé o me fumé para no recordar absolutamente nada de anoche?!

Me dispongo a manejar el auto y voy directo a la oficina. Me pongo mi saco y con mi mano cerca de mi boca trato de ver qué tan mal está mi aliento. Muy mal. Horrible.

Me acerco a mi oficina, faltan cuatro minutos.

—Dos caramelos de menta, una taza de café fuerte, sin azúcar y algo que me quite este dolor de cabeza que traigo —es lo primero que le digo a mi secretaria en cuanto me acerco a ella.

—Dos de menta y un par de pastillas con agua —me entrega dos caramelos y un vaso de agua, frente a mi pone la medicación y sonrío. Ya lo tiene todo a la mano —. El café se lo llevo enseguida a la sala de juntas.

—No sé qué haría sin ti, Carmela —le guiño un ojo y trato de cerrar lo mejor posible mi saco para que no se vea lo arrugada que está la camisa que me cubre debajo.

Camino directamente a la sala y me encuentro con dos socios, mi padre a la cabeza de la mesa y su hijo menor a su lado. Ambos me miran con reproche. Me siento al lado de ambos sin dejar de sonreír mientras tomo la medicación en sus narices y meto uno de los caramelos en mi bolsillo derecho del pantalón.

—Traes la misma ropa que tenías ayer —comienza mi padre.

—Y la camisa tiene un beso muy marcado en su cuello, padre —le dice mi hermano.

Para nadie es un secreto que él siempre le ha recalcado lo peor de mí a nuestro padre, con la esperanza de que el hombre me deje de lado y todo le quede a él. Yo le ayudo a insultarme o lo doy la razón siempre, con la esperanza de que suceda exactamente eso, pero mi padre no da su brazo a torcer. Me quiere a mí como su heredero.

—Y debajo de mis pantalones, no tengo ropa interior, así que es mejor que no se me caigan, porque no sé en qué parte del departamento de la desconocida con la que estuve anoche se quedó la correa que lo sujeta —doy dos palmadas en uno de los hombros de mi hermano menor y luego le revuelvo el cabello, él bufa y me quita la mano con brusquedad. Yo sonrío, aunque por dentro en realidad me duela su forma de ser conmigo.

Siempre me ha odiado y yo nunca le he dado motivos para que lo haga.

Yo no tengo la culpa de que mi padre no lo valore como se merece y quiera perder el tiempo en un caso perdido como lo soy yo.

—Espero que sea una broma de mal gusto, Xavier —exclama mi padre. Todo lo que hago es encogerme de hombros. Me siento a su otro lado, quedando frente a mi hermano. Edwin voltea su mirada hacia otro lado. Es lo que siempre hace: evadirme, tratar de humillarme o despreciarme.

Y se pone peor cuando ve que yo todo lo que hago es sonreír.

 —No es una broma, padre, pero tranquilo, mientras no tenga que volver a levantarme del asiento, no hay riesgo de que se me caigan los pantalones.

El hombre a mi lado suspira en derrota y lleva su mano a mi hombro.

—Por lo menos dime que usaste condón.

—Creo que sí.

—¿Crees?

Me encojo de hombros.

Sé que usé. Los vi tirados alrededor de la cama de aquella mujer pelinegra. La verdad es que me asombré, porque mira que haber usado tantos para una sola noche… Waow. Admiro mi capacidad de resistencia.

Me encojo de hombros una vez más y mi padre cierra los ojos, probablemente pidiéndose paciencia a sí mismo para no cortarme las cabezas… sí, ambas cabezas, tanto la de arriba como la de abajo.

—Eres un caso perdido, ni siquiera sé por qué insisto contigo.

—Siempre me he preguntado lo mismo… ¿sabes? Ah, sí, claro que lo sabes. De hecho, te lo he preguntado directamente, pero siempre evitas responderme… ¿Por qué será? —Ironizo.

Me hago una idea del por qué, pero eso es algo que él jamás va a admitir, y mucho menos lo hará con su hijo menor aquí en medio de nosotros. Edwin nos mira de reojo. Yo ruedo mis ojos.

Por supuesto que está atento a nuestra conversación.

Veo como terminan de llegar los socios faltantes y antes de que empecemos mi padre se inclina hacia mí y me dice:

—En cuanto acabe la junta te vienes conmigo a mi oficina, tengo trabajo para ti.

—¿Más trabajo?

—Sí, y nunca lo haces.

—Lo intento… ¿vale?

—No es suficiente.

—Primero quiero desayunar.

Parezco un niño de dos años pataleando por no querer hacer lo que su padre le dice.

—Tu castigo es esperarte y comer directamente en el almuerzo.

—Muy rudo de tu parte —me burlo.

Y entonces, la reunión comienza.

{-}

—Bien. Estoy aquí. Tú dirás —me siento frente al escritorio de mi padre y este deja caer sus hombros y sacude su cabeza en negación al ver que me recuesto en el asiento frente a él y acomodo mis pies sobre su mesa.

—En ocasiones pienso que eres tú quien tiene veinticinco y no Edwin. Incluso con esa edad, él es más maduro que tú.

—Entonces deja de insistir conmigo y explota más las cualidades de él. No es difícil, padre.

—¿Por qué haces esto, Xavier? Quiero que seas sincero.

—Soy un aventurero de la vida. Solo eso. No fui hecho para este tipo de cosas. No quiero estar en un solo lugar, ni tener una relación estable porque amo mi vida de calenturiento, y mucho menos estar a cargo de tu empresa, porque ni siquiera puedo manejar mi vida. ¿Cómo esperas que sepa manejar un imperio?

—¿Me lo dices de corazón? ¿Es lo que quieres?

Trago saliva con fuerza.

La única verdad aquí es que ni yo sé qué carajos es lo que quiero.

Suspiro.

—Ya dime qué es lo que quieres que haga, padre. ¿Cuál será mi nuevo trabajo?

—Estaremos financiando una ONG, es importante, seremos inversores, y necesito que estés al tanto de que todo el dinero invertido y aportado sea usado de manera correcta, concreta y completa. No quiero que se desvíen los fondos o nos saquen dinero, ya sabes, que nos estafen. Si voy a donar dinero, quiero que este llegue a quienes corresponde.

—Si desconfías en que ellos no manejarán bien tu dinero y podrían llegar a estafarte, ¿por qué arriesgarte de esa manera? Es decir, te conozco. Sé que te gusta ser caritativo y ayudar a la gente, pero mucho de ese dinero que aportas no llega a la gente que lo necesita.

—Y es por eso que necesito que estés en ello.

—No —estiro mi mano y tomo una de las manzanas que tiene en la bandeja a un costado de su escritorio. Le doy un mordisco —. Soy el futuro directivo de la empresa, no me puedes mandar a hacer ese tipo de trabajo.

—Es importante.

—¿Por qué? Dime la verdadera razón.

—Ven mañana a la reunión que hay y toma la decisión por ti mismo, pero no me des una negativa aún —me pide. Mastico y lo miro con fijeza.

Está tramando algo y presiento que caeré redondito.

—No.

—Xavier…

—No.

—Te dejaré en paz —traga saliva con fuerza y sé que le cuesta decir lo siguiente, pero aun así lo suelta: —. Si asistes a esta reunión y no te convences de querer formar parte de este proyecto, yo te dejaré en paz, te dejaré tranquilo y nunca más te mencionaré la empresa o te seguiré obligando a hacer cosas que no quieres. Podrás irte. Te doy mi palabra.

No tiene que decir más.

Sonrío y salgo del lugar mientras termino de comer la deliciosa manzana.

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