Helena Hallman:
Hubo un momento en el que llegué a pensar que la vida era un desperdicio. Mis reflexiones se basaban en preguntas estúpidas, que, aunque sabía que lo eran, no podía parar de hacérmelas.
¿Por qué nacemos? ¿Para qué lo hacemos, si luego moriremos, se olvidarán de nosotros y será como si no hubiésemos existido? ¿Cuál es el sentido de pasar por la tierra, donde el sentimiento que más prevalece es la tristeza y su mayor causa casi siempre suele ser el desamor?
Hoy en día, me parece tan estúpido haber pensado de esa forma. Hay tantos problemas, guerras, niños muriéndose de hambre, maldad en las calles, terrorismo, y yo pensando en el romance. Yo pensando en cómo no obtuve ese amor, que una vez tuve entre mis manos, y que, por ilusa y creer que podía cambiar, me dejó marcada.
Ahora sé que hay cosas más importantes que el romance. Eso no lo es todo en la vida, pero sí que es bonito vivirlo y experimentarlo, mientras pasamos por ello.
Desde que pasé por esa decepción amorosa, he tratado de centrarme en ayudar lo más que pueda a personas en condiciones deplorables, ya sea por salud, por cuestión social o haber sido víctima de algún abuso. Desde que él me dejó, decidí no lanzarme al vacío y ver las cosas desde otra perspectiva: si lo nuestro no funcionó por algo fue. A lo mejor no estábamos destinados.
Era momento de seguir adelante y centrarme en cosas que hicieran llenar el vacío de aquellas preguntas que me hacía cuando era pequeña.
¿Qué por qué nacemos? No lo sé, pero sí que puedo jurar que, como no sé si hay otra vida después de la muerte, debo vivir esta al máximo.
¿Qué para qué lo hacemos, si luego moriremos, se olvidarán de nosotros y será como si no hubiésemos existido? Pues, la base e importancia de estar en un lugar, es tratar de dejar todo de ti, de tal manera que quede tu huella, y mientras más grande sea la marca, mucho mejor. Será muy difícil que se olviden de ti y las cosas que hacías, la gran personalidad que poseías o tu encantadora, brillante e inteligente forma de ser.
¿Cuál es el sentido de pasar por la tierra, donde el sentimiento que más prevalece es la tristeza y su mayor causa casi siempre suele ser el desamor? Esta última pregunta la hice en medio del llanto, luego de no haber obtenido la respuesta que quería tener de parte de quien, en ese momento, era el amor de mi vida.
Respecto a eso solo puedo decirles que, independientemente del por qué estén tristes, debemos tratar de seguir adelante. He escuchado mucho una frase que me gusta repetir mucho, y que dice: En esta vida hay solución para todo, excepto para la muerte. No me pregunten quién la dijo, porque la verdad, no tengo absoluta idea de nada.
La vida es corta, chicos, damas, caballeros, señoras, señores, o quien sea que me esté leyendo: vívanla como si no hubiese un mañana.
Yo aprendí la lección y quiero creer que finalmente Dios me ha recompensado por ello.
Actualmente tengo veintinueve años, hago las cosas que me gustan, logré mis sueños, y sigo en la búsqueda de otros que aún tengo anotados en mi agenda. Y no me pienso detener. Voy cada vez por más y más. Soy un alma al que no le gusta estar quieta por nada del mundo, y me pongo mal si me encuentro sin hacer nada.
Tengo un prometido desde hace dos meses y con el que llevaba diez meses de novios. Es el chico ideal: guapo, tierno, cariñoso, y, sobre todo: caballeroso. Siempre respetuoso con mis decisiones y atento a si requiero algo. Yo también trato de dar todo de mí para que esto funcione, fue tan inesperado que aún me encuentro trabajando por acostumbrarme.
Creía que había perdido el toque para conquistar a una persona, pero parece ser que siempre lo tuve en mí, solo no quise sacarlo a relucir. No había motivo alguno, no estaba en la búsqueda de alguna pareja y mi prometido, pues, simplemente se dio. Un día nos conocimos, vimos que teníamos muchas cosas en común, me dijo que yo le gustaba, comenzamos a salir y aquí estamos, todo va sobre la marcha.
Todo va perfecto.
Ya lo dije, mi vida está en orden, está tranquila y nunca había sido tan… feliz.
Sí, esa es la palabra: felicidad.
Para mí la tranquilidad es igual a felicidad.
—Usted reflexionando es otro nivel, señorita Hallman.
—Gracias, director. —Le sonrío abiertamente, mientras lo veo pasar por mi lado, dirigiéndose a su oficina.
Me siento en mi cubículo y sigo haciendo el informe de mi último trabajo. ¿Ya les dije que amo hacer lo que hago? Soy trabajadora social, básicamente ayudo a los más necesitados. De momento, dependemos más del gobierno de los Estados Unidos, que de cualquier empresa privada. Ahora es que estamos comenzando a hacer conexiones con algunas empresas que son importantes y pueden financiarnos mejor, para así tener mayor alcance y dar una ayuda de mejor calidad a los más necesitados.
—¿Cómo te va, señorita prometida? —Pregunta Liam, el único amigo que tengo aquí. Todas las otras personas que trabajan, son mujeres. No tienen idea del infierno que es. Por algún motivo hay una competitividad horrible por quien es el mejor o ha tenido más trabajos y casos en el mes.
Yo me centro en lo importante: no me importa tener y resolver solo un caso, siempre y cuando lo haga bien y concluya de manera exitosa. Trato de no meterme en las disputas que tienen aquí, porque sé que, si lo hago, saldré perdiendo. No soy de las que les gusta discutir por todo, prefiero alejarme de los problemas y tener que resolverlos cuando lleguen solos, más no porque los haya buscado.
Antes los problemas me encontraban solitos, pero desde hace años para acá todo ha sido básicamente paz y perfección en mi vida. Esperemos que se mantenga así por un buen tiempo. ¿Qué podría pasar que arruine la tranquilidad que he formado a lo largo de los años? Es imposible que se desmorone de un momento a otro. Menos si no hay motivo o razón alguna para que pase.
—Liam, ya deja de llamarme así. —Le pido, como cada vez que me dice esa frase.
—¿Por qué? Estás comprometida. —Me recuerda —. ¿Te acuerdas de la manera tan ridícula en que te pidió la mano? Es imposible olvidar sus muy cursis palabras. Casi quise dispararme en mis oídos para no escuchar tan exagerada declaración.
—Oye, no seas así. Fue muy romántico. —Me encojo de hombros.
—Se te nota demasiado la emoción.
—No tengo que estar emocionada a cada segundo de mi vida por estar comprometida.
—No, en eso tienes razón, pero sí la mayoría del tiempo, y, sin embargo, hay veces en las que hasta se te olvida que lo estás.
—Oye, no digas esas cosas tan crueles. Son mentiras. —Me defiendo. El levanta sus manos en señal de paz en cuando le apunto con mi dedo índice.
—Bien. De todas maneras, eres la única de todos nosotros con una relación estable, que está comprometida y lleva una vida fuera del foco y los líos.
—Todo lo contrario a ti.
—Oh, olvidé comentarte. Ayer me encontré a Carolina en el bar al que solemos ir los jueves, y Oh, sorpresa, estaba con un chico, al que dejó en plena pista de baile para ir al baño, pero terminó dejándolo plantado porque no pudo resistirse a mí. —Lo cuenta con todo el orgullo del mundo.
—¿No se supone que no caerías una vez más ante sus encantos?
—Yo no caí ante ella, ella cayó ante mí.
¿Ah? No puedo creer que me diga esto.
Al pretender responderle, nuestro jefe se planta en medio de toda la oficina y nos informa que dará las carpetas con los trabajos correspondientes para este mes. Todos nos quedamos de pie, pero dentro de nuestros pequeños cubículos. El inmenso lugar está lleno de mesas que doblan, dejando un pequeño espacio para que pueda entrar una silla y que ese sea exclusivo de un trabajador. Luego están los directivos, que tienen sus oficinas, son pequeñas, pero individuales; y ya, finalmente, se encuentra el vicepresidente y el presidente, quienes tienen las oficinas más grandes de todo el edificio y que quedan en los últimos dos pisos.
—Elena, te toca el caso del galpón que se ha incendiado hace poco, ya tenemos patrocinadores, por favor, comunícate con ellos lo antes posible, los niños lastimados allí requieren atención inmediata… —presto atención a todos los trabajos que va dándole a cada empleado y lo miro con fijeza cuando llega mi turno, esperando con ansiedad. Ya quiero ponerme manos a la obra.
>>Helena, a ti te voy a dar un caso muy especial. Puedes negarte a realizarlo si no es algo con lo que estés de acuerdo —asiento, comprendiendo que a lo mejor se requiere de mucho de mí para esto, y es por ello que me está dando esa opción y no me está imponiendo realizar un trabajo para el que a lo mejor no estoy preparada, o por algún otro motivo, no puedo llegar a realizar —. Irak —mi respiración se contiene en mis pulmones, comprendiendo la situación —. Será solo un mes, estarás en una zona segura y protegida en la que podrás hacer tu trabajo tranquilamente.
—¿Un mes?
—Si. No te irás enseguida, debes planear todo con calma junto con la empresa con la que nos hemos asociado para llevar a cabo esto. Todo debe ser impecable y para ello deben organizar todo, tendrán un mes para ello.
—Básicamente todo el trabajo se realizará en dos meses: uno para la planeación y el otro para la realización. ¿No es así?
—Exactamente, así es. El mes donde deben orquestar todo estarás trabajando en la empresa de la persona con la que irás. Te pondrás de acuerdo con su equipo para los horarios, temas importantes, qué deben llevar, qué creen que sea prioritario y qué no.
—Bien.
—¿Necesitas tiempo para pensarlo? —Me pregunta y yo niego con mi cabeza.
Me da terror, no voy a mentir, pero es algo que siempre ha estado en mis planes realizar. Ya lo dije, me encanta mi trabajo y ayudaré en todo lo que pueda mientras viva.
Mi jefe se marcha y Liam voltea a mirarme con sus ojos muy abiertos.
—¿Por qué se supone que te han elegido para algo así? ¡Y peor aún! ¿Por qué aceptaste? ¡¿Estás loca?!
—Hace un par de años hice unos cursos sobre esto, me especialicé e hice unos proyectos sobre el tema, y hasta me postulé en algunos programas de la ONG, pero ha pasado el tiempo y…, pensé que había quedado en el olvido y que ya no me tomarían en cuenta para este tipo de cosas.
—Se nota que no te han tomado para nada en cuenta.
—Sí… —susurro, sin poder creerme aun lo que haré.
—¿Y tú prometido? —Enarca una ceja y yo me encojo de hombros.
—Esto es algo que debo conversar con él hoy mismo.
Xavier Lombardi:Un peso sobre mi cuerpo junto con ese sonido insistente son las dos cosas que me hacen parpadear varias veces antes de abrir mis ojos por completo.Al principio me cuesta entender dónde estoy. En el fondo lo sé, siempre lo sé.Veintinueve benditos años y no agarro escarmiento. Es como si adorara hacer rabiar a mi padre. No hay otra explicación.Mi mirada baja con más lentitud de la que desea y se topa con una maraña de pelos negros. Siempre son castañas, pelirrojas o tal y como la chica que descansa sobre mi pecho: pelinegras. Pero nunca rubia. Solo hubo una rubia en mi vida y me marcó lo suficiente como para no poder olvidarla fácilmente. Pero no voy a desviarme del tema.De hecho, cada vez que mis pensamientos quieren irse hacia el recuerdo de ella, enseguida busco la manera de distraerme porque ese es un pozo al que no quiero entrar. Ya lo hice una vez y lo lamenté mucho. No hay vuelta atrás. Yo puse mis intereses camisticos, como los llama mi padre, por sobre algo
Xavier Lombardi:Esa noche, y aunque suene extraño, no estuve metido entre las piernas de ninguna mujer.La conversación con mi padre me había dejado con un mal sabor, un mal augurio, o presentimiento. Como quieran llamarlo, la cuestión es que era algo malo. Muy malo. Podía sentirlo. Y a eso debía sumarle el hecho de la manera que me hizo sentir el escucharlo decir que sería libre al fin.Fue extraño.De repente, todo lo que había deseado desde el comienzo y que estoy a nada de lograr —porque sé que no me voy a quedar a controlar el capital destinado a esa aburrida ONG—, ya no me apetecía.A ver, les explico: no me interesa la empresa, no me interesa el dinero, no me interesan los lujos, pero, lamentablemente, el legado de mi madre es eso, y saber que al fin puedo dejar de responsabilizarme por eso, me hace sentir tristeza, porque sé que no es lo que ella hubiese querido. También me hace sentir un irrespetuoso, mal hijo, imbécil, desdichado, una total mierda de persona, para ser más e
—No entiendo lo que siento, Helena. Perdón, pero estoy confundido. No puedo…—Está bien, entiendo.A pesar de todo, aquel hombre no era malo. Tenía un serio problema para controlar su manera de vivir, pero sabía que, si quería seguir con su vida de promiscuo, debía alejarse de la mujer que comenzaba a gustarle. No quería, ni iba a perdonarse a sí mismo el llegar a lastimarla.Él dio media vuelta, dispuesto a marcharse, pero la voz de la chica que comenzaba a hacerle sentir miles de emociones, lo hizo detenerse.—Solo voy a aconsejarte una cosa: no dejes que tu inseguridad te haga perderte de los mejores años de tu vida. De vivir al máximo y disfrutar cada una de las cosas maravillosas que este mundo tiene para ofrecerte, porque las oportunidades no se presentan dos veces, y la cosa más maravillosa de todas ellas, es, sin duda alguna, enamorarse.El matrimonio de Helena y Xavier fue algo planeado por ellos, cuando, en una fría noche de abril, se dieron cuenta de lo mucho que se necesit