Capítulo 5 - ¿Hablé con una jovencita?

Santos

El celular me despertó con la alarma, la puse a las cuatro de la mañana antes de acostarme, para levantarme a las nueve, no podía olvidar el almuerzo en casa de Vladímir. Amaba dormir, pero este fin de semana no podré hacerlo como era de mi agrado, y en el avión no era cómodo descansar. Me levanté cuál sonámbulo con la erección matutina.

Después de hacer mis necesidades humanas y regresar a la vida por medio del baño y verme al espejo despierto, ya preparado para un nuevo día. Arreglé la habitación, recogí mis pertenencias y salí con la maleta, ya no regresaba por el resto del día, en la noche me regresaba a Canadá y quién sabe hasta cuando vuelva a la casa de Maju. Espero despedirme de todos.

La casa estaba siendo arreglada por varias personas, el evento se prolongó hasta las cuatro, la parranda vallenata a la que nos tienen acostumbrado Alejandro es infaltable. Ahora eran las diez. La señora Carmen supervisaba el trabajo.

—Buenos días, joven, ¿ya quiere desayunar?

—Se lo agradecería Carmen. ¿Dónde está la familia?

—Los señores salieron a trotar y después de misa regresaban, los niños siguen durmiendo y mi niña ya se levantó, debe estarse arreglando, no demora en bajar para meter los pies en agua tibia, amaneció con ampollas en sus talones, y deditos. —recordé que ayer después de sacarle el dedo del medio a la víbora se quitó los zapatos.

—¡Buenos días, Nana! —La miré, sus pies en verdad se encontraban muy hinchados, los traía descalzos. En ese momento llegó César y Maju.

—Buenos días, familia.

La señora de la casa me dio un beso maternal en la frente, César me estrechó un abrazo fraternal de padre.

—Buenos días, hijo.

Siempre me había gustado verlos cómo se comportaban. Era cierto que César fue el verdugo y el salvador de Maju. Pero como una vez dijo el padre Castro. Los amores son diferentes, lo importante es arrepentirse, perdonarse, comprometerse para no volver a cometer los mismos errores y continuar. Y ellos lo hicieron, para mí eran la pareja más sólida que conocía en el ámbito matrimonial.

—Veo que ya estás listo, ¿te vas con nosotros para el almuerzo en casa de los Kozlov? —afirmé, Maju besó a su hija—. Hola, mi amor, ¿cómo sigues con esos pies?

—¡No volveré a usar tocones en la vida!

—Eso dices ahora, apenas comiences a trabajar, los amarás.

—Voy a ser chef. No necesitaré tacones en mi cocina. —Una mujer que a esa edad le guste la cocina era una en un millón.

—Princesa, si quieres te llevamos al médico. —sonreí por respeto, si acepta, sí que era consentida.

—¿Por unas ampollas? No papi, ya mi Nana me consiente. —Era una consentida con cordura—. Ahora tengo mucha hambre. —La apoyo. No hablé porque estaba en casa ajena.

—¿Solo piensas en comer?

—Uno de los mejores placeres. —volví a apoyarla.

—Bien, nosotros nos vamos a arreglar y bajamos en un momento. Buen provecho.

—Gracias. —dije.

En ese momento Carmen venía con un recipiente de agua y lo puso en el piso, María Constanza estaba sentada en el comedor, a tres sillas de donde me había sentado.

—Debes dejarlos media hora ahí. El bicarbonato y la sal ayudará a desinflamarte. Ya les mando el desayuno.

—Gracias. —dijimos al tiempo. Puso su cabeza sobre la mesa.

—Gracias por sacar a la sabandija pezuña del diablo que quería sonsacar a mi hermano Julián. —solté una carcajada.

—Sí, es eso más o menos. —dije ante su manera de expresarse de esa mujer.

—No es más o menos, lo es. Y el tonto de mi hermano, si no se pellizca el trasero, va a perder al amor de su vida, como lo hizo Guillermo. —alcé la ceja.

—¿Adara?

—Sí. Lo mismo le pasará a Eros con Nadina. Ese par de amargados son tan inteligentes y tontos al mismo tiempo que dan ganas de lavarles el cerebro con detergente y cloro. —hizo las señas como si estuviera lavando un trapo en verdad, no pude dejar de reírme con sus expresiones—. Por cierto, muy lindo el collar que me regalaste. Prometo jamás quitármelo. —Se lo tocó.

—¿No te lo quitaste?, y no prometas lo que no cumplirás, regla importante en la vida.

—Fue un regalo.

Mostró su mano donde tenía el anillo entregado por su padre, la pulsera donde sus tíos le pusieron varios dijes y los aretes que le regalaron los Orjuela. Nos trajeron el desayuno, y se me olvidó que tenía compañía, solo me concentré en comer. En cuestión de pocos minutos me terminé la arepa, los huevo, el pan de bono, la ensalada de frutas, el café con leche y el jugo, cuando levanté mi rostro la señorita me observaba.

—¿Qué?

—¡Eres un tragón! —Ella apenas iba a mitad de la arepa con los huevos y yo sonreí—. ¿Siempre comes como si te fueran a quitar la comida? —La miré, me puse serio.

—Sí, sé lo que es pasar hambre, y jamás desprecio un plato de comida, así esté simple, desabrido o salado, —se sonrojó—. Eres muy niña y espero que jamás pases por una situación que te haga comprender ciertas situaciones. Las cuales pueden ser cotidianas, sin embargo, cuando te privan de ellas, son las más importantes. —No sé si entienda, tampoco sé por qué saqué tan fácilmente algo de lo que me costaba hablar.

—Lo siento, suelo, ser muy boca suelta. Mi mamá degusta mucho el tomar agua, para ella es como estar tomando el mejor refrescó del mundo después de un día caloroso y con mucho hielo. No hay nada mejor para ella que el líquido vital.

—Pasábamos días sin tomar agua, —mi mente viajó a esos malditos días en cautiverios, la imagen de todos en la peor situación que un ser humano pueda estar—. Aprendes a valorar lo que debes valorar.

—¿Cómo qué?, para cada ser humano es diferente la experiencia.

No tenía idea por qué estaba hablando con una niña, lo que no me gustaba hablar con nadie.

—La comida en mi caso, —sonreí—. El bañarte, el no vivir en una casa pequeña, creo que desarrollé algo de claustrofobia y los lugares para mí deben ser muy amplios. —La mirada de María Constanza cambió, tenía los mismos ojos de su madre—. A confiar poco en las personas.

En ese momento llegó Maju y me miraba extrañada. ¡Mierda! ¿Habrá escuchado lo que dije? Volví a mirar a la pequeña, ¿en qué momento comencé a hablar de mi pasado?

—Ya estamos listos. César nos espera en el carro. —afirmé sin dejar de mirar a quien considero una madre, hablé, porque ella me preguntaba lo mismo, por eso respondí.

—No tengo idea Maju.

Si algo teníamos los seis que estuvimos en cautiverios era que nos decíamos todo con la mirada y de todos nosotros quien menos hablaba de lo vivido en cautiverio había sido yo, ni en mis sesiones con Danilo lo hice. Solo con el padre a mis dieciséis años y ahora con esta jovencita lo hice como si nada.

» Fue un gusto estar en tus cumpleaños, hasta una próxima. Me saludas a los chicos.

—Claro.

—Y practica con los tacones, las mujeres se ven muy bien con ellos cuando seas adulta.

Tampoco sé por qué dije eso y menos mal ya le daba la espalda para que no vieran que me sonrojé, y eso era algo que tampoco me pasaba con facilidad.

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