Mariané no podía evitar pensar en él, en aquel hombre poderoso y adinerado que la hizo sentir frágil y fuerte a la vez. La relación clandestina que tuvieron no había terminado bien y, como consecuencia, había quedado embarazada de su hijo. Mariané se había convencido a sí misma de que podía cerrar ese capítulo de su vida, de que podía fingir que todo estaba bien. Pero la verdad era que no podía sacar a aquel hombre de su mente y cada noche lloraba su ausencia. Sin embargo, sabía que pasar la página no significaba olvidar el pasado, sino avanzar y escribir una nueva historia, una historia que incluía lo malo y lo bueno.Sin embargo, aun así, Mariané se sentía rota.Y entonces, el destino los volvió a juntar. A pesar de que al principio trataron de ignorarse, el amor que sentían el uno por el otro era demasiado fuerte como para negarlo. Pero a pesar de ello, Mariané seguía sintiéndose rota, y no podría perdonarlo con facilidad. Pero en medio de ese dolor, había un pequeño rayo de esper
El viento soplaba fuerte e implacable y ese constante golpeteo sobre el cristal, me despertó. La voracidad contenida en los giros feroces azotando la ventana de mi habitación, no me permitía dormir bien; cansada de dar vueltas en la cama, de hacerme ovillo sobre la colcha sin conciliar el sueño, me levanté. Tuve que frotarme los ojos y alumbrar con el flash de mi teléfono para orientarme un poco. La tormenta hacía de las suyas en el exterior. Me abracé, envolviendo los brazos a mi alrededor. Lo más probable es que la luz retornara hasta que hubiera amainado la tempestad. Salí dando trompicones, todavía adormilada. Me dirigí a la habitación de Isaac, ahí lo encontré sucumbido al descanso. Desde el marco de su dormitorio, lo observé con una media sonrisa. Era un niño increíble, no se inmutaba ante los estruendos de un relámpago, o de los truenos. Sin embargo el pequeño valiente que dormía plácido, era también delicado y susceptible a las alergias por gatos y perros. Además de temerle a
—¡No! —grité histérica —. No puedo hacerlo, Kelly.Caminé en círculos. Al final me desplomé, deshecha, en el sofá. Todo se detenía en el momento equivocado, me sentía en un callejón sin salidas. A empujones la vida me lanzaba con dirección a él. No quería verlo, encontrarlo de nuevo y tener que sostener su mirada en una lucha indescifrable. —Iba a pasar en cualquier momento, debes asumirlo como una adulta. —aseguró sentándose a mi lado. —No lo entiendes. —apunté con una sonrisa de amargura. Enojo, preocupación y ansiedad, todo dentro de mí, una guerra fría. —Créeme que sí, Mariané —refutó acariciando mis hombros —. Al verlo no tienes que ir al grano y contarle sobre Isaac, todo será en el momento oportuno, cuando tú lo creas conveniente. —No, hablaré con Anastasia y le pediré que reasigne la entrevista a Valentina. —hablé decidida. —No más evasión, Mariané. Enfréntate a la situación, y no te escondas como una cobarde —aconsejó con ese tono de madre que quiere lo mejor para su hi
Asintió nada más, luego tecleó en la Mac y pisó un botón a su alcance, era el interfono. —Espere, es que la secretaria todavía no llega, pero le avisaré a su asistente. —Sí, no te preocupes. —me encogí de hombros.Ella continuó en lo suyo, no tardó en hablar con otra persona a través del aparato. —¿Ha llegado la periodista? —Así es, Danna, necesito que le avises al señor Al-Murabarak. —Entendido, acaba de meterse a su oficina, ¿algo más? La recepcionista me miró y negué con la cabeza. —Es todo, gracias —después de colgar, se dirigió a mí —. La oficina del jefe se encuentra en el penúltimo piso, es el ochenta y nueve, ¿necesita que la dirija? Tragué grueso, la aversión por las alturas no dejaba de parecerme un escenario asfixiante. ¡¿Ochenta y nueve?! —No, creo que puedo sola, gracias. —De acuerdo, feliz día. —Igual para ti. —correspondí girando sobre mi eje. »Allá vamos, Mariané«. Dentro de la caja metálica, inhalé y exhalé hasta calmarme. Solo sería un minuto cuando muc
No existió tanta tensión que ahora acorralando lo que fue de nosotros. La invisibilidad de un muro imaginario no interfería, nada que impidiera su cercanía perturbadora. No me hacía bien tenerlo a unos pocos centímetros. —Ismaíl…—Dime que no estoy delirando o algo parecido. —inspeccionó mi rostro, acariciando mi mejilla hasta provocar el bochorno carmesí sobre mi tez.Me obligué a poner distancia y pretender que no me afectaba en absoluto. —No debería de sorprenderte el que esté aquí, sabías de antemano que vendría. —repliqué usando un tono gélido. —Creí que llegaría otra Mariané Lombardi —susurró esbozando una sonrisa. Bromeaba, y lo hacía en un momento sin gracia —. La verdad me da mucho gusto que estés aquí.Tragué grueso, ¿por qué sonreía? ¿acaso lo hacía adrede? Sabía lo mucho que podía ponerme nerviosa y no me estaba ayudando. De pronto me envolvió un peligroso calor, intenté aplacarlo retrocediendo de su fisonomía abrasadora. —Florecilla…—No me llames así —protesté sería
Salí con un desafuero por dentro. Caminando hacia el elevador sentí el llanto, ineludible, subir por mi garganta. La inexorable sensación ardió en mi piel, pintando todo de dolor. Tiré de las cadenas de la desazón, como si él me hubiera vuelto su prisionera. Intenté liberarme, pero me sentí más una esclava, perdedora, entonces me resigné a estar atrapada en los calabozos sombríos de un hombre al que amaba con tal intensidad, que nos apresaba un poderoso dolor. Detrás de mi los restos de una batalla arañando, rasgando el amor que no se hacía a la idea de que el final ya estaba escrito. Cosa que difería mi corazón, empecinado con dejar la historia inconclusa. El joven del valet parking trajo mi auto, le di la propina, sin más, abordé el Nissan y conduje lejos. El día ya rozaba el mediodía, justo a tiempo para pasar por Isaac y llevarlo a comer conmigo. La mejor manera de despejar la mente, de curarme, de ser feliz y olvidarme de la tristeza. Al llegar lo avisté saliendo entre el tumu
Mariané, dulce y cálida como el verano."Su sonrisa es la de un ángel y sus enormes ojos caramelos, la inocente mirada que perturba mis sentidos; resulta una dulzura tenerla cerca y no poder tocarla, una amargura. No se da cuenta de la miríada de sensaciones que despierta en mí.No sabe el peligro que emana la candidez en ella.Su piel es blanca como la nieve, grácil y suave cual seda.Sobre sus mejillas escarlatas alguien ha tenido la fantástica idea de pintar diminutas pecas.Me vuelve loco su abundante cabello rojizo que con rebeldía, permite el aterrizaje de varios flequillos en su frente.Poco a poco su timidez me absorbe. Y su voz…Su voz es el aliciente que calma mis tormentos. Roba los suspiros y sonrisas que el pasado me ha obligado a reprimir.Ella, Mariané Lombardi, tiene el poder de detener el tiempo, entonces mi vida gira torno a la suya".—Ismaíl Al-MurabarakEn contraste con lo que acababa de leer, la declaración de amor que parecía enfermar a un hombre, decidí ir a la
A regañadientes me dejé llevar por ella. En la habitación se adueñó de mi armario. Desde el borde de mi cama observé como negaba cada que tomaba un vestido, colgado en la percha, que no resultaba ser el idóneo para ella. —¿Hay algo malo con mi ropa?—¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco? —No te burles, me gusta vestirme recatada y sencilla. —Ni me lo digas —bufó. —¡Oye! No hagas que me retracte —advertí cansada de que descartara cada prenda. —Creo que este, estará bien. Míralo, lo tenías bien escondido. —acusó mostrando el vestido negro. Al menos no era tan sugestivo. Lo aprobé dando un leve asentimiento de cabeza, de todos modos si negaba, ella insistiría. Con Kelly no se obtenía una victoria. Una larga hora después, recibiendo halagos y piropos de su parte, abordamos el deportivo del italiano. —Si te viera Aaron, de seguro le daría un infarto. —comentó pícara, mirándome a través del espejo retrovisor. Hice una mueca con mis labios barnizados de un poderoso escarlata. Duran