Mariané, dulce y cálida como el verano."Su sonrisa es la de un ángel y sus enormes ojos caramelos, la inocente mirada que perturba mis sentidos; resulta una dulzura tenerla cerca y no poder tocarla, una amargura. No se da cuenta de la miríada de sensaciones que despierta en mí.No sabe el peligro que emana la candidez en ella.Su piel es blanca como la nieve, grácil y suave cual seda.Sobre sus mejillas escarlatas alguien ha tenido la fantástica idea de pintar diminutas pecas.Me vuelve loco su abundante cabello rojizo que con rebeldía, permite el aterrizaje de varios flequillos en su frente.Poco a poco su timidez me absorbe. Y su voz…Su voz es el aliciente que calma mis tormentos. Roba los suspiros y sonrisas que el pasado me ha obligado a reprimir.Ella, Mariané Lombardi, tiene el poder de detener el tiempo, entonces mi vida gira torno a la suya".—Ismaíl Al-MurabarakEn contraste con lo que acababa de leer, la declaración de amor que parecía enfermar a un hombre, decidí ir a la
A regañadientes me dejé llevar por ella. En la habitación se adueñó de mi armario. Desde el borde de mi cama observé como negaba cada que tomaba un vestido, colgado en la percha, que no resultaba ser el idóneo para ella. —¿Hay algo malo con mi ropa?—¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco? —No te burles, me gusta vestirme recatada y sencilla. —Ni me lo digas —bufó. —¡Oye! No hagas que me retracte —advertí cansada de que descartara cada prenda. —Creo que este, estará bien. Míralo, lo tenías bien escondido. —acusó mostrando el vestido negro. Al menos no era tan sugestivo. Lo aprobé dando un leve asentimiento de cabeza, de todos modos si negaba, ella insistiría. Con Kelly no se obtenía una victoria. Una larga hora después, recibiendo halagos y piropos de su parte, abordamos el deportivo del italiano. —Si te viera Aaron, de seguro le daría un infarto. —comentó pícara, mirándome a través del espejo retrovisor. Hice una mueca con mis labios barnizados de un poderoso escarlata. Duran
Desperté en una habitación desconocida, en una cama ajena, entre sábanas impregnadas de un perfume masculino, el cual invadió mi túnel nasal, lo reconocí, pero no quise creerme presa de un realidad lejana a un sueño al que, estúpidamente, me agarré.Ese perfume… ¡No! No podía ser él. Sentí la necesidad de pellizcar mi carne, no pasó nada, no desperté, definitivamente no estaba teniendo una pesadilla. Un abanico de temerosas posibilidades se presentaron de forma abrupta. No recordaba nada de anoche, lo que me retorció el estómago de puro miedo, porque no sabía dónde estaba, ni quién me había traído a un suntuoso dormitorio. Un montón de pensamientos paranoicos enturbian mi mente, los saqué a patadas de mi cabeza al descubrir bajo la seda que cubría mi fisonomía, que seguía llevando mi vestido. Al menos el sujeto desconocido no me había violado. Eso no le quitaba peso a la situación, menos con el monstruoso dolor de cabeza; gemí adolorida, la violencia de las palpitaciones llevaba un
-Solo quería pasarla bien, anoche, quizás bebí mucho, pero no tenías que interceder, tampoco traerme aquí contigo. Es una locura, sabiendo lo que pasó entre nosotros, ¿no te sientes mal estando conmigo, a escondidas de tu esposa? -No tengo intenciones de seducirte, de convencerte para que volvamos a estar juntos. De hecho sé que andas en una relación con Aaron Wahlberg, lo cual respeto mucho.¿Quién se lo había dicho? -¿Cómo lo sabes, eh? -Lo sé todo, Mariané. -alegó erizando mi piel, a su vez se instaló un nerviosismo potente en mí. ¿Sabía cada uno de mis pasos, todo? Eso me asustó con demasía, de solo imaginar que podía saber de la existencia de Isaac, una enredadera de miedo trepó mi interior. -N-no sabes nada de mí. Ahora me iré a casa. -hablé con torpeza, hilando en el temblor de mi voz. Esos malditos ojos zafiros se movieron atrevidos sobre mis pupilas haciendo una especie de análisis. Temí que pudiera dilucidar la mentira oculta tras mi accionar trémulo. -Quizás me dejé
Aaron nos acompañó hasta el mediodía, se marchó urgido tras llamarle a su padre. Explicó que tenía que revisar ciertos proyectos, no acotó más detalles debido a la premura que llevaba. Nos despedimos con un dulce beso de labios. Después se dirigió a Isaac, expectante miré la escena; me sorprendió que mi cariñito le haya correspondido a su choque de puños, como si fueran mejores amigos. Ya no había un muro apartándolos, talvez una pared o resquicios en medio. Me llenaba de regocijo verlos amenos, más cercanos. Más tarde le testeé a mi jefa para lo de la entrevista, pero no me respondió al instante. La espera se extendió, mientras tanto, tuve que lidiar con la intrusa de mi amiga haciendo su interrogatorio policíaco. Se lo debía. Pero… ¡Uff! No quería tener que narrarle todo. —¿Estás tomándome el pelo? —chilló incrédula. —Estoy siendo sincera, era Ismaíl. No me mires así —añadí por su mirada revoloteando de picardía —. Que no sucedió nada entre nosotros. Su excusa, su tonta y rid
Afuera estaba cayendo un aguacero. Bebí de mi chocolate calientito, descansando en la comodidad de mi sofá. Acababa de hablar con Anastasia quien tras darle el visto bueno a mi trabajo, ya el lunes se publicaría la entrevista. Era un logro profesional, pero no lo sentía de esa manera. Probablemente por la razón de que detrás del triunfo se enmarcaba el nombre de Al-Murabarak. —¡Isaac! Se apareció a los segundos. —Mami, estoy terminando de pintar. —recordó con un vestigio de frustración. Desde los cuatro años se interesó por la pintura, por eso le compré un caballete, pinceles y acuarelas por montón. Y el balcón de su habitación se convirtió en su sitio favorito de plasmar sus dulces obras de arte. Lo hacía bien, con un talento, innato y especial. Yo que me llevaba mejor con las letras no tenía idea de dónde había heredado ese don, mi cariñito. —Lo sé, créeme que lo siento. Ven aquí. —incité. Apenas dibujo una sonrisita. —¿Qué quieres, mamá? —Quiero comerte a besos, pero ante
—Aguarda. —pedí sacando el móvil del bolsillo trasero de mi jeans. —Estoy hablando contigo, Mariané. —reclamó. —Lo siento, Valentina. Esta conversación se acabó, no haré lo que dices. Con permiso —me alejé respondiendo el llamado de mi amiga. Exhalé por la nariz, una vez fuera del alcance de mi desquiciada compañera, hablé tranquila. —Hola, Kelly. ¿Todo bien? —Mariané, ¿recuerdas que te comenté que hoy elegiría el bouquet?—Sí, por supuesto, ¿qué pasa con eso?—Estoy en un aprieto, no sé qué flores elegir. ¿Llamé en un mal momento? —No, para nada —me mordí la lengua, reprimiendo la risa —. ¿No tienes flores favoritas? —Ahí el problema, Mariané. No me gustan las flores, pero quiero ser una novia normal. —Cálmate. No serás una novia anormal, si decides no llevar un bouquet —aseguré divertida con su dilema.—No te burles de mí, eh. Rodé los ojos. —Disculpa. Si fuera tú, me decantaría por las rosas. ¿Qué dices? —¿Segura? Porque las margaritas, también son lindas…—La verdad no
Le serví un té a mi amiga, andaba muy nerviosa. La seguridad con la que solía conducirse había desaparecido, en su lugar se quedó una vacilante Kelly. —Gracias. ¿Ha sido, Isaac? —quiso saber con la vista clavada en la pintura. —Sí, anteayer la colgó ahí —expliqué orgullosa —. ¿Qué ocurre, Kelly? —¿Conmigo? Nada, estoy bien —aclaró su garganta, algo le incomodaba —. Ese pequeñín tiene talento, es precioso. Y mientras tanto, estaba evadiendo el asunto sin nombre. —No parece, te noto diferente, puedes decirme lo que te pasa —continué estudiando su raro comportamiento. Respiró profundo, entonces posó la taza sobre la mesita y se cubrió el rostro. Aguardé, no sabía qué sucedía, ni cómo ayudarle si no conocía su problema. Un acordeón de posibles razones abordaron mi mente. Quizá se peleó con Sean, tenía miedo repentino hacia el matrimonio o hubo ¿infidelidad? No, no era de esas, tampoco Sean. —Kelly…—Estoy embarazada —reveló de sopetón, con un mar de lágrimas surcando su rostro —.