Afuera estaba cayendo un aguacero. Bebí de mi chocolate calientito, descansando en la comodidad de mi sofá. Acababa de hablar con Anastasia quien tras darle el visto bueno a mi trabajo, ya el lunes se publicaría la entrevista. Era un logro profesional, pero no lo sentía de esa manera. Probablemente por la razón de que detrás del triunfo se enmarcaba el nombre de Al-Murabarak. —¡Isaac! Se apareció a los segundos. —Mami, estoy terminando de pintar. —recordó con un vestigio de frustración. Desde los cuatro años se interesó por la pintura, por eso le compré un caballete, pinceles y acuarelas por montón. Y el balcón de su habitación se convirtió en su sitio favorito de plasmar sus dulces obras de arte. Lo hacía bien, con un talento, innato y especial. Yo que me llevaba mejor con las letras no tenía idea de dónde había heredado ese don, mi cariñito. —Lo sé, créeme que lo siento. Ven aquí. —incité. Apenas dibujo una sonrisita. —¿Qué quieres, mamá? —Quiero comerte a besos, pero ante
—Aguarda. —pedí sacando el móvil del bolsillo trasero de mi jeans. —Estoy hablando contigo, Mariané. —reclamó. —Lo siento, Valentina. Esta conversación se acabó, no haré lo que dices. Con permiso —me alejé respondiendo el llamado de mi amiga. Exhalé por la nariz, una vez fuera del alcance de mi desquiciada compañera, hablé tranquila. —Hola, Kelly. ¿Todo bien? —Mariané, ¿recuerdas que te comenté que hoy elegiría el bouquet?—Sí, por supuesto, ¿qué pasa con eso?—Estoy en un aprieto, no sé qué flores elegir. ¿Llamé en un mal momento? —No, para nada —me mordí la lengua, reprimiendo la risa —. ¿No tienes flores favoritas? —Ahí el problema, Mariané. No me gustan las flores, pero quiero ser una novia normal. —Cálmate. No serás una novia anormal, si decides no llevar un bouquet —aseguré divertida con su dilema.—No te burles de mí, eh. Rodé los ojos. —Disculpa. Si fuera tú, me decantaría por las rosas. ¿Qué dices? —¿Segura? Porque las margaritas, también son lindas…—La verdad no
Le serví un té a mi amiga, andaba muy nerviosa. La seguridad con la que solía conducirse había desaparecido, en su lugar se quedó una vacilante Kelly. —Gracias. ¿Ha sido, Isaac? —quiso saber con la vista clavada en la pintura. —Sí, anteayer la colgó ahí —expliqué orgullosa —. ¿Qué ocurre, Kelly? —¿Conmigo? Nada, estoy bien —aclaró su garganta, algo le incomodaba —. Ese pequeñín tiene talento, es precioso. Y mientras tanto, estaba evadiendo el asunto sin nombre. —No parece, te noto diferente, puedes decirme lo que te pasa —continué estudiando su raro comportamiento. Respiró profundo, entonces posó la taza sobre la mesita y se cubrió el rostro. Aguardé, no sabía qué sucedía, ni cómo ayudarle si no conocía su problema. Un acordeón de posibles razones abordaron mi mente. Quizá se peleó con Sean, tenía miedo repentino hacia el matrimonio o hubo ¿infidelidad? No, no era de esas, tampoco Sean. —Kelly…—Estoy embarazada —reveló de sopetón, con un mar de lágrimas surcando su rostro —.
No pude pegar un ojo en toda la noche, pensando en las palabras de Valentina. Esa mujer había iniciado con una pesadilla que me dejó el cuerpo bañado de sudor, una sensación desagradable en el pecho mientras intentaba no caer en el hoyo de la inquietud por la madrugada. A la mañana del día Jueves me despertó mi pequeño hijo, maniático del tiempo, pululando en la excesiva preocupación de que llegaría tarde al Cole. Con tanto desvelos anoche no descansé un poco, en consecuencia me quedé dormida. Me levanté adormilada, tratando de espabilar todos los sentidos. —Mami, tienes que darte prisa —señaló por enésima vez, mostrándome la hora en su reloj. —Me quedé dormida, lo siento. ¿Desayunaste? —Sí —pronunció con voz agria, impaciente —. No puedo llegar tarde, tengo hoy natación, ¿lo olvidas? —¡No! Claro que no lo olvido, Isaac —alcé el tono, caminé hasta el baño y antes de girar el pomo volví a dirigirme a él —. Espera abajo, te prometo que no tardaré. Puso los ojos estrechos, al final
—¿Estás hablando en serio? —preguntó con la mirada desorbitada. Miré a todos lados, evitando que un tercero estuviera por ahí merodeando, escuchando conversaciones ajenas. No sé por qué pensaba que jugaba con algo así, por otro lado la entendía, no se trataba de cualquier hombre. —No me gusta hablar de eso, es un asunto delicado, por eso me lo he guardado, Beatriz —expliqué tomando aire, a mis pulmones le urgía —. En el pasado, tuvimos algo y cuando me enteré de que estaba embarazada ya no estábamos juntos, nunca le dije nada porque él se había casado. Boqueó como pez fuera de su hábitat, incluso se agarró del mármol, perpleja. No podía adivinar todo lo que pasaba por su cabeza, pero estaba segura de que se había escandalizado. —Sabes que no me gusta el cotilleo, pero, ¿cómo lo conociste? —quiso saber. —Prométeme que no le dirás a nadie, Beatriz. —No se lo diré a nadie, Mariané. Sabes que puedes confiar en mí —aseguró con una sonrisa. Desde ese instante, volcó toda su atención
—Nunca fue, pero el día de la graduación se apareció como si nada —evoqué sintiendo miles de dagas alrededor de mi corazón —. Esa noche definió mi futuro, un bebé fue el resultado de aquel día sin control. Había vuelto a caer como una tonta, pero sí lo rechacé cuando me dijo que regresara con él. Estaba dispuesto a romper el compromiso con su novia, según, tan solo un matrimonio que sería por conveniencias de ambas partes —hice una pausa, llevé la taza a mis labios, el café ya se había enfriado —. ¿Sabes? No cambiaría ese resultado, Isaac es mi vida, es todo para mí, moriría sin él. —No me cabe duda. Déjame felicitarte, has hecho un buen trabajo con Isaac —susurró con dulzura, en contesta le regalé una sonrisa —. Y si crees que lo mejor es darlo a conocer a Ismaíl, no pierdas más el tiempo. Me has dicho que tu pequeño quiere conocerlo, ¿no? —Así es. —Entonces, ¿qué te detiene, Mariané? La miré los ojos; los miedos que tiraban de mí, chocaban, me volvía una rehén al posible rechazo
El espejo reflejaba una imagen ajena a mí. Pero era yo, ataviada en un vestido vino tinto, ligero escote en frente que realzaba mis senos, espalda afuera y corte redondeado; calzaba unos tacones de agujas negros, a los que no estaba acostumbrada, ni modo. Verse bien tenía su lado incómodo. El increíble look lo complementó mi amiga, haciendo de mi melena fuego, un recogido.Con mate rojo en los labios, delineado en los ojos y máscara de pestañas, ya estaba lista para marcharme. Pocas veces esta versión de mí, salía de su escondrijo, pero de esta forma parecía la primera vez que no me escondía en un caparazón. Un silbido provenientes de aquellos labios femeninos, me hicieron revolotear los ojos. Kelly, al borde de mi cama, no dejaba de mirarme como si fuera una pintura de Picasso. —No te quedes ahí, anda, ve a romper corazones —apuntó con risitas. Negué, parecía la Kelly adolescente, definitivamente no iba a una cacería. Más bien, debía ser yo la que evitara a toda costa ser devorada
—En serio, ¿está bien? —inquirió mirándome como si fuera una rareza. —No sé por qué no lo estaría —emití ignorando ese motín por dentro, a punto de estallar. A continuación, salí de ese lugar, dejando atrás a la perfecta Alexa. Volví junto al par de lanzados, haciendo de lado las flechas que tiraban a mi dirección, todas caían antes de siquiera rozarme la piel. Aunado a que el encuentro con la mujer en el baño no salía de mi cabeza, no, no podía seguir presente. —Podríamos ir a alguna parte, luego de que termine el evento —invitó Michael, convencido de que aceptaría. —No, no sigan coqueteando, es molesto, por favor. —rodé los ojos. —Mi idea es mejor que la suya —señaló al otro tarado —. ¿Por qué te haces la difícil? —No hablas en serio, ¿o sí? —lo miré, exasperada. —Sí, en absoluto —afirmó, sonriendo como idiota. Cansada, me levanté nuevamente, esta vez dispuesta a marcharme. De todos modos no pintaba nada ahí, además ya había dado la cara por Anastasia, estando una hora y me