El espejo reflejaba una imagen ajena a mí. Pero era yo, ataviada en un vestido vino tinto, ligero escote en frente que realzaba mis senos, espalda afuera y corte redondeado; calzaba unos tacones de agujas negros, a los que no estaba acostumbrada, ni modo. Verse bien tenía su lado incómodo. El increíble look lo complementó mi amiga, haciendo de mi melena fuego, un recogido.Con mate rojo en los labios, delineado en los ojos y máscara de pestañas, ya estaba lista para marcharme. Pocas veces esta versión de mí, salía de su escondrijo, pero de esta forma parecía la primera vez que no me escondía en un caparazón. Un silbido provenientes de aquellos labios femeninos, me hicieron revolotear los ojos. Kelly, al borde de mi cama, no dejaba de mirarme como si fuera una pintura de Picasso. —No te quedes ahí, anda, ve a romper corazones —apuntó con risitas. Negué, parecía la Kelly adolescente, definitivamente no iba a una cacería. Más bien, debía ser yo la que evitara a toda costa ser devorada
—En serio, ¿está bien? —inquirió mirándome como si fuera una rareza. —No sé por qué no lo estaría —emití ignorando ese motín por dentro, a punto de estallar. A continuación, salí de ese lugar, dejando atrás a la perfecta Alexa. Volví junto al par de lanzados, haciendo de lado las flechas que tiraban a mi dirección, todas caían antes de siquiera rozarme la piel. Aunado a que el encuentro con la mujer en el baño no salía de mi cabeza, no, no podía seguir presente. —Podríamos ir a alguna parte, luego de que termine el evento —invitó Michael, convencido de que aceptaría. —No, no sigan coqueteando, es molesto, por favor. —rodé los ojos. —Mi idea es mejor que la suya —señaló al otro tarado —. ¿Por qué te haces la difícil? —No hablas en serio, ¿o sí? —lo miré, exasperada. —Sí, en absoluto —afirmó, sonriendo como idiota. Cansada, me levanté nuevamente, esta vez dispuesta a marcharme. De todos modos no pintaba nada ahí, además ya había dado la cara por Anastasia, estando una hora y me
—Yo…—No tienes que responder, florecilla. —Ismaíl, me siento terrible. Haberme acostado contigo, que eres un hombre casado, me convierte en una…—No te atrevas a decirlo —advirtió absorbiendo un suspiro, alzó mi mentón para que lo mirara. No pude replicar, nada, sus hipnóticos zafiros me volvía una mujer dócil —. Te he visto llegar al evento, claramente incómoda, creí que en algún momento de la noche notarías mi presencia. Tenía razón, había sido extraño no percatarme de su atención sobre mí, con todo ese magnetismo que exudaba, ¿cómo no pude verlo y sentirlo? Ismaíl deshizo el dulce agarre y volvió a depositar su palma en mi cintura. El calor que irradiaba no dejaba de calar hondo en mi piel, desatando un caos. —No lo sé, esos lugares me aturden… —susurré afectada en la densa bruma que nos envolvía —. En el baño me encontré a tu acompañante, ¿por qué ella?—¿Alexa? —inquirió y afirmé bajito —. Eso le habrá dicho a medio mundo, solo es la hija mimada de un socio, claramente inte
Había manchado nuestra relación, con esta infracción; por la debilidad de la carne, el pecado más trillado en la historia de la humanidad. Que alguien se apiadara de esta impura mujer. No merecía a un hombre tan bueno como Aaron, por lo que resolví no darle más vueltas y, una vez lo viera le hablaría con franqueza, sincera, decidiendo al final concluir lo que fuera que teníamos. Quise echarme a llorar como una niña. No era un asunto que solo me involucraba, también a Isaac que de la noche a la mañana, casi milagrosamente, le había tomado un cariño especial a Wahlberg. Ahora, si de golpe terminaba con el aludido, eso, podría afectar a mi niño. Ahí entraba en juego un factor importante. Pero el hecho de que le pusiera un punto y final a mi noviazgo, no significaba que él debía apartarse de nuestras vidas. Podríamos quedar como amigos, si quería. El dilema mental me continuó azotando, incluso tomando el desayuno con Ismaíl. Además, sentía que todas las personas nos miraban, temí que n
Asfixia. Me estaba asfixiando, aunque el oxígeno seguía llegando a mis pulmones, me estaba ahogando; me ahogaba en las aguas profundas de su mirada, parecía calcinar, quemar, reducirme a nada. Me lo merecía. Bajé la cabeza, me oprimía el pecho la marea embravecida, era como un motín explotando, fragmentando mi mísero ser. Las lágrimas escapando mojaron la tela de mi vestido, mis mejillas abarrotadas del líquido salado junto a la hinchazón enrojeciendo que empezó a rodear mis facciones. Me odié por frágil, aborreciendo que me rompiera él. —¡Maldición, Mariané! —golpeó con violencia el volante. Sus ojos fieros volvieron a clavarse en mí, la potencia de sus zafiros me sacudió —. ¡¿Cómo fuiste capaz de ocultarme algo así?! Negué entre lágrimas. No podía emitir una palabra, defenderme, excusarme, nada, y no valía la pena siquiera intentarlo. Él tenía razón.Yo era una desgraciada. Tampoco tenía la osadía de sostenerle la mirada. —Mírame —no lo hice —. ¡Joder! He dicho que me mire
—Se te escucha bastante, afectada. ¿Quieres que vaya por ti? —No hace falta, es que todo ha sido de pronto, no sé si he hecho lo correcto. —Es lo correcto, decirle la verdad ha sido lo mejor. Ahora está en un momento de aceptación, lo está procesando y es algo entendible. Debes ser fuerte, Mariané. ¿Le pediste perdón? —Lo hice, pero no conseguí nada. —Nada es tan fácil al principio, mucho menos sin previo aviso. —Lo sé, todo es complicado, está casado, tiene una hija. Estoy consciente de que podría verme en medio de un escándalo, mucho más estando de este lado y él del otro, pero ambos en la misma zona de peligro. Su posición es fuerte, no tardaría en hundirme con un chasquido de sus dedos. —Eso podría pasar si ese hombre te detesta, ¿lo hace, Mariané, él te odia? —Mi mente dice que sí, pero mi corazón lo refuta. Creo que solo odia el secreto, uno que también le concierne desde un principio. —Dale tiempo, habla con él, debes convencerlo de hacer lo mejor para que no afecte a I
POV IsmaílSolté el teléfono de mala gana sobre el escritorio, me desplomé sobre mi silla, golpeando con el puño cerrado la madera, de un manotazo tumbé todos los documentos y objetos que permanecían ahí. Me cuestionaba tanto, desembocando en la misma respuesta. Una absurda contestación que ella usaba como escudo. Mariané no debió omitir algo como eso, no se trataba de solo su hijo, era mío también. Froté mi sien lleno de ira, impotencia y más furia arremolinándose en mí, la sangre me hervía. ¿Cómo pudo? ¿Por qué me negó el derecho de conocerlo? Yo también hubiera querido estar presente en su nacimiento, en su primer año, cuando daba sus primeros pasos, pude haber estado cuando más necesitaba. Encima, pedía, me rogaba que la entendiera, me importaba un bledo sus motivos baratos, los malditas razones que tuvo, según ella, por lo que no me contactó nunca. ¡Siete años! ¡Siete malditos años clavándome el puñal de la mentira!¡Demonios! No conocía esta versión de Mariané, embustera y e
Sin querer, mi vista se ancló en el portarretrato en la mesita de centro rodeada por el sofá de cuero negro. Ahí, la foto de nosotros cargando a nuestra hija, sentí un nudo en la garganta. Nunca llegué a amarla, pero los años que compartimos fueron agradables, me dio una hermosa hija y le estaría eternamente agradecido por eso. Hace ya un año de su partida, y la echaba de menos. —Estamos en contacto, Ismaíl. —De acuerdo, hablamos luego. Finalizó la llamada. Clavé la mirada en la puerta, alguien intentaba entrar. Mi pequeña de dos coletas doradas, se apareció cruzando las piernas. Sus ojitos celestes como los de Zoya, sostuvieron los míos. —Papi, ¿puedes llevarme al baño? Por favor. —¿Ya se ha ido la niñera? —pregunté confundido. —Sí, llévame tú —pronunció quejándose. —¿Uno o dos? —quise saber levantándome. —Quiero hacer pis… —emitió con impaciencia. Sin más, me acerqué a ella, la tomé entre mis brazos direccionando mis pasos hacia el baño de su habitación, escaleras arriba