Ismaíl se encontraba sumido en una mezcla de tristeza, resignación y amor incondicional. Guardaba en lo más profundo de su ser las palabras no dichas, la insistencia que había mantenido en su corazón y el pesar de saber que la había perdido.Había viajado a Los Ángeles con una pequeña chispa de esperanza, deseando fervientemente poder recuperarla. Había planeado proponerle que volvieran a ser novios, impulsado por un amor infinito que sentía por ella. Incluso durante su relación, había soñado con pedirle matrimonio, imaginando un futuro juntos lleno de felicidad y compromiso.Sin embargo, ahora se encontraba enfrentando una realidad desgarradora. Se daba cuenta de que era tiempo de aceptar la derrota, de tirar la toalla si eso era lo que ella decidía. Aunque su corazón se rompía en mil pedazos, no estaba dispuesto a oponerse ni a rogarle arrastrándose a sus pies. Sabía que debía respetar su decisión y dejarla ir, aunque le doliera profundamente.Ismaíl guardaba dentro de sí una mezcla
Sin ganas de discutir más, aunado a que una disputa siempre la ganaba él, prefirió dedicarse a mirar por la ventanilla polarizada.Llegando a Rosewood, Mariané sintió como sus pulmones trabajaron rápidamente, el corazón le latía desbocado, sabía lo que a continuación sucedería. Bajaría del Lamborghini y él se iría, no por unos cuantos años, sino en definitiva para no regresar jamás.El auto se detuvo.—Llegamos, cuídate mucho por favor.No movió un solo músculo, paralizada de la cabeza a los pies. Aunque quiso ser fuerte, no pudo, otra vez se estaba rompiendo en pedacitos.—L-lo haré. —logró pronunciar quitándose el cinturón de seguridad. Ismaíl hizo lo mismo para acercar el rostro al suyo y con una mano le acarició la mejilla —. Estaré bien…—Dame un beso, uno más Mariané… —susurró con la voz cargada de tensión.La muchacha dejó salir la primera lágrima y lo besó sin contenerse, lo besó con el alma, con el corazón en un puño, con delirio y dolor. Se arrancaron hasta el último aliento
ConexiónQuiso una pausa, silencio, un momento a solas. Estuvo un rato ahí, en el balcón de su pequeño piso junto a la portátil sobre las piernas. El sol daba luz cálida, amena con ello, respiró profundo mientras cerraba los párpados. La brisa en un vaivén juguetón le hacía volar el cabello, sonrió, tenía un camino por delante que recorrer.Al rato le dio hambre, se acarició el abdomen. Con flojera se encaminó a la cocina. El espacio era perfecto, luminoso y muy funcional; Aportando calidez y texturas, como el terrazo del suelo. Había una ventana por la que disfrutaba de la luz natural que se colaba de esta estancia. A diferencia del roble colocado en forma de espiga del suelo del salón y de los dos dormitorios.Ya cinco meses ahí, y se sentía un acogedor hogar.Abrió la nevera, estaba vacía, esperanzada de que encontraría algo en la alacena se alzó en puntillas y revisó, halló un paquete de galletas intacto. Al menos era algo. Es que la castaña, aún no regresaba de hacer las compras
En ese instante para no ponerse a llorar buscó a tientas el control remoto y la apagó. Luego se tumbó en el sofá, y reflexionó. La linda rubia de la pantalla era la señora Al-Murabarak, pero ella tenía adentro su esencia, su mitad, un trocito de ambos en la matriz, la conexión eterna llenando un vacío enorme. No importaba nada más cuando un angelito vivía en sus entrañas.La pelirroja batió la cabeza, harta de los embates de recuerdos marchitos. No lo necesitaba, a pesar del ardor por las garras del antaño arañando su interior, quería creer que no le hacía falta una pieza con su nombre en el rompecabezas de su vida.—¡He llegado! —gritó Kelly depositando las llaves en la mesita del recibidor. Pudo oir el impacto del acero contra el vidrio.Saltó de su lugar, o eso intentó, temiendo caerse. Encontró a su amiga poniendo las bolsas en el mesón. Una sonrisita se extendió en su rostro, le había traído el tarro de helado sabor a chocolate.—Eres la mejor, gracias. —pronunció en un rodeo efu
Con el corazón rebotando imperioso en su caja torácica, contó los segundos, el tiempo exacto en el que sus ojitos se conectaron a los suyos. Sentirlo acurrucado en su pecho, su fragilidad y delicadeza, le despertó el incondicional instinto maternal. Lo besó con lágrimas empapándole todo el rostro.Descomunal marea emocional corría por su torrente sanguíneo. Con regocijo lo acunó. No podía medirse la sobredosis de alegría expresada en sus vivaces ojos caramelos, en sus comisuras dibujando una linda sonrisa.Mamá…Era madre.La felicidad llegaba envuelta en una mantita azul, el color de sus ojos preciosos y no dejaba de ser perfecto el instante por más que dolía una parte de sí; él la miraba, quieto. Ella le sonreía, enamorada y estudiando con alegría la ternurita en sus brazos.Fue amor a primera vista.Amor bonito.Amor perfecto.Amor eterno.Ocurrió una hermosa sincronía entre sus corazones latiendo a la par, galopando unidos. Estaba en el lugar correcto y en el momento exacto, lo su
—Descuide, sé que tiene un vida bastante ocupada; gracias por tomarse la molestia de venir. —expresó mientras le daba pecho al varoncito.La mujer negó con una sonrisa en su atractivo rostro.—Cómo crees… Nunca será una molestia. Cuídense mucho, en otra oportunidad pasaremos un lindo rato. —volvió a decir y luego se fue.Kelly había ido por unos cafés; de modo que a solas con el bebé en la habitación, se dedicó a consentirlo. Le susurró despacio que siempre estaría a su lado, que no lo dejaría nunca y le prometió amarlo sin reservas.—Ahora somos tu y yo… bueno, también está la tía Kelly —le repasó su diminuta naricita —. Te amo, eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Es obvio que no me comprendes, claro que no, solo eres un bebé; yo sí lo hago, cielo.Lo aspiró con dulzura. Estaba segura de que su amor por él no tenía comparación, iba más allá de lo imposible, lejos, transitando el infinito inmenso.El decurso continuó, Mariané perdió la beca universitaria, no podía ser madre y li
Mariané no podía evitar pensar en él, en aquel hombre poderoso y adinerado que la hizo sentir frágil y fuerte a la vez. La relación clandestina que tuvieron no había terminado bien y, como consecuencia, había quedado embarazada de su hijo. Mariané se había convencido a sí misma de que podía cerrar ese capítulo de su vida, de que podía fingir que todo estaba bien. Pero la verdad era que no podía sacar a aquel hombre de su mente y cada noche lloraba su ausencia. Sin embargo, sabía que pasar la página no significaba olvidar el pasado, sino avanzar y escribir una nueva historia, una historia que incluía lo malo y lo bueno.Sin embargo, aun así, Mariané se sentía rota.Y entonces, el destino los volvió a juntar. A pesar de que al principio trataron de ignorarse, el amor que sentían el uno por el otro era demasiado fuerte como para negarlo. Pero a pesar de ello, Mariané seguía sintiéndose rota, y no podría perdonarlo con facilidad. Pero en medio de ese dolor, había un pequeño rayo de esper
El viento soplaba fuerte e implacable y ese constante golpeteo sobre el cristal, me despertó. La voracidad contenida en los giros feroces azotando la ventana de mi habitación, no me permitía dormir bien; cansada de dar vueltas en la cama, de hacerme ovillo sobre la colcha sin conciliar el sueño, me levanté. Tuve que frotarme los ojos y alumbrar con el flash de mi teléfono para orientarme un poco. La tormenta hacía de las suyas en el exterior. Me abracé, envolviendo los brazos a mi alrededor. Lo más probable es que la luz retornara hasta que hubiera amainado la tempestad. Salí dando trompicones, todavía adormilada. Me dirigí a la habitación de Isaac, ahí lo encontré sucumbido al descanso. Desde el marco de su dormitorio, lo observé con una media sonrisa. Era un niño increíble, no se inmutaba ante los estruendos de un relámpago, o de los truenos. Sin embargo el pequeño valiente que dormía plácido, era también delicado y susceptible a las alergias por gatos y perros. Además de temerle a