Había manchado nuestra relación, con esta infracción; por la debilidad de la carne, el pecado más trillado en la historia de la humanidad. Que alguien se apiadara de esta impura mujer. No merecía a un hombre tan bueno como Aaron, por lo que resolví no darle más vueltas y, una vez lo viera le hablaría con franqueza, sincera, decidiendo al final concluir lo que fuera que teníamos. Quise echarme a llorar como una niña. No era un asunto que solo me involucraba, también a Isaac que de la noche a la mañana, casi milagrosamente, le había tomado un cariño especial a Wahlberg. Ahora, si de golpe terminaba con el aludido, eso, podría afectar a mi niño. Ahí entraba en juego un factor importante. Pero el hecho de que le pusiera un punto y final a mi noviazgo, no significaba que él debía apartarse de nuestras vidas. Podríamos quedar como amigos, si quería. El dilema mental me continuó azotando, incluso tomando el desayuno con Ismaíl. Además, sentía que todas las personas nos miraban, temí que n
Asfixia. Me estaba asfixiando, aunque el oxígeno seguía llegando a mis pulmones, me estaba ahogando; me ahogaba en las aguas profundas de su mirada, parecía calcinar, quemar, reducirme a nada. Me lo merecía. Bajé la cabeza, me oprimía el pecho la marea embravecida, era como un motín explotando, fragmentando mi mísero ser. Las lágrimas escapando mojaron la tela de mi vestido, mis mejillas abarrotadas del líquido salado junto a la hinchazón enrojeciendo que empezó a rodear mis facciones. Me odié por frágil, aborreciendo que me rompiera él. —¡Maldición, Mariané! —golpeó con violencia el volante. Sus ojos fieros volvieron a clavarse en mí, la potencia de sus zafiros me sacudió —. ¡¿Cómo fuiste capaz de ocultarme algo así?! Negué entre lágrimas. No podía emitir una palabra, defenderme, excusarme, nada, y no valía la pena siquiera intentarlo. Él tenía razón.Yo era una desgraciada. Tampoco tenía la osadía de sostenerle la mirada. —Mírame —no lo hice —. ¡Joder! He dicho que me mire
—Se te escucha bastante, afectada. ¿Quieres que vaya por ti? —No hace falta, es que todo ha sido de pronto, no sé si he hecho lo correcto. —Es lo correcto, decirle la verdad ha sido lo mejor. Ahora está en un momento de aceptación, lo está procesando y es algo entendible. Debes ser fuerte, Mariané. ¿Le pediste perdón? —Lo hice, pero no conseguí nada. —Nada es tan fácil al principio, mucho menos sin previo aviso. —Lo sé, todo es complicado, está casado, tiene una hija. Estoy consciente de que podría verme en medio de un escándalo, mucho más estando de este lado y él del otro, pero ambos en la misma zona de peligro. Su posición es fuerte, no tardaría en hundirme con un chasquido de sus dedos. —Eso podría pasar si ese hombre te detesta, ¿lo hace, Mariané, él te odia? —Mi mente dice que sí, pero mi corazón lo refuta. Creo que solo odia el secreto, uno que también le concierne desde un principio. —Dale tiempo, habla con él, debes convencerlo de hacer lo mejor para que no afecte a I
POV IsmaílSolté el teléfono de mala gana sobre el escritorio, me desplomé sobre mi silla, golpeando con el puño cerrado la madera, de un manotazo tumbé todos los documentos y objetos que permanecían ahí. Me cuestionaba tanto, desembocando en la misma respuesta. Una absurda contestación que ella usaba como escudo. Mariané no debió omitir algo como eso, no se trataba de solo su hijo, era mío también. Froté mi sien lleno de ira, impotencia y más furia arremolinándose en mí, la sangre me hervía. ¿Cómo pudo? ¿Por qué me negó el derecho de conocerlo? Yo también hubiera querido estar presente en su nacimiento, en su primer año, cuando daba sus primeros pasos, pude haber estado cuando más necesitaba. Encima, pedía, me rogaba que la entendiera, me importaba un bledo sus motivos baratos, los malditas razones que tuvo, según ella, por lo que no me contactó nunca. ¡Siete años! ¡Siete malditos años clavándome el puñal de la mentira!¡Demonios! No conocía esta versión de Mariané, embustera y e
Sin querer, mi vista se ancló en el portarretrato en la mesita de centro rodeada por el sofá de cuero negro. Ahí, la foto de nosotros cargando a nuestra hija, sentí un nudo en la garganta. Nunca llegué a amarla, pero los años que compartimos fueron agradables, me dio una hermosa hija y le estaría eternamente agradecido por eso. Hace ya un año de su partida, y la echaba de menos. —Estamos en contacto, Ismaíl. —De acuerdo, hablamos luego. Finalizó la llamada. Clavé la mirada en la puerta, alguien intentaba entrar. Mi pequeña de dos coletas doradas, se apareció cruzando las piernas. Sus ojitos celestes como los de Zoya, sostuvieron los míos. —Papi, ¿puedes llevarme al baño? Por favor. —¿Ya se ha ido la niñera? —pregunté confundido. —Sí, llévame tú —pronunció quejándose. —¿Uno o dos? —quise saber levantándome. —Quiero hacer pis… —emitió con impaciencia. Sin más, me acerqué a ella, la tomé entre mis brazos direccionando mis pasos hacia el baño de su habitación, escaleras arriba
Pasé la mañana en la nube laboral, cumpliendo con mis pendientes del día lunes; por más que lo intenté, no arranqué de mi mente a Ismaíl, no se desdibujó siquiera con la atención clavada en la pantalla. Suspiré por enésima vez, colocando un bolígrafo entre mis dedos para tomar apuntes en una hoja a rayas. De pronto sentí la intensidad de una mirada en mí, descubrí a Valentina dedicándome cierto odio; desde que resolvió averiguar la razón, según ella, por la que Anastasia me tenía en un pedestal, el poco intercambio de palabras que nos teníamos se esfumó. Ya ni me hablaba. La mosca de la envidia la había picado, sin lugar a dudas. No le prestaría atención a esa tonta rubia dolida. —Mariané, ¿qué te ha parecido el evento? —inquirió Arthur, por primera vez no avisté intenciones de coqueteos. —Ha ido bien —le contesté breve, echándole una mirada de soslayo. —Creí que no irías, pero me alegra que sí hayas asistido. —Sí, gracias. —sonreí fugazmente. Luego despejó mi campo de visión
Partí de ahí, con el resabio clavado en mi boca. Eso me pasaba por confiar en lobos disfrazados de oveja; subí a mi auto furibunda. Conduje sumida en lo sucedido. Traté de calmarme, de no perder la cabeza por el peligroso hecho de que Valentina dijera todo. Después de un largo rato batallando, conseguí estar tranquila. Aproveché de pasar por mi pequeño, avisándole antes a Kelly que se hizo disponible para recogerlo que ya había ido por él, se subió muy animoso al puesto de copiloto.Me contó de su día, un día perfecto porque sacó un diez en un examen sorpresa. Lo felicité, orgullosa de él. Lo celebramos comiendo helados en algún lugar de la ciudad. De vez en cuando me atrapaban pensamientos fugitivos, la absorbente realidad de que mi mundo se sacudía violentamente de distintas maneras, de modo que me veía en amenaza, en riesgo, en la insegura expectativa de lo que pasaría. Para bien o para mal, me encontraba en un círculo, rodeada, en un presente apabullante que tiraba de las cuerdas
Sus manos continuaban agarrando mi rostro, sutil, suave, pero no le permití que me atontara más de lo que ya. Me alejé, retrocedí con lágrimas contenidas en los ojos. No podía jugar al malo y al bueno a la vez, no tenía ningún derecho de manejarme a su antojo, endulzarme, y luego noquearme con un golpe amargo. —¿Cuál es tu juego, Ismaíl? —escupí ardida —. Claramente me estás mintiendo, no soy tonta.—Exacto, es justo eso lo que me gusta tanto de ti —acortó la distancia impuesta por mi temblorosa yo. Su imponencia esfumó la rigidez con la que pretendí enfrentarlo —. Y porque no eres tonta, entonces sabrás que estoy siendo sincero, que te amo con la misma intensidad de antes, quizás más de lo que has podido imaginar. Estoy decidido a recuperarte, ¿me has entendido? Mi respiración se entrecortó, lo tenía más cerca de lo que podía soportar mi pobre corazón batiéndose en mi pecho. Intenté atrapar una bocanada de aire, él estampó sus labios sobre los míos, un roce tan nítido como los arreb