Sus manos continuaban agarrando mi rostro, sutil, suave, pero no le permití que me atontara más de lo que ya. Me alejé, retrocedí con lágrimas contenidas en los ojos. No podía jugar al malo y al bueno a la vez, no tenía ningún derecho de manejarme a su antojo, endulzarme, y luego noquearme con un golpe amargo. —¿Cuál es tu juego, Ismaíl? —escupí ardida —. Claramente me estás mintiendo, no soy tonta.—Exacto, es justo eso lo que me gusta tanto de ti —acortó la distancia impuesta por mi temblorosa yo. Su imponencia esfumó la rigidez con la que pretendí enfrentarlo —. Y porque no eres tonta, entonces sabrás que estoy siendo sincero, que te amo con la misma intensidad de antes, quizás más de lo que has podido imaginar. Estoy decidido a recuperarte, ¿me has entendido? Mi respiración se entrecortó, lo tenía más cerca de lo que podía soportar mi pobre corazón batiéndose en mi pecho. Intenté atrapar una bocanada de aire, él estampó sus labios sobre los míos, un roce tan nítido como los arreb
—Después del evento, lo lamento tanto —empecé a llorar. Vi su nuez de Adán subir y bajar con fiereza. Presencié el cristal de sus ojos rotos por la espada de mis palabras. Pero no iba a permitir que viera los trozos de él, se hizo el roble. —No, si no lo sentiste al revolcarte con él, mucho menos ahora, Mariané —refutó baldado por mi engaño —. Que te quede claro una cosa, no soy de los que tienden a vengarse, no me gusta el rencor, ni retener odio. Pero daré por terminada nuestra relación y me alejaré, si es a él a quien amas, ya no seré un estorbo entre ustedes. —Aaron, escucha…—No, escúchame tú a mí, ¿lo sigues amando? Me quedé callada. —A veces el silencio suele ser la respuesta más contundente, ya no me queda duda de ello. —susurró y, resopló. Se levantó, dispuesto a irse. No dejé de sentirme culpable. A pesar de todo, se mostraba tan comprensivo, como solía, no fue tan inflexible e inexorable, y yo que anticipé latigazos. —Espera…—No, Mariané. —Gracias, en serio, much
—No quiero que te vayas. —Vendré pronto, Isaac. —¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros? —le inquirió con ojitos de cachorrito, ya su labio inferior sobresalía. —Le prometí a Lizzy que hoy cenaría con ella, pero estaré encantado otro día, hijo. —No quiero que sea otro día, papá. —refunfuñó. —Por favor, Isaac, no seas grosero —lo regañé acercándome a él —. Papá volverá, ahora debe irse. Bufó. —¿No puedo irme con él? Solo será esta noche, mamá —inquirió juntando sus palmas a modo de ruego. Busqué en Ismaíl la aprobación. Como no decía nada lo abrazó. —Papá, ¿puedo quedarme contigo? Ismaíl clavó sus zafiros en mí. —Siempre que tu madre te lo permita, no tengo ningún inconveniente. Pueden venir los dos, si quieren, Mariané —se dirigió a mi persona. —No, gracias. Y tú ya ve a hacer una mochila, Isaac. —¡Genial! ¡Gracias, gracias! —celebró corriendo escalera arriba. Me crucé de brazos. Ismaíl esfumó el metro y medio separándonos, luego recogió un mechón de mi pelo jugando
El martes azotó mi ventana con los febriles rayos del sol dándome la bienvenida, me moví sobre la cama, estaba sola; no había un pequeño despertándome, apresurando cada movimiento de mi adormilada fisonomía, luego de recordar que anoche se fue con Ismaíl, comprendí el silencio que se tendía. Dejé las sábanas, incorporándome al suelo frío, premurosa me dirigí al baño.Cepillé mis dientes, después tomé una ducha. Tras ponerme una falda lápiz, camisa blanca de mangas infladas y, tacones, decidí maquillarme. Procuré que fuera algo natural. Los excesos de cosméticos no me iban. De camino al trabajo, pensé de pronto en lo que había dejado atrás: Marina, Brenda, incluso Rabab, ¿qué había pasado con ellas? Quería verlas, abrazarlas, ellas, un más que otra, habían marcado mi niñez. La nostalgia se hizo transitoria, cuando encendí la radio y me sumergí en la voz del locutor. El día en Magnani estuvo opaco, Beatriz siquiera se dignó en darme un saludo, que no tuviera intenciones de volver a di
—Puedes poner una denuncia en contra de esas dos, difamar es un delito también, lo sabes. Aunque estoy segura que con el poder que tiene Ismaíl se encargará de todo. Por mi parte, echaré a las dos de Magnani, no se merecen un lugar aquí después de semejante atrocidad. —Muchas gracias, Ana. —sorbí por la nariz. —Mariané no le hagas caso a lo que dicen los medios, tú bien sabes que no todo en esta industria es cierto. No veas la televisión, no leas nada en internet que pueda debilitarte emocionalmente. ¿De acuerdo? —Si…Colgué la llamada, baleada por las falacias inventadas, aterrada de estar perdiendo el control. Con furia bullendo en mi sistema, le marqué a esa víbora. De solo escuchar su chillona voz todo se estremeció a mi alrededor. Deseé tenerla cerca, ponerla en su lugar, ahorcar a esa mentirosa. —¿Por qué lo hiciste? ¡¿Por qué, Valentina?! —exigí furibunda. La risita burlona de su parte me encendió más de lo que ya. —Digamos que recibí una buena remuneración por ello, al i
POV IsmaílMi nombre estaba en los tabloides, en consecuencia, mi reputación pisoteada por una enorme historia distorsionada, una falacia que me ponía en un peligroso juicio. Pero movería cielo y tierra por encontrar una solución. Encima, se había revelado el nombre de mi florecilla, lo que la exponía a ese mundo mordaz. Necesitaba protegerla, a ella y a nuestro hijo de semejante desastre. —¡Quiero que paguen, no se saldrán con la suya! —tiré la revista con fuerza en mi escritorio. —No es sencillo… —expresó mi abogado, dejando de mirar la tablet en la que leía un artículo más de esa farsa. —¡Por supuesto que sí! —refuté enfadado —. No solo se han metido con un hombre, sino con Al-Murabarak, no te imaginas de lo que soy capaz, Caden. —Sé de lo que eres capaz, Ismaíl, sin embargo esto que sucede no se borrará de la mente de nadie de un minuto a otro. Es una noticia que resulta impactante, un escándalo que le conviene a los medios comerciar, sabes de lo he hablo. —Es una difamación
Pero ella me empujó por el pecho, dejando en el aire un roce desdibujado. —No, Ismaíl. —Dime, ¿por qué? —exigí saber dando un paso, en respuesta retrocedió. —Te dije que necesitaba tiempo, no puedes besarme cuando te venga en gana, ¿de acuerdo? —expresó fingiendo molestia, la conocía, aunque quería parecer enfadada, no era más que una conejita asustada y nerviosa. —Lo entiendo perfectamente, pero no estoy de acuerdo. Ya hemos perdido tanto tiempo separados que sumarle más horas, es ridículo. —No es ridículo. Además, lo más importante ahora es arreglar lo de la supuesta violación, lo que dicen de ti y de mí. ¿No lo crees? —soltó ahogada. —Lo nuestro está por encima de todo ese circo montado. Pero es cierto que debo encargarme de ese asunto —señalé a un centímetro de ella, no se movió —. Creo que lo mejor será que vengas conmigo a vivir, al menos hasta que todo se apacigüe. Estarás mejor en mi piso. Abrió los ojos de par en par. —No, no me quedaré contigo, Ismaíl. Además, ¿qué
—No quiero volver a caer en el mismo asunto, pero… ¿para qué eran los medicamentos? —Nunca te lo dije, supongo que jamás surgió el momento, me olvidé de hacerlo o no lo creí importante. Sufro de migraña, desde los diecisiete más o menos. —reveló. —No puedo creer que lo sepa a estas alturas. Debiste decírmelo —resoplé sonoramente —. Creo que tomaré una ducha.—Está bien. Prométeme que lo pensarás. Al menos, después de que todo esto pase, podríamos intentarlo. —De acuerdo. —Te amo, te amo tanto Mariané —susurró besando mi frente repetidas veces. »Yo también te amo, Ismaíl«. No pude decírselo, o no quise hacerlo. Al fin sola, recuperé el aliento. Saqué ropa de mi maleta, lo más recatado que había traído conmigo. Me di una ducha. No sabía con certeza que sucedería a largo plazo, pero me esforzaría, me obligaría a no caer fácilmente por él. …Una semana pasó de volada. Siete días conviviendo con Ismaíl y la pequeña Lizzy. La verdad ya me empezaba a acostumbrar al juego de la casita,