POV IsmaílSolté el teléfono de mala gana sobre el escritorio, me desplomé sobre mi silla, golpeando con el puño cerrado la madera, de un manotazo tumbé todos los documentos y objetos que permanecían ahí. Me cuestionaba tanto, desembocando en la misma respuesta. Una absurda contestación que ella usaba como escudo. Mariané no debió omitir algo como eso, no se trataba de solo su hijo, era mío también. Froté mi sien lleno de ira, impotencia y más furia arremolinándose en mí, la sangre me hervía. ¿Cómo pudo? ¿Por qué me negó el derecho de conocerlo? Yo también hubiera querido estar presente en su nacimiento, en su primer año, cuando daba sus primeros pasos, pude haber estado cuando más necesitaba. Encima, pedía, me rogaba que la entendiera, me importaba un bledo sus motivos baratos, los malditas razones que tuvo, según ella, por lo que no me contactó nunca. ¡Siete años! ¡Siete malditos años clavándome el puñal de la mentira!¡Demonios! No conocía esta versión de Mariané, embustera y e
Sin querer, mi vista se ancló en el portarretrato en la mesita de centro rodeada por el sofá de cuero negro. Ahí, la foto de nosotros cargando a nuestra hija, sentí un nudo en la garganta. Nunca llegué a amarla, pero los años que compartimos fueron agradables, me dio una hermosa hija y le estaría eternamente agradecido por eso. Hace ya un año de su partida, y la echaba de menos. —Estamos en contacto, Ismaíl. —De acuerdo, hablamos luego. Finalizó la llamada. Clavé la mirada en la puerta, alguien intentaba entrar. Mi pequeña de dos coletas doradas, se apareció cruzando las piernas. Sus ojitos celestes como los de Zoya, sostuvieron los míos. —Papi, ¿puedes llevarme al baño? Por favor. —¿Ya se ha ido la niñera? —pregunté confundido. —Sí, llévame tú —pronunció quejándose. —¿Uno o dos? —quise saber levantándome. —Quiero hacer pis… —emitió con impaciencia. Sin más, me acerqué a ella, la tomé entre mis brazos direccionando mis pasos hacia el baño de su habitación, escaleras arriba
Pasé la mañana en la nube laboral, cumpliendo con mis pendientes del día lunes; por más que lo intenté, no arranqué de mi mente a Ismaíl, no se desdibujó siquiera con la atención clavada en la pantalla. Suspiré por enésima vez, colocando un bolígrafo entre mis dedos para tomar apuntes en una hoja a rayas. De pronto sentí la intensidad de una mirada en mí, descubrí a Valentina dedicándome cierto odio; desde que resolvió averiguar la razón, según ella, por la que Anastasia me tenía en un pedestal, el poco intercambio de palabras que nos teníamos se esfumó. Ya ni me hablaba. La mosca de la envidia la había picado, sin lugar a dudas. No le prestaría atención a esa tonta rubia dolida. —Mariané, ¿qué te ha parecido el evento? —inquirió Arthur, por primera vez no avisté intenciones de coqueteos. —Ha ido bien —le contesté breve, echándole una mirada de soslayo. —Creí que no irías, pero me alegra que sí hayas asistido. —Sí, gracias. —sonreí fugazmente. Luego despejó mi campo de visión
Partí de ahí, con el resabio clavado en mi boca. Eso me pasaba por confiar en lobos disfrazados de oveja; subí a mi auto furibunda. Conduje sumida en lo sucedido. Traté de calmarme, de no perder la cabeza por el peligroso hecho de que Valentina dijera todo. Después de un largo rato batallando, conseguí estar tranquila. Aproveché de pasar por mi pequeño, avisándole antes a Kelly que se hizo disponible para recogerlo que ya había ido por él, se subió muy animoso al puesto de copiloto.Me contó de su día, un día perfecto porque sacó un diez en un examen sorpresa. Lo felicité, orgullosa de él. Lo celebramos comiendo helados en algún lugar de la ciudad. De vez en cuando me atrapaban pensamientos fugitivos, la absorbente realidad de que mi mundo se sacudía violentamente de distintas maneras, de modo que me veía en amenaza, en riesgo, en la insegura expectativa de lo que pasaría. Para bien o para mal, me encontraba en un círculo, rodeada, en un presente apabullante que tiraba de las cuerdas
Sus manos continuaban agarrando mi rostro, sutil, suave, pero no le permití que me atontara más de lo que ya. Me alejé, retrocedí con lágrimas contenidas en los ojos. No podía jugar al malo y al bueno a la vez, no tenía ningún derecho de manejarme a su antojo, endulzarme, y luego noquearme con un golpe amargo. —¿Cuál es tu juego, Ismaíl? —escupí ardida —. Claramente me estás mintiendo, no soy tonta.—Exacto, es justo eso lo que me gusta tanto de ti —acortó la distancia impuesta por mi temblorosa yo. Su imponencia esfumó la rigidez con la que pretendí enfrentarlo —. Y porque no eres tonta, entonces sabrás que estoy siendo sincero, que te amo con la misma intensidad de antes, quizás más de lo que has podido imaginar. Estoy decidido a recuperarte, ¿me has entendido? Mi respiración se entrecortó, lo tenía más cerca de lo que podía soportar mi pobre corazón batiéndose en mi pecho. Intenté atrapar una bocanada de aire, él estampó sus labios sobre los míos, un roce tan nítido como los arreb
—Después del evento, lo lamento tanto —empecé a llorar. Vi su nuez de Adán subir y bajar con fiereza. Presencié el cristal de sus ojos rotos por la espada de mis palabras. Pero no iba a permitir que viera los trozos de él, se hizo el roble. —No, si no lo sentiste al revolcarte con él, mucho menos ahora, Mariané —refutó baldado por mi engaño —. Que te quede claro una cosa, no soy de los que tienden a vengarse, no me gusta el rencor, ni retener odio. Pero daré por terminada nuestra relación y me alejaré, si es a él a quien amas, ya no seré un estorbo entre ustedes. —Aaron, escucha…—No, escúchame tú a mí, ¿lo sigues amando? Me quedé callada. —A veces el silencio suele ser la respuesta más contundente, ya no me queda duda de ello. —susurró y, resopló. Se levantó, dispuesto a irse. No dejé de sentirme culpable. A pesar de todo, se mostraba tan comprensivo, como solía, no fue tan inflexible e inexorable, y yo que anticipé latigazos. —Espera…—No, Mariané. —Gracias, en serio, much
—No quiero que te vayas. —Vendré pronto, Isaac. —¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros? —le inquirió con ojitos de cachorrito, ya su labio inferior sobresalía. —Le prometí a Lizzy que hoy cenaría con ella, pero estaré encantado otro día, hijo. —No quiero que sea otro día, papá. —refunfuñó. —Por favor, Isaac, no seas grosero —lo regañé acercándome a él —. Papá volverá, ahora debe irse. Bufó. —¿No puedo irme con él? Solo será esta noche, mamá —inquirió juntando sus palmas a modo de ruego. Busqué en Ismaíl la aprobación. Como no decía nada lo abrazó. —Papá, ¿puedo quedarme contigo? Ismaíl clavó sus zafiros en mí. —Siempre que tu madre te lo permita, no tengo ningún inconveniente. Pueden venir los dos, si quieren, Mariané —se dirigió a mi persona. —No, gracias. Y tú ya ve a hacer una mochila, Isaac. —¡Genial! ¡Gracias, gracias! —celebró corriendo escalera arriba. Me crucé de brazos. Ismaíl esfumó el metro y medio separándonos, luego recogió un mechón de mi pelo jugando
El martes azotó mi ventana con los febriles rayos del sol dándome la bienvenida, me moví sobre la cama, estaba sola; no había un pequeño despertándome, apresurando cada movimiento de mi adormilada fisonomía, luego de recordar que anoche se fue con Ismaíl, comprendí el silencio que se tendía. Dejé las sábanas, incorporándome al suelo frío, premurosa me dirigí al baño.Cepillé mis dientes, después tomé una ducha. Tras ponerme una falda lápiz, camisa blanca de mangas infladas y, tacones, decidí maquillarme. Procuré que fuera algo natural. Los excesos de cosméticos no me iban. De camino al trabajo, pensé de pronto en lo que había dejado atrás: Marina, Brenda, incluso Rabab, ¿qué había pasado con ellas? Quería verlas, abrazarlas, ellas, un más que otra, habían marcado mi niñez. La nostalgia se hizo transitoria, cuando encendí la radio y me sumergí en la voz del locutor. El día en Magnani estuvo opaco, Beatriz siquiera se dignó en darme un saludo, que no tuviera intenciones de volver a di