No pude pegar un ojo en toda la noche, pensando en las palabras de Valentina. Esa mujer había iniciado con una pesadilla que me dejó el cuerpo bañado de sudor, una sensación desagradable en el pecho mientras intentaba no caer en el hoyo de la inquietud por la madrugada. A la mañana del día Jueves me despertó mi pequeño hijo, maniático del tiempo, pululando en la excesiva preocupación de que llegaría tarde al Cole. Con tanto desvelos anoche no descansé un poco, en consecuencia me quedé dormida. Me levanté adormilada, tratando de espabilar todos los sentidos. —Mami, tienes que darte prisa —señaló por enésima vez, mostrándome la hora en su reloj. —Me quedé dormida, lo siento. ¿Desayunaste? —Sí —pronunció con voz agria, impaciente —. No puedo llegar tarde, tengo hoy natación, ¿lo olvidas? —¡No! Claro que no lo olvido, Isaac —alcé el tono, caminé hasta el baño y antes de girar el pomo volví a dirigirme a él —. Espera abajo, te prometo que no tardaré. Puso los ojos estrechos, al final
—¿Estás hablando en serio? —preguntó con la mirada desorbitada. Miré a todos lados, evitando que un tercero estuviera por ahí merodeando, escuchando conversaciones ajenas. No sé por qué pensaba que jugaba con algo así, por otro lado la entendía, no se trataba de cualquier hombre. —No me gusta hablar de eso, es un asunto delicado, por eso me lo he guardado, Beatriz —expliqué tomando aire, a mis pulmones le urgía —. En el pasado, tuvimos algo y cuando me enteré de que estaba embarazada ya no estábamos juntos, nunca le dije nada porque él se había casado. Boqueó como pez fuera de su hábitat, incluso se agarró del mármol, perpleja. No podía adivinar todo lo que pasaba por su cabeza, pero estaba segura de que se había escandalizado. —Sabes que no me gusta el cotilleo, pero, ¿cómo lo conociste? —quiso saber. —Prométeme que no le dirás a nadie, Beatriz. —No se lo diré a nadie, Mariané. Sabes que puedes confiar en mí —aseguró con una sonrisa. Desde ese instante, volcó toda su atención
—Nunca fue, pero el día de la graduación se apareció como si nada —evoqué sintiendo miles de dagas alrededor de mi corazón —. Esa noche definió mi futuro, un bebé fue el resultado de aquel día sin control. Había vuelto a caer como una tonta, pero sí lo rechacé cuando me dijo que regresara con él. Estaba dispuesto a romper el compromiso con su novia, según, tan solo un matrimonio que sería por conveniencias de ambas partes —hice una pausa, llevé la taza a mis labios, el café ya se había enfriado —. ¿Sabes? No cambiaría ese resultado, Isaac es mi vida, es todo para mí, moriría sin él. —No me cabe duda. Déjame felicitarte, has hecho un buen trabajo con Isaac —susurró con dulzura, en contesta le regalé una sonrisa —. Y si crees que lo mejor es darlo a conocer a Ismaíl, no pierdas más el tiempo. Me has dicho que tu pequeño quiere conocerlo, ¿no? —Así es. —Entonces, ¿qué te detiene, Mariané? La miré los ojos; los miedos que tiraban de mí, chocaban, me volvía una rehén al posible rechazo
El espejo reflejaba una imagen ajena a mí. Pero era yo, ataviada en un vestido vino tinto, ligero escote en frente que realzaba mis senos, espalda afuera y corte redondeado; calzaba unos tacones de agujas negros, a los que no estaba acostumbrada, ni modo. Verse bien tenía su lado incómodo. El increíble look lo complementó mi amiga, haciendo de mi melena fuego, un recogido.Con mate rojo en los labios, delineado en los ojos y máscara de pestañas, ya estaba lista para marcharme. Pocas veces esta versión de mí, salía de su escondrijo, pero de esta forma parecía la primera vez que no me escondía en un caparazón. Un silbido provenientes de aquellos labios femeninos, me hicieron revolotear los ojos. Kelly, al borde de mi cama, no dejaba de mirarme como si fuera una pintura de Picasso. —No te quedes ahí, anda, ve a romper corazones —apuntó con risitas. Negué, parecía la Kelly adolescente, definitivamente no iba a una cacería. Más bien, debía ser yo la que evitara a toda costa ser devorada
—En serio, ¿está bien? —inquirió mirándome como si fuera una rareza. —No sé por qué no lo estaría —emití ignorando ese motín por dentro, a punto de estallar. A continuación, salí de ese lugar, dejando atrás a la perfecta Alexa. Volví junto al par de lanzados, haciendo de lado las flechas que tiraban a mi dirección, todas caían antes de siquiera rozarme la piel. Aunado a que el encuentro con la mujer en el baño no salía de mi cabeza, no, no podía seguir presente. —Podríamos ir a alguna parte, luego de que termine el evento —invitó Michael, convencido de que aceptaría. —No, no sigan coqueteando, es molesto, por favor. —rodé los ojos. —Mi idea es mejor que la suya —señaló al otro tarado —. ¿Por qué te haces la difícil? —No hablas en serio, ¿o sí? —lo miré, exasperada. —Sí, en absoluto —afirmó, sonriendo como idiota. Cansada, me levanté nuevamente, esta vez dispuesta a marcharme. De todos modos no pintaba nada ahí, además ya había dado la cara por Anastasia, estando una hora y me
—Yo…—No tienes que responder, florecilla. —Ismaíl, me siento terrible. Haberme acostado contigo, que eres un hombre casado, me convierte en una…—No te atrevas a decirlo —advirtió absorbiendo un suspiro, alzó mi mentón para que lo mirara. No pude replicar, nada, sus hipnóticos zafiros me volvía una mujer dócil —. Te he visto llegar al evento, claramente incómoda, creí que en algún momento de la noche notarías mi presencia. Tenía razón, había sido extraño no percatarme de su atención sobre mí, con todo ese magnetismo que exudaba, ¿cómo no pude verlo y sentirlo? Ismaíl deshizo el dulce agarre y volvió a depositar su palma en mi cintura. El calor que irradiaba no dejaba de calar hondo en mi piel, desatando un caos. —No lo sé, esos lugares me aturden… —susurré afectada en la densa bruma que nos envolvía —. En el baño me encontré a tu acompañante, ¿por qué ella?—¿Alexa? —inquirió y afirmé bajito —. Eso le habrá dicho a medio mundo, solo es la hija mimada de un socio, claramente inte
Había manchado nuestra relación, con esta infracción; por la debilidad de la carne, el pecado más trillado en la historia de la humanidad. Que alguien se apiadara de esta impura mujer. No merecía a un hombre tan bueno como Aaron, por lo que resolví no darle más vueltas y, una vez lo viera le hablaría con franqueza, sincera, decidiendo al final concluir lo que fuera que teníamos. Quise echarme a llorar como una niña. No era un asunto que solo me involucraba, también a Isaac que de la noche a la mañana, casi milagrosamente, le había tomado un cariño especial a Wahlberg. Ahora, si de golpe terminaba con el aludido, eso, podría afectar a mi niño. Ahí entraba en juego un factor importante. Pero el hecho de que le pusiera un punto y final a mi noviazgo, no significaba que él debía apartarse de nuestras vidas. Podríamos quedar como amigos, si quería. El dilema mental me continuó azotando, incluso tomando el desayuno con Ismaíl. Además, sentía que todas las personas nos miraban, temí que n
Asfixia. Me estaba asfixiando, aunque el oxígeno seguía llegando a mis pulmones, me estaba ahogando; me ahogaba en las aguas profundas de su mirada, parecía calcinar, quemar, reducirme a nada. Me lo merecía. Bajé la cabeza, me oprimía el pecho la marea embravecida, era como un motín explotando, fragmentando mi mísero ser. Las lágrimas escapando mojaron la tela de mi vestido, mis mejillas abarrotadas del líquido salado junto a la hinchazón enrojeciendo que empezó a rodear mis facciones. Me odié por frágil, aborreciendo que me rompiera él. —¡Maldición, Mariané! —golpeó con violencia el volante. Sus ojos fieros volvieron a clavarse en mí, la potencia de sus zafiros me sacudió —. ¡¿Cómo fuiste capaz de ocultarme algo así?! Negué entre lágrimas. No podía emitir una palabra, defenderme, excusarme, nada, y no valía la pena siquiera intentarlo. Él tenía razón.Yo era una desgraciada. Tampoco tenía la osadía de sostenerle la mirada. —Mírame —no lo hice —. ¡Joder! He dicho que me mire