No existió tanta tensión que ahora acorralando lo que fue de nosotros. La invisibilidad de un muro imaginario no interfería, nada que impidiera su cercanía perturbadora. No me hacía bien tenerlo a unos pocos centímetros.
—Ismaíl…—Dime que no estoy delirando o algo parecido. —inspeccionó mi rostro, acariciando mi mejilla hasta provocar el bochorno carmesí sobre mi tez.Me obligué a poner distancia y pretender que no me afectaba en absoluto. —No debería de sorprenderte el que esté aquí, sabías de antemano que vendría. —repliqué usando un tono gélido.—Creí que llegaría otra Mariané Lombardi —susurró esbozando una sonrisa. Bromeaba, y lo hacía en un momento sin gracia —. La verdad me da mucho gusto que estés aquí.Tragué grueso, ¿por qué sonreía? ¿acaso lo hacía adrede? Sabía lo mucho que podía ponerme nerviosa y no me estaba ayudando. De pronto me envolvió un peligroso calor, intenté aplacarlo retrocediendo de su fisonomía abrasadora.—Florecilla…—No me llames así —protesté sería —. Cuánto más rápido empecemos, mucho mejor.Ir al grano sin tanto rodeo.Estaba tejiendo una ilusión. Ya no soportaba el manojo de nervios en la boca de mi estómago, debía contenerme, mantenernos al margen si no quería volverme prisionera de un mar de sufrimiento.—Lo que tú digas, Mariané. Por favor, toma asiento. —emitió caminando hacia su silla.Saqué fuerzas de lo más remoto de mi ser, necesitando la dosis de valor para avanzar, aún bajo su profunda atención cuan lobo en cacería. Sucedía que en mi interior todo se recogió, dando paso a un poderoso tsunami. Lejos de parecer inmutable en el asiento negro, un miedo irracional me estaba devorando.—¿Te puedo ofrecer un café? —inquirió entrelazando las manos sobre el escritorio.Lo miré fugaz.—No, gracias. —respondí cortés, buscando dentro de mi bolsa la tablet.Me desquebrajó por completo, observar el anillo en su dedo. Ahí estaba la clara muestra de que ponerlo al corriente sobre su hijo, sería una pésima idea.Ismaíl era un hombre casado, con una familia. Cuando creí que nada podía ser peor, mi atención se dirigió hacia la fotografía detrás de él. Una pequeña de dos coletas abrazándolo, a la par una hermosa mujer completando el círculo familiar. Sin equivocación, me daba de frente con la dura realidad.—¿Cómo has estado?—Creí que yo haría las preguntas. —solté fría.—No tiene nada de malo que quiera saber de ti. Has sido parte de mi vida, eso ni tú ni yo podemos borrarlo, Mariané. —recordó.—No vale la pena traer a relucir el pasado. Menos cuando tienes una bonita familia, felicidades Ismaíl. —agregué con un apretón en el pecho.Algo sorprendido, al principio no dijo nada, luego se giró y tomó el portarretrato.—Es Lizzy, nuestra pequeña hija de cuatro años. —expresó con un mote de orgullo en la voz.Que no lo negara me confirmó su excelente relación con la rusa, la madre de su hija.—Me alegro por ti, es preciosa. —susurré sincera, a pesar de que saberlo padre de una nena, fuera una verdad mordiente.Cuando devolvió la foto a su lugar, él depositó suma atención en mí. De modo que empecé con la entrevista, en total fueron diez preguntas, Ismaíl daba alguna respuestas concisas, otras más extensas, pero todas emitidas con tanta espontaneidad que no debió sorprenderme el porqué Anastasia lo fijó su blanco. El hombre sabía de lo que hablaba, la faceta de empresario me pareció admirable y perfecta.Después de hilvanar algunos puntos importantes de su carrera, di por terminado el encuentro.—¿Nos volveremos a ver?—¿Bromeas? No hay motivo para que quiera verte de nuevo, Ismaíl. —mascullé girando los ojos.Guardé mis cosas y me levanté. Mi cerebro gritaba exhaustivamente que corriera hacia la salida sin volverme, sin ponerme a reparar un segundo en que el fornido hombre presente revolvió los sentimientos de mi ser necesitando más de lo que nos dimos alguna vez.No cometería una infracción, el error o el pecado de enfrascar la mirada en sus labios, a sabiendas de que no me pertenecía su sabor, no iba a correr a sus brazos sin ser dueña de aquel ejecutivo volviéndome loca, todo lo que no podía hacer, me frenaba, me alejaba del desatino.—Ha sido un placer conocerte en el ámbito laboral, gracias por tomarte el tiempo de atenderme —pronuncié por puro formalismo.Pero ni siquiera un apretón de manos me atreví a darle.—A ti por aceptar dar la entrevista y no concederla a algún compañero tuyo, solo por ser yo. ¿O me vas a decir que ni siquiera lo pensaste?Él tampoco hizo el amago de despedirse.—Ya no soy una niña, Ismaíl. Como adulta que soy, me tomo en serio mi trabajo, el cual no mezclo con lo personal. Así que con tu permiso, me retiro.Salí con un desafuero por dentro. Caminando hacia el elevador sentí el llanto, ineludible, subir por mi garganta. La inexorable sensación ardió en mi piel, pintando todo de dolor. Tiré de las cadenas de la desazón, como si él me hubiera vuelto su prisionera. Intenté liberarme, pero me sentí más una esclava, perdedora, entonces me resigné a estar atrapada en los calabozos sombríos de un hombre al que amaba con tal intensidad, que nos apresaba un poderoso dolor. Detrás de mi los restos de una batalla arañando, rasgando el amor que no se hacía a la idea de que el final ya estaba escrito. Cosa que difería mi corazón, empecinado con dejar la historia inconclusa. El joven del valet parking trajo mi auto, le di la propina, sin más, abordé el Nissan y conduje lejos. El día ya rozaba el mediodía, justo a tiempo para pasar por Isaac y llevarlo a comer conmigo. La mejor manera de despejar la mente, de curarme, de ser feliz y olvidarme de la tristeza. Al llegar lo avisté saliendo entre el tumu
Mariané, dulce y cálida como el verano."Su sonrisa es la de un ángel y sus enormes ojos caramelos, la inocente mirada que perturba mis sentidos; resulta una dulzura tenerla cerca y no poder tocarla, una amargura. No se da cuenta de la miríada de sensaciones que despierta en mí.No sabe el peligro que emana la candidez en ella.Su piel es blanca como la nieve, grácil y suave cual seda.Sobre sus mejillas escarlatas alguien ha tenido la fantástica idea de pintar diminutas pecas.Me vuelve loco su abundante cabello rojizo que con rebeldía, permite el aterrizaje de varios flequillos en su frente.Poco a poco su timidez me absorbe. Y su voz…Su voz es el aliciente que calma mis tormentos. Roba los suspiros y sonrisas que el pasado me ha obligado a reprimir.Ella, Mariané Lombardi, tiene el poder de detener el tiempo, entonces mi vida gira torno a la suya".—Ismaíl Al-MurabarakEn contraste con lo que acababa de leer, la declaración de amor que parecía enfermar a un hombre, decidí ir a la
A regañadientes me dejé llevar por ella. En la habitación se adueñó de mi armario. Desde el borde de mi cama observé como negaba cada que tomaba un vestido, colgado en la percha, que no resultaba ser el idóneo para ella. —¿Hay algo malo con mi ropa?—¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco? —No te burles, me gusta vestirme recatada y sencilla. —Ni me lo digas —bufó. —¡Oye! No hagas que me retracte —advertí cansada de que descartara cada prenda. —Creo que este, estará bien. Míralo, lo tenías bien escondido. —acusó mostrando el vestido negro. Al menos no era tan sugestivo. Lo aprobé dando un leve asentimiento de cabeza, de todos modos si negaba, ella insistiría. Con Kelly no se obtenía una victoria. Una larga hora después, recibiendo halagos y piropos de su parte, abordamos el deportivo del italiano. —Si te viera Aaron, de seguro le daría un infarto. —comentó pícara, mirándome a través del espejo retrovisor. Hice una mueca con mis labios barnizados de un poderoso escarlata. Duran
Desperté en una habitación desconocida, en una cama ajena, entre sábanas impregnadas de un perfume masculino, el cual invadió mi túnel nasal, lo reconocí, pero no quise creerme presa de un realidad lejana a un sueño al que, estúpidamente, me agarré.Ese perfume… ¡No! No podía ser él. Sentí la necesidad de pellizcar mi carne, no pasó nada, no desperté, definitivamente no estaba teniendo una pesadilla. Un abanico de temerosas posibilidades se presentaron de forma abrupta. No recordaba nada de anoche, lo que me retorció el estómago de puro miedo, porque no sabía dónde estaba, ni quién me había traído a un suntuoso dormitorio. Un montón de pensamientos paranoicos enturbian mi mente, los saqué a patadas de mi cabeza al descubrir bajo la seda que cubría mi fisonomía, que seguía llevando mi vestido. Al menos el sujeto desconocido no me había violado. Eso no le quitaba peso a la situación, menos con el monstruoso dolor de cabeza; gemí adolorida, la violencia de las palpitaciones llevaba un
-Solo quería pasarla bien, anoche, quizás bebí mucho, pero no tenías que interceder, tampoco traerme aquí contigo. Es una locura, sabiendo lo que pasó entre nosotros, ¿no te sientes mal estando conmigo, a escondidas de tu esposa? -No tengo intenciones de seducirte, de convencerte para que volvamos a estar juntos. De hecho sé que andas en una relación con Aaron Wahlberg, lo cual respeto mucho.¿Quién se lo había dicho? -¿Cómo lo sabes, eh? -Lo sé todo, Mariané. -alegó erizando mi piel, a su vez se instaló un nerviosismo potente en mí. ¿Sabía cada uno de mis pasos, todo? Eso me asustó con demasía, de solo imaginar que podía saber de la existencia de Isaac, una enredadera de miedo trepó mi interior. -N-no sabes nada de mí. Ahora me iré a casa. -hablé con torpeza, hilando en el temblor de mi voz. Esos malditos ojos zafiros se movieron atrevidos sobre mis pupilas haciendo una especie de análisis. Temí que pudiera dilucidar la mentira oculta tras mi accionar trémulo. -Quizás me dejé
Aaron nos acompañó hasta el mediodía, se marchó urgido tras llamarle a su padre. Explicó que tenía que revisar ciertos proyectos, no acotó más detalles debido a la premura que llevaba. Nos despedimos con un dulce beso de labios. Después se dirigió a Isaac, expectante miré la escena; me sorprendió que mi cariñito le haya correspondido a su choque de puños, como si fueran mejores amigos. Ya no había un muro apartándolos, talvez una pared o resquicios en medio. Me llenaba de regocijo verlos amenos, más cercanos. Más tarde le testeé a mi jefa para lo de la entrevista, pero no me respondió al instante. La espera se extendió, mientras tanto, tuve que lidiar con la intrusa de mi amiga haciendo su interrogatorio policíaco. Se lo debía. Pero… ¡Uff! No quería tener que narrarle todo. —¿Estás tomándome el pelo? —chilló incrédula. —Estoy siendo sincera, era Ismaíl. No me mires así —añadí por su mirada revoloteando de picardía —. Que no sucedió nada entre nosotros. Su excusa, su tonta y rid
Afuera estaba cayendo un aguacero. Bebí de mi chocolate calientito, descansando en la comodidad de mi sofá. Acababa de hablar con Anastasia quien tras darle el visto bueno a mi trabajo, ya el lunes se publicaría la entrevista. Era un logro profesional, pero no lo sentía de esa manera. Probablemente por la razón de que detrás del triunfo se enmarcaba el nombre de Al-Murabarak. —¡Isaac! Se apareció a los segundos. —Mami, estoy terminando de pintar. —recordó con un vestigio de frustración. Desde los cuatro años se interesó por la pintura, por eso le compré un caballete, pinceles y acuarelas por montón. Y el balcón de su habitación se convirtió en su sitio favorito de plasmar sus dulces obras de arte. Lo hacía bien, con un talento, innato y especial. Yo que me llevaba mejor con las letras no tenía idea de dónde había heredado ese don, mi cariñito. —Lo sé, créeme que lo siento. Ven aquí. —incité. Apenas dibujo una sonrisita. —¿Qué quieres, mamá? —Quiero comerte a besos, pero ante
—Aguarda. —pedí sacando el móvil del bolsillo trasero de mi jeans. —Estoy hablando contigo, Mariané. —reclamó. —Lo siento, Valentina. Esta conversación se acabó, no haré lo que dices. Con permiso —me alejé respondiendo el llamado de mi amiga. Exhalé por la nariz, una vez fuera del alcance de mi desquiciada compañera, hablé tranquila. —Hola, Kelly. ¿Todo bien? —Mariané, ¿recuerdas que te comenté que hoy elegiría el bouquet?—Sí, por supuesto, ¿qué pasa con eso?—Estoy en un aprieto, no sé qué flores elegir. ¿Llamé en un mal momento? —No, para nada —me mordí la lengua, reprimiendo la risa —. ¿No tienes flores favoritas? —Ahí el problema, Mariané. No me gustan las flores, pero quiero ser una novia normal. —Cálmate. No serás una novia anormal, si decides no llevar un bouquet —aseguré divertida con su dilema.—No te burles de mí, eh. Rodé los ojos. —Disculpa. Si fuera tú, me decantaría por las rosas. ¿Qué dices? —¿Segura? Porque las margaritas, también son lindas…—La verdad no