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4. Capítulo: "Miedo Irracional"

No existió tanta tensión que ahora acorralando lo que fue de nosotros. La invisibilidad de un muro imaginario no interfería, nada que impidiera su cercanía perturbadora. No me hacía bien tenerlo a unos pocos centímetros.

—Ismaíl…

—Dime que no estoy delirando o algo parecido. —inspeccionó mi rostro, acariciando mi mejilla hasta provocar el bochorno carmesí sobre mi tez.

Me obligué a poner distancia y pretender que no me afectaba en absoluto. 

—No debería de sorprenderte el que esté aquí, sabías de antemano que vendría. —repliqué usando un tono gélido.

—Creí que llegaría otra Mariané Lombardi —susurró esbozando una sonrisa. Bromeaba, y lo hacía en un momento sin gracia —. La verdad me da mucho gusto que estés aquí.

Tragué grueso, ¿por qué sonreía? ¿acaso lo hacía adrede? Sabía lo mucho que podía ponerme nerviosa y no me estaba ayudando. De pronto me envolvió un peligroso calor, intenté aplacarlo retrocediendo de su fisonomía abrasadora.

—Florecilla…

—No me llames así —protesté sería —. Cuánto más rápido empecemos, mucho mejor.

Ir al grano sin tanto rodeo.

Estaba tejiendo una ilusión. Ya no soportaba el manojo de nervios en la boca de mi estómago, debía contenerme, mantenernos al margen si no quería volverme prisionera de un mar de sufrimiento.

—Lo que tú digas, Mariané. Por favor, toma asiento. —emitió caminando hacia su silla.

Saqué fuerzas de lo más remoto de mi ser, necesitando la dosis de valor para avanzar, aún bajo su profunda atención cuan lobo en cacería. Sucedía que en mi interior todo se recogió, dando paso a un poderoso tsunami. Lejos de parecer inmutable en el asiento negro, un miedo irracional me estaba devorando.

—¿Te puedo ofrecer un café? —inquirió entrelazando las manos sobre el escritorio.

Lo miré fugaz.

—No, gracias. —respondí cortés, buscando dentro de mi bolsa la tablet.

Me desquebrajó por completo, observar el anillo en su dedo. Ahí estaba la clara muestra de que ponerlo al corriente sobre su hijo, sería una pésima idea.

Ismaíl era un hombre casado, con una familia. Cuando creí que nada podía ser peor, mi atención se dirigió hacia la fotografía detrás de él. Una pequeña de dos coletas abrazándolo, a la par una hermosa mujer completando el círculo familiar. Sin equivocación, me daba de frente con la dura realidad.

—¿Cómo has estado?

—Creí que yo haría las preguntas. —solté fría.

—No tiene nada de malo que quiera saber de ti. Has sido parte de mi vida, eso ni tú ni yo podemos borrarlo, Mariané. —recordó.

—No vale la pena traer a relucir el pasado. Menos cuando tienes una bonita familia, felicidades Ismaíl. —agregué con un apretón en el pecho.

Algo sorprendido, al principio no dijo nada, luego se giró y tomó el portarretrato.

—Es Lizzy, nuestra pequeña hija de cuatro años. —expresó con un mote de orgullo en la voz.

Que no lo negara me confirmó su excelente relación con la rusa, la madre de su hija.

—Me alegro por ti, es preciosa. —susurré sincera, a pesar de que saberlo padre de una nena, fuera una verdad mordiente.

Cuando devolvió la foto a su lugar, él depositó suma atención en mí. De modo que empecé con la entrevista, en total fueron diez preguntas, Ismaíl daba alguna respuestas concisas, otras más extensas, pero todas emitidas con tanta espontaneidad que no debió sorprenderme el porqué Anastasia lo fijó su blanco. El hombre sabía de lo que hablaba, la faceta de empresario me pareció admirable y perfecta.

Después de hilvanar algunos puntos importantes de su carrera, di por terminado el encuentro.

—¿Nos volveremos a ver?

—¿Bromeas? No hay motivo para que quiera verte de nuevo, Ismaíl. —mascullé girando los ojos.

Guardé mis cosas y me levanté. Mi cerebro gritaba exhaustivamente que corriera hacia la salida sin volverme, sin ponerme a reparar un segundo en que el fornido hombre presente revolvió los sentimientos de mi ser necesitando más de lo que nos dimos alguna vez.

No cometería una infracción, el error o el pecado de enfrascar la mirada en sus labios, a sabiendas de que no me pertenecía su sabor, no iba a correr a sus brazos sin ser dueña de aquel ejecutivo volviéndome loca, todo lo que no podía hacer, me frenaba, me alejaba del desatino.

—Ha sido un placer conocerte en el ámbito laboral, gracias por tomarte el tiempo de atenderme —pronuncié por puro formalismo.

Pero ni siquiera un apretón de manos me atreví a darle.

—A ti por aceptar dar la entrevista y no concederla a algún compañero tuyo, solo por ser yo. ¿O me vas a decir que ni siquiera lo pensaste?

Él tampoco hizo el amago de despedirse.

—Ya no soy una niña, Ismaíl. Como adulta que soy, me tomo en serio mi trabajo, el cual no mezclo con lo personal. Así que con tu permiso, me retiro.

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