Asintió nada más, luego tecleó en la Mac y pisó un botón a su alcance, era el interfono.
—Espere, es que la secretaria todavía no llega, pero le avisaré a su asistente.—Sí, no te preocupes. —me encogí de hombros.Ella continuó en lo suyo, no tardó en hablar con otra persona a través del aparato.—¿Ha llegado la periodista?—Así es, Danna, necesito que le avises al señor Al-Murabarak.—Entendido, acaba de meterse a su oficina, ¿algo más?La recepcionista me miró y negué con la cabeza.—Es todo, gracias —después de colgar, se dirigió a mí —. La oficina del jefe se encuentra en el penúltimo piso, es el ochenta y nueve, ¿necesita que la dirija?Tragué grueso, la aversión por las alturas no dejaba de parecerme un escenario asfixiante.¡¿Ochenta y nueve?!—No, creo que puedo sola, gracias.—De acuerdo, feliz día.—Igual para ti. —correspondí girando sobre mi eje.»Allá vamos, Mariané«.Dentro de la caja metálica, inhalé y exhalé hasta calmarme. Solo sería un minuto cuando mucho. Ya arriba olvidaría la exorbitante altura. Alguien más entró, era una mujer. La estudié sin poder evitarlo: pelo negro, ojos grises con un delineado perfecto y vestía un traje peculiar.—¿Eres Mariané? —inquirió mirándome con sorpresa.No la había visto en mi vida, por lo que me asusté de que la fémina supiera mi nombre. Me di una cachetada mental al recordar que llevaba la inscripción con mis datos, pero ella en ningún momento clavó la mirada en la identificación.—¿Cómo sabes mi nombre?—Bueno, lo dice ahí —señaló mi pecho.—Sí, pero, ¿por qué lo has preguntado, entonces?—Olvídalo…—No, ¿quién eres? —insistí.Empezábamos a ascender.—Darrelle Al-Murabarak —soltó sin mirarme.Sentí como daba un vuelco mi corazón. Hubiera preferido no preguntar, ella era de quién me habló Ismaíl una vez, distinta a él, desunidos, o al menos era inexistente una relación estrecha entre ellos.—Yo…—No tienes que decirme nada —se apresuró a decir, llevándose una mano a la frente —. Estoy al tanto de la situación, pero no creí encontrarte así, no imaginé conocerte en un ascensor de casualidad. Ismaíl nunca te presentó a papá y a mí. ¿Qué haces aquí?Callé unos segundos, mientras procesaba la información; hilar una respuesta se volvió difícil. —Trabajo en Magnani, he venido a entrevistar a tu hermano. —expliqué con una abrasión en la voz.—Siento tanto lo que te pasó, no debió de ser fácil…—He aprendido a vivir con ello, no te preocupes. —interrumpí incómoda.No quería su lástima, su pesar, que continuara parloteando de una aprehensión que no conocía como yo. Ella no comprendía lo que fue caminar sobre minas, arder con cada paso que di. No podía sentir la explosión que me dejó en ruinas, de la que aún quedaban quemaduras infernales; así que no tenía que fingir ponerse en mi lugar.—Me enfadé con Ismaíl. Él, no debió enredarse contigo a sabiendas que dañaría tu vida, que era un pecado imperdonable.—No sé por qué lo sientes, ni siquiera estuviste allí para presenciarlo. Por favor, ya deja de hablar de un asunto que no te concierne. —escupí baleada por los recuerdos.—Tienes razón, ha sido algo imprudente de mi parte —reconoció avergonzada —. No empezamos con buen pie, ¿te parece si volvemos al principio?Arrugué el ceño, esperaba un contraataque, tal vez que me ignorara después de encararla, sucedía todo lo contrario, Darelle insistía con ser amigable.No tuve escapatoria.—Mariané Lombardi, periodista de Magnani. —me presenté expirando.—Darelle Al-Murabarak, es un placer conocerte, Mariané. Y me quedo aquí. —añadió cuando llegamos al piso setenta —. Ojalá nos veamos de nuevo, así que hasta luego.—Hasta pronto.Salió en cuanto las puertas se abrieron.El día no dejaba de ser raro.Al llegar al piso indicado me topé con más suntuosidad revoloteando en el lugar, cada centímetro gritaba pulcritud y un afán, casi enfermizo, asiduo a la perfección.Era ahora o nunca.Supuse que la muchacha de gafas con monturas blancas, viniendo hacia mí con una tablet en su mano, era la asistente. Se presentó como tal, hice lo mismo por cuarta vez en menos de treinta minutos.—Puede pasar, señorita Leombardi.—gracias.Los pasos que di, en cuanto pisé el interior de su oficina, pareció un salto mortífero. El oxígeno se disipó, a duras penas respiraba artificialmente, cada calada quemaba.Mi pulso latía descarrilado.Él, después de haber estado a kilómetros de mí, ahora lo tenía a pocos metros. Mi corazón se llenó de un dolor volcado por el pasado. Palpitaba imperioso; mis piernas flaqueaban atrofiando el avance.El hombre al que amé se encontraba de espaldas, frente a las cristaleras del techo al suelo, sumido en una conversación telefónica.—Estaré bien, en cualquier momento el dolor de cabeza desaparecerá.Pero comprendí que seguía amándolo al experimentar que el piso bajo mis pies se movía, al ser acariciada por las alas de mariposas aleteando en mi interior; cuando se alzaba la marea de emociones dispersas, al palpar un vórtice, esas turbulencias en forma de espiral a través de mi fisonomía, pero con la trayectoria que apuntaba hacia él; entonces comprendí que había regresado a mi lugar.Eché de menos el perfume Armani saturando el espacio, la gravedad de su voz…Ismaíl se volvió, quedándose congelado al verme ahí de frente.Nos miramos absorbiendo una pausa, un silencio oscuro y de agonía. Los años habían pasado sentándole de maravilla, sacando cuentas, deduje su edad. El hombre trajeado frente a mí, casi rozaba los cuarenta, aunque todavía faltaba para ello. Pero a diferencia de lo que creí, no había un decrépito viejo, ni canas notorias sobre su abundante cabello negro.Se veía tan guapo y arrebatador que reprimí un suspiro, se me secó la boca por ese sujeto que continuaba robándome el aliento, la cordura y el raciocinio. Ninguno se atrevía a cortar el contacto visual, a soltarnos la mirada, como si una guerra ocurría en la perpetua conexión de sus ojos y los míos, retorciéndose con un énfasis superior.No nos habíamos dicho una sola palabra, pero un libro se abrió en el encuentro, lloviendo una cascada de recuerdos que nos ahogaron. Estábamos en la página en la que todo se terminó, extraviados entre la líneas de un diálogo mudo.No existió tanta tensión que ahora acorralando lo que fue de nosotros. La invisibilidad de un muro imaginario no interfería, nada que impidiera su cercanía perturbadora. No me hacía bien tenerlo a unos pocos centímetros. —Ismaíl…—Dime que no estoy delirando o algo parecido. —inspeccionó mi rostro, acariciando mi mejilla hasta provocar el bochorno carmesí sobre mi tez.Me obligué a poner distancia y pretender que no me afectaba en absoluto. —No debería de sorprenderte el que esté aquí, sabías de antemano que vendría. —repliqué usando un tono gélido. —Creí que llegaría otra Mariané Lombardi —susurró esbozando una sonrisa. Bromeaba, y lo hacía en un momento sin gracia —. La verdad me da mucho gusto que estés aquí.Tragué grueso, ¿por qué sonreía? ¿acaso lo hacía adrede? Sabía lo mucho que podía ponerme nerviosa y no me estaba ayudando. De pronto me envolvió un peligroso calor, intenté aplacarlo retrocediendo de su fisonomía abrasadora. —Florecilla…—No me llames así —protesté sería
Salí con un desafuero por dentro. Caminando hacia el elevador sentí el llanto, ineludible, subir por mi garganta. La inexorable sensación ardió en mi piel, pintando todo de dolor. Tiré de las cadenas de la desazón, como si él me hubiera vuelto su prisionera. Intenté liberarme, pero me sentí más una esclava, perdedora, entonces me resigné a estar atrapada en los calabozos sombríos de un hombre al que amaba con tal intensidad, que nos apresaba un poderoso dolor. Detrás de mi los restos de una batalla arañando, rasgando el amor que no se hacía a la idea de que el final ya estaba escrito. Cosa que difería mi corazón, empecinado con dejar la historia inconclusa. El joven del valet parking trajo mi auto, le di la propina, sin más, abordé el Nissan y conduje lejos. El día ya rozaba el mediodía, justo a tiempo para pasar por Isaac y llevarlo a comer conmigo. La mejor manera de despejar la mente, de curarme, de ser feliz y olvidarme de la tristeza. Al llegar lo avisté saliendo entre el tumu
Mariané, dulce y cálida como el verano."Su sonrisa es la de un ángel y sus enormes ojos caramelos, la inocente mirada que perturba mis sentidos; resulta una dulzura tenerla cerca y no poder tocarla, una amargura. No se da cuenta de la miríada de sensaciones que despierta en mí.No sabe el peligro que emana la candidez en ella.Su piel es blanca como la nieve, grácil y suave cual seda.Sobre sus mejillas escarlatas alguien ha tenido la fantástica idea de pintar diminutas pecas.Me vuelve loco su abundante cabello rojizo que con rebeldía, permite el aterrizaje de varios flequillos en su frente.Poco a poco su timidez me absorbe. Y su voz…Su voz es el aliciente que calma mis tormentos. Roba los suspiros y sonrisas que el pasado me ha obligado a reprimir.Ella, Mariané Lombardi, tiene el poder de detener el tiempo, entonces mi vida gira torno a la suya".—Ismaíl Al-MurabarakEn contraste con lo que acababa de leer, la declaración de amor que parecía enfermar a un hombre, decidí ir a la
A regañadientes me dejé llevar por ella. En la habitación se adueñó de mi armario. Desde el borde de mi cama observé como negaba cada que tomaba un vestido, colgado en la percha, que no resultaba ser el idóneo para ella. —¿Hay algo malo con mi ropa?—¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco? —No te burles, me gusta vestirme recatada y sencilla. —Ni me lo digas —bufó. —¡Oye! No hagas que me retracte —advertí cansada de que descartara cada prenda. —Creo que este, estará bien. Míralo, lo tenías bien escondido. —acusó mostrando el vestido negro. Al menos no era tan sugestivo. Lo aprobé dando un leve asentimiento de cabeza, de todos modos si negaba, ella insistiría. Con Kelly no se obtenía una victoria. Una larga hora después, recibiendo halagos y piropos de su parte, abordamos el deportivo del italiano. —Si te viera Aaron, de seguro le daría un infarto. —comentó pícara, mirándome a través del espejo retrovisor. Hice una mueca con mis labios barnizados de un poderoso escarlata. Duran
Desperté en una habitación desconocida, en una cama ajena, entre sábanas impregnadas de un perfume masculino, el cual invadió mi túnel nasal, lo reconocí, pero no quise creerme presa de un realidad lejana a un sueño al que, estúpidamente, me agarré.Ese perfume… ¡No! No podía ser él. Sentí la necesidad de pellizcar mi carne, no pasó nada, no desperté, definitivamente no estaba teniendo una pesadilla. Un abanico de temerosas posibilidades se presentaron de forma abrupta. No recordaba nada de anoche, lo que me retorció el estómago de puro miedo, porque no sabía dónde estaba, ni quién me había traído a un suntuoso dormitorio. Un montón de pensamientos paranoicos enturbian mi mente, los saqué a patadas de mi cabeza al descubrir bajo la seda que cubría mi fisonomía, que seguía llevando mi vestido. Al menos el sujeto desconocido no me había violado. Eso no le quitaba peso a la situación, menos con el monstruoso dolor de cabeza; gemí adolorida, la violencia de las palpitaciones llevaba un
-Solo quería pasarla bien, anoche, quizás bebí mucho, pero no tenías que interceder, tampoco traerme aquí contigo. Es una locura, sabiendo lo que pasó entre nosotros, ¿no te sientes mal estando conmigo, a escondidas de tu esposa? -No tengo intenciones de seducirte, de convencerte para que volvamos a estar juntos. De hecho sé que andas en una relación con Aaron Wahlberg, lo cual respeto mucho.¿Quién se lo había dicho? -¿Cómo lo sabes, eh? -Lo sé todo, Mariané. -alegó erizando mi piel, a su vez se instaló un nerviosismo potente en mí. ¿Sabía cada uno de mis pasos, todo? Eso me asustó con demasía, de solo imaginar que podía saber de la existencia de Isaac, una enredadera de miedo trepó mi interior. -N-no sabes nada de mí. Ahora me iré a casa. -hablé con torpeza, hilando en el temblor de mi voz. Esos malditos ojos zafiros se movieron atrevidos sobre mis pupilas haciendo una especie de análisis. Temí que pudiera dilucidar la mentira oculta tras mi accionar trémulo. -Quizás me dejé
Aaron nos acompañó hasta el mediodía, se marchó urgido tras llamarle a su padre. Explicó que tenía que revisar ciertos proyectos, no acotó más detalles debido a la premura que llevaba. Nos despedimos con un dulce beso de labios. Después se dirigió a Isaac, expectante miré la escena; me sorprendió que mi cariñito le haya correspondido a su choque de puños, como si fueran mejores amigos. Ya no había un muro apartándolos, talvez una pared o resquicios en medio. Me llenaba de regocijo verlos amenos, más cercanos. Más tarde le testeé a mi jefa para lo de la entrevista, pero no me respondió al instante. La espera se extendió, mientras tanto, tuve que lidiar con la intrusa de mi amiga haciendo su interrogatorio policíaco. Se lo debía. Pero… ¡Uff! No quería tener que narrarle todo. —¿Estás tomándome el pelo? —chilló incrédula. —Estoy siendo sincera, era Ismaíl. No me mires así —añadí por su mirada revoloteando de picardía —. Que no sucedió nada entre nosotros. Su excusa, su tonta y rid
Afuera estaba cayendo un aguacero. Bebí de mi chocolate calientito, descansando en la comodidad de mi sofá. Acababa de hablar con Anastasia quien tras darle el visto bueno a mi trabajo, ya el lunes se publicaría la entrevista. Era un logro profesional, pero no lo sentía de esa manera. Probablemente por la razón de que detrás del triunfo se enmarcaba el nombre de Al-Murabarak. —¡Isaac! Se apareció a los segundos. —Mami, estoy terminando de pintar. —recordó con un vestigio de frustración. Desde los cuatro años se interesó por la pintura, por eso le compré un caballete, pinceles y acuarelas por montón. Y el balcón de su habitación se convirtió en su sitio favorito de plasmar sus dulces obras de arte. Lo hacía bien, con un talento, innato y especial. Yo que me llevaba mejor con las letras no tenía idea de dónde había heredado ese don, mi cariñito. —Lo sé, créeme que lo siento. Ven aquí. —incité. Apenas dibujo una sonrisita. —¿Qué quieres, mamá? —Quiero comerte a besos, pero ante