2. Capítulo: "El Padre de mi Hijo"

—¡No! —grité histérica —. No puedo hacerlo, Kelly.

Caminé en círculos. Al final me desplomé, deshecha, en el sofá. Todo se detenía en el momento equivocado, me sentía en un callejón sin salidas. A empujones la vida me lanzaba con dirección a él. No quería verlo, encontrarlo de nuevo y tener que sostener su mirada en una lucha indescifrable.

—Iba a pasar en cualquier momento, debes asumirlo como una adulta. —aseguró sentándose a mi lado.

—No lo entiendes. —apunté con una sonrisa de amargura.

Enojo, preocupación y ansiedad, todo dentro de mí, una guerra fría.

—Créeme que sí, Mariané —refutó acariciando mis hombros —. Al verlo no tienes que ir al grano y contarle sobre Isaac, todo será en el momento oportuno, cuando tú lo creas conveniente.

—No, hablaré con Anastasia y le pediré que reasigne la entrevista a Valentina. —hablé decidida.

—No más evasión, Mariané. Enfréntate a la situación, y no te escondas como una cobarde —aconsejó con ese tono de madre que quiere lo mejor para su hijo, pero no, era mi amiga tratando de convencerme de algo que no comprendía, en realidad —. Mira, es una señal y, deberías prestarle atención.

—No todas las señales son buenas y presiento que pasará lo peor, en caso de que me decida ir a su oficina. —bufé exasperada.

Negó con rapidez, en desacuerdo, sus expresivos ojos verdes casi fuera de sus cuencas.

—Es lo que tú crees, no cambies nada, haz el trabajo como toda una profesional.

—No… no estoy segura.

—También he tenido miedos, terror de subirme a un escenario y tocar frente a muchas personas. Lo único que me da valor, es confiar en mí misma, sé que soy buena y si llego a equivocarme, no pasa nada —me dio un beso en la mejilla y se levantó —. Sean, ya debe de estar esperándome.

—Entiendo, vete tranquila.

—Piénsalo, amiga. —recomendó alejándose.

Solo di un asentimiento de cabeza, pero no prometía nada.

—Mami, tengo hambre.

Y ahí estaba Isaac, mi secreto, el nudo de esta historia que no me atrevía a desenredar.

—Dame un segundo. —pedí largando un suspiro.

El mes de abril no me tomó desprevenida, aunque se sintió como una capa gruesa de hielo cubriendo mi piel. Había afuera una extraordinaria primavera, pero yo por dentro me hundía marchita. Frente al espejo encontré a esa Mariané sin coraza, vulnerable y temerosa.

Volví a ser la misma, quizá nunca dejé de serlo, y lo olvidé.

Acomodé la falda de mi vestido rosa palo, bonito sin dejar de lado lo sutil y sobrio. Con mi melena rojiza, realicé sobre mi cabeza un moño retorcido. Me di una última repasada, dando un suave giro; los Louboutins negros que decidí calzar, eran cómodos. De modo que no tendría problema al caminar.

Tomé mis cosas y salí a toda prisa. Afuera encontré a mi hijo terminando con su cereal. Yo no tenía intenciones de ingerir siquiera un bocado, nada. Tanto nervio fluyendo por mi sangre, bombeando con demasía mi corazón, me volvía una autómata. Forzando cada sonrisa, intentaba que Isaac no se percatara del horripilante nerviosismo embistiendo mi ser.

—Cariñito, apúrate.

Le di un par de minutos, luego tomó su mochila y salimos de volada. Durante el trayecto ni la música de fondo, tampoco su parloteo sobre los autos deportivos, atenuó el temor que sentía. Mis respuestas resultaban robóticas, sin el mínimo interés de lo que hablaba.

El semáforo cambió a rojo, en ese entonces.

—¿Cuándo sea grande podré tener un auto? —inquirió.

—Sí, claro.

—Mami, ¿por qué estás tan linda? —preguntó de pronto.

Lo miré con una sonrisa a medias.

—Gracias, creí que así me veía todos los días, sin embargo, tienes razón —acaricié su cabello oscuro, de inmediato se arregló las hebras que le desordené —. Haré una entrevista.

»Entrevistaré a tu padre, Isaac«.

—Genial. ¿Irás a buscarme?

—No lo sé —torcí los labios —. Pero en caso de que no pueda, le diré a Kelly para que pase por ti.

—Está bien, al menos dile a la tía Kelly que me compre un helado a la salida, ¿si? —rogó juntando las manos, de soslayo admiré esos ojitos azules —. Por favor, por favor, por favor…

—De acuerdo.

No era menester implorar, rara vez le negaba alguna cosa, porque no me resistía a esos zafiros brillando.

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