—¡No! —grité histérica —. No puedo hacerlo, Kelly.
Caminé en círculos. Al final me desplomé, deshecha, en el sofá. Todo se detenía en el momento equivocado, me sentía en un callejón sin salidas. A empujones la vida me lanzaba con dirección a él. No quería verlo, encontrarlo de nuevo y tener que sostener su mirada en una lucha indescifrable.—Iba a pasar en cualquier momento, debes asumirlo como una adulta. —aseguró sentándose a mi lado.—No lo entiendes. —apunté con una sonrisa de amargura.Enojo, preocupación y ansiedad, todo dentro de mí, una guerra fría.—Créeme que sí, Mariané —refutó acariciando mis hombros —. Al verlo no tienes que ir al grano y contarle sobre Isaac, todo será en el momento oportuno, cuando tú lo creas conveniente.—No, hablaré con Anastasia y le pediré que reasigne la entrevista a Valentina. —hablé decidida.—No más evasión, Mariané. Enfréntate a la situación, y no te escondas como una cobarde —aconsejó con ese tono de madre que quiere lo mejor para su hijo, pero no, era mi amiga tratando de convencerme de algo que no comprendía, en realidad —. Mira, es una señal y, deberías prestarle atención.—No todas las señales son buenas y presiento que pasará lo peor, en caso de que me decida ir a su oficina. —bufé exasperada.Negó con rapidez, en desacuerdo, sus expresivos ojos verdes casi fuera de sus cuencas.—Es lo que tú crees, no cambies nada, haz el trabajo como toda una profesional.—No… no estoy segura.—También he tenido miedos, terror de subirme a un escenario y tocar frente a muchas personas. Lo único que me da valor, es confiar en mí misma, sé que soy buena y si llego a equivocarme, no pasa nada —me dio un beso en la mejilla y se levantó —. Sean, ya debe de estar esperándome.—Entiendo, vete tranquila.—Piénsalo, amiga. —recomendó alejándose.Solo di un asentimiento de cabeza, pero no prometía nada.—Mami, tengo hambre.Y ahí estaba Isaac, mi secreto, el nudo de esta historia que no me atrevía a desenredar.—Dame un segundo. —pedí largando un suspiro.…El mes de abril no me tomó desprevenida, aunque se sintió como una capa gruesa de hielo cubriendo mi piel. Había afuera una extraordinaria primavera, pero yo por dentro me hundía marchita. Frente al espejo encontré a esa Mariané sin coraza, vulnerable y temerosa.Volví a ser la misma, quizá nunca dejé de serlo, y lo olvidé.Acomodé la falda de mi vestido rosa palo, bonito sin dejar de lado lo sutil y sobrio. Con mi melena rojiza, realicé sobre mi cabeza un moño retorcido. Me di una última repasada, dando un suave giro; los Louboutins negros que decidí calzar, eran cómodos. De modo que no tendría problema al caminar.Tomé mis cosas y salí a toda prisa. Afuera encontré a mi hijo terminando con su cereal. Yo no tenía intenciones de ingerir siquiera un bocado, nada. Tanto nervio fluyendo por mi sangre, bombeando con demasía mi corazón, me volvía una autómata. Forzando cada sonrisa, intentaba que Isaac no se percatara del horripilante nerviosismo embistiendo mi ser.—Cariñito, apúrate.Le di un par de minutos, luego tomó su mochila y salimos de volada. Durante el trayecto ni la música de fondo, tampoco su parloteo sobre los autos deportivos, atenuó el temor que sentía. Mis respuestas resultaban robóticas, sin el mínimo interés de lo que hablaba.El semáforo cambió a rojo, en ese entonces.—¿Cuándo sea grande podré tener un auto? —inquirió.—Sí, claro.—Mami, ¿por qué estás tan linda? —preguntó de pronto.Lo miré con una sonrisa a medias.—Gracias, creí que así me veía todos los días, sin embargo, tienes razón —acaricié su cabello oscuro, de inmediato se arregló las hebras que le desordené —. Haré una entrevista.»Entrevistaré a tu padre, Isaac«.—Genial. ¿Irás a buscarme?—No lo sé —torcí los labios —. Pero en caso de que no pueda, le diré a Kelly para que pase por ti.—Está bien, al menos dile a la tía Kelly que me compre un helado a la salida, ¿si? —rogó juntando las manos, de soslayo admiré esos ojitos azules —. Por favor, por favor, por favor…—De acuerdo.No era menester implorar, rara vez le negaba alguna cosa, porque no me resistía a esos zafiros brillando.Asintió nada más, luego tecleó en la Mac y pisó un botón a su alcance, era el interfono. —Espere, es que la secretaria todavía no llega, pero le avisaré a su asistente. —Sí, no te preocupes. —me encogí de hombros.Ella continuó en lo suyo, no tardó en hablar con otra persona a través del aparato. —¿Ha llegado la periodista? —Así es, Danna, necesito que le avises al señor Al-Murabarak. —Entendido, acaba de meterse a su oficina, ¿algo más? La recepcionista me miró y negué con la cabeza. —Es todo, gracias —después de colgar, se dirigió a mí —. La oficina del jefe se encuentra en el penúltimo piso, es el ochenta y nueve, ¿necesita que la dirija? Tragué grueso, la aversión por las alturas no dejaba de parecerme un escenario asfixiante. ¡¿Ochenta y nueve?! —No, creo que puedo sola, gracias. —De acuerdo, feliz día. —Igual para ti. —correspondí girando sobre mi eje. »Allá vamos, Mariané«. Dentro de la caja metálica, inhalé y exhalé hasta calmarme. Solo sería un minuto cuando muc
No existió tanta tensión que ahora acorralando lo que fue de nosotros. La invisibilidad de un muro imaginario no interfería, nada que impidiera su cercanía perturbadora. No me hacía bien tenerlo a unos pocos centímetros. —Ismaíl…—Dime que no estoy delirando o algo parecido. —inspeccionó mi rostro, acariciando mi mejilla hasta provocar el bochorno carmesí sobre mi tez.Me obligué a poner distancia y pretender que no me afectaba en absoluto. —No debería de sorprenderte el que esté aquí, sabías de antemano que vendría. —repliqué usando un tono gélido. —Creí que llegaría otra Mariané Lombardi —susurró esbozando una sonrisa. Bromeaba, y lo hacía en un momento sin gracia —. La verdad me da mucho gusto que estés aquí.Tragué grueso, ¿por qué sonreía? ¿acaso lo hacía adrede? Sabía lo mucho que podía ponerme nerviosa y no me estaba ayudando. De pronto me envolvió un peligroso calor, intenté aplacarlo retrocediendo de su fisonomía abrasadora. —Florecilla…—No me llames así —protesté sería
Salí con un desafuero por dentro. Caminando hacia el elevador sentí el llanto, ineludible, subir por mi garganta. La inexorable sensación ardió en mi piel, pintando todo de dolor. Tiré de las cadenas de la desazón, como si él me hubiera vuelto su prisionera. Intenté liberarme, pero me sentí más una esclava, perdedora, entonces me resigné a estar atrapada en los calabozos sombríos de un hombre al que amaba con tal intensidad, que nos apresaba un poderoso dolor. Detrás de mi los restos de una batalla arañando, rasgando el amor que no se hacía a la idea de que el final ya estaba escrito. Cosa que difería mi corazón, empecinado con dejar la historia inconclusa. El joven del valet parking trajo mi auto, le di la propina, sin más, abordé el Nissan y conduje lejos. El día ya rozaba el mediodía, justo a tiempo para pasar por Isaac y llevarlo a comer conmigo. La mejor manera de despejar la mente, de curarme, de ser feliz y olvidarme de la tristeza. Al llegar lo avisté saliendo entre el tumu
Mariané, dulce y cálida como el verano."Su sonrisa es la de un ángel y sus enormes ojos caramelos, la inocente mirada que perturba mis sentidos; resulta una dulzura tenerla cerca y no poder tocarla, una amargura. No se da cuenta de la miríada de sensaciones que despierta en mí.No sabe el peligro que emana la candidez en ella.Su piel es blanca como la nieve, grácil y suave cual seda.Sobre sus mejillas escarlatas alguien ha tenido la fantástica idea de pintar diminutas pecas.Me vuelve loco su abundante cabello rojizo que con rebeldía, permite el aterrizaje de varios flequillos en su frente.Poco a poco su timidez me absorbe. Y su voz…Su voz es el aliciente que calma mis tormentos. Roba los suspiros y sonrisas que el pasado me ha obligado a reprimir.Ella, Mariané Lombardi, tiene el poder de detener el tiempo, entonces mi vida gira torno a la suya".—Ismaíl Al-MurabarakEn contraste con lo que acababa de leer, la declaración de amor que parecía enfermar a un hombre, decidí ir a la
A regañadientes me dejé llevar por ella. En la habitación se adueñó de mi armario. Desde el borde de mi cama observé como negaba cada que tomaba un vestido, colgado en la percha, que no resultaba ser el idóneo para ella. —¿Hay algo malo con mi ropa?—¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco? —No te burles, me gusta vestirme recatada y sencilla. —Ni me lo digas —bufó. —¡Oye! No hagas que me retracte —advertí cansada de que descartara cada prenda. —Creo que este, estará bien. Míralo, lo tenías bien escondido. —acusó mostrando el vestido negro. Al menos no era tan sugestivo. Lo aprobé dando un leve asentimiento de cabeza, de todos modos si negaba, ella insistiría. Con Kelly no se obtenía una victoria. Una larga hora después, recibiendo halagos y piropos de su parte, abordamos el deportivo del italiano. —Si te viera Aaron, de seguro le daría un infarto. —comentó pícara, mirándome a través del espejo retrovisor. Hice una mueca con mis labios barnizados de un poderoso escarlata. Duran
Desperté en una habitación desconocida, en una cama ajena, entre sábanas impregnadas de un perfume masculino, el cual invadió mi túnel nasal, lo reconocí, pero no quise creerme presa de un realidad lejana a un sueño al que, estúpidamente, me agarré.Ese perfume… ¡No! No podía ser él. Sentí la necesidad de pellizcar mi carne, no pasó nada, no desperté, definitivamente no estaba teniendo una pesadilla. Un abanico de temerosas posibilidades se presentaron de forma abrupta. No recordaba nada de anoche, lo que me retorció el estómago de puro miedo, porque no sabía dónde estaba, ni quién me había traído a un suntuoso dormitorio. Un montón de pensamientos paranoicos enturbian mi mente, los saqué a patadas de mi cabeza al descubrir bajo la seda que cubría mi fisonomía, que seguía llevando mi vestido. Al menos el sujeto desconocido no me había violado. Eso no le quitaba peso a la situación, menos con el monstruoso dolor de cabeza; gemí adolorida, la violencia de las palpitaciones llevaba un
-Solo quería pasarla bien, anoche, quizás bebí mucho, pero no tenías que interceder, tampoco traerme aquí contigo. Es una locura, sabiendo lo que pasó entre nosotros, ¿no te sientes mal estando conmigo, a escondidas de tu esposa? -No tengo intenciones de seducirte, de convencerte para que volvamos a estar juntos. De hecho sé que andas en una relación con Aaron Wahlberg, lo cual respeto mucho.¿Quién se lo había dicho? -¿Cómo lo sabes, eh? -Lo sé todo, Mariané. -alegó erizando mi piel, a su vez se instaló un nerviosismo potente en mí. ¿Sabía cada uno de mis pasos, todo? Eso me asustó con demasía, de solo imaginar que podía saber de la existencia de Isaac, una enredadera de miedo trepó mi interior. -N-no sabes nada de mí. Ahora me iré a casa. -hablé con torpeza, hilando en el temblor de mi voz. Esos malditos ojos zafiros se movieron atrevidos sobre mis pupilas haciendo una especie de análisis. Temí que pudiera dilucidar la mentira oculta tras mi accionar trémulo. -Quizás me dejé
Aaron nos acompañó hasta el mediodía, se marchó urgido tras llamarle a su padre. Explicó que tenía que revisar ciertos proyectos, no acotó más detalles debido a la premura que llevaba. Nos despedimos con un dulce beso de labios. Después se dirigió a Isaac, expectante miré la escena; me sorprendió que mi cariñito le haya correspondido a su choque de puños, como si fueran mejores amigos. Ya no había un muro apartándolos, talvez una pared o resquicios en medio. Me llenaba de regocijo verlos amenos, más cercanos. Más tarde le testeé a mi jefa para lo de la entrevista, pero no me respondió al instante. La espera se extendió, mientras tanto, tuve que lidiar con la intrusa de mi amiga haciendo su interrogatorio policíaco. Se lo debía. Pero… ¡Uff! No quería tener que narrarle todo. —¿Estás tomándome el pelo? —chilló incrédula. —Estoy siendo sincera, era Ismaíl. No me mires así —añadí por su mirada revoloteando de picardía —. Que no sucedió nada entre nosotros. Su excusa, su tonta y rid