Desperté en una habitación desconocida, en una cama ajena, entre sábanas impregnadas de un perfume masculino, el cual invadió mi túnel nasal, lo reconocí, pero no quise creerme presa de un realidad lejana a un sueño al que, estúpidamente, me agarré.Ese perfume… ¡No! No podía ser él. Sentí la necesidad de pellizcar mi carne, no pasó nada, no desperté, definitivamente no estaba teniendo una pesadilla. Un abanico de temerosas posibilidades se presentaron de forma abrupta. No recordaba nada de anoche, lo que me retorció el estómago de puro miedo, porque no sabía dónde estaba, ni quién me había traído a un suntuoso dormitorio. Un montón de pensamientos paranoicos enturbian mi mente, los saqué a patadas de mi cabeza al descubrir bajo la seda que cubría mi fisonomía, que seguía llevando mi vestido. Al menos el sujeto desconocido no me había violado. Eso no le quitaba peso a la situación, menos con el monstruoso dolor de cabeza; gemí adolorida, la violencia de las palpitaciones llevaba un
-Solo quería pasarla bien, anoche, quizás bebí mucho, pero no tenías que interceder, tampoco traerme aquí contigo. Es una locura, sabiendo lo que pasó entre nosotros, ¿no te sientes mal estando conmigo, a escondidas de tu esposa? -No tengo intenciones de seducirte, de convencerte para que volvamos a estar juntos. De hecho sé que andas en una relación con Aaron Wahlberg, lo cual respeto mucho.¿Quién se lo había dicho? -¿Cómo lo sabes, eh? -Lo sé todo, Mariané. -alegó erizando mi piel, a su vez se instaló un nerviosismo potente en mí. ¿Sabía cada uno de mis pasos, todo? Eso me asustó con demasía, de solo imaginar que podía saber de la existencia de Isaac, una enredadera de miedo trepó mi interior. -N-no sabes nada de mí. Ahora me iré a casa. -hablé con torpeza, hilando en el temblor de mi voz. Esos malditos ojos zafiros se movieron atrevidos sobre mis pupilas haciendo una especie de análisis. Temí que pudiera dilucidar la mentira oculta tras mi accionar trémulo. -Quizás me dejé
Aaron nos acompañó hasta el mediodía, se marchó urgido tras llamarle a su padre. Explicó que tenía que revisar ciertos proyectos, no acotó más detalles debido a la premura que llevaba. Nos despedimos con un dulce beso de labios. Después se dirigió a Isaac, expectante miré la escena; me sorprendió que mi cariñito le haya correspondido a su choque de puños, como si fueran mejores amigos. Ya no había un muro apartándolos, talvez una pared o resquicios en medio. Me llenaba de regocijo verlos amenos, más cercanos. Más tarde le testeé a mi jefa para lo de la entrevista, pero no me respondió al instante. La espera se extendió, mientras tanto, tuve que lidiar con la intrusa de mi amiga haciendo su interrogatorio policíaco. Se lo debía. Pero… ¡Uff! No quería tener que narrarle todo. —¿Estás tomándome el pelo? —chilló incrédula. —Estoy siendo sincera, era Ismaíl. No me mires así —añadí por su mirada revoloteando de picardía —. Que no sucedió nada entre nosotros. Su excusa, su tonta y rid
Afuera estaba cayendo un aguacero. Bebí de mi chocolate calientito, descansando en la comodidad de mi sofá. Acababa de hablar con Anastasia quien tras darle el visto bueno a mi trabajo, ya el lunes se publicaría la entrevista. Era un logro profesional, pero no lo sentía de esa manera. Probablemente por la razón de que detrás del triunfo se enmarcaba el nombre de Al-Murabarak. —¡Isaac! Se apareció a los segundos. —Mami, estoy terminando de pintar. —recordó con un vestigio de frustración. Desde los cuatro años se interesó por la pintura, por eso le compré un caballete, pinceles y acuarelas por montón. Y el balcón de su habitación se convirtió en su sitio favorito de plasmar sus dulces obras de arte. Lo hacía bien, con un talento, innato y especial. Yo que me llevaba mejor con las letras no tenía idea de dónde había heredado ese don, mi cariñito. —Lo sé, créeme que lo siento. Ven aquí. —incité. Apenas dibujo una sonrisita. —¿Qué quieres, mamá? —Quiero comerte a besos, pero ante
—Aguarda. —pedí sacando el móvil del bolsillo trasero de mi jeans. —Estoy hablando contigo, Mariané. —reclamó. —Lo siento, Valentina. Esta conversación se acabó, no haré lo que dices. Con permiso —me alejé respondiendo el llamado de mi amiga. Exhalé por la nariz, una vez fuera del alcance de mi desquiciada compañera, hablé tranquila. —Hola, Kelly. ¿Todo bien? —Mariané, ¿recuerdas que te comenté que hoy elegiría el bouquet?—Sí, por supuesto, ¿qué pasa con eso?—Estoy en un aprieto, no sé qué flores elegir. ¿Llamé en un mal momento? —No, para nada —me mordí la lengua, reprimiendo la risa —. ¿No tienes flores favoritas? —Ahí el problema, Mariané. No me gustan las flores, pero quiero ser una novia normal. —Cálmate. No serás una novia anormal, si decides no llevar un bouquet —aseguré divertida con su dilema.—No te burles de mí, eh. Rodé los ojos. —Disculpa. Si fuera tú, me decantaría por las rosas. ¿Qué dices? —¿Segura? Porque las margaritas, también son lindas…—La verdad no
Le serví un té a mi amiga, andaba muy nerviosa. La seguridad con la que solía conducirse había desaparecido, en su lugar se quedó una vacilante Kelly. —Gracias. ¿Ha sido, Isaac? —quiso saber con la vista clavada en la pintura. —Sí, anteayer la colgó ahí —expliqué orgullosa —. ¿Qué ocurre, Kelly? —¿Conmigo? Nada, estoy bien —aclaró su garganta, algo le incomodaba —. Ese pequeñín tiene talento, es precioso. Y mientras tanto, estaba evadiendo el asunto sin nombre. —No parece, te noto diferente, puedes decirme lo que te pasa —continué estudiando su raro comportamiento. Respiró profundo, entonces posó la taza sobre la mesita y se cubrió el rostro. Aguardé, no sabía qué sucedía, ni cómo ayudarle si no conocía su problema. Un acordeón de posibles razones abordaron mi mente. Quizá se peleó con Sean, tenía miedo repentino hacia el matrimonio o hubo ¿infidelidad? No, no era de esas, tampoco Sean. —Kelly…—Estoy embarazada —reveló de sopetón, con un mar de lágrimas surcando su rostro —.
No pude pegar un ojo en toda la noche, pensando en las palabras de Valentina. Esa mujer había iniciado con una pesadilla que me dejó el cuerpo bañado de sudor, una sensación desagradable en el pecho mientras intentaba no caer en el hoyo de la inquietud por la madrugada. A la mañana del día Jueves me despertó mi pequeño hijo, maniático del tiempo, pululando en la excesiva preocupación de que llegaría tarde al Cole. Con tanto desvelos anoche no descansé un poco, en consecuencia me quedé dormida. Me levanté adormilada, tratando de espabilar todos los sentidos. —Mami, tienes que darte prisa —señaló por enésima vez, mostrándome la hora en su reloj. —Me quedé dormida, lo siento. ¿Desayunaste? —Sí —pronunció con voz agria, impaciente —. No puedo llegar tarde, tengo hoy natación, ¿lo olvidas? —¡No! Claro que no lo olvido, Isaac —alcé el tono, caminé hasta el baño y antes de girar el pomo volví a dirigirme a él —. Espera abajo, te prometo que no tardaré. Puso los ojos estrechos, al final
—¿Estás hablando en serio? —preguntó con la mirada desorbitada. Miré a todos lados, evitando que un tercero estuviera por ahí merodeando, escuchando conversaciones ajenas. No sé por qué pensaba que jugaba con algo así, por otro lado la entendía, no se trataba de cualquier hombre. —No me gusta hablar de eso, es un asunto delicado, por eso me lo he guardado, Beatriz —expliqué tomando aire, a mis pulmones le urgía —. En el pasado, tuvimos algo y cuando me enteré de que estaba embarazada ya no estábamos juntos, nunca le dije nada porque él se había casado. Boqueó como pez fuera de su hábitat, incluso se agarró del mármol, perpleja. No podía adivinar todo lo que pasaba por su cabeza, pero estaba segura de que se había escandalizado. —Sabes que no me gusta el cotilleo, pero, ¿cómo lo conociste? —quiso saber. —Prométeme que no le dirás a nadie, Beatriz. —No se lo diré a nadie, Mariané. Sabes que puedes confiar en mí —aseguró con una sonrisa. Desde ese instante, volcó toda su atención