Hacía mucho frío. El repiqueteo de la lluvia contra las ventanas se intensificaba cada vez más.
—Maldita estufa. —Golpeé de nuevo el aparato mientras iluminaba con una vela la casa—. ¿Por qué todo lo malo me pasa a mí?
La única compañía en mi casa me respondió con un leve maullido. El vaivén de la llama de la vela proyectaba sombras un tanto terroríficas en la pared de color azul.
—Espera, Will, arreglo esto y te doy de comer.—Volvió a maullar impaciente. Aparté la cabeza de la estufa, me levanté y agarré la vela en el camino. El gato me siguió con la mirada mientras se relamía sus bigotes, seguramente pensaba en lo delicioso que estará el atún que se tragará sin masticar siquiera.
Y lo peor de todo era la luz. Se tuvo que ir cuando me iba a enfrascar en la lectura. Suficiente he tenido que soportar hoy.
Aparté los mechones azules que me tapaban la vista. Observó las sombras terroríficas que las llamas naranjas de las velas pero solo es Will que no deja de jugar con ellas.
Sonreí para mis adentros mientras agarraba la lata de atún y la abrí en la mesa. El gato no dejaba de mirarme con ansia.
Alguien golpeó la puerta con los nudillos y la miré pensando quién podría ser. Me acordé de la llamada desde el móvil de emergencias y me relamí los labios pensando en la pizza que venía a llenar mi estómago vacío.
Me arreglé como pude y abrí la puerta. El repartidor miraba el recibo como si comprobase que todo estuviese en orden.
—Traigo una pizza para Layla Moore. —Me observó con detenimiento como si le pareciese un ser de otro planeta.
—Soy yo. —le tendí el dinero y el me dio la caja de cartón que estaba ardiendo. El repartidor se despidió de mí. Algo pasó por mis piernas y vi una mancha blanca y negra salir de la casa con prisas—. M****a.
Dejé la pizza en la encimera, agarré las llaves de la casa y corrí tras el animal.
Mientras corría miles de preguntas acechaban mi cabeza. ¿Y si se resfriaba con la lluvia? ¿Y si lo atropellaba un vehículo? ¿Y si le pegaban los chicos del barrio por diversión? Sólo de pensar en lo asustado que debe estar se me encoge el corazón.
—Will—lo llamé gritando bajo la lluvia. El ruido de los coches ahogaban mis gritos—. William, ¿Dónde estás?
¿Qué dirección habrá cogido? Miré a mí alrededor en busca de alguna figura que se parezca a mi mascota.
—Will, pequeño. Ven conmigo—lo llamaba mientras me sentía cada vez más pesada por la lluvia. Mi ropa estaba tan mojada que se me pegaba al cuerpo.
—¿Estás bien? —La voz de Adam, mi vecino, me hizo levantar la vista para encontrarme con sus ojos verdes—. ¿Se ha vuelto a escapar?
Asiento. Notaba como el frío entraba en mi cuerpo no quería salir voluntariamente.
—Te ayudo. —Agarró un abrigo y un paraguas para luego abrirlo y ponerlo sobre mi cabeza.
—Gracias. —Me sonrió como respuesta y continuamos andando en busca del pequeño gato de no más de dos años.
Pasamos una hora bajo la intensa lluvia y al final pude distinguir a mi gato bajo un cubo de metal que se había caído. Estaba temblando y parecía asustado.
—Pequeño. —Lo cogí en brazos y el me dio mimos—. No te vuelvas a escapar.
Adam lo envolvió con su abrigo que estaba seco y lo dejó en mis brazos.
—Te acompaño a casa.
Adam era la única persona en toda la ciudad que no me encontraba rara. Es más, siempre que me lo encontraba me preguntaba por mi día en el trabajo.
Ya van tres veces este mes que el gato se ha escapado y las tres veces que él estaba ahí para ayudarme.
—Me gustaría saber que piensa tu gato cada vez que se escapa de casa.
—Yo también—respondí sonriendo—. A lo mejor lo hace para sacarme de casa.
Ambos nos echamos a reír. Cuando me paré frente a las escaleras de mi bloque, Will se retorció entre mis brazos queriendo huir de nuevo. Miré a los ojos de mi vecino preocupada. Nunca se había comportado así.
—Tranquilo, Will ya estamos en casa. —Traté de tranquilizarlo pero seguía queriendo saltar al suelo. Como pude le pasé las llaves a Adam que también parecía preocupado al ver al gato tan alterado.
Observé como mi vecino se tensaba mientras abría la puerta del edificio. El ascensor estaba roto así que subimos por las escaleras que estaban a oscuras. Ni si quiera las luces de emergencia estaban funcionando.
—Tengo frío—comenté.
—Tranquila, ya estamos llegando. —Trató de tranquilizarme. Parecía que se estaba tranquilizando a sí mismo.
Cuando llegué a mi piso me paré de golpe. La puerta estaba abierta y Adam puso su mano a la altura de mi estómago para apartarme. Lentamente entró en mi piso que estaba más oscura que la boca de un lobo.
Will tenía el pelo erizado y las uñas se me clavaban en el brazo. Aun así aguanté el dolor.
—¿Adam? —Un fuerte golpe de metal me sobresaltó pero aun así caminé hasta la puerta. La poca luz que entraba en el piso me reflejo que había dos figuras más aparte de Adam que tenían unos objetos de metal.
Las otras dos personas siseaban y miraban fijamente a mi vecino que estaba atento a ellos.
Adam también empuñaba un cuchillo pero era para defenderse. Las figuras tenían una capa roja de tela gruesa. Bajo la capucha no pude ver nada.
Me sentía impotente. Mis piernas estaban quietas como si las hubiesen enterrado en un bloque de hormigón. Solté a mi gato que corrió a ayudar a Adam y yo planté cara al miedo.
Empezaron a pelear. Adam se movía bastante rápido pero ellos le igualaban. Él pudo golpearles con el mango del cuchillo varias veces pero aun así no se rindieron.
Una de las armas de los intrusos se clavó en el pecho de Adam. Grité. Cuatro orbes negras me miraron y caminaron hacia mí. Adam calló al suelo llevándose la mano a la herida.
Volví a gritar. Mi grito sacudió algo de mi interior y una fuerza invisible los golpeo, haciendo que ambos seres salieran expulsados. Uno hacia la ventana y otro en dirección a la nevera que acabó destrozada por la mitad.
El intruso que quedó en pie desapareció después de haber sido envuelto en una luz negra. Me agache al lado de mi vecino, el cual hacía esfuerzos por respirar.
—Adam, quédate—le supliqué.
—Layla sabes que no podré. —Hace una mueca de dolor— Salir de esta. Así que es tu turno. —Sus ojos esmeralda perdieron todo rastro de vida. El último halo de vida salió por su boca y cerré sus ojos con dolor y lágrimas.
Capítulo 2 Mi mente estaba en otra parte. Un policía no dejaba de preguntarme que había pasado pero mis pensamientos estaban en otro lugar. ¿Quiénes eran esas personas? ¿Porque ha tenido que morir él y no yo? Estaban en mi casa entonces venían a por mí. ¿Qué he hecho para que me persiguiesen? Soy una mujer que no se mete en problemas, tengo un trabajo honrado y no le debo nada a nadie. —Señorita Moore. —Levanté la vista y el comisario me tendió una taza de café mientras no dejaba de apegarme a mi gato— Le sentara bien. —Gracias—musite. —No quiero presionarla, ¿recuerda algún detalle de los atacantes? —Iban cubiertos. No les vi la cara—respondí tajantemente. Se dice que cuando un suceso traumático pasa por la vida de una persona esta empieza a cambiar de forma gradual. Pero llegar a oír a mi gato hablar se pasó tres pueblos. —Debería haber dicho algún chiste para amortiguar el golpe. —Miró a la cobaya que empezó a hacer ruiditos de frustración—. Entiendo. Empiezo por el principio. —¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué hablas? ¿Por qué...? —Para mi sorpresa Will se acercó a mí y se coloca a dos patas para acariciarme la cara. —Layla mírame. Necesito que me escuches atentamente. —Asentí desesperada—. Todo esto te va a sonar raro. Antes debes prometerme que no me vas a interrumpir. —Volví a asentir—. Para empezar cada objeto mágico en este mundo tiene un guardián que protege a su Portador y al objeto. En este caso soy yo. Mindi. —Señala a la cobaya—. Es mi antecesor. EsCapítulo 3
Llevaba las llaves en la mano, a Mindi en el bolsillo de la sudadera y a Will enrollado en mi cuello. Sus orejas estaban tensas y atentas a cualquier sonido. Sentía una extraña atracción hacia ese bosque, como si yo estuviera hecha de metal y un imán gigante me atrajese hacia el centro de ese bosque. —Necesitas llegar al corazón de este bosque, ahí está la puerta—me dijo. Mindi asomó su cabeza del bolsillo y chilló como si me alarmara o me contase algo—. Dice que tu instinto te llevara hasta la puerta. Me deje llevar por eso que me atraía cada vez más al bosque. Podía sentir una especie de energía que recorría cada planta de aquel bosque y parecía ir en una dirección. Parecía estar en un trance, como si esa energía fuese un rio y yo un animalito que esperaba morir ahogado en cualquier momento dejándome llev
Los primeros metros estaban oscuros pero salimos al aire y en ese entonces admití que ese aire era el más limpio que he podido respirar. Olía a campo y a lluvia. La cobaya se paró para dar vueltas en el césped mientras nos esperaba. Sonreí ya que me recordaba a un niño pequeño. Nunca en mi vida había visto tanta vegetación y tan verde. A medida que andábamos unas casas de piedra se hacían ver. —¡Mindi!—gritó una voz que hizo que la cobaya corriese en su dirección—. Pequeña que bueno verte, ¿y tu compañero? Me acerqué a ellos. La mujer poseía unos ojos verdes similares a las hojas de los árboles y su pelo era castaño claro. Parecía muy mayor pero vi que tenía mucha energía por sus movimientos alegres.
Las brujas fueron muy atentas y me dejaron quedarme aquel día en el pueblo. Una de las del pueblo, una bruja de apariencia de cuarenta y pelo verde me dejó dormir en el cuarto de invitados. No pude dormir debido a las pesadillas y desperté en varias ocasiones. Bajé al comedor cuando ya eran las ocho de la mañana del día siguiente. La señora de la casa, se hizo llamar Melina, había preparado un abundante desayuno. Will estaba charlando con la mujer que le había servido un cuenco de leche. —Buenos días. —La mujer me sonrió y me acordé de mi yaya—. Por tu cara no has dormido bien. —Tengo pesadillas de lo de ayer—le respondí—. Es como estar en un disco rayado que repite siempre la misma parte—me senté en la mesa y agradecí el desayuno en un susurro.
Necesitaba dar un paseo, y lo necesitaba con urgencia. Tantas cosas estaban cambiando en mi vida y pasear me vendría bien para despejarme. Tampoco estaba segura de que este mundo era para mí. En las calles de la ciudad siempre bullían. Las brujas vivían en su propio mundo, caminaban con prisas de un lado a otro de la plaza donde me encontraba. Will me seguía a cierta distancia. Solo tenía una cosa clara, quería hacer una cosa, ver a Mindy. Tenía muchas preguntas y, mi ansia de saber, quería las respuestas ya. —¿Dónde está Mindy?—pregunté. En tan poco tiempo había cambiado mi forma de ver a mi gato. Ahora el era mi guia por ese extraño mundo en el que estaba. —Con Aurora. Es la bruja de los animales—explicó el felino con tranquilidad. También había c
Era muy temprano cuando decidimos partir. Aurora no dejaba de abrazar a su hija y Lily contenia las lágrimas. Will estaba a mi lado lamiéndose la pata y Mindy en mi hombro. —Cuida a Aurora—le pedí. El roedor frotó su hocico en mi mejilla y sonreí—. Nos vemos pequeña. Dejé la cobaya en brazos de Aurora, palpé uno de los bolsillos del abrigo que me habían regalado Kaylee. La carta estaba intacta, sin abrir. Respetaba la privacidad de la mujer pero la curiosidad me consumía. Lily se acercó a mí lado y me dió la mano como si fuese un niño al que tienes que ayudar a cruzar la acera. Llevaba una mochila pequeña, pero como estamos hablando de brujas algún conjuro habría echo para que le cupieran sus cosas. Me despedí de ellas con un ademán de cabeza y caminamos en dirección a los lindes del bosque.&nbs
La sala tenía forma de rectángulo. Sus paredes eran muy altas, a groso modo, podía calcular que pasaban los diez metros de alto y ocho de ancho. Nos encontramos cerca de la puerta que daba a esa sala, por su forma deduje que era la sala del trono. Muchos banderines de color morado decoraban los laterales de la sala. Las paredes tenían un color amarillo pálido. Justo en frente nuestra había unas vidrieras que representaban una espada y un ser saliendo de ella. Demasiado turbio. El trono que estaba situado debajo de ellas, estaba cubierto con unas mantas que eran grises. Lo que me resulto extraño era el silencio que había en ese sitio. Nunca había estado en un castillo pero siempre me lo imaginé lleno de vida, con gente de un lado a otro o soldados en los patios entrenando o en cualquier otro sitio. Pero el silencio era tal que mi respiración se oía en toda la sala, incluso las pezuñas de Will se oían repiquetear en el suelo de mármol. —¿Y la gente?—preguntó Lily al ai