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Trilogía Reinos Ocultos.
Trilogía Reinos Ocultos.
Por: ClaraGomesz7
Predestinada. Primer Libro. Capítulo 1.

Hacía mucho frío. El repiqueteo de la lluvia contra las ventanas se intensificaba cada vez más.

—Maldita estufa. —Golpeé de nuevo el aparato mientras iluminaba con una vela la casa—. ¿Por qué todo lo malo me pasa a mí?

La única compañía en mi casa me respondió con un leve maullido. El vaivén de la llama de la vela proyectaba sombras un tanto terroríficas en la pared de color azul.

—Espera, Will, arreglo esto y te doy de comer.—Volvió a maullar impaciente. Aparté la cabeza de la estufa, me levanté y agarré la vela en el camino. El gato me siguió con la mirada mientras se relamía sus bigotes, seguramente pensaba en lo delicioso que estará el atún que se tragará sin masticar siquiera.

Y lo peor de todo era la luz. Se tuvo que ir cuando me iba a enfrascar en la lectura. Suficiente he tenido que soportar hoy.

Aparté los mechones azules que me tapaban la vista. Observó las sombras terroríficas que las llamas naranjas de las velas pero solo es Will que no deja de jugar con ellas.

Sonreí para mis adentros mientras agarraba la lata de atún y la abrí en la mesa. El gato no dejaba de mirarme con ansia.

Alguien golpeó la puerta con los nudillos y la miré pensando quién podría ser. Me acordé de la llamada desde el móvil de emergencias y me relamí los labios pensando en la pizza que venía a llenar mi estómago vacío.

Me arreglé como pude y abrí la puerta. El repartidor miraba el recibo como si comprobase que todo estuviese en orden.

—Traigo una pizza para Layla Moore. —Me observó con detenimiento como si le pareciese un ser de otro planeta.

—Soy yo. —le tendí el dinero y el me dio la caja de cartón que estaba ardiendo. El repartidor se despidió de mí. Algo pasó por mis piernas y vi una mancha blanca y negra salir de la casa con prisas—. M****a.

Dejé la pizza en la encimera, agarré las llaves de la casa y corrí tras el animal.

Mientras corría miles de preguntas acechaban mi cabeza. ¿Y si se resfriaba con la lluvia? ¿Y si lo atropellaba un vehículo? ¿Y si le pegaban los chicos del barrio por diversión? Sólo de pensar en lo asustado que debe estar se me encoge el corazón.

—Will—lo llamé gritando bajo la lluvia. El ruido de los coches ahogaban mis gritos—. William, ¿Dónde estás?

¿Qué dirección habrá cogido? Miré a mí alrededor en busca de alguna figura que se parezca a mi mascota.

—Will, pequeño. Ven conmigo—lo llamaba mientras me sentía cada vez más pesada por la lluvia. Mi ropa estaba tan mojada que se me pegaba al cuerpo.

—¿Estás bien? —La voz de Adam, mi vecino, me hizo levantar la vista para encontrarme con sus ojos verdes—. ¿Se ha vuelto a escapar?

Asiento. Notaba como el frío entraba en mi cuerpo no quería salir voluntariamente.

—Te ayudo. —Agarró un abrigo y un paraguas para luego abrirlo y ponerlo sobre mi cabeza.

—Gracias. —Me sonrió como respuesta y continuamos andando en busca del pequeño gato de no más de dos años.

Pasamos una hora bajo la intensa lluvia y al final pude distinguir a mi gato bajo un cubo de metal que se había caído. Estaba temblando y parecía asustado.

—Pequeño. —Lo cogí en brazos y el me dio mimos—. No te vuelvas a escapar.

Adam lo envolvió con su abrigo que estaba seco y lo dejó en mis brazos.

—Te acompaño a casa.

Adam era la única persona en toda la ciudad que no me encontraba rara. Es más, siempre que me lo encontraba me preguntaba por mi día en el trabajo. 

Ya van tres veces este mes que el gato se ha escapado y las tres veces que él estaba ahí para ayudarme.

—Me gustaría saber que piensa tu gato cada vez que se escapa de casa.

—Yo también—respondí sonriendo—. A lo mejor lo hace para sacarme de casa.

Ambos nos echamos a reír. Cuando me paré frente a las escaleras de mi bloque, Will se retorció entre mis brazos queriendo huir de nuevo. Miré a los ojos de mi vecino preocupada. Nunca se había comportado así.

—Tranquilo, Will ya estamos en casa. —Traté de tranquilizarlo pero seguía queriendo saltar al suelo. Como pude le pasé las llaves a Adam que también parecía preocupado al ver al gato tan alterado.

Observé como mi vecino se tensaba mientras abría la puerta del edificio. El ascensor estaba roto así que subimos por las escaleras que estaban a oscuras. Ni si quiera las luces de emergencia estaban funcionando.

—Tengo frío—comenté.

—Tranquila, ya estamos llegando. —Trató de tranquilizarme. Parecía que se estaba tranquilizando a sí mismo.

Cuando llegué a mi piso me paré de golpe. La puerta estaba abierta y Adam puso su mano a la altura de mi estómago para apartarme. Lentamente entró en mi piso que estaba más oscura que la boca de un lobo.

Will tenía el pelo erizado y las uñas se me clavaban en el brazo. Aun así aguanté el dolor.

—¿Adam? —Un fuerte golpe de metal me sobresaltó pero aun así caminé hasta la puerta. La poca luz que entraba en el piso me reflejo que había dos figuras más aparte de Adam que tenían unos objetos de metal.

Las otras dos personas siseaban y miraban fijamente a mi vecino que estaba atento a ellos.

Adam también empuñaba un cuchillo pero era para defenderse. Las figuras tenían una capa roja de tela gruesa. Bajo la capucha no pude ver nada.

Me sentía impotente. Mis piernas estaban quietas como si las hubiesen enterrado en un bloque de hormigón. Solté a mi gato que corrió a ayudar a Adam y yo planté cara al miedo.

Empezaron a pelear. Adam se movía bastante rápido pero ellos le igualaban. Él pudo golpearles con el mango del cuchillo varias veces pero aun así no se rindieron.

Una de las armas de los intrusos se clavó en el pecho de Adam. Grité. Cuatro orbes negras me miraron y caminaron hacia mí. Adam calló al suelo llevándose la mano a la herida. 

Volví a gritar. Mi grito sacudió algo de mi interior y una fuerza invisible los golpeo, haciendo que ambos seres salieran expulsados. Uno hacia la ventana y otro en dirección a la nevera que acabó destrozada por la mitad. 

El intruso que quedó en pie desapareció después de haber sido envuelto en una luz negra. Me agache al lado de mi vecino, el cual hacía esfuerzos por respirar.

—Adam, quédate—le supliqué.

—Layla sabes que no podré. —Hace una mueca de dolor— Salir de esta. Así que es tu turno. —Sus ojos esmeralda perdieron todo rastro de vida. El último halo de vida salió por su boca y cerré sus ojos con dolor y lágrimas.

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